Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Un corto adiós

Durante casi un año, allá por el muy lejano 1965, Francia se mantuvo alejada de las instituciones europeas. Este episodio transcendental y poco recordado de la historia de la integración se conoce como la crisis de la silla vacía. Y de él, al cabo, Europa salió reforzada.

Con el compromiso de que no sean tantos los meses, y sin la alarma de llamarlo crisis, también yo voy a ausentarme por un tiempo. Será algo más que unas fugaces vacaciones y algo menos que un año sabático. Lo prometo.

Llenar el blog durante dos años de contenido (espero que interesante para todos, europeístas de corazón y euroescépticos de razón) no ha sido sencillo, pero sí grato. Haciendo repaso asumo que me ha quedado mucho por contar, explicar, denunciar o maravillarme.

Es una fuente de desazón para un perfeccionista, pero también un aliciente para regresar con más vigor. A pulir vicios y cubrir carencias dedicaré la próxima temporada hasta el regreso. Espero que para entonces aún sigáis aquí, que me ofrezcáis de nuevo la silla.

Muchas gracias por haberme leído, comentado, alabado y criticado (sobre todo lo primero y lo último: con lo primero se come, de lo segundo se aprende). Feliz agosto y hasta muy pronto.

 

 

 

 

Hacer que duren, dejarles espacio: los mejores comentarios de lectores sobre Grecia, europeísmo o democracia

(IMAGEN: Gtres)

(IMAGEN: Gtres)

Con frecuencia amigos y conocidos me dicen: «Sí, bueno, el blog no está mal, pero los comentarios… vaya tela». El contador interno de la plataforma da una cifra: 1598. Desde que hace casi dos años empezara el blog habré borrado un anémico puñado, no más de 50. Quizá menos de los que hubiera debido. En mi descargo diré que haber sido más vigilante y estricto con ellos me habría supuesto el doble de trabajo de lo que me lleva escribir semanalmente…

Lo cierto es que muchos de los miles de comentarios que hoy son visibles en los post son estupideces: barbaridades conspiranoicas sin pies ni cabeza; alusiones criminales, xenófobas, racistas; insultos hacia mi persona (o hacia otros comentaristas) que en la vida real darían para una década ininterrumpida de querellas; exabruptos cómicos, surrealistas, casi, casi siendo generoso graciosos.

También ha habido, y espero que esto no suene a despedida, comentarios brillantes, certeros, cultos y apasionados. Mucho más interesantes que los propios post que servían de lanzadera. Por desgracia, son un milagro, pero un milagro útil: demuestran que puede haber una conversación inteligente en la Red. No descubro nada con esto, lo sé. Como tampoco descubro nada si digo que el feedback más provechoso con los lectores se establece en redes sociales como Twitter.

Los comentarios del blog son, demasiadas veces, una sentina donde los insatisfechos depositan sus alegatos, sus fobias o su mala baba; con un estilo bastante pobre, por cierto. He vuelto a reeler los miles de comentarios. Considero de justicia rescatar los mejores*, los que sí aportan. He seleccionado ocho que, como dice la frase final de Las Ciudades invisibles de Italo Calvino, merece la pena hacer que duren: dejarles espacio.

(*No he modificado el contenido de ningún comentario, todo lo más, editado alguna errata, alguna mayúscula, cosas así)

Sobre el europeísmo:

Los politicos que gobiernan la nave europea, a menudo, por no decir siempre, no se dan cuenta que en muchas ocasiones las críticas que se realizan al proyecto europeo se hacen desde el más profundo europeísmo. Pero para ellos cualquier crítica es un ataque furibundo a Europa, sobretodo en los últimos tiempos. Es una pena, no se si darán cuenta que son ellos los que más están atacando al proyecto europeísta. Si son conscientes malo, si no lo son, casi que peor. (PELUS, 28/03/2015)

Sobre Grecia:

¿Seguro que fue solo Grecia la que engañó con sus cuentas? Porque si mal no recuerdo, en una importante firma financiera que asesoraba a Grecia en lo de sus cuentas para entrar en el euro trabajaba (y no como conserje, precisamente), el hoy Presidente del Banco Europeo, Mario Draghi.La Unión Europea, en el momento actual, es solo un montaje que le viene estupendamente al más fuerte de la pandilla, pero que no podía permitir que la cuna de la civilización europea como es Grecia, quedase fuera de la marca Europa, so pena de perder credibilidad. Aunque la credibilidad europea como tal “unión de países” está por los suelos, ya que en definitiva cada vez tiene más tintes de anexión que de unión. Además de que detallitos como que el Sr. Juncker, estafador confeso con sus acuerdos secretos con las multinanacionales en Luxemburgo, sea Presidente de la Comisión Europea con el férreo apoyo (imposición, dirían algunos), para nada ayuda a una Europa de todos y no solo de algunos. (FÉLIX, 25/02/2015)

