Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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¿Por qué no una asignatura de Historia de Europa en los programas escolares?

En su Segunda Intempestiva, Nietzsche contrapone el sentido histórico, que mata la vida, con la capacidad de olvido (lo no histórico), inherente al hombre y que eleva su ser vital. Con lo que ha pasado estos días a propósito del fallecimiento de Suárez, algunas chuscas metáforas amnésicas comparando su enfermedad con la cultura de la CT y simplificaciones un tanto gruesas, estoy por darle la razón al solitario de Sils-María.

Pero tranquilos, esto no pretende ser un obituario más de Suárez (los ha habido lamentables, como este de Luis García Montero, pero también justos, preciosos e inteligentes) y la Transición, sino un comentario al hilo de la enseñanza educativa de la Historia. Porque, si todos –y yo lo recuerdo– estudiamos La Transición como un hito y le dedicamos horas y horas de aprendizaje, no sucedió lo mismo con la historia reciente de Europa.

Un aula de Instituto de Educación Secundaria, en una imagen de archivo

Un aula de Instituto de Educación Secundaria, en una imagen de archivo

En los programas escolares, la historia de la integración es una historia hasta cierto punto ajena. Sí, se hace mención a los principales acontecimientos del último medio siglo y a cómo España se incorpora a la CEE, pero se hace desde la lejanía profiláctica de una historia que no es propia. A los escolares se les introduce en el relato europeo igual que en el relato de la Secesión americana: sin polemizar.

La prueba de ello es que, al contrario que sucede con determinados episodios de nuestra historia como país (la guerra civil, la misma Transición de franquismo a la democracia), no ha habido un debate, ni lo hay, sobre cómo enseñar la historia de Europa… lo que en España se traduce en que a nadie le importa la manera en que se haga. La UE sigue siendo un ítem ajeno en los libros de texto porque se explica como un añadido, no como el núcleo (y el futuro) de nuestra historia.

No sé de qué forma se podría revertir esta situación, afortunadamente no soy un pedagogo, profesión de riesgo, pero quizá la mejor fuera la más drástica: introducir directamente una asignatura que llevase por título ‘Historia de Europa’ e incluir en ella, como un apartado más, la reciente historia de España (o de Italia o de Alemania…). Hoy, mientras tanto, en los programas educativos Europa sigue estando considerada una historia en fragmentos.

Las nuevas fronteras de Radio Europa Libre

Creo haberos hablado ya, durante estos meses, de varios proyectos europeos, unos más jóvenes, otros de larga tradición europeísta, que a su modo completan el fresco de los que es Europa, su inquieta sociedad civil y su historia reciente. Hoy vuelvo a la tarea con Radio Europa Libre, que no solo sigue emitiendo después de más de medio siglo, sino que estos días, con la crisis ucraniana, ha vuelto a cobrar relevancia.

Radio Europea Libre os sonará, seguramente, a Guerra Fría. Y así es. Fue la emisora de radio, que financiada con fondos de la CIA y el Gobierno de EE UU, llevó la propaganda anticomunista (¡y la perversa música occidental!) al otro lado del Telón de Acero, tanto a la URSS como a sus países satélites. Como tal, Radio Europa Libre es parte de la historia de la Europa dividida en dos bloques, pero a diferencia de hitos vergonzosos como el Muro de Berlín, sigue existiendo, aunque en parte reinventada.

Los antiguos estudios centrales de REL, en Munich, en los años ochenta.

Los antiguos estudios centrales de REL, en Munich, en los años ochenta.

Su principal misión, como ellos mismos fundamentan hoy, es la de «promover los valores democráticos» a través de la información periodística en países donde no existe aún libertad de prensa o donde esta sigue siendo un derecho con frecuencia cercenado. «El primer requisito de la democracia es una ciudadanía bien informada«, dicen. Yo no tengo nada que objetar, es más, estoy de acuerdo, aunque a algunos esto les suene a vil imperialismo yanqui.

