Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de marzo, 2015

Bruselas y el absurdo principio de «si no duele, no puede ser bueno»

Por hacer un poco de pedagogía. Hay quien piensa que la obsesión, tan insana, de Bruselas por la austeridad y el sacrificio es una cuestión reciente, una especie de morbus merkeliano, cuando no es así. Cuando alguien echa mano del latiguillo «Alemania impone…» está olvidando, a veces deliberadamente, que el rigor calvinista, el puritanismo (que traspasa lo económico) se viene aplicando en la UE desde hace décadas.

Activistas protestan en Bruselas, en 2014. (EFE)

Activistas protestan en Bruselas, en 2014. (EFE)

Tengo en casa un fondo de armario muy prudente para ilustrar estos casos. Este fin de semana, hojeando revistas ya antiguas (pero nunca obsoletas) para otro asunto, me topé con una entrevista impagable que un joven Charles Powell le hizo a mediados de 1994 a Ralf Dahrendorf en Claves de Razón Práctica, nº 43 (como veréis, mi fondo de armario es casi tan severo como el estricto código de honor bruselense).

El politólogo (esa definición se le queda un poco corta) Dahrendorf falleció hace unos años, y aunque en España no es muy conocido, en Reino Unido –donde llegó a ser rector de Oxford y político– y en su país natal, Alemania, fue toda una institución.

De fuerte impronta liberal y de pasado familiar socialdemócrata (su padre fue diputado de la SPD en Weimar y uno de los que atentó contra Hitler), Dahrendorf también se caracterizó por su lucidez en lo relativo a los análisis sobre la entonces Comunidad Económica Europea.

En 1994 Europa, y España con ella, atravesaban una crisis económica que amenazaba con marchitar el naciente proyecto (sobre el papel de los tratados) de la moneda única. Maastricht se había firmado apenas dos años antes, dejando un poso de insatisfacción en bastantes de los firmantes y un legado de enfrentamiento que entonces se creía iba a ser duradero. No fue así, en parte porque la crisis –mucho menos severa que la actual– dio paso a unos años de prosperidad en los que los países de la UE, impulsados por el horizonte de la moneda única, crecieron lo suficiente como para esconder bajo la alfombra sus desavenencias.

Pero gente como Dahrendorf nos recuerda, con su lucidez, que algunas de las cuestiones que hoy tanto nos preocupan (crecimiento económico, desafección ciudadana, hegemonía del algunos Estados miembros sobre otros, etc.) no son cuestiones ex novo. En esta charla Dahrendorf critica ese afán, «muchas veces innecesario», de exigir y vejar hasta límites grotescos a los países candidatos. Una lógica un tanto macabra que él resume con el eslogan que encabeza este post: «Si no duele, no puede ser bueno». Algo que creo que nos suena bastante…

Pero hay más. En la entrevista también se critica que «se construya la casa europea por el tejado» y la falta de visión de los dirigentes que aprobaron Maastricht, un tratado “que sólo tiene sentido desde la perspectiva de la guerra fría y que no aportó nada sobre los problemas de la Europa central y oriental y no sobre los desafíos económicos de los noventa”. Dahrendorf, que pese a lo que pueda parecer fue un cabal europeísta, dice también esta frase con la que quiero acabar, y que merece volver a la vida: «Lo más negativo del proceso de construcción europea sigue siendo el enorme contraste que se produce entre la retórica europeísta y una praxis a todas luces insatisfactoria».

Los europeos del sur dicen estar menos satisfechos con su vida que los del norte

Eurostat, que como sabéis es la agencia europea de estadística, se ha sacado de la manga un nuevo índice, que lo han denominado de «satisfacción general con la vida», y que mide cuán orgullosos y felices estamos o no con nuestra existencia los europeos. Un concepto «multi-dimensional», lo llaman, que están muy relacionado con los diferentes índices de calidad de vida que el organismo viene publicando desde hace años (salud, empleo, igualdad), pero que añade una percepción más global, subjetiva y diversa de la vida.

Aquí tenéis un telegráfico resumen de la encuesta. España está por debajo de la media europea, las mujeres y los hombres dicen estar casi igual de satisfechos con su vida, los jóvenes son los más satisfechos, etc. Lo que a mí me ha llamado la atención, sin embargo, es una de las tablas que acompaña al documento de Eurostat (abajo), y que desglosa esa satisfacción por países.

