Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Un corto adiós

Durante casi un año, allá por el muy lejano 1965, Francia se mantuvo alejada de las instituciones europeas. Este episodio transcendental y poco recordado de la historia de la integración se conoce como la crisis de la silla vacía. Y de él, al cabo, Europa salió reforzada.

Con el compromiso de que no sean tantos los meses, y sin la alarma de llamarlo crisis, también yo voy a ausentarme por un tiempo. Será algo más que unas fugaces vacaciones y algo menos que un año sabático. Lo prometo.

Llenar el blog durante dos años de contenido (espero que interesante para todos, europeístas de corazón y euroescépticos de razón) no ha sido sencillo, pero sí grato. Haciendo repaso asumo que me ha quedado mucho por contar, explicar, denunciar o maravillarme.

Es una fuente de desazón para un perfeccionista, pero también un aliciente para regresar con más vigor. A pulir vicios y cubrir carencias dedicaré la próxima temporada hasta el regreso. Espero que para entonces aún sigáis aquí, que me ofrezcáis de nuevo la silla.

Muchas gracias por haberme leído, comentado, alabado y criticado (sobre todo lo primero y lo último: con lo primero se come, de lo segundo se aprende). Feliz agosto y hasta muy pronto.

 

 

 

 

Memoria histórica de dos velocidades

Francia revisa su propia mitología sobre la Resistencia con una exposición crítica en pleno París. Alemania, por su parte, recrea en una muestra en Berlín el arte patrio destruido por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. En contraste, en otros países europeos como Italia o España, el buen revisionismo histórico, la conjuración de los fantasmas de la memoria, ha progresado muy lentamente en los últimos años.

En este campo, el del pasado y sus reelaboraciones, también se impone una Europa de las dos velocidades (de tres, si incluimos a Rusia). Mientras unos asumen los tabúes del pasado y tratan de superarlos, otros prefieren no remover mucho la historia reciente, demasiado moralizada como para llegar a consensos, más preocupados quizá por este nuestro presente convulso que por aquella, ya lejana, historia dramática.

Merkel y Putin, en un acto en 2014 (EFE)

Merkel y Putin, en un acto conjunto en 2014 (EFE)

En este sentido, por ejemplo, suele ser habitual en España que los impulsos para revisar la memoria de la guerra civil y el franquismo (en algo tan sencillo y banal como la eliminación de la toponimia franquista) choquen con la indiferencia de muchos y la incomprensión de no pocos. «¡Pues anda que no hay cosas que mejorar en este país antes que eso!» suele ser el argumento, no por habitual menos erróneo, en este tipo de discusiones sobre las políticas de la memoria.

No es casualidad, pienso, que en los países más avanzados de Europa se haya alcanzado un consenso más honesto y profundo sobre los episodios oscuros del pasado. Entre otras virtudes, esta desconexión con lo peor de la historia de cada nación facilita que se asimilen con más inteligencia los profundos cambios del presente. Actuar, o pensar que el resto actúa en función de unos prejuicios históricos inmutables es un simplificación que entorpece mucho las cosas.

Viene todo esto a cuento del resultado de las elecciones municipales y autonómicas del 24M. Desde Europa, además de con cierto estupor o nerviosismo, los comicios se han interpretado fundamentalmente como un triunfo histórico de los indignados. Nosotros, los españoles, le hemos añadido a los hechos nuestras guindas épicas y nuestros apriorismos históricos. Que si un cambio tan transcendental como el de 1931. Que si el miedo a un nuevo frente popular o el cainismo secular español que todo lo entorpecerá…

Uno de los puntos del programa de Ahora Madrid para la capital es la eliminación de la simbología de la dictadura de calles y edificios públicos. Básicamente, cumplir con la ley de memoria histórica, que apenas se aplica en según que puntos. Ya se han escuchado voces críticas, que acusan a esta amalgama de partidos que seguramente gobierne Madrid de «reabrir heridas del pasado». Discrepo de estas críticas en la misma medida que discrepo de aquellos ufanamente convencidos de que la democracia solo la trajeron ellos, y exclusivamente ellos, a nuestro país.

