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Contra las presidencias rotatorias en la Unión Europea… incluida la griega

Ya nos hemos acostumbrado a la terminología, que se repite puntualmente cada seis meses, y de alguna manera también a la normalización de algo que, quizá pensado fríamente, no debería de ser normal. Grecia ostentará durante este semestre la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. La presidencia más raquítica en cuanto a presupuesto, 50 millones de euros, para el Estado más famélico de la Unión. Pero esto no es lo realmente significativo ni paradógico.

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Los defensores de las presidencias rotatorias argumentan que este sistema permite a los miembros de la Unión influir en la toma de decisiones comunitarias, coordinar el trabajo entre los diferentes países y representar a los estados ante las instituciones europeas. Todo esto está muy bien en teoría, pero existen grietas. Las presidencias rotatorias son, siguiendo libremente el argumento de Luuk van Middlelaar que os presenté el otro día, el triunfo del discurso de los estados sobre los otros dos (el ciudadano y el de los despachos).

Se trata de un rito, una anomalía transformada en rutina cada seis meses. Con su pompa y su protocolo y sus reuniones periódicas. Una exhibición y un recuerdo del poder. El Estado, todos los estados de la UE, siguen ahí, tienen su mando en plaza, su parcela simbólica en la toma habitual de decisiones comunes. Las presidencias rotatorias son un anacronismo dentro del proceso de construcción europea. Una dinámica obsoleta que se sigue conservado por extrañas y muy poco prácticas razones.

Por eso las críticas a la presidencia griega, tanto las internas (Syriza ya la ha boicoteado) como las externas (desde el norte muchos consideran que un país como Grecia no puede llevar el timón justo en un momento clave para la UE, con las elecciones de mayo como plato fuerte) son baladís comparadas con la enmienda a la totalidad que supondría pretender el fin de esta innecesaria formalidad aceptada mansamente por casi todos.

Tres discursos europeos: el de los ciudadanos, los despachos y los estados

Tengo a medio leer el que, dicen, y doy fe, es uno de los ensayos sobre Europa más inteligentes y clarividentes del presente (tan poco sobrado de inteligencia y tan turbio). Se trata de El paso hacia Europa (Galaxia Gutenberg, 2013), del historiador y politólogo Luuk van Middelaar (aquí, una entrevista con el autor y aquí una reseña de la obra).

Van Middelaar no es un outsider, en el sentido de que no es crítico de la Unión Europea que habla desde fuera de las murallas. Más bien al contrario. Este holandés, premiado con el galardón de ensayo de la UE, trabaja actualmente mano a mano con el que todavía es el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, a quien ayuda a escribir muchos de sus discursos.

Luuk van Middlelaar ( Twitter: @LuukvMiddelaar)

Luuk van Middlelaar ( Twitter: @LuukvMiddelaar)

El libro da para una crítica y explicación mucho más extensa, en la que hoy no me voy a entretener, pero que sí tengo en mente para cuando lo termine de leer. Hoy simplemente os traigo un aperitivo. Van Middelaar da mucha importancia al discurso, al discurso del poder en un sentido foucaultiano (no hay referencias concretas, pero algunas de sus argumentaciones me recuerdan a El orden del discurso, una de obras más salvables del filósofo francés).

Huyendo de lo que él llama la «lógica binaria de los artículos de opinión», Van Middlelaar se encara con la historia y el presente de Europa de una forma peculiar. Adelanta, además, que a la Unión no le espera ninguno de los dos destinos más comúnmente en boga: para nada habrá una revolución, puesto que Europa es «paciente», y tampoco se disolverá, «porque es tozuda». Así pues, para el autor, la UE es un proyecto en construcción permanente, que continuará y continuará… (algo que en este blog he tratado de justificar de diferentes maneras).

Van Middlelaar, para enlazar con el título del post de hoy, parte de un análisis de los tres discursos predominantes que se pueden aislar cuando se habla de política europea: por un lado, el discurso de la «Europa de los Estados«, por otro el de «la Europa de los ciudadanos» y, por último, «el de la Europa de los despachos». Los tres equivalen, grosso modo, a tres formas de organización política: el confederalismo, el federalismo y el funcionalismo.

