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Los Le Pen: unidos en banalizar el pasado y demonizar el presente

No es la primera vez que el patriarca Jean Marie Le Pen se siente traicionado. Tampoco la primera que el partido que fundó, el Frente Nacional, sufre una escisión traumática. La diferencia es que hoy, el marginado el públicamente humillado ha sido él. Hace 17 años, y también el mismo día de mayo en que la extrema derecha honra a Juana de Arco, Bruno Mégret, fiel lugarteniente de Jean Marie, dejó las filas lepenistas para fundar un nuevo partido. La aventura acabó pronto.

Pero aquella alta traición de tintes romanos (así la calificó el propio Le Pen) dejó una huella profunda, familiar e ideológica, en un partido de altibajos electorales y perpetua mala prensa. Hoy Le Pen es un apestado, simboliza un pasado que su hija Marine quiere condenar al olvido. ¿Pero tan diferentes son el FN de Marine y el que fundó su padre? ¿De qué quiere exactamente alejarse la hija? Para comprender las declaraciones («El Holocausto fue un detalle de la Historia») que han condenado al ostracismo a Le Pen, hay que bucear en la historia de la extrema derecha francesa y europea en el siglo XX.

José Luis Rodríguez Jiménez, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos, es especialista en movimientos fascistas y neofascistas en Europa. En un completo artículo académico repasaba hace unos años la evolución de la extrema derecha en Francia, desde los grupúsculos posfascistas de los años cuarenta, el auge y caída del pujadismo en los cincuenta y la unificación en el seno del Frente Nacional en los años setenta.

Jean Marie Le Pen supo en su día canalizar las diferentes tendencias de la marginal aunque resistente ultraderecha francesa en un partido aceptable para el establishment. Le Pen encontró, en la crítica pesimista del presente (la crisis económica y social, la presencia inmigrante) y en la relativización calculada del pasado (la Francia nazi, el colaboracionismo), el cóctel perfecto para ganar votos e influir en la política nacional.

En palabras de Rodríguez Jiménez: «Le Pen era consciente de la necesidad de introducir cambios sustanciales en el discurso y en la estrategia de la extrema derecha. En su opinión no debería tratarse tan sólo de rehabilitar a Petain y revisar la visión histórica de la II Guerra Mundial o de agitar la calle, sino que era necesario agrupar a todos los descontentos, establecer una buena red de relaciones y participar en las instituciones».

Jean Marie y Marine Le Pen, antes de la ruptura (GTRES)

Jean Marie y Marine Le Pen, antes de la ruptura (GTRES)

Así pues, Le Pen fue desde el principio de su carrera un posibilista, tal y como lo es su hija ahora. Hasta ahí, pocas diferencias. Le Pen había crecido en la extrema derecha francesa clásica obsesionada con la identidad nacional, la violencia, la decadencia de Francia y la pérdida de las colonias (Argelia) pero al contrario que muchos de sus correligionarios no negaba los crímenes cometidos por sus compatriotas ni el colaboracionismo; ‘simplemente’ los banalizaba.

A Le Pen se refiere Tony Judt en Posguerra, situándolo en ese mismo contexto de renacimiento de la extrema derecha en Europa: «A pesar de los propios vínculos de Le Pen con la tradición ultraderechista basada en su apoyo juvenil a los poujadistas, su paso por enigmáticas organizaciones de extrema derecha durante la guerra de Argelia y su defensa, cuidadosamente articulada, de Vichy y de la causa pétenista, su movimiento, al igual que sus homólogos en todo el continente, no podía ser rechazado únicamente calificándolo de reedición atávica y nostálgica del pasado fascista europeo».

Aunque sus referencias al gobierno de Vichy nunca dejaron indiferentes a la justicia francesa. En su biografía rezan varias condenas por ello. En 1997, por decir que las cámaras de gas fueron un «detalle de la Historia», y años antes por declaraciones públicas similares. Cuando estos exabruptos, su hija Marine ya estaba en el partido y era mayor de edad. Nunca se quejó. Hasta ahora. Es muy posible que entonces no le viniera bien. Nonna Mayer, profesora emérita del CNRS, publicó un estudio en 2012 en el que demuestra que no hay diferencias sociales e ideológicas sustanciales entre aquellos que apoyaban al padre y los que apoyan a la hija (gran parte, clase trabajadora que antes votaba al PCE).

La única diferencia observable, asegura Mayer, y aquí reside una de las claves del repudio de Le Pen padre, es que el liderazgo de Marine alcanza a una audiencia femenina que antes era reacia a simpatizar con el FN. Por decirlo rápido, la extrema derecha francesa fue siempre, durante el siglo XX, un territorio exclusivamente de hombres. Un liderazgo como el de Marine Le Pen hubiera sido hace dos décadas algo impensable. Algo tiene que cambiar, para que todo siga igual.