Sobre ¿qué es Europa?:

Europa invertebrada, Ortega y Gasset trataba de vertebrar España a través de Europa. Los problemas planteados por la UE de la crisis son asombrosamente similares a los que diagnosticaba Ortega en su famoso libro. Parece que Europa se disgrega por las mismas “brechas históricas” que señalaba la “España invertebrada”. ¿Coincidencia…? no lo creo.¿Qué es Europa? -nos queda mucha tela que cortar-. (DOCTOR BERMEJO, 05/09/2013)

Sobre el lenguaje político:

Cuando se enmascara el lenguaje y las ideas con eufemismos lo único que se quiere reflejar es lo contrario de lo que se piensa. Palabras grandilocuentes para tiempos pobres. De eso en España sabemos últimamente mucho. (ANTONIO PÉREZ, 9/10/2013)

Sobre la inmigración:

Vivo en Lavapiés y puedo decir que el mejor sitio del mundo para criar un hijo, tengo dos y quieron que vean la diversidad del mundo: Racial, cultural, social… Es falso que haya inseguridad, no más que en otros barrios de Madrid, lo que hay es conciencia de lo que ocurre, de la realidad social que padecemos en toda su expresión, sin tapujos ni medias tintas. Lo penoso es que haya trabajadores que miren a los que han venido de fuera a ganarse la vida, como enemigos. Sólo os pondré un ejemplo: ¿Qué pensaríais si un trabajador alemán maltrata a uno de esos jóvenes españoles que han tenido que salir de nuestro país para labrarse un futuro? Sólo un perro hambriento disputaría un mendrugo a otro perro tan ambriento como él. A los hombres se nos suponen ideales más elevados, si nos va mal deberíamos buscar a los culpables en lugares enmoquetados y perfumados donde, por cierto se frotan las manos con el resurgir de estos partidos neonazis. Los trabajadores debemos estar unidos contra los capitalistas no contra los otros trabajadores. Miserable el que apedree a otro tan pobre comoe el. Héroe el que apedree al señorito que le insulta con su prepotencia. Pero para esto último hay que tener más huevos que para lo primero. (JORGE, 16/10/2013)

Sobre democracia y Estado de Bienestar:

Europa a sufrido dos grandes guerras y una guerra fría. Era la envidia del mundo porque creo un sistema llamado Estado de Bienestar. Sin emabargo, se relajarón los sistemas de control y aparecio la avaricia y codicia de sus dirigentes. La clave de ese estado de bienestar era una clase media pujante, emprendedora, que era y es la que paga todas las facturas. Unos iluminados crearón algo llamado globalización, lo que hizó bajar las rentas de estas clases medias y sobre todo precarizando su trabajo en nombre de algo pomposo llamado competitividad. Ahora bien, se deshizo el equilibrio que existía y todos nos engañamos a nosotros mismos con un orgía de crédito barato, lo que disimulaba esa bajada de poder aquisitivo. Ahora somos una sombra de lo que eramos, nos han vendido a un sistema injusto, pero lo gracioso es que quieren que sigamos comprando coches y casas, y sobre todo sufragar todos los impuestos. Porque los ricos no pagan, y lo pobres no pueden. Resulta que han matado a la gallina de los huevos de oro. Pero la gran culpa es de los europeos que hemos permitido todo esto, perdiendo nuestro poder democrático. Es así de sencillo…. (CARLOS, 06/11/2013)

Sobre el negacionismo:

Existe tanta información al respecto que es terrorífica. Lo de negarlo es porque alucinan, simplemente creen que con repetirlo mil veces conseguirán… pero cualquiera que haya leído, con la cantidad de bibliografía que hay al respecto (aquí has puesto muchos enlaces) sabe y buf, no es algo que le guste a nadie leer. Lo más fino que cuentan los libros basados en hechos reales no es del caso de exponer por lo cruel, despiadado, inhumano, bestial, no tengo más palabras porque me acabaría el diccionario y necesitaría palabras nuevas. Sorprende, debemos buscar los motivos de que nieguen el holocausto, probablemente serán motivos políticos basados en la ignorancia. (DARWIN, 25/11/2013)

Sobre el proyecto europeo:

Eso de las presidencias rotatorias es una pamplina que de poco sirve, más que para gastar unos dineros que no sobran. Si se quiere avanzar hace un modelo de Unión más real y menos artificiosa, deben tomar cada vez más importancia las instituciones europeas, el parlamento sobre todo. Y en base a él, hacer unas instituciones más fuertes y menos dependientes de los poderes locales de cada estado. Esos poderes estatales que se centren en sus competencias en sus propios países que bastante mal están, y para Europa, los ciudadanos ya votarán lo que quieren concretamente. Porque es más que probable que lo que representa un determinado partido política para sus electores locales, no es la mismo que represente en Europa, por lo que es más que probable, que un ciudadano vote a unos para lo local y otros para lo europeo (cosa que ya sucede aquí con los locales, autonómicas y nacionales), porque esos gobiernos estatales se sienten legitimados para hacer políticas europeas cuando no han sido votados para ello? (PELUS, 14/01/2014)

La generación del 89 quiere ‘tomar’ la UE

Pasión, regeneración, reforma, liderazgo, ímpetu, empoderamiento. Son los términos de los que se valen los jóvenes de Iniciativa Generación 89 para expresar el deseo de cambio en Europa. Cambio del que aspiran a ser los protagonistas.

Lanzaron su aldabonazo en marzo de este año, y cuentan con extraordinarios padrinos, como Timothy Garton Ash, quien encendió la mecha en un artículo. Son estudiantes de posgrado de la London School, lo que hace que el movimiento que lideran sea inequívocamente académico y elitista (sin tono peyorativo, eh).

La Iniciativa Generación 89, la generación postmuro, me ha recordado bastante a otra de la que ya os hablé en su día y que sigue nutriendo de buenas ideas e ilusión el proyecto europeo: CC/ Europa. Tienen muchos puntos en común, no solo el generacional, aunque quizá al microscopio se aísle alguna diferencia.

Iniciativa Generación 89, que ha abierto un canal de crowdfunding para recaudar fondos, tiene un punto de partida crítico con la Europa del último lustro. Su asunción de responsabilidad va en la línea de insuflar nueva vitalidad a la UE y adaptar las instituciones a los nuevos retos contemporáneos. Su intención es auspiciar un debate público transnacional.

El 25 de junio de este año tiene su puesta de largo en un ciclo de conferencias en el que participarán actores importantes de la cosa europea, desde políticos hasta representantes del sector privado. Se hablará de fiscalidad, de esfera pública, de politización, educación, etc. De ahí saldrá una documento con ocho propuestas concretas para la reforma de la UE.

Los seguiré de cerca y os traeré noticias suyas. Os dejo con el vídeo de lanzamiento con el que quieren recaudar fondos y dar una idea aproximada de sus intenciones:

Los votantes de Podemos, los más pesimistas sobre la Unión Europea

En lo económico, pesimistas; en lo europeo, también. Los votantes de Podemos son, según el último informe de Pew Research para Europa, los que dibujan un presente y un futuro más oscuros para la UE y España. En esta nueva encuesta de la empresa estadounidense destaca que la «fe en el proyecto europeo» se reaviva tras años de caída en picado y que, al mismo tiempo, el ascenso de partidos euroscépticos (Movimiento Cinco Estrellas en Italia) o ‘no tradicionales’ (ahí meten a Podemos) es considerado un hecho positivo para una amplia mayoría de ciudadanos.

Parece que la confianza en el proyecto europeo gana puntos en todos los países sondeados (Reino Unido, Francia, España, Italia, Alemania y Polonia), si bien, económicamente la creencia mayoritaria sigue siendo que la situación es mala o muy mala. Las diferencias entre países, como en pasadas encuestas, siguen siendo muy grandes. Así, el enorme optimismo económico de Alemania contrasta con el pesimismo total de Italia. Curiosamente, son los españoles los que consideran, en mayor medida, que la economía mejorará en los 12 meses próximos.

EU-Report-25

Además, y como viene siendo habitual en estos sondeos de Pew, el euro sigue como una creencia fuerte entre los ciudadanos (tanto en España, como en Alemania y Francia el deseo de permanecer en la moneda única supera el 70%, y solo en Italia está por debajo del 55%). Eso sí, al contrario que en pasadas ediciones del informe, en este de la primavera de 2015 no se tiene en cuenta Grecia, lo que por otro lado hubiera sido de desear.

Pero volviendo al principio, y en clave nacional, llama la atención que en todos los países encuestados (salvo en Francia), el surgimiento y el auge de formaciones euroscépticas o lo que Pew llama ‘no tradicionales’ se contemple como bueno para una amplia mayoría. Es muy complicado generalizar, pero que en Reino Unido el auge de formaciones como el UKIP sea considerado positivo debería mover a la reflexión. Lo mismo para el caso polaco y la Nueva Derecha y también para el alemán y el minoritario Alternativa para Alemania.