Radio Europa Libre, o Radio Libertad, contribuyó ya en las décadas de los 70 y 80 –por supuesto mucho más que el Papa Juan Pablo II y que Margaret Thatcher– al fin del comunismo en Polonia y en la República Checa. Este peculiar medio de comunicación, que sufrió atentados con bomba y demasiadas críticas injustas del propio occidente, está asociado ya para siempre a personalidades ilustres como las de Lech Walesa o Vaclav Havel.

Hoy, pese a las apariencias, el mundo es bien diferente, pero Radio Europa Libre sigue emitiendo; lo hace para 21 países, entre ellos Afganistán, Pakistán, Irán o Irak. Como se puede apreciar, sus prioridades –que también son las de la Secretaría de Estado de EE UU, que sigue financiándola– han variado geográfica y culturalmente.

La radio sigue presente en algunos de los países del antiguo bloque soviético –basta leer el despliegue mediático sobre Ucrania–, pero ha ampliado su radio de acción a oriente próximo y Asia central. En Europa misma sigue presente en regiones de pasado reciente turbulento como Kosovo, Macedonia, Serbia y Bosnia. La CIA no me paga por ello, pero os animo a que le echéis un vistazo.

La geopolítica y los clichés: el ‘caso Ucrania’

Con todo lo de la movida ucraniana (que diría mi compañero Víctor Navarro) están proliferando los expertos en geopolítica como si fueran níscalos cuando llega el otoño. Muchos tocan de oído, otros simplemente se equivocan o exageran. Pero hay una modalidad más refinada: la de los que hablan sin saber, pero como si supieran.

Freddy Gray, periodista de The Spectator, ha recopilado diez clichés sobre esta crisis política que te harán quedar —a ti, periodista, o a ti, comentarista televisivo— como un informado especialista en relaciones internacionales. El post, que descubrí gracias a un tuit del entrañable Javier García Toni,  me hizo mucha gracia, porque hasta yo he usado, quién no, alguna de estas frases vacuas y totalmente mistificadas para salir del paso.

Soldados ucranianos. (EFE)

Soldados ucranianos. (EFE)

«Es demasiado simplista pensar en término de ‘este’ y ‘oeste’ es un mundo multipolar»; «A lo que asistimos aquí es aun retorno de la geografía»; «Los ortodoxos tienen una forma diferente de mirar estas cosas»… Son algunos de los cutres argumentos de autoridad que se han elaborado sobre el conflicto. Pero el cliché más certero, y por desgracia más usado —he leído artículos de opinión de esta naturaleza en la prensa española— es el que acude a la siempre socorrida, aunque inexacta, analogía histórica.

Estamos ante el retorno de la guerra fría, de la política de bloques. Europa, pergeñando un anacronismo de cien años, está al borde de un conflicto que, como el de los Balcanes en 1914, produciría una reacción en cadena similar a la de entonces. Nada de esto me lo estoy inventado. Está escrito. Como también está escrito que todo esto está ocurriendo, otro cliché, porque Europa (y EE UU) han olvidado que el tablero mundial no es un pacífico juego posmoderno, sino un lugar cruelmente hobbesiano, de choque constante de fuerzas. En fin.

Muchas veces los politólogos, como los sociólogos o los economistas, se equivocan. La mal llamada Primavera Árabe, por ejemplo. O la crisis económica, que ya es un lugar común del fracaso de los sabios. Hay variables que son muy difíciles de predecir, y analizar lo que está pasando —mientras está pasando— tiene sus riesgos. Personalmente, creo que hay un exceso de análisis, una inundación de porqués que acaba por sepultar a los hechos. Pero entre tanta ganga, la mena.

Os propongo algunos enlaces a artículos sobre el conflicto alejados del cliché:

 

 

 

Los socialistas europeos dominarían un Parlamento Europeo más radicalizado

Hace unas semanas me quejaba del tratamiento provinciano que los medios —que los medios que publican encuestas, mejor dicho— realizan por lo general de las elecciones europeas. La sacrosanta, socorrida y poco fundamentada ‘clave nacional’. Para contrarrestar, hoy os traigo un sondeo 100% europeo (y europeísta), que conocí gracias al siempre informado Dídac Gutiérrez (en Twitter: @didacgp).