El otro día comentaba que el resultado de los comicios nos sitúan por fin en el contexto europeo de pactos. También sería bueno que nos situara en el contexto de los países más avanzados en un tema tan espinoso como el de la memoria colectiva y sus trampas, como diría Todorov. Personalmente, me gustaría estar más del lado de Francia o Alemania, maduros ya por fin respecto a su pasado, que de Rusia, que lo usa como arma ofensiva (contra sí misma y contra ‘el otro’).

¿Cómo seguir siendo europeísta si Grecia sale del euro y de la Unión Europea?

La posibilidad no es tan remota: existe. Y como tal, la pregunta sobre cómo seguir creyendo en nuestro proyecto al día siguiente es legítima. Aunque, claro, desesperanzadora. Si Grecia sale del euro más allá de quién tenga la responsabilidad última del fracaso, aunque, es una opinión particular, el fracaso sería sobre todo de quien guarda celosamente los triunfos en medio de la partida los europeístas lo tendremos bastante más complicado para defender nuestro credo.

Celebración de la victoria de Syriza en las elecciones Griegas (EFE)

Celebración de la victoria de Syriza en las elecciones Griegas (EFE)

Simplificar los argumentos que Grecia pague sus deudas vs. toda la culpa es de la troika no ayuda en nada, como se está viendo estos días de negociaciones menos diplomáticas de lo que todos quisieran. Más allá de las implicaciones económicas, legales, políticas, relativas a los tratados y al funcionamiento de los bancos, las instituciones, etc, todas ampliamente comentadas ya, lo fundamental es, creo, el abismo narrativo que produciría el abandono de Grecia.

Y no porque Grecia represente los valores simbólicos de la democracia y blablaba (basta con leer algunos de los libros del Kaplan viajero para darse cuenta que Grecia lleva viviendo de las rentas, en la mente de los ilustrados europeos, desde hace un par de siglos), sino porque si cae Grecia con ella caerá el principal argumento para sostener el proyecto europeo: la solidaridad entre los Estados y sus ciudadanos.

Leo en Twitter que hay quien se preocupa por los hijos, por la pedagogía. Por cómo les explicarán, cuando toque, que forman parte de una unidad que dejó despeñarse hacia el abismo a uno de sus miembros.  No es un tema menor. Hasta hace muy poquito, incluso hasta hoy, la UE es una historia de éxito. Pueden contarse fracasos, exageraciones, autoengaños, pero hasta los más críticos aciertan a encontrar bondades. Ese es el mayor activo, como se dice hoy, con el que cuenta Europa. Si se arrincona a Grecia, habrá que asumir un coste mayor: perder para la causa a las nuevas generaciones.

Sociedad Civil Catalana, premio Ciudadano Europeo: «El secesionismo amenaza con separarnos de la UE»

Sociedad Civil Catalana (SCC), una asociación transversal y apartidista contraria a la independencia de Cataluña, ha recibido este lunes de forma oficial el Premio Ciudadano Europeo, que concede de manera anual el Parlamento Europeo, por promover «los valores fundamentales de la Unión Europea».

La foto de los ganadores del Premio Ciudadano Europeo (Imagen: @PE_Espana)

La foto de los ganadores del Premio Ciudadano Europeo (@PE_Espana)

En la ceremonia, que ha tenido lugar en la sede del PE en Madrid, también han recibido el mismo galardón la Orden de San Juan de Dios y la Cocina Económica de Logroño. En total, 47 organizaciones europeas han recibido este galardón, cuyo broche de oro será una ceremonia en Bruselas el próximo 25 de febrero.