Esos tres discursos han tenido, desde los años cincuenta del siglo pasado, diferentes acoples y mayor o menor preeminencia dependiendo del momento. El discurso de los despachos, por ejemplo, sería el discurso de Bruselas, de la burocracia. Un discurso que prima la eficacia y el trabajo soterrado por encima de la vida política, que considera ineficaz. Pero a este discurso, que hoy podría ser considerado tecnocrático o dominante, se contrapone al discurso de los Estados. Los Estados no se oponen a Europa, sino que quieren cooperar entre sí, sin diluirse, sin perder la soberanía para —juntos, pero no demasiados revueltos— «apuntalar la unidad Europea».

Por último, de esta terna, quedaría por hablar de los ciudadanos. De alguna manera este es el discurso mediáticamente más favorecedor. Es el discurso, por ejemplo, del Parlamento Europeo (aquí un bueno ejemplo de cómo se legitima filosóficamente esta institución de cara al exterior). Según Middlelaar, este también es el discurso de los intelectuales, tipo Habermas o Enzensberger (los nombres los pongo yo). Es un discurso cultural y también político, de neta vocación federalista. Su legitimidad, dice el autor, descansa sobre «un electorado europeo».

Esta forma de acercarse al ruido europeo, aunque pudiera parecer en un primer momento densa o demasiado técncia, es muy útil y lúcida. Y como prueba de su utilidad más allá de la teoría, las próximas elecciones europeas, donde los tres discursos lucharán a buen seguro entre sí para anteponer su particular visión de la Unión Europa. ¿Quién ganará?

Curiosidades del último Eurobarómetro: la fe en China, los Estados ganan terreno y los hombres son más optimistas

Hace unos días se publicó la segunda parte del Eurobarómetro A un año de las elecciones europeas, la encuesta encargada por el Parlamento Europeo que analiza la percepción que los ciudadanos tienen de cuestiones relacionadas con el estado de la unión, como las reacciones ante la crisis económica, el papel del euro, la reforma del sistema bancario o las prioridades del presupuesto de la UE.

De cada uno de los puntos –he mencionado solo algunos– saldría material suficiente para publicar un post jugoso, pero soy consciente de que las estadísticas alejan. Es una apreciación personal, pero desde hace ya tiempo tengo la sensación de que las estadísticas más que aportar una visión simplificada del mundo lo oscurecen todavía más. Y creo que no soy el único.

Aún así, y como esto es un blog sobre Europa y la naturaleza de Europa, exagerando un poco, es en un 90% estadística, comentaré los aspectos que más me han llamado la atención, que son tres: la confianza en el ascenso imparable de China, el empate entre los gobiernos nacionales y la UE en relación con la eficacia para afrontar la crisis y el mayor optimismo –no sé si será el término apropiado– paneuropeo de los hombres en comparación con las mujeres.

El ascenso imparable de China

china

En el horizonte de 2025, los europeos tienen clara una cosa: China. Tres de cada cuatro ciudadanos (un 73%) cree que el país asiático será para entonces la primera potencia económica. Un 51% considera que será EE UU y solo un 24% piensa que ese título será para la UE. Los franceses (un 80%), los alemanes (también un 80%) y los daneses (un 90%) son los que más confían en China. España está en la media (un 73%) con relación a la superioridad económica china para dentro de una década, pero por debajo de la media (un 15%) en la creencia en las posibilidades de Europa de regir el contexto económico futuro.

Los gobiernos nacionales casi igualan a la UE

banderas

Otra conclusión estadística que me ha llamado la atención es la que se refiere a qué actor está en mejores condiciones para responder eficazmente a la crisis económica y sus consecuencias. El resultado de esta pregunta es un casi empate entre los que consideran que son los Estados los mejor preparados para afrontar este desafío y los que creen que es el conjunto de la UE: en el primer caso es un 21%; en el segundo, un 22%. Hace un año la diferencia era de 3 puntos porcentuales a favor de las instituciones comunitarias (23%) y en detrimento de los Estados (20%).

Los hombres, más conformes con Europa

trabajadores

Una de las constantes estadísticas más curiosas (no sé en qué medida relevante) es la que muestra un mayor porcentaje de satisfacción con la UE entre los hombres que entre las mujeres. Así, un 52% de los europeos son favorables a que se tomen medidas coordinadas frente a la crisis (por un 49% de las europeas). Además, un 42% de los hombres están satisfechos con los presupuestos europeos, si bien esta visión positiva de las cuentas comunitarias no llega al 40% entre las mujeres (un 37%). Además, la percepción de que el euro ha atenuado los efectos nocivos de la crisis también es mayor entre europeos (un 41% frente a un 35%).