La encuesta la han llevado a cabo desde PollWatch2014, un proyecto financiado por la organización independiente VoteWatch Europe, la agencia de comunicación Burson-Marstelle y por la Open Society Foundations, que los apoya con una beca. El Parlamento Europeo, como institución, no está involucrado ni en la metodología usada para hacer las predicciones ni tampoco en sus resultados.

Una sesión del PE en Estrasburgo (EFE).

Una sesión del PE en Estrasburgo (EFE).

Tras esta la aclaración para los que sean algo dados a las conspiraciones, voy con lo importante. Según los datos cruzados por PollWatch2014 hace unos días —19 de febrero— los socialistas europeos serían el partido que más escaños obtendría en el PE tras las elecciones de mayo (217 escaños de 754 posibles); el segundo partido con más europarlamentarios en Bruselas sería el Partido Popular Europeo, con 200 escaños. Estas dos grandes formaciones más la Alianza de los Liberales y Demócratas (ALDE) coparían el 65% de los escaños, cuando hoy ese porcentaje es del 72%.

Este último dato enlaza con la segunda conclusión del estudio  —que como siempre en estos casos, aunque la metodología sea muy precisa, puede sufrir variaciones—: la configuración de un PE más atomizado y radicalizado. Según este sondeo, el 29% de los escaños podría estar ocupados por formaciones «críticas o radicamente opuestas» a la UE. En este sentido, es posible la formación de un gran grupo de la derecha radical, que incluiría al Frente Nacional francés, PVV holandés, al FPÖ austríaco y otras cuantos partidos más que, juntos, podrían llegar a los 37 europarlamentarios.

De confirmarse la formación de este nuevo grupo de ultraderecha, el PE acogería cuatro grupos situados en el espectro de la derecha ideológica (sin contar al PPE): Los conservadores del ECR, los euroescépticos de EFD, este nuevo grupo aún sin nombre y aquellos parlamentarios no adscritos a ningún grupo, muchos de los cuales pertenecerían a formaciones ultranacionalistas como Amanecer Dorado (Grecia) o Jobbik (Hungría). Todo esto, según siempre esta encuesta, podría en peligro la formación de grandes coaliciones a la hora de tomar decisiones legislativas.

Llevo bastantes meses oyendo, en diferentes ámbitos, de Madrid a Bruselas, los peligros que acecharían a Europa de confirmarse unos resultados electorales como los anteriores. La diferencia es que entonces las predicciones estaban basadas más bien en impresiones subjetivas individuales, y esto que os he traído hoy es un estudio muy fiable. Lo mejor que se puede decir después de leerlo y analizarlo es que aún quedan 12 semanas para tratar de que no sea haga realidad.

El último aliento de un género muy europeo: la literatura concentracionaria

Hay un artículo imaginario en el que siempre pienso, pero jamás empiezo, que trataría sobre literatura concentracionaria y su influencia en la visión del pasado más o menos reciente. Un ‘género’, por así decirlo, de indudable naturaleza europea y del que ya van quedando cada vez menos, ay, representantes vivos.

He vuelto a pensar en él porque mi compañera del blog de al lado, la generosa Paula Arenas (@parenasm), me regaló hace unos días una biografía de Jorge Semprún, que ya hubiera devorado si no fuera porque al día siguiente me regaló otro libro tanto o más apetitoso —¡y europeo!—: Telón de acero, la destrucción de Europa del Este (1945 – 1956), de la gran Anne Applebaum.

La literatura concentracionaria es la guardiana de la memoria de Europa. De sus atrocidades y de su historia de exterminio. Es, además, una gran literatura. Los cuentos breves de Salamov, las novelas de Semprún y de Primo Levi o los recuerdos de Jean Améry, Buber-Neumann y Herling-Grudzinski son obras maestras literarias además de piezas documentales exquisitas.

