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Le Pen logra formar grupo propio en la Eurocámara: más dinero, influencia y visibilidad para los eurófobos

Un año después de las elecciones al Parlamento Europeo, la ultraderecha continental, liderada por la francesa Marine Le Pen, anuncia que ha logrado formar grupo parlamentario propio. Una mala noticia para los europeos. Por cinco razones.

La primera es que un grupo parlamentario propio en el PE (son necesarios eurodiputados de 7 países, por eso se ha dilatado tanto en el tiempo) da derecho, según emana de la legislación comunitaria, a recibir cerca de 3 millones de euros al año de financiación para llevar a cabo actividades de comunicación y contratación de personal, entre otras.

Los líderes de los partidos que forman el nuevo grupo en el PE (Imagen: Euronews)

Los líderes de los partidos que forman el nuevo grupo en el PE (Foto: Euronews)

Segundo, porque con este dinero y la visibilidad que da un grupo propio en Bruselas y Estrasburgo, la relevancia mediática de las ocurrencias del Frente Nacional (y los otros partidos de otros seis países de la UE que componen la formación, orwellianamente autodenominados Europa de las Naciones y las Libertades) se multiplicará exponencialmente.

Tercero, porque como varios estudios académicos han demostrado en el pasado (hace ya tiempo os hablé de uno), cuando los eurófobos logran hacen piña nunca es para bien del conjunto de la Unión, sino para torpedear el normal funcionamiento de la Eurocámara y entorpecer el debate político, normalmente muy fructífero. Suelen ser, y no motivos para pensar que no vaya a ser así esta vez, poco resolutivos y descaradamente propagandistas.

Cuarto, porque los periodistas y yo me pongo el primero abusaremos sin querer de nuestros prejuicios, otorgaremos más espacio a las salidas de tono y las propuestas ultras (son mediáticamente más jugosas de colocar) con lo que estaremos indirectamente potenciando su presencia en el día a día.

Y quinto, porque como han alertado ya ONG que luchan contra el racismo y la xenofobia, como European Network Against Racism, esta nueva coalición parlamentaria puede con su altavoz extender la intolerancia hasta el punto de generar un estado de ánimo contrario a las políticas que tratan de frenar las desigualdades.

PD: Uno de los grandes peligros, a mi modo de ver, de los partidos eurófobos europeos es la facilidad que tienen para retorcer el lenguaje. Ayer mismo, el líder holandés Geert Wilders celebró el pacto, en el que su partido también estará, diciendo que «la liberación había comenzado». Es esa retórica, que no respeta el pasado y emborrona el presente, la que veremos mucho en los años que restan de legislatura.

Los Le Pen: unidos en banalizar el pasado y demonizar el presente

No es la primera vez que el patriarca Jean Marie Le Pen se siente traicionado. Tampoco la primera que el partido que fundó, el Frente Nacional, sufre una escisión traumática. La diferencia es que hoy, el marginado el públicamente humillado ha sido él. Hace 17 años, y también el mismo día de mayo en que la extrema derecha honra a Juana de Arco, Bruno Mégret, fiel lugarteniente de Jean Marie, dejó las filas lepenistas para fundar un nuevo partido. La aventura acabó pronto.

Pero aquella alta traición de tintes romanos (así la calificó el propio Le Pen) dejó una huella profunda, familiar e ideológica, en un partido de altibajos electorales y perpetua mala prensa. Hoy Le Pen es un apestado, simboliza un pasado que su hija Marine quiere condenar al olvido. ¿Pero tan diferentes son el FN de Marine y el que fundó su padre? ¿De qué quiere exactamente alejarse la hija? Para comprender las declaraciones («El Holocausto fue un detalle de la Historia») que han condenado al ostracismo a Le Pen, hay que bucear en la historia de la extrema derecha francesa y europea en el siglo XX.

José Luis Rodríguez Jiménez, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos, es especialista en movimientos fascistas y neofascistas en Europa. En un completo artículo académico repasaba hace unos años la evolución de la extrema derecha en Francia, desde los grupúsculos posfascistas de los años cuarenta, el auge y caída del pujadismo en los cincuenta y la unificación en el seno del Frente Nacional en los años setenta.

