Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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El doble rasero de la Comision: fuerte con los débiles y débil con los fuertes

Fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Una forma de conducirse por la vida bastante mezquina que, extrapolada al ámbito político, produce monstruos como el de hoy. La Comisión ha aumentado el plazo dos años para que Francia reduzca su abultado déficit público y, además, ha decidido no hacer nada en el caso de la extraordinaria deuda pública que soportan Bélgica e Italia (de las más elevadas de la zona euro).

Matteo Renzi (EFE)

Matteo Renzi (EFE)

Lo contrario a las medidas tomadas hubiera sido que la Comisión, otrora exigente en esto de cumplir con los compromisos macroeconómicos por parte de los Estados, optara por sancionar –o amenazar con sancionar– a los malos alumnos. No se ha hecho. Han preferido apostar por esperar a las reformas y evitar el conflicto. Es decir, la Comisión ha actuado más política que económicamente. Lo que no está mal, ojo, si siempre fuera así.

Contrariamente a la draconiana austeridad que le caracteriza, la CE se ha mostrado benigna con estos países, concediendo más plazo y dando vía libre a reformas antes que sacar a relucir los objetivos del pacto de estabilidad. Un alivio para François Hollande en un momento en que Francia (bueno, Francia lleva arrastrando datos negativos de déficit desde hace más de un lustro…) está en horas bajas, y también para Italia, donde las reformas de Matteo Renzi no terminan de despegar.

Estas decisiones económicas del ejecutivo de la UE, aunque supongo que podrán ser explicadas y matizadas desde una visión posibilista, son muy complicadas de explicar a la ciudadanía (e incluyo a los medios de comunicación). Un doble rasero que castiga a los países débiles, exprimiéndoles hasta ponerles entre la espada y la pared, y relaja la presión sobre los socios potentes que lo están pasando mal… en aras, supongo, de equilibrar el poder alemán en la Unión.

Giorgio Napolitano, el presidente de la república que todos querríamos

Asegura Beppe Grillo, el estrafalario líder del no menos estrafalario Movimiento Cinco Estrellas, que no lamenta la dimisión del casi nonagenario Giorgio Napolitano como presidente —el «peor de la historia», ha dicho— de Italia. Será que él, en su simiesca visión de la política, podría hacerlo mejor. La suya ha sido casi la única nota discordante en una despedida de la vida pública trufada de elogios hacia el cansado excomunista. Tanto en su país como en Europa, Napolitano ha recibido el respaldo que su trayectoria posibilista y responsable merecía.

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

A Napolitano, como a cualesquier político de pasado comunista, pueden echársele en cara muchos momentos y alianzas. No va por ahí, y creo que hace bien, Antonio Elorza en su artículo de despedida. Más bien al contrario, se deshace en loas hacia quien «quiso cambiar el mundo desde la democracia». Un papel como el ejercido durante estos años de crisis por Napolitano, y en Italia, es algo así como ascender por la cara sur al K-2 sin oxígeno y en invierno. Un reto casi imposible. Que en tiempos tan convulsos Napolitano haya logrado ser el único presidente reelegido para un segundo mandato dice mucho de su virtuosismo para lograr consensos, atenuar envidias y aplacar egos.

Los elogios a Napolitano suenan, eso sí es verdad, a elogios fúnebres. No hacia un ser humano, que pese a sus achaques sigue aún vivo, sino hacia una era periclitada. Él, como cabeza sensata de lo que se vino a llamar mejorismo, supo defender la necesidad del reformismo socialdemócrata dentro del PCI más allá del ya de por sí valiente eurocomunismo. Su europeísmo, que todos ahora destacan, no siempre fue sencillo, ni como europarlamentario ni como defensor en Europa de los bandazos de una política interna imprevisible.

Siete décadas en la arena, a veces fango, de la política dan para cometer muchos errores. Y habría que sospechar de quien, tras tanto tiempo habitando las antesalas del poder, no los hubiera cometido. Napolitano, con su merecida fama de intelectual de corte gramsciano amante de la cultura, ha logrado a pesar de todo vadear con honor las sentinas más abyectas, las de la corrupción institucional, la connivencia mafiosa y, a última hora, el populismo berlusconiano y beppegrilliano. Presidentes de la República así quisiéramos todos para nuestro país.

Renzi, Charles Michel y Taavi Roivas: Así es el club de la treintena en el poder

La mayoría de los primeros ministros de países de la Unión Europea han sobrepasado lo que los ingleses llaman la crisis de la mediana edad. Algunos, los más veteranos, como Merkel o Samaras, se acercan a la edad de jubilación (ambos están por encima de los sesenta años). Otros, la mayoría, están alrededor de los cincuenta (Tusk, Rajoy u Orban), y unos poquitos, tres, aún son lo que lo medios de comunicación acostumbran a etiquetar como «jóvenes políticos».

Renzi, corriendo una media maratón (Foto: https://twitter.com/matteorenzi)

Renzi, corriendo una media maratón (Foto: https://twitter.com/matteorenzi)

Se trata del primer ministro italiano, Matteo Renzi, el primer ministro estonio, Taavi Roivas, y el primer ministro belga, Charles Michel. Los tres tienen menos de cuarenta años. Los tres representan, de algún u otro modo, la renovación política dentro de la UE. Os los presento para que los conozcáis mejor, porque hay algo más allá de la edad que los une y que parece perfilar esa nueva política que Europa necesita.