En España, quizá el dato más relevante es que Podemos se confirma como el partido favorito para los escépticos y pesimistas con la UE en España. En una comparativa post 24-M con otros cuatro partidos (PSOE, PP y Ciudadanos) los votantes de la formación de Pablo Iglesias son los que peor ven la situación económica (un 95% cree que es mala), los que más pesimistas son respecto a que la economía mejorará en el próximo año (un 34% lo cree) y los que tienen una visión menos favorable de la Unión en su conjunto. Eso sí, y aunque raspado, los votantes de Podemos prefieren el euro a una hipotética vuelta a la moneda nacional.

NOTA: Aquí, en inglés, podéis leer el informe, del que este post es un resumen.

Memoria histórica de dos velocidades

Francia revisa su propia mitología sobre la Resistencia con una exposición crítica en pleno París. Alemania, por su parte, recrea en una muestra en Berlín el arte patrio destruido por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. En contraste, en otros países europeos como Italia o España, el buen revisionismo histórico, la conjuración de los fantasmas de la memoria, ha progresado muy lentamente en los últimos años.

En este campo, el del pasado y sus reelaboraciones, también se impone una Europa de las dos velocidades (de tres, si incluimos a Rusia). Mientras unos asumen los tabúes del pasado y tratan de superarlos, otros prefieren no remover mucho la historia reciente, demasiado moralizada como para llegar a consensos, más preocupados quizá por este nuestro presente convulso que por aquella, ya lejana, historia dramática.

Merkel y Putin, en un acto en 2014 (EFE)

Merkel y Putin, en un acto conjunto en 2014 (EFE)

En este sentido, por ejemplo, suele ser habitual en España que los impulsos para revisar la memoria de la guerra civil y el franquismo (en algo tan sencillo y banal como la eliminación de la toponimia franquista) choquen con la indiferencia de muchos y la incomprensión de no pocos. «¡Pues anda que no hay cosas que mejorar en este país antes que eso!» suele ser el argumento, no por habitual menos erróneo, en este tipo de discusiones sobre las políticas de la memoria.

No es casualidad, pienso, que en los países más avanzados de Europa se haya alcanzado un consenso más honesto y profundo sobre los episodios oscuros del pasado. Entre otras virtudes, esta desconexión con lo peor de la historia de cada nación facilita que se asimilen con más inteligencia los profundos cambios del presente. Actuar, o pensar que el resto actúa en función de unos prejuicios históricos inmutables es un simplificación que entorpece mucho las cosas.

Viene todo esto a cuento del resultado de las elecciones municipales y autonómicas del 24M. Desde Europa, además de con cierto estupor o nerviosismo, los comicios se han interpretado fundamentalmente como un triunfo histórico de los indignados. Nosotros, los españoles, le hemos añadido a los hechos nuestras guindas épicas y nuestros apriorismos históricos. Que si un cambio tan transcendental como el de 1931. Que si el miedo a un nuevo frente popular o el cainismo secular español que todo lo entorpecerá…

Uno de los puntos del programa de Ahora Madrid para la capital es la eliminación de la simbología de la dictadura de calles y edificios públicos. Básicamente, cumplir con la ley de memoria histórica, que apenas se aplica en según que puntos. Ya se han escuchado voces críticas, que acusan a esta amalgama de partidos que seguramente gobierne Madrid de «reabrir heridas del pasado». Discrepo de estas críticas en la misma medida que discrepo de aquellos ufanamente convencidos de que la democracia solo la trajeron ellos, y exclusivamente ellos, a nuestro país.

El otro día comentaba que el resultado de los comicios nos sitúan por fin en el contexto europeo de pactos. También sería bueno que nos situara en el contexto de los países más avanzados en un tema tan espinoso como el de la memoria colectiva y sus trampas, como diría Todorov. Personalmente, me gustaría estar más del lado de Francia o Alemania, maduros ya por fin respecto a su pasado, que de Rusia, que lo usa como arma ofensiva (contra sí misma y contra ‘el otro’).

España se incorpora a la cultura política europea donde gobernar es pactar

Los muy malos ya hablan de «inestabilidad». Pero es que incluso los muy buenos desempolvan el pseudoargumento de la «tradición cainita» de España y alertan de que los resultados electorales del 24M pueden «incrementar las ya muy considerables tensiones sociales».