La concesión del premio, polémica desde su anuncio en noviembre pasado, significa –aun de forma indirecta, no es la institución en sí de quien parte la elevación de candidatos, sino de los europarlamentarios– que el PE toma partido por uno de los dos bandos en liza dentro de la cuestión catalana. El padrino de Sociedad Civil Catalana en Bruselas fue Santiago Fisas, parlamentario europeo del PP, quien hoy ha sido el encargado de presentar a su opción premiada.

Fisas no ha ocultado su satisfacción porque este premio «no guste a la Generalitat» y no ha perdido la oportunidad de recordar «las dificultades» para que la candidatura de SCC fuera «aceptada por el sector nacionalista catalán». A pesar de esto, y ante la mirada de Esperanza Aguirre, presente en el acto, el discurso ha sido institucionalmente conciliador, en un esfuerzo por dejar claro que «la SCC catalana no tiene relación con los partidos políticos» (entre nosotros, eso no se lo cree nadie).

La presencia de Aguirre, más simbólica que otra cosa (no intervino, aunque se llevó todos los flashes y las miradas ansiosas de los periodistas presentes en el acto, y abandonó la sala antes de que este acabara), le añadió cierto morbo extra al asunto, lo que para unos premios considerados menores nunca está de menos.

Los otros dos galardonados –los religiosos de San Juan de Dios y la organización caritativa riojana– quedaron así un tanto ensombrecidos por la estela política asociada al otro ganador… lo que demuestra que una UE politizada (basta recordar la polémica creada en torno a uno de los ganadores del año pasado, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca) siempre atrae más el interés del común que otra cautamente imparcial. Y lo cierto es que la intervención de Susana Beltrán –como representante de la SCC– haciendo suya la conocida divisa europea de ‘unidad en la diversidad’ y abogando por la «eliminación de fronteras entre los ciudadanos de la UE» fue bastante aplaudida.

Giorgio Napolitano, el presidente de la república que todos querríamos

Asegura Beppe Grillo, el estrafalario líder del no menos estrafalario Movimiento Cinco Estrellas, que no lamenta la dimisión del casi nonagenario Giorgio Napolitano como presidente —el «peor de la historia», ha dicho— de Italia. Será que él, en su simiesca visión de la política, podría hacerlo mejor. La suya ha sido casi la única nota discordante en una despedida de la vida pública trufada de elogios hacia el cansado excomunista. Tanto en su país como en Europa, Napolitano ha recibido el respaldo que su trayectoria posibilista y responsable merecía.

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

A Napolitano, como a cualesquier político de pasado comunista, pueden echársele en cara muchos momentos y alianzas. No va por ahí, y creo que hace bien, Antonio Elorza en su artículo de despedida. Más bien al contrario, se deshace en loas hacia quien «quiso cambiar el mundo desde la democracia». Un papel como el ejercido durante estos años de crisis por Napolitano, y en Italia, es algo así como ascender por la cara sur al K-2 sin oxígeno y en invierno. Un reto casi imposible. Que en tiempos tan convulsos Napolitano haya logrado ser el único presidente reelegido para un segundo mandato dice mucho de su virtuosismo para lograr consensos, atenuar envidias y aplacar egos.

Los elogios a Napolitano suenan, eso sí es verdad, a elogios fúnebres. No hacia un ser humano, que pese a sus achaques sigue aún vivo, sino hacia una era periclitada. Él, como cabeza sensata de lo que se vino a llamar mejorismo, supo defender la necesidad del reformismo socialdemócrata dentro del PCI más allá del ya de por sí valiente eurocomunismo. Su europeísmo, que todos ahora destacan, no siempre fue sencillo, ni como europarlamentario ni como defensor en Europa de los bandazos de una política interna imprevisible.

Siete décadas en la arena, a veces fango, de la política dan para cometer muchos errores. Y habría que sospechar de quien, tras tanto tiempo habitando las antesalas del poder, no los hubiera cometido. Napolitano, con su merecida fama de intelectual de corte gramsciano amante de la cultura, ha logrado a pesar de todo vadear con honor las sentinas más abyectas, las de la corrupción institucional, la connivencia mafiosa y, a última hora, el populismo berlusconiano y beppegrilliano. Presidentes de la República así quisiéramos todos para nuestro país.