La retórica de Marine Le Pen es un calculado corta y pega de los discursos de su padre (Este artículo de Politico es bastante clarificador en este sentido), solo que puliendo sus toscas maneras y dándole una pátina de moderación que en el fondo sus políticas proteccionismo, rechazo a Europa y a la multiculturalidad no tienen. Marine quizá no banalice tantísimo el pasado como lo hace su padre (aunque se haya criado en ese ambiente comprensivo hacia el crimen de estado), pero sus argumentos políticos son los mismos que los de su progenitor. Marine no ha matado al padre, lo ha maquillado.

La ultraderecha húngara entra en el Parlamento y tiende lazos con su comunidad de ‘fieles’ en EE UU

En la protohistoria del blog ya os hablé un día de Jobbik, el partido de la extrema derecha húngara, y de su líder, el dinámico Gávor Vona, un histriónico siempre encorbatado. Demasiado preocupados por Grecia o Rusia, olvidamos que en la Hungría de Victor Orban llevan años hirviendo a fuego lento y ajenas a los focos de la prensa las actitudes más antidemocráticas de toda la UE. No es que Hungría quede lejos, sino que que queda al Este, y por mucho que hayamos avanzado, lo que sucede más allá de Alemania nos sigue resultando ajeno (y lejano).

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Esta semana Jobbik ha logrado su primer escaño en el Parlamento. Parte de los húngaros no han tenido suficiente con un presidente y un partido, el Fidesz de Orban, con peligrosos tics antisemitas, antieuropeos y cavernarios en lo relativo a la libertad de prensa y otras libertades fundamentales. Quieren más, y en la ciudad de Tapolca, nuevo bastión de Jobbik, lo han logrado. El partido ultra ha logrado el 35,3%, siendo la formación más votada en las legislativas parciales, como cuenta Vox Europ.

Especialistas en política local citados por medios húngaros dicen que el resultado se debe al «voto protesta», pero lo cierto es que en las últimas encuestas Jobbik ha recortado distancia con Fidesz en intención de voto. Proteccionismo, nacionalismo a ultranza, antisemitismo y antieuropeísmo son los argumentos del partido de Vona para convencer a los húngaros. Un país a la cola de casi todos los ránkings europeos:  los peores niveles de transparencia política y la peor regulación lobística; uno de los PIB más bajos de la zona euro y en lento proceso de salida de la crisis, según la OCDE.

Pero Jobbik no se contenta con ser ya la segunda fuerza en intención de voto. Esta misma semana, el número dos de la formación, István Szávay, ha visitado EE UU. Allí ha participado en un  congreso internacional abiertamente fascista, según Hungarian Free Press, en pleno Manhattan y junto a otros dirigentes húngaros asentados en este país y en Canadá. Al parecer y según este medio, Nueva York y otras ciudades de EE UU, se están convirtiendo en un foco emergente para la diáspora húngara cercana a la extrema derecha.

PEGIDA: «Somos el pueblo»… y queremos impedir que otros lo sean

En uno de los vídeos subidos a YouTube apenas se aprecian rasgos de tribu alguna. Una masa de gente heterogénea. Jóvenes, jubilados, trabajadores, precisa en su crónica Luis Doncel, corresponsal de El País. Eso parece, y eso al parecen son, con alguna llamativa excepción. Gritan, como hace 25 años, «somos el pueblo». Con la diferencia que no lo gritan para constituirse en sujeto político –como lo hacían entonces sus compatriotas de la DDR– sino para impedir que otros opten también a ser ciudadanos de pleno derecho.

Miles de personas participan en la novena manifestación semanal convocada por Pegida (PEGIDA).

Miles de personas participan en la novena manifestación semanal convocada por Pegida (PEGIDA).

Son alemanes y se dicen patriotas. Se manifiestan todas las semanas desde hace unos meses, con puntualidad germánica, en algunas ciudades del país para denunciar «que no cabe un extranjero», que «las autoridades nos traicionan» y algunas consignas más sacadas del prontuario xenófobo… que paradójicamente no conoce fronteras. Bajo el acrónimo de PEGIDA, los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente amalgaman los miedos viscerales de parte de la sociedad a la inmigración y la pluralidad religiosa y los traducen en marchas a mayor gloria de la cultura doméstica, «la nuestra».

No se sabe demasiado sobre quiénes forman PEGIDA. Aquí, aquí y aquí tenéis varias crónicas sobre lo que estos días ha pasado en Dresde y otras ciudades; también detalles de la formación, que no es un partido político de extrema derecha, pero que tampoco se niega a recibir apoyos aunque estos provengan de rincones turbios. No exhiben la tradicional estética paramilitar, nostálgica del nazismo, que provoca rechazo instintivo en Alemania. Se presentan como eso, como El Pueblo, lo que hace más complicado aún su desactivación.