Semprún, en una imagen de 2006 (EFE)

Semprún, en una imagen de 2006 (EFE)

Tengo un amigo que dice que leer a estos autores y estas obras —que hablan de frío siberiano, torturas, ‘zonas grises’, hambre y desplazamientos en masa— en tu cama, calentito, a salvo, es un ejercicio culpable, pero extrañamente placentero a la vez. Como si te invadiera la seguridad de que nada de aquello que cuentan volverá a repetirse.

He hecho un repaso de los vivos y los muertos. Desde que Semprún falleció, en 2011, los escritores todavía vivos testigos del Holocausto son Elie Wiesel e Imre Kertesz. Quizá quede alguno más, pero no lo he leído ni lo conozco. Por el lado de los testigos del gulag, todos han muerto. Herling-Grudzinski, Salamov y el más conocido de todos, Solzhenitsyn, que lo hizo en 2008.

No sé cómo leerán las nuevas generaciones a estos autores. Si los leerán o si, definitivamente, como alguno ya pronosticaba fatalmente en sus libros, el recuerdo de sus experiencias se difuminará, el tiempo impondrá una brecha insalvable e irreconocible entre lo que quisieron trasmitir y lo que se extraerá —¿migajas?— de sus recuerdos en un futuro.

Los rusos, los españoles, los italianos o franceses sufrieron todos, en mayor o menor medida, la experiencia totalitaria. Los relatos de los rusos, quizá por su concisión, porque sus experiencias traspasan lo humano y cuesta someterlas todavía más a la razón, siempre me han parecido más espeluznantes, aunque si se analizan, hay similitudes de fondo en todos ellos. Por eso estoy plenamente de acuerdo con que esa experiencia totalitaria, como dice Applebaum al comienzo de su nuevo libro, «sigue siendo una descripción útil y necesaria» para la comprensión de la historia del siglo XX. Un ejercicio humano, demasiado humano.

Por si alguno está interesado en ellos, os dejo una pequeña lista con mis obras preferidas (todas fácilmente encontrables), aunque hay muchas más, de estos y otros autores:

  • La escritura o la vida (Jorge Semprún)
  • Los hundidos y los salvados (Primo Levi)
  • Prisionera de Hitler y Stalin (Buber-Neumann)
  • El universo concentracionario (David Rousset)
  • Relatos de Kolimá (Varlam Salamov)
  • Un mundo aparte (Herling-Grudzinski)
  • Un día en la vida de Ivan Denisovich (Solzhenitsyn)
  • Nuestro hogar es Auschwitz (Tadeusz Borowski)
  • Más allá de la culpa y la expiación (Jean Améry)

Walter Hallstein y la Europa inacabada

Perdonad: hoy os traigo una obra descatalogada. Los más locos de los libros quizá podáis dar con ella como hice yo: en una librería de viejo. En este caso, en una nueva librería de viejo, de esas que proliferan últimamente por Madrid no sé si como símbolo la agonía última del papel, la crisis económica o un repentino afán por deshacerse del pasado.

El caso es que Europa incabada (Plaza&Janes, 1971) es un libro complicado de encontrar, pero muy jugoso de leer. Su autor es Walter Hallstein, que fue nada más y nada menos que el primer presidente de la Comisión Europea. Un profesor alemán de reconocidas dotes diplomáticas, protegido del presidente Konrad Adenauer y que, entre otras negociaciones, participó en la creación de la CECA y en la fallida Comunidad Europea de Defensa (algún día os hablaré de ella).

Walter Hallstein, en 1969, durante un discurso europeo. (German Federal Archives).

Walter Hallstein, en 1969, durante un discurso europeo. (German Federal Archives).

Hallstein fue un obligado soldado alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Fue detenido y pasó el final de la guerra en un campo de prisioneros en EE UU. Con posterioridad fue rehabilitado (no había sombra en él de pasado nazi) y desde ese momento se dedicó a hacer política para la Alemania Federal. La advertencia de que la Alemania occidental no mantendría relaciones diplomáticas con estados que reconocieran a la RDA lleva su nombre: ‘doctrina Hallstein’.