Mapas que nos explican un continente

Llevo varios meses recopilando a golpe de tuit, que de otra forma no me da la vida mapas de Europa de lo más dispares: idiomas, sueldos mínimos, violencia doméstica, prejuicios, etc. Algunos son simples divertimentos, como el de ‘Europa según Putin’ (una colección de lugares comunes, algunos seriamente factibles). Otros aportan informaciones que no cambian la vida de nadie (resulta que Dinamarca es el país europeo con menos tiendas de Zara por habitante).

Pero muchos otros, y os invito a echarles un vistazo, son una radiografía bastante aproximada de los patrones que todos tenemos en mente. Así, el inglés como segunda lengua hegemónica en casi todos los países (con contadas pero notables excepciones) o las diferencias de salarios entre países y su comparación con aquellos que no tienen establecidos por ley salarios mínimos.

La Europa de los mapas nos atrinchera en nuestras ideas, aunque a veces nos desmiente (en cuestiones sociales, como la violencia doméstica, los países del sur han hecho los deberes muchísimo mejor y más rápido) y, otras, nos avergüenza. Fijaos en el mapa que enlaza Matt Yglesias. Los europeos, básicamente, hemos pasado los últimos siglos ocupándonos los unos a los otros de una forma que resulta hasta cómica, sino fuera porque ha sido muy trágica… ¿Qué mapa de Europa os gustaría ver en el futuro?

El cambalache entre los Estados para elegir al presidente de la Comisión Europea

Entraba dentro de lo probable que pasara, algunas casandras ya lo advertían, y lamentablemente así está ocurriendo. Lo que ha constituido la piedra miliar de las pasadas elecciones europeas –que se vendieron como diferentes porque por fin había unos candidatos a presidente de la CE– se está erosionando a pasos agigantados apenas 15 días después de los comicios.

Juncker y Merkel, antes de las elecciones de mayo (EFE).

Juncker y Merkel, antes de las elecciones de mayo (EFE).

Sobre el papel (mejor dicho: sobre el consenso general previamente adoptado) Jean Claude Juncker debería ser el próximo presidente de la Comisión. Pero su victoria electoral, la del PP europeo, puede ser la victoria más pírrica de la historia de las elecciones. El interés propio de los Estados unido a la apatía ciudadana pueden hacer realidad el cambalache.

Si Juncker no es propuesto como candidato –la presión diplomática de Reino Unido y el sonrojante y burdo acoso mediático de los tabloides están dándolo todo para ello– no solo se habrá desperdiciado la principal baza con la que contaban las instituciones comunitarias para politizar la Unión, sino que se habrá mentido descaradamente a los ciudadanos que confiaron de buena fe en la palabra de la UE.

Como escribe hoy Bernardo de Miguel, corresponsal de Cinco días en Bruselas, el tiempo se acaba para Juncker. Esta semana que comienza es crucial, y los intentos de unos y otros por borrar del mapa su candidatura pondrán a prueba la resistencia de los pactos implícitos a favor de una mejor Europa que todos durante varios meses se han (nos hemos) encargado de airear.

Esta nueva batalla por Europa produce ciertamente algo de sonrojo y también de pena. Si finalmente Juncker no es el candidato de consenso –yo no le voté, pero la cuestión no es esa: habría que apoyarle con independencia de nuestras preferencias– el Parlamento Europeo debería (está en su mano) rechazar al candidato –¿Lagarde? ¿Thorning-Schmidt?– que el Consejo proponga.

El Día de Europa, ¿una fiesta nacional?