Tanto Renzi como Michael como Roivas juegan, en sus respectivos países, con una imagen fresca, dinámica y amable. Contra el abuso gris de la tecnocracia y del establishment, los tres se alzan como renovadores, en fondo y forma, de la política europea (y aunque progresistas en diferente grado, los tres parecen haber optado por difuminar las líneas ideológicas entre la derecha y la izquierda).

Renzi, el más popular de los tres, cultiva el estilo obamista y americano de hacer política (algo que periódicos como The New York Times no tardaron en percibir). Su cuenta de Twitter, desenfadada y cercana, con esa foto de perfil en camiseta, trasmite una cercanía que la alta política italiana ya ha perdido.

Por su parte, Michel explota también ese carisma amable (como lo describía El Mundo hace unas semanas), transversal, liberal en lo económico pero abierto en lo social. La diferencia, quizá, es que las raíces familiares del belga el primer liberal francófono en 75 años sí están perfectamente ancladas en la política de su país. Su padre es una de las figuras históricas del Partido Liberal belga, lo que hace de Michel un advenecido conocido, al contrario que Renzi y sus humildes orígenes obreros.

Roivas, el estonio, reformista y casado con una cantente pop de su país, es el más joven de los tres, y como en el caso de Michel, su experiencia política se remonta a su adolescencia, cuando empezó a militar en el partido que ahora le ha permitido ser primer ministro (como cuenta este detallado perfil publicado en CIDOB). Roivas, que tenía 11 años cuando Eslovenia se independizó de la URSS, es economista de carrera, al parecer un joven seguro de sí mismo (quizá con una pose más clásica en la comunicación política que los otros dos), ortodoxo en lo económico y favorable a los nuevos modos de hacer política transparencia administrativa, gobierno abierto que hasta ahora su país no había ensayado.

PD: Está por ver hasta qué nivel de profundidad son capaces de llegar en la renovación de la política de los tres países, aquejados eso sí de problemas diferentes. Por hacer una comparación con lo que sucede en España, y visto el giro suave con el que Podemos quieren acceder a la política de partidos tradicional, podríamos decir que Pablo Iglesias está más cerca de Renzi que de Beppe Grillo, con quien en el pasado más se le ha asimilado. Veremos.

El fútbol europeo: la otra crisis continental

El escaparate de una tienda de cigarrillos electrónicos por la que ayer pasé de camino a la redacción vende su humo falso con la etiqueta «calidad europea». Un aviso subliminal de que me ha llegado el fatídico momento de escribir sobre fútbol, la pena máxima. Así me está pidiendo la afición —tan escasa como fiel— y así se lo he hecho saber Raúl, que me ha dado su docto permiso y prometido, como si estuviéramos mercadeando con la emisión de gases de efecto invernadero, el trasvase de 10.000 visitas de su blog al mío. Usuarios al contragolpe.

Ni la crisis de la deuda soberana ni el déficit democrático. El verdadero drama europeo es la crisis de su modelo futbolístico y su déficit de goles. Una tras otra, las selecciones nacionales van siendo eliminadas del Mundial de Brasil con el mismo inexorable y fatal ritmo que la Unión Europea pierde peso geoestratégico en el concierto internacional. Primero fue la abúlica España, luego la melancólica Inglaterra, más tarde la anémica Portugal (que aún puede obrar el milagro) y ayer la inesperada Italia. Tres PIGs y un país con un pie fuera del charco de la UE: ¿lo tenemos merecido?

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Nuestro envidiado ‘poder blando’ se derrite al otro lado del Atlántico: solo Francia y Alemania (también Holanda, Grecia, Bélgica y quizás Suiza, pero bah) parecen aguantar el tipo, lo que lejos de ser un alivio es una nueva fuente de problemas. ¿A quién apoyar? ¿A los súbditos de Frau Merkel, implacable el castigo a los países del Mediterráneo, o a los frívolos gabachos, que un día animan a Benzema y otro votan al Frente Nacional? Un homenaje oportuno, en el aniversario de la Gran Guerra, a la jugosa y antigua querella entre germanófilos y aliadófilos.

La decadencia europea reflejada en el deporte que ella misma inventó —ya ocurrió en la primera fase de Sudáfrica, hace cuatro años, pero entonces España se encargó de rescatar el orgullo continental—. Da la impresión que celebramos los pocos triunfos con hastío y nos entristecemos de las muchas derrotas con fatalidad. Los aficionados latinoamericanos, por el contrario, aclaman a sus héroes con una exultación casi evangélica, como si acabaran de abrirse a los misterios de un nuevo culto mesiánico. Si todos buscan la gloria en Brasil, los europeos lo hacen con borceguíes de plomo, con mentalidad cerebral: de la soberbia del etnocentrismo a la mala conciencia del occidentalismo.

Y en la prórroga: los europeos somos unos traidores infames. Analicemos nuestro caso. Primero vamos con España —por el mito del ‘tica-taca’, por nacionalismo o por tradición familiar, lo mismo da—. Pero en cuanto nos eliminan, tardamos segundos en invocar plagas contra las selecciones vecinas y apoyar de corazón, infartados, a los combinados que representan a países lejanos. No hay un demos europeo, como no hay un sentimiento futbolístico europeo. Adoramos a los Pirlo e Iniesta, pero como átomos solitarios, como genios en formol del Renacimiento… y entonces, ay, enseguida volvemos a nuestro habitual centrocampismo (cainismo).