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M. Huguet, historiadora: «Europa debe buscar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales»

Como periodista estoy pendiente demasiado fastidiosamente pendiente de la actualidad europea. Cada minúsculo acontecimiento elevado a la magnitud de cambio histórico fundamental. El trabajo diario de periodista oculta muchas rutinas y predispone, si no se le pone remedio, a la miopía. Como historiador, busco otra forma de enfrentarme con los hechos, dotándolos de armazón teórico y de una perspectiva (temporal y temática) distinta, espero que más profunda, y no lo digo por superioridad intelectual: camino a menudo por ambas orillas.

En este afán, siempre tengo presente, valga la redundancia, las lecciones de la Historia del Tiempo Presente, aquella disciplina historiográfica que trabajé siendo alumno del fallecido profesor Julio Aróstegui y por la que siempre me he sentido atraído. Como ya escribí hace unos meses, considero urgente desde el campo de la historiografíauna aproximación a Europa (a la Europa de las últimas dos décadas) que ayude a pulir autoengaños, analice las conexiones de las diferentes memorias del continente y actualice el discurso heredado de la guerra fría, que aún pervive incluso en nuestro lenguaje politológico diario (el recurso a los postsoviético, del que suele quejarse Anne Applebaum).

De todo esto tenía ganas de hablar con una de las mayores especialistas en Historia del Presente que hay en España, la historiadora Montserrat Huguet, profesora de la Universidad Carlos III y autora de un buen puñado de trabajos sobre el tema. Con modestia Montserrat me escribió que las respuestas no eran importantes, que las preguntas eran lo principal, y que no hacía falta que las publicara si consideraba que no me encajaban.

Pregunta. Cuando hablo de la historia del tiempo presente a personas que no son historiadores suele haber cierta confusión, y me cuesta explicar los argumentos que la hacen diferente al periodismo o a la historiografía contemporánea convencional. ¿Cuál cree usted que sería la mejor definición?
Esa confusión se da en muchos historiadores también. No es fácil entender la idea del presente como historia porque se aparta de lo que suponemos es de sentido común: la compartimentación del tiempo en pasado, presente y futuro, de modo que la historia solo pueda ser una narración del ayer. El problema es el modo en que está arraigada la forma del tiempo en la concepción de la vida humana con la que nos manejamos cotidianamente. Ahora bien, si partimos de la idea de inexistencia del presente en sí mismo, pues todo presente que se identifica como tal ya ha dejado de serlo, entonces nos resulta más sencillo comprender la idea de una historia del tiempo presente. ¿Qué investiga o narra la historia del presente? Empecemos por excluir lo que no hace. No narra la historia reciente o del mundo actual –aunque muchos historiadores denominen historia del tiempo presente a sus relatos históricos correspondientes a las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Propiamente dicha, la Historia del Tiempo Presente se ocuparía de identificar las singularidades históricas con las que se identifican las generaciones en curso, los elementos que definen la época, la naturaleza del cambio histórico. Se trata pues de una historia muy conceptual que completa los discursos de otras formas dentro de la historia contemporánea.

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P. ¿En qué punto se encuentra hoy la historiografía que aborda el tiempo presente? La historia actual depende, más que otro tipo de historia, de la coyuntura política y del acceso a fuentes. En este sentido, ¿qué trabas tiene el historiador del tiempo presente hoy en día?
La historiografía que aborda las cuestiones del tiempo presente arrancó en Europa –España no la seguiría hasta más tarde– en Alemania, Francia o Gran Bretaña, durante los años ochenta. Tuvo un momento muy destacado, en la década de los años noventa porque convenía a la identificación de las transformaciones globales de la sociedad de la información y del conocimiento. Algunos historiadores se volcaron en indagar a propósito de este tipo de relato histórico que permitía tocar aspectos de la teoría de la historia tales como la memoria o la relación entre el tiempo y el espacio. Las formas y soportes del discurso en sí mismo eran objetivos a indagar y estupendos investigadores españoles dieron algunas de las claves más interesantes en esta manera de mirar la historia. Por no olvidar ningún nombre fundamental de quienes han teorizado sobre el presente como historia, cito solo al profesor Julio Aróstegui, lamentablemente desaparecido. Hoy sin embargo en España se ha enfriado el empuje inicial de aquella investigación que habría de dar nombre a esta rama de la historia. Muchos de los así llamados representantes de esta corriente, hacen en realidad historia reciente o actual, historia internacional, historia comparada referida a épocas recientes, etc –estudios indispensables por otra parte y hartamente complicados. Pero no abunda el interés por ahondar en la historización del presente en curso o de los presentes pasados.

P. La historia del tiempo presente es una disciplina historiográfica relativamente joven, ¿cómo ha ido evolucionando en los últimos años? ¿Qué nuevos retos que hace una década no presenta, hoy son cuestiones ineludibles?
Han sido no pocos los avances en este terreno de la historia en tanto disciplina de estudio. Destaca a mi juicio la toma de conciencia de sujetos renovados propios del presente consensuado por las sociedades, tales como el género, la identidad del grupo, la cultura, la sociedad internacional, etc. que décadas atrás apenas rozaban el relato histórico. También se han dedicado muchas páginas a la diferenciación y complementariedad entre los conceptos de memoria e historia, a la polémica sobre si la implicación del sujeto histórico en la narración de su propia historia, al relativismo y valor de las voces de autoridad en el discurso. Importantísimos los debates que minimizan el peso de las nociones de neutralidad y verdad en favor de las de implicación y verosimilitud en los discursos de la historia en curso. Incluso, se han incorporado nuevos formatos al relato del presente: los audiovisuales y la red. Sin embargo, pese a todos estos cambios en los modos de hacer de la Historia del Presente, queda aún lo más importante: que el historiador sea capaz de aunar teoría y relato de la experiencia, en un discurso sencillo y útil, capaz de llegar al gran público.