Daneses, suecos y finlandeses son los más satisfechos con su vida. Ciudadanos del norte de Europa. Portugueses, griegos, españoles e italianos, ciudadanos del sur. En la escala de satisfacción, la mayoría de países del norte están por encima de 7, mientras que los del sur –salvo Malta– están entre 6 y 7 (más cerca del 6 que del 7 la mayoría de ellos). El plato estadístico está elaborado con ingredientes del 2013, es decir cuando la crisis económica en Europa había dejado atrás ya su momento más crítico, pero arrastraba consigo cinco años de incertidumbres y dificultades.

Solemos decir los sureños, para consolarnos, que los de la Europa nórdica serán más ricos, sabrán más idiomas y tendrán mejores trabajos, pero que son menos felices. Con todas las salvedades que estudios como este me suscitan (no porque no sean rigurosos, sino porque lo de tasar matemáticamente la felicidad me parece un tanto marciano), quizá ha llegado el momento de ir cambiando esta ¿percepción?

tablafelicidad

Mantener dos sedes del PE equivale a construir un edificio del BCE cada década

Si hay un edificio comunitario que represente lo contrario de la austeridad no es, en mi opinión, la nueva sede del BCE. Puede que las dos acristaladas torres del Eurobanco –que han costado 1.200 millones de euros– sean un exceso, pero si los anticapitalistas que han encabezado las protestas contra su construcción quisieran afinar más la puntería, clamarían contra la segunda sede del Parlamento Europeo, la de Estrasburgo (la primera es Bruselas). Un brindis simbólico al pasado y un innecesario enaltecimiento de la duplicidad.

Sesión plenaria en Estrasburgo (SEEGER / EFE)

Sesión plenaria en Estrasburgo (SEEGER / EFE)

No lo digo solo yo, sino que es una reclamación histórica de la burocracia comunitaria y de algunos europarlamentarios combativos, no sé si cansados ya de viajar con sus maletas entre Bruselas y Estrasburgo unos poquitos días al mes o avergonzados del coste –en tiempo y en dinero– que supone sostener cada año este encorbatado circo ambulante (180 millones de euros, lo que viene siendo un edificio del BCE cada década, nada menos).

La campaña para establecer una sola sede del PE es antigua y acostumbra a sacar músculo del apoyo que concita entre políticos y ciudadanos, aunque a día de hoy no haya logrado aún su objetivo. Hay poderosas razones económicas, medioambientales, de eficiencia legislativa y, lo más importante, de puro sentido común. Pero corregir esta anomalía depende, en última instancia, de los Estados miembros y no del Parlamento, por lo que alcanzar la unanimidad es muy complicado.

Francia es el principal escollo para el objetivo de lograr la single seat. Para el Estado galo, tan reacio a perder su aura simbólica en la historia de la construcción europea, la sede de Estrasburgo es «innegociable», y la defienden con un argumento que pudo tener vigencia en su día, pero que ahora resulta bastante anticuado. En opinión de Francia, conservar varias sedes «preserva la Europa policéntrica y diversa que quisieron los padres fundadores». La diversidad tiene, a veces, un coste demasiado alto. A buen seguro, los padres fundadores, que sabían lo que se hacían, votarían hoy por abolirla.

Cien libros «memorables» sobre Europa que las instituciones te sugieren que leas

¡Las omnipresentes y fastidiosas listas! No sabía yo que el Parlamento Europeo viene publicando, desde 2014, una con los libros imprescindibles sobre Europa. Grata sorpresa esta de tener un índice de obras «memorables» (unas más que otras, acabáramos). No voy a decir que me he leído las 100, ni muchísimo menos, pero sí que junto a felices inclusiones (mis admirados Szymborska, Patocka o Milosz) hay ominosas exclusiones (Mazower) y algún que otro pufo (del que no diré el nombre por respeto a los ancianos).

Más hombres que mujeres, más memorias de políticos que libros de Historia y más obras ‘viejas’ que contemporáneas. Ese es el resumen. Es curioso que, mientras de las primeras décadas de la Europa común hay una abundante y variada bibliografía, del pasado reciente y del tiempo presente no abunden los ejemplos (de hecho, de 2000 a hoy solo hay tres libros y ninguno, salvo el de Perry Anderson, de verdadera enjundia).

libros

Autor: EFE

A pesar de todo, me encanta que las instituciones comunitarias sean conscientes de lo importante que es el pasado. Dice en la presentación de la web Martin Schulz, presidente del PE y exlibrero, de quien nació a buen seguro la iniciativa, que «en estos momentos de crisis de confianza en la idea de Europa, estoy firmemente convencido de lo importante que es reflexionar sobre el contexto histórico del proyecto, para poder planificar mejor el futuro».