Lo divertido de las fiestas nacionales es vivirlas divididas, en un ambiente enrarecido de mala leche contenida. Están, por un lado, los refractarios a cualquier celebración patriótica (seguidores tuertos de Brassens, la mayoría). Y están, por otro, aquellos que se bañan en fervor nacionalista, como hordas de hinchas que se desmadran alrededor de las fuentes.

Las fiestas nacionales son así. Ya sea por cainismo, como en España, o por llevar la contraria, como en Francia, celebrar la patria, en abstracto, levanta pasiones encontradas, críticas sutiles y odios furibundos. ¿Y la patria europea? Pues no tanto. Europa tiene su día, como casi toda persona, animal o cosa en el mundo: un día para una idea.

(IMAGEN: Gtres)

(IMAGEN: Gtres)

Una jornada que suele transcurrir modestamente y sin celebraciones institucionales de altura (y lo más importante para el pueblo: ¡sin que sea festivo!). Un día que sí, sirve para difundir los valores europeístas, glosar de pasada a Schuman, hacer memoria, recontar los dramas del presente o escribir un post. No es poco, pero quizá no es suficiente. Para que el Día de Europa sea una fiesta de veras nacional, hace falta evocar un sentimiento paneuropeo.

Y es que el sentimiento europeísta es un sentimiento sospechoso. Demasiado cerebral para unos y demasiado impostado para otros. Es, casi, un ultrasentimiento. Algo así como decir: yo ya superé los bajos instintos nacionalistas del pasado, pero Europa me atrae, y como no tengo herramientas idiomáticas para decirlo mejor, diré que me atrae raciosentimentalmente.

Escribo como una forma de expiación. Porque si realmente lo de hoy fuera una Fiesta Nacional, yo no la celebraría (por lo de llevar la contraria, no por Caín), pero como se trata de una en miniatura, una fiesta que tiene más de happening solidario que de evento marcial (no en vano Europa no tiene ejército, lo que nos ahorra el desfile), me sumo a ella. Y como ya están los políticos y las instituciones para alertar de la abstención, lo haré recomendando un libro: Dark Continent.

¡Feliz día!

Firma para que TVE emita por La 1 el último debate electoral de las elecciones al PE

Mis admirados y esforzados compañeros de CC/ Europa (ya os hablé de ellos en su día), que están en todo, han generado un debate a propósito del debate del día 15 de mayo entre los candidatos a presidir la CE. Piden a Televisión Española que ofrezca en directo, en prime time, y por La 1 este último cara a cara entre los candidatos de los partidos.

Para ello han creado una página en change.org en la que solicitan, con bastante razón, que ya que el debate será transmitido por Eurovisión, y RTVE tiene los derechos, este sea difundido por el canal con más audiencia de todos (el canal 24 horas apenas llega al 1% de cuota de pantalla) y en riguroso directo (como el partido de fútbol de la imagen, vamos)

Espectadores viendo un partido de fútbol (EFE).

Espectadores viendo un partido de fútbol (EFE).

Yo estoy completamente de acuerdo con ellos. Y ya he firmado la petición, a la que a esta hora de este día aún le faltan 224 firmas más para completarse. Las razones, más allá de los que anteriores debates no hayan satisfecho todas las expectativas puestos en ellos (un amigo asistió in situ al último y su crónica privada no fue nada positiva), son de interés público.

Las elecciones europeas, pese al fantasma de la abstención de fondo, son muy importantes, más que nunca. Y la televisión –para bien o para mal– sigue siendo el medio de difusión de masas que logra acercar a los ciudadanos más los acontecimientos y el día a día de la política (con permiso de Sartori).

Retransmitir un debate así, a menos de 10 días para las elecciones al PE, podría ayudar a los votantes indecisos, y potenciales abstencionistas, a acudir a las urnas. Aunque solo sea, al fin y al cabo, para que voten cabreados porque les sustituyeron su serie favorita por unos tipos encorbatados, de nombres difíciles de pronunciar, hablando de cosas ¿extrañas? y ¿ajenas?