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Jaume Vallcorba, una educación europea

Lo mío con Acantilado fue amor a primera lectura, aunque luego pasó bastante tiempo antes de atreverme a comprar una de sus ediciones. Las miraba, las deseaba, pero a mi huraña condición de maniático ahorrador (porque euros para libros sí tenía, para fundar una editorial no, pero para libros sí) le dolía gastarse un dineral en cada uno de aquellos volúmenes primorosos. Después lo he racionalizado diciéndome que quería posponer el momento.

Dos títulos de Acantilado que andan por casa. (N.S).

Dos títulos de Acantilado que andan por casa. (N.S).

Era falso: por aquel entonces los sacaba y leía de la biblioteca, algo ajados y ya profanado ese papel color hueso que tanto placer da aprisionar. En fin, que tardé bastante en tener mi primer Acantilado (¡afán de posesión!), pero cuando llegó –La filial del infierno en la tierra, qué maravilla– ya no paré… hasta llegar a pensar, con cierta satisfacción, que trabajaba únicamente para poder comprar los libros editados por Jaume Vallcorba.

Porque mi educación europea, mi cortísima erudición, le debe casi todo a los autores que Vallcorba publicaba y que ya no hará más. Me alegra observar que es un pensamiento común, que no estoy solo. He leído homenajes agradecidos que destacan en este hecho: los libros de Acantilado nos abrieron a lo mejor de la república de las letras que ha dado nuestro continente en 500 años. Así lo escribe, por ejemplo, Ramón González Férriz en su cariñoso elogio del finado en Letras Libres, y así lo afirmo también yo, aunque sea algo peor y algo más tarde.

¿No sabéis por dónde empezar y queréis una selección de libros? Os daré la mía, aunque itinerarios haya tantos como lectores. A todos los Joseph Roth, claro, y a todos los Zweig, por supuesto, añado un poquito de Danilo Kis, otro poquito de Montaigne (un mucho, en realidad), otra cucharada de Philippe Ariès, Tucholsky (la cita que encabeza el blog la extraje de un compendio de sus crónicas), Fumaroli, Schnitzler o Zbigniew Herbert. Ensayo, novela, poesía. A todos ellos, y a muchos más, los leí con una emoción inédita y guardo su forma y su fondo como un tesoro íntimo. Aunque ya lo dicho, lo estupendo, lo que más reconforta, es saber que no soy el único.

A Santos Segurado, que tanto los habría disfrutado.