Encomiable, claro que un tanto utópico. Los libros como tal no están disponibles. Solo una breve ficha de los mismos y del autor. No en todos los idiomas de la UE y ahí radica el déficit más importante de la lista no se ha contado para su elaboración con las preferencias lectoras de los ciudadanos. Yo me reconozco en este índex porque es muy académico y sobrio y un tanto enrevesado, pero he hecho la prueba de preguntar a varios amigos cuántos de los autores que no sean políticos conocen: el resultado ha sido catastrófico.

El Pensamiento cautivo es, por ejemplo, una obra maravillosa, premonitoria, etc, pero por desgracia de lectura muy minoritaria. ¿No hubiera estado mejor, quizá, ampliar un poco el espectro de libros a novelas y autores más populares? Alguna vez lo he escrito aquí, y lo vuelvo a repetir: una de las mejores formas de alimentar el espíritu europeo es a través de la literatura continental. Todas estas obras, o muchas de ellas, son magníficas, pero responden más bien a un inaccesible deseo erudito que a una común pasión razonable.

Os animo de todas maneras a fuchicar en la web un poco. Ver los autores y echar un vistazo a las biografías. ¡Hay sorpresas agradables!

Europa, Internet y el cambio social: nuevas herramientas, antiguos dilemas

Ciudadanos empoderados. Barreras de liderazgo. Narrativas personales. Francisco Polo, director en España de Change.org, maneja con soltura la jerga asociada a la participación política digital. Él lo resume en una fórmula optimista y con gancho: «Pasar de un momento a un movimiento». Change.org es lo que se conoce como una ‘historia de éxito’ en nuestro país, a pesar de (o quizá debido a) la todavía embrionaria sociedad civil española.

La relación entre Internet y el cambio social ha centrado este miércoles una nueva edición de las conversaciones que organiza el Real Instituto Elcano (en Twitter podéis repasar los momentos estelares buscando a través del hashtag #elcanotalks), que ha contado con Polo como ponente invitado, un nutrido grupo de investigadores y algún que otro periodista, como el que escribe.

Francisco Polo (izq), en un momento de su exposición (foto: @Estrella_Rafa)

Francisco Polo (izq), en un momento de su exposición (foto: @Estrella_Rafa)

Polo –que qué envidia, tiene mi misma edad– nos ha dejado titulares suculentos. Sobre las mujeres, que son las que más peticiones realizan en la plataforma y las que más victorias obtienen; sobre los políticos, a los que insta a participar más a través de este canal; sobre los españoles, que al parecer somos de los más activos en change.org. Y también sobre sí mismo: asegura que no volverá a votar en unas elecciones… hasta que el sistema político cambie (¡pues que firme la petición en su propia herramienta!).

Bromas aparte, las cuestiones que Polo esboza, y las que a su vez se le plantearon en el debate, son capitales para caminar los nuevos senderos de la política, entendida en sentido amplio. A todos nos preocupa el distanciamiento entre la clase política y la ciudadanía, y change.org, como otras plataformas que fomentan la participación en los asuntos públicos, puede contribuir a acercar ambas orillas. Los conflictos de intereses entre ciudadanos y empresas en tales plataformas, uno de los temas relevantes que salieron en la charla, o las fuentes de financiación de estas empresas (que al cabo es lo que son) no tienen que ser óbice para recelar de estos métodos (los anglosajones nos llevan años de ventaja en esto)… ni tampoco para alabarlos acríticamente, ojo.

Diréis que qué tiene esto que ver con Europa. Pues todo. Europa tiene un déficit democrático evidente (que no es nuevo, pero que se ha agravado estos últimos años). La UE debe, cuanto antes, potenciar las herramientas de interacción con sus ciudadanos. El crecimiento de instituciones hacia arriba conlleva el riesgo del alejamiento de los intereses de las personas… y no importa que este riesgo sea, llegado el momento, algo más imaginario que real, porque las percepciones en política también cuentan.

En este sentido, Vicente Rodrigo –de los siempre resueltos compañeros de CC/Europa– hizo la que para mí fue la gran pregunta de la charla: ¿Se debe privatizar la iniciativa legislativa ciudadana? Para los que no la conozcáis, esta es la fórmula desarrollada por las instituciones europeas para que los ciudadanos participen en la política europea (una especie de ILP a nivel comunitario). Se instauró en 2012 y ha sido objeto de alabanzas (ejemplo de democracia directa supranacional) y críticas (insuficiente, mero postureo) casi por igual (en este artículo del profesor Luis Bouza encontraréis un análisis muy ponderado).

