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El legado de Barroso y la alargada sombra de Jacques Delors

Jose Manuel Durao Barroso ya es, junto con Jacques Delors, el presidente que más tiempo ha permanecido al frente de la Comisión Europea. Diez años, dos legislaturas. El tercero en discordia fue Walter Hallstein, de quien hace unos meses os hablé a propósito de su libro La Europa inacabada, y que además fue el primero de todos.

No sé cómo tratará la Historia a Barroso. A Delors le ha ido bastante bien. Barroso, con una presidencia tanto o más agitada que la del socialista francés, quizá lo tenga más complicado para ser recordado con amabilidad. Los años de presidencia de Delors fueron años triunfales para Europa. El fin de la guerra fría, la unificación alemana, Maastricht. Una década donde el sentimiento europeísta ganó fuerza en todo el continente.

Barroso, durante una rueda de prensa de la CE (foto: EFE)

Barroso, durante una rueda de prensa de la CE (foto: EFE)

En cambio, la comisión Barroso, que acaba de decir adiós a Bruselas, ha lidiado con tantos frentes, y tan diversos, que la imagen que queda de ella –y que tiene no poco de injusta– es la de un organismo superado por la magnitud de la crisis, a merced de los gobiernos nacionales y obsesionada por la austeridad. Europa ha salvado estos años varios matchball. El primero fue, a comienzos de la primera legislatura del político portugués, el fracaso de la Constitución. El segundo, la salvación del euro (y por lo tanto del proyecto europeo).

Delors navegó en su día con el viento a favor. No tenía que preocuparse por rescatar nada, sino por crear, diseñar, avanzar en lo ya existente (la unión monetaria, sin ir más lejos). En cambio Barroso ha tenido la suerte (mala) de tener que, siguiendo con las metáforas deportivas, emplearse en despejar balones, en evitar la destrucción de lo que había, en contener la sangría… Y así es muy difícil contentar a nadie. La zona euro no se ha roto, y para algunos, retrospectivamente, lo natural era que no se rompiese.

La CE ha sido, durante estos años de crisis, la institución peor valorada por los ciudadanos. La que peor prensa ha tenido (aunque también, en parte, injustamente). Barroso es para muchos el paradigma de político gris y calculador, burocratizado. Quizá el problema reside en que Barroso, aun siendo el presidente de un organismo ejecutivo, ha sido visto más como un escrupuloso gestor (para algunos un vocero) que como un político. Hacía políticas, pero no política.

Si además resulta que Delors gozaba de carisma y de cierto halo grandeza (el desprestigio de y hacia los políticos no era entonces la norma: tampoco en Europa), la comparación con Barroso resulta bastante cruel. Barroso, un estudiante brillante durante su juventud, formado ideológicamente en el maoísmo, ha sido paradójicamente el conductor tecnocrático de rescates financieros, planes de ayuda y supervisiones bancarias. Un papel muy poco amable, más aún en la agriada era del euroescepticismo.