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P. Con el cuestionamiento, que no es nuevo, pero sí más enfático, de la Transición española, ¿de qué forma puede contribuir la historia actual a su problematización histórica? ¿Con qué herramientas?
Las historias de la Transición española, tanto la oficial –trazada al hilo de los acontecimientos y que forma el núcleo del dogma– como los intentos siguientes de relectura de los procesos y la revisión de los discursos elaborados con fines de identificación nacional en el tiempo de la Transición, obedecen a lo que es habitual en la historia escrita de todas las naciones. Hasta aquí España no se ha comportado de modo distinto al resto de los países de su entorno en los discursos ofrecen primero un relato y afianzan creencias en la mentalidad colectiva hasta que, pasado un tiempo generacional más o menos establecido, dichos discursos son revisitados y vueltos a escribir. El proceso siguiente, ya en curso por otra parte, pasa por la comparación de las experiencias españolas, por su inserción en discursos de tipo general, que afectan a otros países en el último tercio del siglo XX. Puesto que dos de las generaciones que protagonizaron la Transición son generaciones aún vivas, resulta muy útil a su estudio la metodología de la Historia del Presente. Sin ir muy lejos, la Historia del presente ha depurado el uso de testimonios y fuentes orales que no deben perderse o recuperado archivos en formato no escrito. La cuestión de los archivos es vital. España es un país muy singular en este aspecto en relación a su entorno, precisamente por el celo de la custodia sobre los archivos públicos que los hace inaccesibles incluso para tiempos que hoy ya son remotos. Esta peculiaridad, de la que también se quejan amargamente los hispanistas extranjeros, obstruye y retarda la tarea de la Historia.

P. Y hablando de Europa, ¿cómo analizan los historiadores del tiempo presente los acontecimientos del continente en los últimos años? ¿La crisis de la deuda, la troika, etc. son hechos que podrían servir para configurar un nuevo esqueleto histórico?
Aunque a los no historiadores pueda parecerles extraño, los historiadores del presente no actúan frente a la actualidad en curso a modo de reporteros inquietos. Son los periodistas quienes tienen esa función, indispensable por otra parte para los historiadores. Los historiadores saben que los «hitos» reseñables en el presente, por ejemplo la crisis de la economía mundial de finales de la década pasada, que se ha cebado peculiarmente con las regiones meridionales de Europa, tal vez o tal vez no están constituyendo el centro sobre el que hacer pivotar su relato. Y no es que el paso del tiempo minimice la importancia de las cosas invariablemente, en absoluto. Lo que los historiadores han de evaluar son los rasgos que harán perdurable en la memoria y en el relato histórico unos hechos con respecto de otros. Europa, es bien sabido, no vive su mejor momento histórico por lo que hace al proyecto político y el diseño económico con que fue edificada a mediados del siglo XX. Al historiador le preocupa en este caso entender si esta fragilidad de la invención Europa se corregirá conduciéndola hacia los viejos cauces, o bien no es más que la antesala de un modelo nuevo, de una refundación adecuada a las condiciones actuales del continente o su disolución sin más. La larga historia de Europa enseña que todo es posible. Los modelos del pasado más o menos remoto están ahí, para ofrecernos posibilidades de prospectiva. Y luego está el peso de lo imprevisto, el gran sujeto de la historia con el que nadie cuenta pero que siempre se presenta a la hora de la cena. La Historia del Presente mira con respeto y atiende cada vez con más interés los efectos de lo no previsto en el desarrollo de la historia, de ahí que piense en la incertidumbre como un factor principal en la previsión del relato.

P. Las narrativas sobre el pasado europeo son dispares y están tan atomizadas como sus ciudadanos. El sur contra el norte, las élites contra los ciudadanos, los deudores contra los acreedores. ¿cómo modelar una historia común del presente que atienda a todos los sujetos y actores y que al tiempo no sea solo una revisión más compleja del discurso periodístico?
Cada país europeo tiene su propio relato nacional. En cada relato se perciben los elementos narrativos que ayudaron a constituir las naciones de acuerdo al momento histórico en que se realizaron. Aunque parezcan diferentes entre sí, casi todos los relatos nacionales guardan gran similitud entre sí, pues la mayoría se fraguó en el siglo del Liberalismo y de las Revoluciones. En todos ellos se percibe por ejemplo la presencia de un enemigo exterior –el país vecino, por ejemplo– que da sentido al esfuerzo nacional. Para modelar una historia presente en la que los miembros de Europa se reconozcan y sientan cómodos es preciso primero organizar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales. En la historia comparada emerge lo que une y separa, los elementos singulares y los comunes, los así llamados estratos de la experiencia histórica, con sus múltiples protagonistas y dinámicas. Desde la historia comparada puede eliminarse la tendencia de las historias nacionales a mirarse como excepción.