Hermann Tertsch escribe en ABC que el «problema no es PEGIDA», sino «el brutal islamismo bélico en expansión». Es una forma de verlo. Yo también estoy en contra de la islamización de occidente… y de la cristianización también, y de la runnerización si es necesario. Faltaría más. El «no leímos a Voltaire para acabar así» y todo eso. Pero el bueno de Hermann no lleva razón. Lo que pretenden los manifestantes de PEGIDA no es luchar contra el fanatismo religioso, sino impedir todos los fanatismos salvo el suyo. Dicen defender las raíces de Europa y en realidad no hacen más que arrancarlas de cuajo, atrincherarse en el pozo de su añorada weltanschauung.

PS: Me llama la atención, no sé a vosotros, el sintagma «patriotas europeos». No porque no lo sean, sino porque me hace pensar, con  tristeza, en que los ciudadanos europeos que no somos ni xenófobos ni ultras ni fanáticos hemos desistido de considerarnos patriotas. Hemos abandonado, por omisión, el concepto ‘patriota europeo’ en manos de gente que no se merece tal calificativo, y que usa y abusa de él a mayor gloria de su visión cainita de la sociedad.

PS2: Espero poder contaros algo «nuevo» sobre PEGIDA cuando vayan conociéndose datos, filiaciones y lea análisis de especialistas (que de momento no he encontrado). Mientras tanto, os dejo con este vídeo que me ha pasado mi compi Guillermo sobre la manifestación del lunes.

Hungría: el fascismo que hubo y el que viene

En una cándida página oficial dedicada a explicar la UE a los niños, se dice que Hungría es uno de los mejores lugares del mundo para observar las aves. También se explica qué es el gulasch y que Houdini y el cubo de Rubik son tan húngaros como el Danubio. Está muy bien, tampoco es necesario asustar a la infancia con el auge de la extrema derecha, el rebrote de antisemitismo y el cercenamiento de la libertad de prensa. Pero como este blog lo leen –¡si lo leen! – personas adultas, voy a encararme un poco con todo aquello.

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Se habla poco de Hungría. Tras las elecciones al Parlamento Europeo –en las que hubo casi un 80% de abstención y Jobbik se constituyó en la segunda fuerza política (ver este gran análisis en el blog Crónicas húngaras)– no he leído en los grandes medios muchas menciones a este país que, como Polonia, hace diez años que se incorporó en calidad de Estado miembro, pero cuya deriva populista, liberticida y desafiante con las normas básicas de la Unión, trae de cabeza a Bruselas. Como lo rebautizara hace un año El País en un ejemplar reportaje: Hungría, el hijo díscolo de la UE.

En los comienzos de este blog os referí, de pasada, la biografía de uno de los líderes de Jobbik, también denominado Movimiento por una Hungría mejor. Un partido racista, antisemita, cuya cabeza visible, Gábor Vona, es un joven atildado, instruido y provocador. Por aquel entonces, octubre de 2013, se cumplían diez años de la fundación del partido, que tiene a bien ensalzar sin pudor la obra de Miklós Horty, el militar que gobernó al modo fascista el país hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial.

En Hungría no gobierna Jobbik…. aunque casi no le hace falta. Lo hace un sucedáneo de partido de derechas nacionalista, el Fidesz. El primer ministro Viktor Orbán, un tipo popular, sofisticado, culto y que no tiene remilgos a la hora de desafiar los preceptos de la UE en temas tan sensibles como la libertad de prensa (en 2011 su Ejecutivo aprobó una ley mordaza bajo la mirada casi complaciente de Van Rompuy). Una ley mordaza que muchos, entre otros Reporteros sin Fronteras, denunciaron de forma vehemente, aunque sin demasiado éxito.

Pero tras las elecciones europeas, y ya antes, la situación política en el país está empeorando de forma imparable. Nuevos impuestos a la publicidad, destinados a asfixiar a los medios de comunicación, sobre todo a los críticos; sentencias difícilmente comprensibles, como el fallo de la Corte Suprema que da la razón a Jobbik: ya nadie podrá llamarles partido de extrema derecha; o nuevas leyes que impiden tomar fotografías a nadie sin consentimiento previo expreso.

Estas medidas no constituyen una política aislada, sino que forman parte de un todo –como el recorte de poderes al Tribunal Constitucional– destinado, en opinión de muchos observadores de la vida diaria del país, a socavar los principios de libertad así como a crear el caldo de cultivo apropiado para la emergencia de chivos expiatorios, como los gitanos o los judíos, dos de las minorías amenazadas por la retórica neofascista en un país cuya historia debería de servir como repelente de los odios presentes.