Hallstein fue un federalista atribulado porque el tiempo histórico concreto que le había tocado vivir no podía estirarse lo suficiente, ni acelarse, como para que la Europa que ambicionaba se hicera realidad. Falleció en 1982, pero dejó buena parte de su idea del continente en el libro que mencioné al comienzo del post.

«Sin marcha atrás»

Europa incabada comienza con una profesión de fe muy optimista, en la línea de lo que se estilaba a finales de los años sesenta, cuando el progreso económico ininterrumpido desde 1945 parecía que nunca tocaría a su fin. Europa, para Hallstein, «no es una creación reciente», sino más bien «una entidad descubierta por segunda vez». Hallstein equipara el proceso de integración a un proceso «orgánico» que se sustenta en la cultura, la economía y la política. En las tres.

El libro sigue con cuestiones hoy un tanto olvidadas de política del momento, de diatribas sobre el incipiente derecho comunitario o sobre las instituciones: Hallstein era un partidario firme de dar mucho más poder al Parlamento Europeo del que entonces gozaba. Pero el libro acaba con la sombra de una decepción. Para Hallstein, en la Europa de entonces faltó «una fuerza resolutiva general» que impulsara la total unidad.

En su opinión, había que tener muy presente la «dimensión cronológica del problema europeo». Algo que suena muy contemporáneo, pero que está en la base de la propia unión. Según Hallstein, esta «operación política» que es el proceso de cohesión, «no tolera marcha atrás». Y concluía: «Será siempre erróneo no hacer las cosas cuando se presenta el momento oportuno».

Por unas encuestas (de verdad) europeas

Es perfectamente normal porque queda ya poco para las cruciales —que sí, de verdad, esta vez sí— elecciones al Parlamento Europeo. Serán en mayo, y al igual que los movimientos políticos se acentúan, la prensa comienza a publicar las primeras encuestas. ¿Qué partido ganará las elecciones europeas? ¿Cuál perderá más votos? ¿Quién subirá? Y resto de preguntas, todas equivocadas… porque todas parten del mismo error.

Seguimos, cinco años después, leyendo los resultados electorales europeos en clave nacional. Las encuestas se cocinan en clave nacional. Los periódicos las publican en clave nacional y las agencias las replican en clave nacional. Todo se queda en el reducido y miope ámbito nacional.

Sesión del Parlamento Europeo. (EFE)

Sesión del Parlamento Europeo. (EFE)

No soy partidario del término paradigma, pero en este caso es necesario que lo traiga: hasta que no haya un cambio de paradigma, hasta que no comprendamos que una encuesta sobre unas elecciones supraestatales no puede ni debe leerse en clave doméstica, seguiremos abusando del mismo pensamiento provinciano. Y errando el tiro.

Los medios de comunicación tienen el deber moral de informar de las elecciones en su única dimensión posible: la europea. Se trata de hacer pedagogía. Todo lo demás, esos castillos de naipes en la Carrera de San Jerónimo, son solo distracciones de lo principal. Que el PP gané en España no significa absolutamente nada de nada si no lo hace en Europa. El marco de referencia es Estrasburgo, no el Congreso de los Diputados.

PD: En cualquier caso, si después de esta argumentación tan… poderosa, os apetece seguir leyendo encuestas nacionales sobre Europa, aquí tenéis los enlaces. La de La Razón y la de El Periódico. El País también publicó hace no demasiado otra, en la misma línea.

 

 

La Europa ilustrada contra la religiosa: un debate antiguo eclipsado por la economía

Inspirándose en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho.

Así, de esta forma tan cuidadosamente rimbombante, empezaba la malograda Constitución Europea. Hoy este párrafo, y el profuso debate que suscitó, están casi olvidados. Las urgencias del presente, en especial las urgencias económicas, han relegado el recuerdo del mito del origen hasta que navegemos por aguas menos turbulentos.