Unas más elaboradas que otras, pero todas falacias. Los pactos y las coaliciones no conducen necesariamente a la inestabilidad. Más bien al contrario. Y apelar a rasgos culturistas, al parecer eternos e inmutables de los españoles, es en nuestros días una opinión que no se sostiene empíricamente (por no decir algo peor).

IMAGEN: GTRES

IMAGEN: GTRES

Frente a ese pesimismo más sentimental que racional, un hecho: España se incorpora a la cultura política europea donde para gobernar hay que pactar. Nuestro país era hasta ahora una anormalidad en el contexto de la UE, donde las transacciones son la regla de oro habitual entre partidos. Donde pactar no es sinónimo de debilidad, sino de consenso y progreso fruto de la diversidad.

Lo escribía hace unos días en un magnífico artículo (Elogio de la fragmentación política) Víctor Lapuente: «El cambio tectónico de una política fundamentalmente bipartidista a otra multipartidista es en general una bendición. Sobre todo en tiempos de crisis, los Gobiernos débiles producen resultados más robustos. Son más reformistas, menos corruptos y más progresistas». Hay poco más que añadir a esto.

En Europa, como recordaba acertadamente ayer mismo el investigador Álvaro Imbernón, de los 28 Estados miembro, 23 de ellos están gobernados por una coalición. Creo que haríamos muy bien todos, periodistas y políticos, si en vez de echar la vista atrás y comparar los resultados del domingo con las elecciones del 31 que trajeron la Segunda República, asumimos que la pureza ideológica es un demérito caduco y anacrónico. Hay que aprender a ser Europa también en esto.

Dos ficciones sobre Europa: entre la dictadura fascista y el islam crepuscular

¿Qué es más probable, una ciudadanía activa, combativa, que luche por las injusticias que se cometen en Europa o un conjunto de individuos cínicos, marchitados en la torre de marfil de sus saberes, cansados de todo, incluso de la novedad, incluso de la revolución? Os hablo de libros menos de lo que me gustaría, así que aquí va un dos por uno. En apenas una semana he leído un par de novelas proyectadas sobre la Europa del futuro. No creo que sea casualidad.

Una —París 2041 (Ediciones B, 2015)— es una distopía situada en la Francia gobernada por un régimen neofascista. Un planteamiento orwelliano, donde el poder es omnímodo y las oportunidades para resistir, mínimas. La firma el vicedirector de Amazon Europa, Ezequiel Szafir. La otra, supongo que era de rigor que así fuera, es Sumisión (Anagrama, 2015), de Michel Houellebecq, más que una novela, un casi ensayo crepuscular. De ambas he escrito reseñas aquí y aquí, por lo que no voy a profundizar demasiado en las tramas ni en los detalles literarios.

Houellebecq, en una imagen reciente (EFE)

Michel Houellebecq, en una imagen reciente (EFE)

El punto de unión entre ambas es la Francia futura. Aunque con diferencias. Szafir plantea de partida un escenario donde un partido fascista, después de una nueva guerra, ha alcanzado el poder. Los musulmanes viven recluidos en un gueto y el orden social y político recuerda, salvando distancias tecnológicas, al del París de la Ocupación. En cambio Houellebecq, que sitúa la acción en un futuro más próximo (comicios de 2022), plantea una situación diferente, menos simbólicamente canónica. Un partido islamista moderado se juega en segunda vuelta alcanzar el Elíseo. Su rival, el Frente Nacional. Los musulmanes logran el poder gracias a la alianza con socialistas y la derecha moderada e imponen su credo.

Estas diferencias de planteamiento, empero, no son lo decisivo. Lo realmente significativo es que las dos novelas sugieren —y de alguna manera logran representar— las dos visiones sobre Europa que están hoy en conflicto. Por un lado, una visión optimista dentro del caos. Un punto de vista humanista, o que sigue creyendo en el humanismo, que en este caso vendría representado por Szafir. Él dibuja un continente negro, donde el nacionalismo y la exclusión son de nuevo las señas de identidad. Pero lo hace con una vocación pedagógica, con una intención clara de exorcizar los fantasmas que pudieran conducir, de nuevo, a aquella Europa. Aunque ambientada en el futuro, su hilo conductor viene marcado por el pasado, y hasta cierto punto por un pasado victorioso (la lucha contra el totalitarismo) que habría que invocar de nuevo.

