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¿Por qué ha de importarnos el genocidio armenio que ocurrió hace hoy 100 años?

Una familia armenia (foto cedida por J. A. Gurriarán).

Una familia armenia (foto cedida por J. A. Gurriarán).

Durante los últimos días esta pregunta ha sido mi monte Ararat: imposible fingir que no está ahí e improbable abordarla con éxito sin una larga preparación. Tras meses pensando en armenio, documentándome y entrevistando a armenios, debería de ser fácil de responder. Pero no lo es. No soy muy amigo de celebrar los aniversarios periodísticos. Desconfío de su esfericidad y de las excusas caprichosas con las que exhumamos, justo ahora, los pasados. Hay aniversarios complacientes, como el de la Primera Guerra Mundial: es que ya no están moralizados. Nadie lo siente ya como una acusación íntima cuando se escribe sobre aquel horror. Otras fechas, en cambio, siguen agriando la convivencia. Así el genocidio armenio.

Hace 100 años los jóvenes turcos ebrios de modernidad y de Europa masacraron a un millón y medio de armenios que vivían dentro del Imperio Otomano. La matanza, que se sabe programada más allá de toda duda fáctica, supuso el bautismo de sangre con el que Turquía entró en la Edad Contemporánea. El primer genocidio del siglo XX se perpetró muy cerquita de Yevroba (Europa), en el fragor de la Gran Guerra y ante la mirada atónita de los dignatarios extranjeros. Aunque sin la precisión quirúrgica del futuro Holocausto, el número de víctimas apabulla a la razón la mayoría murieron degollados o en inhumanos desplazamientos por el desierto y las fotografías que lo atestiguan constituyen una siniestra prefiguración de la Shoah.

No me voy a extender en detalles. He escrito este artículo en el periódico recordando casi todas las aristas del tema. Desde el hecho en sí, su contexto bélico, el debate historiográfico y jurídico, la memoria de la diáspora, el negacionismo turco, etc. Casualidad, o quizá síntoma de que la cuestión no es un tema enterrado, hace unas semanas el papa se refirió al genocidio por su nombre. Ha sido el primer pontífice de la historia en hacerlo. Quizá no es un detalle menor que Francisco sea argentino, el tercer país con la comunidad armenia más numerosa del mundo. Turquía ha reaccionado como suele reaccionar cuando algún actor de la comunidad internacional menciona el asunto: llamando a consultas al embajador. Reavivando el conflicto diplomático, vaya.

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Fosa común con armenios.

Volviendo a la pregunta inicial, y esbozando un amago de respuesta, os diré que el genocidio armenio importa, por encima de cualquier consideración geopolítica, porque hay personas, varios miles, cientos de miles, cuyas raíces familiares fueron destruidas por aquel crimen, y que todavía hoy se educan en comunidad recordando a sus muertos no honrados. La diáspora armenia, aunque haya quedado relegada a cierto olvido por el macabro éxito de la diáspora judía, contiene casi todos los ingredientes de su siglo y también del nuestro: limpieza étnica, deportaciones en masa, fanatismo religioso, persistencia de la memoria histórica, lucha por el reconocimiento de la verdad, olvido de Europa, sentimiento colectivo de pertenencia a un pueblo…

Aquí no termino. He escrito varios post que iré publicando durante esta semana y la próxima. A esta presentación (o justificación) de hoy se sumará una entrevista con una familia armenia que vive desde hace años en Madrid, un post sobre cultura armenia centrado principalmente en la figura y la obra del escritor William Saroyan y, para terminar, otra entrevista, esta vez con José Antonio Gurriarán, el periodista español que más sabe de Armenia. Espero que el menú, a falta de granadas y albaricoques que lo endulcen, sea de vuestro agrado.