En realidad, este preámbulo es exactamente el mismo que rige hoy para El Tratado de Lisboa, el texto que en 2009 vino a remendar el vacío dejado por el fracaso del intento de Constitución y las aportaciones previas del Tratado de la Unión. Algunos no os acordaréis. Yo sí, porque estaba en la universidad y tenía el suficiente tiempo libre para dedicarme a leer/sonrojarme/indignarme con las posiciones de unos y otros (de los hunos y los otros).

El Sueño de la Razón, de Goya (Nelson-Atkins Museum of Art)

El Sueño de la Razón, de Goya (Nelson-Atkins Museum of Art)

Los primeros, defensores de una herencia cristiana de Europa (en España los sectores de la Iglesia católica, el Partido Popular y los medios de comunicación afines, dizque liberales), argumentaban que la mención a la herencia cristiana del continente era cuasi sagrada. Por otro lado, estaban aquellos –por lo general intelectuales liberales y defensores del Estado laico– que defendían que la raíz cultural más importante del patrimonio de Europa era la Ilustración y sus consecuencias en todos los órdenes humanos.

Finalmente, el texto ratificado no satisfizo a ninguno. ‘Cristiana’ se sustituyó por un término más inclusivo como ‘religiosa’ y ‘laica’ por otro también más difuso como ‘humanista’. Además, no se plasmó ninguna referencia explícita a la Ilustración, la Marca Europa, por decirlo en el lenguaje de hoy, el gran movimiento moderno que sacó a los europeos, poco a poco, kantianamente, de la minoría de edad.

Que Europa haya dejado de preguntarse sobre sus orígenes es a la vez bueno y malo. Bueno porque se libera de ese fetichismo melancólico, tan provinciano, que obsesiona a todos los nacionalismos. Malo porque en algún momento tendremos que volver a revisar el pasado y surgirán nuevas cuestiones sobre estos aparcados olvidos y quizá ya no estemos intelectualmente tan preparados para revisar lejanas querellas.

Pero esperemos que el debate de ideas vuelva, y para entonces, haríamos bien en tener en cuenta, y en entender en toda su dimensión trágica y cómica, este apotegma nihilista, como todos lus suyos, de Emile Cioran. Lo leí hace muchísimo en el Aciago demiurgo, creo, y todavía lo recuerdo literalmente: «Mis preferencias: la edad de las cavernas y el Siglo de las Luces. Pero no olvido que las grutas han desembocado en la Historia y los salones en la guillotina.»

Contra las presidencias rotatorias en la Unión Europea… incluida la griega

Ya nos hemos acostumbrado a la terminología, que se repite puntualmente cada seis meses, y de alguna manera también a la normalización de algo que, quizá pensado fríamente, no debería de ser normal. Grecia ostentará durante este semestre la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea. La presidencia más raquítica en cuanto a presupuesto, 50 millones de euros, para el Estado más famélico de la Unión. Pero esto no es lo realmente significativo ni paradógico.

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Una bandera de griega (ARCHIVO)

Los defensores de las presidencias rotatorias argumentan que este sistema permite a los miembros de la Unión influir en la toma de decisiones comunitarias, coordinar el trabajo entre los diferentes países y representar a los estados ante las instituciones europeas. Todo esto está muy bien en teoría, pero existen grietas. Las presidencias rotatorias son, siguiendo libremente el argumento de Luuk van Middlelaar que os presenté el otro día, el triunfo del discurso de los estados sobre los otros dos (el ciudadano y el de los despachos).

Se trata de un rito, una anomalía transformada en rutina cada seis meses. Con su pompa y su protocolo y sus reuniones periódicas. Una exhibición y un recuerdo del poder. El Estado, todos los estados de la UE, siguen ahí, tienen su mando en plaza, su parcela simbólica en la toma habitual de decisiones comunes. Las presidencias rotatorias son un anacronismo dentro del proceso de construcción europea. Una dinámica obsoleta que se sigue conservado por extrañas y muy poco prácticas razones.