En cambio, Houellebecq representa en su novela —y quizá en sí mismo, aunque eso ya se me escapa— la antítesis del optimismo utópico. En Sumisión no hay rastro de la fraternidad colectiva de la resistencia que tanto elogia Szafir para hacer renacer a Europa de sus cenizas. Hay, eso sí, mucho nihilismo, aceptación pasiva de los hechos consumados, decadentismo, individualismo erigido en la única certeza moral. La novela de Szafir parece escrita para ser leída como una advertencia; la de Houellebecq, como un escarmiento. Szafir cree en la civilización; Houellebecq la trasciende. Ambas posturas coexisten hoy en nuestra Europa de no ficción. Son fuerzas complementarias. Idealistas y realistas. Martin Schulz y David Cameron. Hay veces en que la suma de ficciones ofrecen la oportunidad de resumir, siendo un poco rimbombantes, el espíritu de la época, y tanto París 2041 como Sumisión se deben leer también de esta manera.

Shock británico en el Día de Europa

David Cameron roza la mayoría absoluta. Lo logre o no, es un grandísimo resultado. Gobernará, y con una holgada mayoría. El Partido Conservador británico no solo ha derrotado a los laboristas de Ed Miliband, quien ya está haciendo las maletas, sino también a las encuestas previas y al estado general de la opinión pública… continental.

El triunfo de Cameron es un dolor de cabeza para Bruselas. Las primeras reacciones entre los parlamentarios europeos, recogidas por Politico, expresan sorpresa y resignación. Sorpresa por unos resultados que pocos esperaban y resignación porque el temido Brexit está hoy mucho más cerca que ayer. Quedan dos años para el prometido referéndum, y nos vamos a hartar de debatir.

Cameron y Merkel en 2014.

Cameron y Merkel en 2014.

Escribía el a menudo perspicaz Timothy Garton Ash antes de las elecciones que estos comicios iban a ser profundamente europeos. Europeos, decía, por el escenario de pactos y alianzas que se proyectaba en el horizonte. El resultado ha borrado de un plumazo la posibilidad de asistir a ese juego de alianzas, pero no el carácter europeo de los comicios, aunque en un sentido perverso.

El nacionalismo a pesar de la derrota del derechista y eurófobo Nigel Farage (UKIP) ha ganado la partida en las islas, lo mismo que está haciendo en gran parte del continente. El egoísmo, en gran medida injusto, que se atribuye a los políticos y al electorado británicos no es muy diferente, en esencia, del que se acumula y difunde por Europa (Francia, Grecia, Hungría…). No hay excepción británica aquí.

El habitual ensimismamiento de Bruselas ante los hechos sobrevenidos no augura una respuesta contundente a la altura del reto. Quizá la velocidad, en un asunto tan complejo y con tantas aristas como las relaciones entre Reino Unido y la UE, no sea buena consejera, pero Europa necesita más que nunca moverse y disipar las dudas sobre el proyecto. El Día de Europa no ha empezado demasiado bien para casi nadie a este lado del canal.

Karen Mardanyan: «En España estamos dando ahora los pasos que los armenios dieron en Francia en los años veinte»

Su deseo era Francia, la gran tierra europea de acogida para el exilio armenio desde los años veinte del siglo pasado, pero las implacables leyes migratorias lo impidieron (*). Cruzaron entonces a España. Viajaban con un hijo recién nacido y poco dinero. Tuvieron fortuna, y aquí siguen viviendo, en un barrio de una localidad del sur de Madrid, desde hace dos décadas. Karen Mardanyan es fuerte, de tez morena, nariz ganchuda y rostro ancho y simétrico. «La gente me pregunta si soy ruso», bromea, «y yo les digo que no, soy armenio». Metaksya Petrosyan podría pasar por una mujer del Este. Es rubia, corpulenta, sonríe casi como pidiendo perdón y, aunque se une a nosotros sigilosamente y con la conversación avanzada, pronto alcanza un tono más sentimental que el de su marido.

Lo primero que hicieron Karen y Metaksya al poco de establecerse en España fue comprar una antena parabólica. Encienden la televisión. Un domingo por la tarde los canales armenios emiten la misma programación monótona que los españoles. Pero lo que llega a través de la pantalla una película de época, un programa de variedades sirve bien a la nostalgia. Además, contribuye a que sus hijos Hayk y Mikayel acostumbren el oído a la lengua y las tradiciones armenias.

Metaksya, segunda por la izquierda, de negro sosteniendo una pancarta en la marcha del pasado día 26 en Madrid.

Metaksya, segunda por la izquierda, de negro sosteniendo una pancarta en la marcha del pasado día 23 en Madrid.

El genocidio también contribuye a esta educación y a aquella nostalgia, y pronto la charla deriva hacia el tema. Karen es un almacén de cifras y de líneas fronterizas, que desgrana con paciencia y pedagogía. A Metaksya no le interesan tanto los datos. Confunde el nombre de los tratados o no le importan demasiado. Qué más da París que Sevrès. Todos conmemoran una sucesión de traiciones a su nación. Metaksya sigue desconfiando de los turcos. Lo expresa sin rubor. Hay una maldad intrínseca en ellos, asegura. Jamás podrá tener amigos turcos.

