Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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«Hay que aprender algo del discurso euroescéptico… o al menos escucharlo»

Llevaba tiempo fastidiado, rechazando acudir a coloquios, unas veces por falta de tiempo libre o tras por imposibilidad laboral. Pero el lunes estuve, invitado por el European Council on Foreign Relations, de oyente (no participé en el debate: siempre huyo cuando llega lo mejor) en unas charlas sobre el único tema posible de aquí al mes de mayo: las elecciones europeas.

Los ponentes del acto, Piort Buras y José Ignacio Torreblanca, directores respectivamente del ECFR de Varsovia y de Madrid, estuvieron moderados por la subdirectora de El País Berna G. Harbour. Pese a la brevedad, la hora larga que estuve allí, en la sede en Madrid del Parlamento Europeo, fue de lo más interesante y profundo que he escuchado estos últimos meses.

Torreblanca habló del más que probable problema de la falta de participación, del auge del euroescepticismo, de los dos enfrentamientos que dividen a Europa (el de los ciudadanos contra las élites y el del centro contra la periferia). Por su parte, la intervención de Buras estuvo más centrada en Polonia, en sus paradojas como país miembro (su alineamiento con Alemania durante la crisis, su relativa buena salud económica) y su futuro como país candidato a la Eurozona.

Marine Le Pen, durante un mitin reciente (EFE)

Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés, durante un mitin reciente (EFE)

«¿Quién manda en la UE?». Fue la pregunta inicial de Torreblanca, que él mismo se respondió poco después: «No sabemos dónde está el poder actualmente». Hay un poder diluído, que trata de emitar en alguna forma a la retórica simbólica estadounidense, pero que al mismo tiempo no termina de articular un funcionamiento engrasado de las instituciones. Un problema, porque como aseguró Torreblanca, «el próximo parlamento, pese a los esfuerzos, podría no tener la fuerza política que algunos esperan y otros demandan».

Así pues, por un lado, falta de articulación política eficaz y, por otro, brechas visibles que afectan a cómo los ciudadanos perciben las instituciones («La gente está enfadada tanto con las instituciones cercanas, ayuntamientos, como las más lejanas, PE o Comisión) y cómo los propios estados miembros se han dividido en intereses contrapuestos («Las alineaciones, con la crisis, vuelven a ser nacionales«).

Todo lo anterior lleva a pensar, como argumentaron ambos ponentes, que hay algo que los eurófilos estamos haciendo mal… y que los euroescépticos hacen bien. Estos últimos, dijo Torreblanca, «conectan mejor con la sociedad gracias a sus mensajes simples y directos«. Los europeístas están de acuerdo en muchas cosas, básicamente en que europa debe ser más, pero sobre todo, mejor. Los euroescépticos solo quieren ir a Europa a destruirla, «aunque paradójicamente esa Europa les representa mejor y con más proporcionalidad que sus propios Estados».

La intervención de Buras, aunque muy interesante también, fue un pelín más técnica, amén de que estuvo bastante centrada en las particularidades de su país (es un buen ejercicio comparar España y Polonia, porque de esa comparación pueden salir conclusiones fecundas). Del parlamento de Buras me quedó con dos ideas. La de «revolución silenciosa», que engloba la atomización del poder europeo, la tecnocracia y el «nuevo intergubernalismo» y la del dualismo «fuera/dentro», que marca la interacción entre los países miembros que tienen moneda común y los que no.

Temas para reflexionar en voz alta:

  • Paradojas españolas vs paradojas polacas: ciudadanía y europeísmo.
  • ¿Cómo es la naturaleza política y social de los nuevos euroescépticos?
  • Los programas espejo de los partidos políticos mayoritarios para las elecciones

La Unión Europea es una ilusión que los países del sur conjugan solo en pasado

Es decir: casi una desilusión. Desengaño espiritual y fractura ideológica. Dos ingredientes que combinados pueden resultar deletéreos para el proyecto de integración. Este es, a vuela pluma, el diagnóstico de una parte de la élite académica europeísta que el pasado martes se reunió en la sede en Madrid del European Council on Foreign Relation (ECFR) para debatir sobre lo que queda del sur de Europa y presentar el renacer de East, una revista italiana de vocación continental.

Gracias a la amable invitación de @josepiquerm pude asistir —¡y sin pertenecer a la élite!— a este chequeo razonado (y razonable) del enfermo, que sirvió ante todo para diagnosticar con precisión y algo menos de urgencia de lo habitual los males presentes. Fue Andrés Ortega, miembro del consejo del ECFR, el que más se acercó a una explicación última de lo que sucede hoy cuando afirmó que los países del sur del Europa «asumen políticas, pero que no las crean» (somos —precisó— decision takers, no decision makers).

La bandera de la UE y la de Grecia, en la acrópolis de Atenas (ARCHIVO 20MINUTOS)

La bandera de la UE y la de Grecia, en la acrópolis de Atenas (ARCHIVO 20MINUTOS)

«El error de base ha sido no construir una Europa del sur», razonó Ortega, para quien actualmente existen dos divergencias en Europa: la económica y la política. Esta última es la principal, aunque mediáticamente pueda ser la menos visible. Los países del sur confían menos que los del norte en sus propias instituciones, lo que genera todavía más desconfianza hacia las instituciones supranacionales de la UE y repercute en lo que José Ignacio Torreblanca, director del ECFR y presente en el debate, llamó «falta de articulación de la propia integración».

El otro mal presente, más difuso pero aún así perceptible, es la falta de ilusiones realmente embriagadoras. La UE no es que ya no las genere, sino que no consigue renovar las ilusiones del pasado, actualizarlas. En este sentido Giuseppe Scognamiglio, diplomático italiano y vicepresidente de East, resumió breve y diacrónicamene el asunto.

Hasta 1992 la ilusión de los europeos era Maastricht; luego vino la ilusión del euro y, posteriormente, la de la gran ampliación hacia el este. ¿Y ahora? Para Scognamilio Europa vive únicamente de «ilusiones técnicas que no calientan los corazones». Si a esto se le añade, en su opinión, la falta de líderes que estén a la altura que los tiempos demandan, el resultado lógico es esa sensación tan extendida de estancamiento y déficit democrático.

El debate, en el que además de los mencionados tomaron la palabra investigadores y periodistas, también sirvió para poner sobre la mesa los principales asuntos de actualidad europea, como la supremacía perezosa de Alemania, los presupuestos generales, aprobados finalmente esta pasada semana, los comicios de 2014 y la elección directa de candidatos a la CE, todo un hito que emana del Tratado de Lisboa.

Aunque como conclusión diré que no hubo conclusiones, me guardo para un futuro post una reflexión entre pesimista e indulgente, y que no es la primera vez que la escucho en contextos similares: El problema de Europa no es un problema de ideas, la élite europea produce muchas ideas magníficas, simplemente sucede que la gente está a otra cosa.