Por eso las críticas a la presidencia griega, tanto las internas (Syriza ya la ha boicoteado) como las externas (desde el norte muchos consideran que un país como Grecia no puede llevar el timón justo en un momento clave para la UE, con las elecciones de mayo como plato fuerte) son baladís comparadas con la enmienda a la totalidad que supondría pretender el fin de esta innecesaria formalidad aceptada mansamente por casi todos.

Regiones ultraperiféricas: vulnerables, pobres… y tan europeas como el resto

Empiezo este 2014 casi como acabé el 2013: hablando de fronteras y territorios europeos anómalos o vulnerables. A consecuencia de la herencia colonial de algunos de los estados que forman la UE, existen diseminados por el mapa mundial enclaves que, aunque disten miles de kilómetros del viejo continente, viven bajo el paraguas comunitario. Son las llamadas regiones ultraperiféricas, que no hay que confundir con los países y territorios de ultramar, pues ambos gozan de estatus jurídicos diferentes.

Las RUP —que desde este pasado uno de enero ya son nueve, con la incorporación de Mayotte, una pequeña isla entre Madagascar y Mozambique— son territorios indivisibles de los estados a los que pertenecen (España, Portugal y Francia) y en ellos se aplican las mismas leyes y tratados que en el resto de la Unión, incluido Schengen (lo que curiosamente no sucede en Melilla: algún día explicaré las razones).

Telescopio en La Palma (Pablo Bonet / IAC)

Telescopio en La Palma (Pablo Bonet / IAC)

En cambio, los territorios de ultramar (PTU) —21 países, que dependen de cuatro estados europeos— mantienen una escala inferior en cuanto al coeficiente de penetración de la UE. Los ciudadanos que viven en ellos son, sí, ciudadanos europeos, pero como los territorios donde viven no son parte de la Unión, no están sujetos al acervo comunitario. Para simplificarlo, son algo así como ciudadanos privilegiados… pero solo a medias.

Yo quería hablaros de las regiones ultraperiféricas, entre las que están Canarias, Azores y la Guayana francesa (aquí el resto). Son de los territorios más pobres de Europa (la renta per cápita lo demuestra), los niveles de paro son altos, están lejos o muy lejos del continente (aunque esto les da cierta ventaja geoestratégica) y presentan unas dificultades específicas sobre las que la UE trata de poner remedios también concretos: bien a través de financiar centros de investigación punteros o bien con la inversión directa en sectores como la agricultura y el comercio.

La noticia de la incorporación de Mayotte como la novena RUP ha pasado inadvertida estos días en la prensa generalista. Algún teletipo de agencia y algún breve. Poco más. Los diarios canarios, en cambio, sí han escrito sobre esta pequeña y exótica isla del sur de África. ¿Afectará al archipiélago la incorporación de Mayotte? ¿Se reducirán las ayudas que llegan a la isla al haber un nuevo miembro en este selecto club?

Según un artículo publicado eldia.es, el Gobierno canario no se muestra especialmente preocupado. Las asignaciones a las RUP ya están pactadas para el periodo 2014 – 2020 y en ellas, además, se contemplaba la incorporación de Mayotte, como finalmente ha tenido lugar. En cambio, el eurodiputado del PP Gabriel Mato sí reconoce, según este diario, que el pequeño territorio francés, muy empobrecido, puede alterar el equilibrio existente dentro de las regiones ultraperiféricas.

Volveré, espero, a hablaros de las regiones ultraperiféricas más pronto que tarde. Es posible que a lo largo de este año se unan a las existentes otra pequeña isla, perteneciente a las Antillas holandesas: Aruba. Esta podría ser una buena excusa para profundizar un poco más en las visicitudes de estos territorios y sus habitantes e, incluso, tratar de obtener su punto de vista (alejado) sobre qué es Europa. Sirva esto de hoy de somera toma de contacto.