Tanto Karen como Metaksya sienten un orgullo indisimulado hacia su menguante pueblo, estabulado entre naciones poderosas («Si tuviéramos petróleo…»), de credos enfrentados y poblaciones herederas de aquellas que asesinaron a sus antepasados. Karen es ingeniero técnico. Estricta formación soviética, aunque con matices: en su colegio se permitía estudiar armenio sin problemas, siempre y cuando no se mencionara el genocidio. El genocidio era un tema tabú. Lo fue hasta la década de los ochenta. Entonces la URSS se desintegraba y ya no prestaba tanta atención a las peculiaridades de sus satélites. Armenia fue una de aquellas repúblicas caucásicas: insignificante en cuanto a población, pero privilegiada en lo geoestratégico. Había una central nuclear y buen regimiento militar del Ejército Rojo. El nacionalismo armenio resurgió en ese momento. Y con él los problemas, que Karen sufrió en primera persona.

En España Karen ha sido de todo hasta ser lo que es ahora: autónomo. Tiene una furgoneta y un par de ayudantes. Se dedican a arreglar maquinaria hidráulica. Con la ayuda de un amigo llegó a inventar una máquina elevadora. Pero el proyecto nació muerto: los chinos construían casi lo mismo y más barato. Ahora Karen, que preside una asociación de armenios en España, sueña con hacer tímidos pinitos en política. Este verano toda la familia se irá a Armenia. En verano, en Yerebán hace mucho calor, pero desde cualquier ventana se ven las cumbres nevadas del monte Ararat, cuna sagrada para el pueblo armenio y hoy propiedad turca. La mujer de Karen sueña todavía con que les sea devuelto. «Me conformaría casi con eso», dice. Karen en cambio sonríe y mira el mastodóntico atlas de Armenia extendido sobre la mesa, trufado de tratados incumplidos y fronteras imaginarias. La Historia no parece dispuesta a darles una segunda oportunidad.

Karen y Hayk, en la manifestación de Madrid.

Karen y Hayk en la misma manifestación.

No hace tanto tiempo del genocidio armenio. No es como aquellos viejos relatos bíblicos, paleocristianos, que se pierden en la bruma de los tiempos. Solo cien años. Turquía sigue sin reconocer que el origen de su Estado moderno está manchado con la sangre del primer asesinato étnico del siglo XX. Karen y Metaksya guardan historias.

El abuelo de Metaksya sobrevivió al genocidio gracias a que se disfrazó de mujer. No fue el único, aunque estos engaños efímeros no siempre servían para despistar a la muerte, que al final se las arreglaba para llegar a todos los pueblos. Por fases: primero los soldados, luego la inteligencia, más tarde los civiles, los niños. Y más. Los turcos arrancaban los fetos de las embarazadas, los degollaban en presencia de sus madres y luego acababan con ellas. Hay fotografías. Testimonios. Memorias. Karen y Metaksya guardan en papel casi todas.

Los armenios en España no son ni mucho menos una comunidad tan poderosa como en Estados Unidos, Francia o Argentina. Apenas hay descendientes de la diáspora. Casi todos, unos 20.000, la mayoría en Valencia y Barcelona, vinieron a España poco después de que Armenia se convirtiera en un país independiente. Karen vivió los años convulsos de la caída de la URSS. Había que construir un país y se puso a ellos con energía juvenil. Pero una década después, ya sin trabajo y sin esperanzas, se lanzó a la aventura. Por eso España. Como él, los armenios que viven en nuestro país aspiran al reconocimiento simbólico por el Estado de aquella masacre fundacional del siglo. En «cinco o diez años», calculan, «habrán construido un lobby poderoso «como para poder aspirar a que su pasado sea tratado como lo es en otros países. España sigue siendo un socio poderoso de Turquía y España no es Francia, por lo que una ley que condene la negación del genocidio armenio sería una quimera aquí. «En España estamos dando ahora los pasos que los armenios dieron en Francia en los años veinte», dice Karen.

