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El aniversario de un fracaso: la idea de crear un ejército europeo que nunca llegó

Creo que hasta ahora no había traído aquí ningún fracaso, pero Europa también es la suma de sus fracasos, o mejor dicho, la transformación en otra cosa de la suma de pequeños y grandes fracasos. Hoy os voy a hablar de uno muy grande, quizá el mayor en toda la historia de la integración: la Comunidad Europea de Defensa.

El periodismo, en general, solo celebra cifras redondas en positivo… ¡ y a veces ni eso! Pero da la casualidad que este 2014, además de todas las conmemoraciones que estan por venir, también es el aniversario de algo que no llegó a ser finalmente nada, aunque sentó las bases de lo que vendría casi cuarenta años después, incluido Javier Solana.

Una furgoneta del Ejército francés en labores militares en África (EFE).

Una furgoneta del Ejército francés en labores militares en África (EFE).

En 1954, la Asamblea Nacional francesa decía ‘no’ al proyecto de integración militar y federal más ambicioso de la por entonces Europa de los seis. Una aspiración que, en mitad de la guerra fría, hubiera significado el resurgir de Europa como potencia exterior autónoma sin necesidad –al menos sin la perentoria necesidad– de acudir policías y ‘hermanos mayores’ externos.

Pero como explica Juan Miguel Ortega Terol, profesor titular de Derecho Internacional Público de la UCLM, «el papel centra la OTAN y el indeclinable protagonismo de EE UU, renuentes  a dejar de jugar el papel que ocupaban en ese periodo de polarización, limitó las oportunidades de alcanzar una política común autónoma«. Un deseo que todavía hoy no ha sido materializado ni siquiera en los mismos audaces términos que propusieron Schuman y Monnet.

La CED nació en 1952 de mano de los mismos países que habían llevado con éxito las negociaciones para la formación de la CECA, uno de los basamentos fundamentales de la UE. Pero a diferencia de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, la política exterior y de defensa no pasaría de ser un papel mojado, pues dos años después el tratado quedó moribundo, si bien algunas cláusulas merecen recordarse hoy.

La alianza militar occidental, que tenía unos objetivos exclusivamente defensivos, comienza su exposición de motivos con una exhortación a la paz,  un «deseo de salvaguardar los valores espirituales y morales que son el patrimonio común [europeo] y la voluntaria decisión de “asegurar el desarrollo de su fuerza militar sin que se atente al progreso social».

La Comunidad Europa de Defensa, aunque hoy parezca algo descabellado, pretendía crear un ejército europeo, unas fuerzas armadas del continente que excluyeran los ejércitos de las distintas naciones. El objetivo era doble. Por un lado se alejaría así el fantasma de una posible futura nueva guerra entre estados europeos (¡el temido nacionalismo!), y por otro se creaba un elemento más de poder físico para hacer frente a la amenaza soviética.

La CED fracasó en Francia, país que paradójicamente la había impulsado, como muchos años después también lo haría la Constitución europea. Dos ejemplos (aunque hay más: la crisis de la silla vacía, por ejemplo) del ambivalente y no siempre bien explicado papel del país galo en la (trans)formación de la Unión.

La CED fue un deseo fallido y supuso una crisis dentro del seno de la comunidad que tardaría décadas en revertirse. Pero creo que hacer pedagogía del fracaso es también necesario hoy. Muchos siguen creyendo que la UE nació como proyecto exclusivamente económico porque así parece haberse ahora materializado, pero las pulsiones federalistas, políticas y militares están también en su origen… aunque infelizmente incompletas.