Jean Marie Le Pen supo en su día canalizar las diferentes tendencias de la marginal aunque resistente ultraderecha francesa en un partido aceptable para el establishment. Le Pen encontró, en la crítica pesimista del presente (la crisis económica y social, la presencia inmigrante) y en la relativización calculada del pasado (la Francia nazi, el colaboracionismo), el cóctel perfecto para ganar votos e influir en la política nacional.

En palabras de Rodríguez Jiménez: «Le Pen era consciente de la necesidad de introducir cambios sustanciales en el discurso y en la estrategia de la extrema derecha. En su opinión no debería tratarse tan sólo de rehabilitar a Petain y revisar la visión histórica de la II Guerra Mundial o de agitar la calle, sino que era necesario agrupar a todos los descontentos, establecer una buena red de relaciones y participar en las instituciones».

Jean Marie y Marine Le Pen, antes de la ruptura (GTRES)

Jean Marie y Marine Le Pen, antes de la ruptura (GTRES)

Así pues, Le Pen fue desde el principio de su carrera un posibilista, tal y como lo es su hija ahora. Hasta ahí, pocas diferencias. Le Pen había crecido en la extrema derecha francesa clásica obsesionada con la identidad nacional, la violencia, la decadencia de Francia y la pérdida de las colonias (Argelia) pero al contrario que muchos de sus correligionarios no negaba los crímenes cometidos por sus compatriotas ni el colaboracionismo; ‘simplemente’ los banalizaba.

A Le Pen se refiere Tony Judt en Posguerra, situándolo en ese mismo contexto de renacimiento de la extrema derecha en Europa: «A pesar de los propios vínculos de Le Pen con la tradición ultraderechista basada en su apoyo juvenil a los poujadistas, su paso por enigmáticas organizaciones de extrema derecha durante la guerra de Argelia y su defensa, cuidadosamente articulada, de Vichy y de la causa pétenista, su movimiento, al igual que sus homólogos en todo el continente, no podía ser rechazado únicamente calificándolo de reedición atávica y nostálgica del pasado fascista europeo».

Aunque sus referencias al gobierno de Vichy nunca dejaron indiferentes a la justicia francesa. En su biografía rezan varias condenas por ello. En 1997, por decir que las cámaras de gas fueron un «detalle de la Historia», y años antes por declaraciones públicas similares. Cuando estos exabruptos, su hija Marine ya estaba en el partido y era mayor de edad. Nunca se quejó. Hasta ahora. Es muy posible que entonces no le viniera bien. Nonna Mayer, profesora emérita del CNRS, publicó un estudio en 2012 en el que demuestra que no hay diferencias sociales e ideológicas sustanciales entre aquellos que apoyaban al padre y los que apoyan a la hija (gran parte, clase trabajadora que antes votaba al PCE).

La única diferencia observable, asegura Mayer, y aquí reside una de las claves del repudio de Le Pen padre, es que el liderazgo de Marine alcanza a una audiencia femenina que antes era reacia a simpatizar con el FN. Por decirlo rápido, la extrema derecha francesa fue siempre, durante el siglo XX, un territorio exclusivamente de hombres. Un liderazgo como el de Marine Le Pen hubiera sido hace dos décadas algo impensable. Algo tiene que cambiar, para que todo siga igual.

La retórica de Marine Le Pen es un calculado corta y pega de los discursos de su padre (Este artículo de Politico es bastante clarificador en este sentido), solo que puliendo sus toscas maneras y dándole una pátina de moderación que en el fondo sus políticas proteccionismo, rechazo a Europa y a la multiculturalidad no tienen. Marine quizá no banalice tantísimo el pasado como lo hace su padre (aunque se haya criado en ese ambiente comprensivo hacia el crimen de estado), pero sus argumentos políticos son los mismos que los de su progenitor. Marine no ha matado al padre, lo ha maquillado.