Karen y Metaksya compran alcohol armenio por Internet, comentan la actualidad política armenia, exhiben el sempiterno óleo del Ararat en el recibidor de casa y de vez en cuando organizan fiestas con comida y bebida armenias. España es una especie de segunda tierra prometida, pero como dice Metaksya, su casa siempre estará allí. Los pueblos más bonitos, las vistas más alucinantes, los mejores melocotones, granadas y albaricoques, no como los de los mercados de Madrid, puntualiza, que saben a nada. Karen y Metaksya están felices en España. Un mismo credo, un clima similar, costumbres parecidas. Solo de vez en cuando Metaksya se enfada. Alguien le pregunta por su origen, y cuando contesta «Armenia», le responden con una ignorancia ofensiva: «¿Ah, entonces eres de África? ¿Musulmana?». Como muchos pueblos acostumbrados a la persecución, habituados a ir sobreviviendo mutilados, el armenio ha adquirido una conciencia elevada y trágica de su patriotismo.

(*) Este es el relato de una tarde de domingo del pasado mes de marzo que pasé en la casa de Karen y Metaksya. Gracias a su paciencia y generosidad aprendí mucho de Armenia y de los armenios que viven entre nosotros. Shat Shnorhakal em.

Imágenes: K.M.

¿Por qué ha de importarnos el genocidio armenio que ocurrió hace hoy 100 años?

Una familia armenia (foto cedida por J. A. Gurriarán).

Una familia armenia (foto cedida por J. A. Gurriarán).

Durante los últimos días esta pregunta ha sido mi monte Ararat: imposible fingir que no está ahí e improbable abordarla con éxito sin una larga preparación. Tras meses pensando en armenio, documentándome y entrevistando a armenios, debería de ser fácil de responder. Pero no lo es. No soy muy amigo de celebrar los aniversarios periodísticos. Desconfío de su esfericidad y de las excusas caprichosas con las que exhumamos, justo ahora, los pasados. Hay aniversarios complacientes, como el de la Primera Guerra Mundial: es que ya no están moralizados. Nadie lo siente ya como una acusación íntima cuando se escribe sobre aquel horror. Otras fechas, en cambio, siguen agriando la convivencia. Así el genocidio armenio.

Hace 100 años los jóvenes turcos ebrios de modernidad y de Europa masacraron a un millón y medio de armenios que vivían dentro del Imperio Otomano. La matanza, que se sabe programada más allá de toda duda fáctica, supuso el bautismo de sangre con el que Turquía entró en la Edad Contemporánea. El primer genocidio del siglo XX se perpetró muy cerquita de Yevroba (Europa), en el fragor de la Gran Guerra y ante la mirada atónita de los dignatarios extranjeros. Aunque sin la precisión quirúrgica del futuro Holocausto, el número de víctimas apabulla a la razón la mayoría murieron degollados o en inhumanos desplazamientos por el desierto y las fotografías que lo atestiguan constituyen una siniestra prefiguración de la Shoah.

No me voy a extender en detalles. He escrito este artículo en el periódico recordando casi todas las aristas del tema. Desde el hecho en sí, su contexto bélico, el debate historiográfico y jurídico, la memoria de la diáspora, el negacionismo turco, etc. Casualidad, o quizá síntoma de que la cuestión no es un tema enterrado, hace unas semanas el papa se refirió al genocidio por su nombre. Ha sido el primer pontífice de la historia en hacerlo. Quizá no es un detalle menor que Francisco sea argentino, el tercer país con la comunidad armenia más numerosa del mundo. Turquía ha reaccionado como suele reaccionar cuando algún actor de la comunidad internacional menciona el asunto: llamando a consultas al embajador. Reavivando el conflicto diplomático, vaya.

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Fosa común con armenios.

Volviendo a la pregunta inicial, y esbozando un amago de respuesta, os diré que el genocidio armenio importa, por encima de cualquier consideración geopolítica, porque hay personas, varios miles, cientos de miles, cuyas raíces familiares fueron destruidas por aquel crimen, y que todavía hoy se educan en comunidad recordando a sus muertos no honrados. La diáspora armenia, aunque haya quedado relegada a cierto olvido por el macabro éxito de la diáspora judía, contiene casi todos los ingredientes de su siglo y también del nuestro: limpieza étnica, deportaciones en masa, fanatismo religioso, persistencia de la memoria histórica, lucha por el reconocimiento de la verdad, olvido de Europa, sentimiento colectivo de pertenencia a un pueblo…

Aquí no termino. He escrito varios post que iré publicando durante esta semana y la próxima. A esta presentación (o justificación) de hoy se sumará una entrevista con una familia armenia que vive desde hace años en Madrid, un post sobre cultura armenia centrado principalmente en la figura y la obra del escritor William Saroyan y, para terminar, otra entrevista, esta vez con José Antonio Gurriarán, el periodista español que más sabe de Armenia. Espero que el menú, a falta de granadas y albaricoques que lo endulcen, sea de vuestro agrado.