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La ideología del ‘putinismo’: del KGB al capitalismo fuera de la democracia

De Anne Applebaum estoy estos días leyendo El Telón de Acero: La destrucción de la Europa del Este (Debate, 2014), un libro soberbio, minucioso y del que espero traeros en breve una reseña, dado que es una pieza clave para conocer el pasado del continente y, además, entronca de algún modo con nuestro presente, y más estos días.

El caso es que de la misma autora, que es periodista, premio Pulitzer e investigadora de la London School of Economics, acabo de leer un artículo en el que disecciona con agudeza la biografía política de Vladímir Putin, desde ese extraño magnetismo oscurantista que le rodea —y que tan caro era de los dirigentes de la URSS— a su visión del orden, la vigilancia y la retórica democrática occidental.

De sus mentores en la KGB, en especial de Yuri Andrópov —que dirigió la policía secreta rusa durante 15 años—  Putin aprendió, dice Applebaum, «el orden y la disciplina», cierto sentido de la modernización, pero no de la democracia. Matiza Applebaum que esto no quiere decir que Putin, pese a la deliberada deformación del pasado soviético que suele acometer, quiera regresar a la Unión Soviética y sin más.

Putin, tomando un refresco en Sochi (EFE).

Putin, tomando un refresco en Sochi (EFE).

Pero sí que Putin, en su afán por controlarlo todo, o casi todo, tiene aversión hacia los principios democráticos (en especial la libertad de prensa) y la sociedad civil. Dice Applebaum que para él, a cualquier oponente político lo considera un «siniestro agente de los poderes extranjeros». Una retórica de la Guerra Fría que estos días parece haber tenido una vía de continuidad con su política militar, tan del siglo pasado.

Cuando los occidentales, dicen Applebaum, trata de calificar el sistema que ha ido confeccionando Putin en sus años de poder —la investigadora dice que podría permanecer en el Kremlin hasta 2025: un cuarto de siglo gobernando Rusia— hablan de «democracia dirigida» o de «capitalismo corporativo» o, en cualquier caso, una mezcla de los dos anteriores. Ella lo prefiere llamar, simplemente, ‘putinismo’.

El ‘putinismo’ se caracterizaría por el control exhaustivo de los procesos electorales (en Rusia, dice, «no hay candidatos accidentales»), la creación de falsos partidos de oposición, el diseño de think tanks antioccidentales con bastantes similitudes con las antiguas organizaciones soviéticas y el recurso a la ‘targeted violence’ para aquellos casos de opositores o periodistas que se pasan de la raya, como sucedió con la gran Anna Politkovskaya, cuyo Diario ruso os recomiendo leer.

Por otro lado, internamente, Putin busca la legitimación del pueblo ruso en la crítica de la retórica occidental, en especial la de los derechos humanos estadounidenses y Europeos, el revisionismo histórico en las escuelas y cierta dosis de nostalgia del comunismo (El comunismo era estable y seguro; el post-comunismo ha sido el desastre: un argumento que se puede escrutar muy bien en Limónov, la novela o lo que sea de mi admirado Emmanuel Carrère).

Por último, Anne Applebaum habla de la falta de ‘soft power’ de la Rusia de Putin. Lo que es cierto solo a medias, en el sentido de que, como dice ella, «la corrupción del estilo del putinismo» es una forma extendida de entender la relación entre el capitalismo, la democracia y el presente complejo de la política que otros países, en Asia central sin ir más lejos, también practican.