Durante casi un año, allá por el muy lejano 1965, Francia se mantuvo alejada de las instituciones europeas. Este episodio transcendental y poco recordado de la historia de la integración se conoce como la crisis de la silla vacía. Y de él, al cabo, Europa salió reforzada.
Con el compromiso de que no sean tantos los meses, y sin la alarma de llamarlo crisis, también yo voy a ausentarme por un tiempo. Será algo más que unas fugaces vacaciones y algo menos que un año sabático. Lo prometo.
Llenar el blog durante dos años de contenido (espero que interesante para todos, europeístas de corazón y euroescépticos de razón) no ha sido sencillo, pero sí grato. Haciendo repaso asumo que me ha quedado mucho por contar, explicar, denunciar o maravillarme.
Es una fuente de desazón para un perfeccionista, pero también un aliciente para regresar con más vigor. A pulir vicios y cubrir carencias dedicaré la próxima temporada hasta el regreso. Espero que para entonces aún sigáis aquí, que me ofrezcáis de nuevo la silla.
Muchas gracias por haberme leído, comentado, alabado y criticado (sobre todo lo primero y lo último: con lo primero se come, de lo segundo se aprende). Feliz agosto y hasta muy pronto.