Pero lo cierto es que, tres años después de su estreno, la ICE es una institución muy poco conocida entre los ciudadanos, por lo que la pregunta sobre cómo hacer para mejorarla –todos coincidimos en que la iniciativa es loable– parece muy pertinente. ¿Privatización? Francisco Polo es partidario de que «las instituciones colaboren con canales como change para ser eficaces». Entiendo que esta colaboración podría llegar a ser fértil si las instituciones ponen el sello de calidad democrático y las empresas privadas de participación la pegada (y el marketing político), ¿no?

En cualquier caso, es una vía que se puede explorar, y seguramente se explore. ¿Qué opináis vosotros? ¿Qué os parecen las nuevas formas de participación política y las herramientas digitales que promueven el cambio social? ¿Podrían usarse en combinación con las viejas herramientas ya existentes?

La atea y tolerante Europa no comulga bien con las minorías religiosas

Contrariamente a la percepción común, la hostilidad social relacionada con la religión disminuye en el mundo. Según un reciente y muy interesante estudio de Pew Research, con los últimos datos disponibles, los de 2013, los conflictos de carácter religioso decaen en todos los continentes. Se rompe así con una tendencia al alza que se había mantenido de 2006 a 2012. A pesar de este dato optimista, todavía una cuarta parte de los países albergan niveles altos de discordias de matriz religiosa.

Un cementeario judío  recientemente profanado (EFE).

Un cementeario judío recientemente profanado en Francia (EFE).

En nuestro continente sin dios, estamos –seguimos, más bien, pues es una tendencia que viene de lejos– un poco por encima de la media. La hostilidad social por motivos religiosos también disminuyó en 2013 en consonancia con el resto de regiones, si bien Pew alerta de un dato preocupante: el hostigamiento hacia las minorías, y en concreto contra los judíos, está cada vez más a la orden del día (por cierto, en esto en concreto estamos bastante peor que al otro lado del Atlántico).

Y otro dato para la reflexión: dice Pew que en aproximadamente dos tercios de los países europeos existen grupos de presión organizados que usan la fuerza y la coerción para dominar la vida pública con su particular perspectiva religiosa. Estas organizaciones se oponen a las minorías religiosas, llegando a atacar a los miembros que profesan un culto que no les agrada. En esto, la especificidad europea es triste por notable: en 30 de 45 países, un 67%, se constatan ataques de esta naturaleza, por un 38% en el resto del mundo.

Estos datos, y este estudio (aquí, en inglés, podéis leerlo completo), me llaman bastante la atención por un motivo. Tenemos la percepción, yo el primero, de que vivimos en un continente de lo más tolerante con las religiones (a pesar de los pesares) y que el odio religioso y los conflictos de orden teológico que afectan a la sociedad son cosa de otros, de bárbaros. Nada más lejos de la realidad. En algunos países como Francia, Italia y qué decir de Europa del Este, el conflicto religioso, pace Voltaire y su tolerancia, es una amenaza indisimulada.

¿Qué ha sido de la ayuda al desarrollo en nuestra Europa de la crisis?

Con el fantasma de la crisis humanitaria vagando por el patio trasero (Léase: Ucrania) y con el objetivo de seguir siendo la potencia mundial en ayuda al desarrollo, este 2015 las instituciones comunitarias celebran el Año Europeo del Desarrollo. Un compromiso loable, pero difícil de sostener en un momento en el que la resaca de la crisis se deja notar en los menguantes presupuestos.

El viernes pasado, en la sede en Madrid del Parlamento Europeo, acudí a un interesante foro sobre el tema, organizado por el propio PE y en el que además de políticos y periodistas acudieron representantes de ONG y asociaciones. ¿Conclusiones? Pues básicamente dos, que en realidad se funde en una: Europa hace más que otros actores globales por el desarrollo… pero muchísimo menos de lo que debería.

Enrique Guerrero, durante el foro del viernes ( @PE_Espana)

Enrique Guerrero, durante el foro del viernes ( @PE_Espana)

Entre estas dos visiones, pelín irreconciliables, navegó la cita: lejos queda ya el voluntarioso 0.7% del PIB dedicado a ayuda al desarrollo de regiones pobres o en transición. «Estamos en un momento de inflexión», reconoció Enrique Guerrero, eurodiputado socialdemócrata y especialista en estas cuestiones, que alertó de que «se está imponiendo una visión securitaria del desarrollo». Guerrero hizo un balance «moderadamente insatisfecho» de los objetivos del desarrollo y puso sobre la mesa el que creo que es el tema fundamental, y que fue tratado de pasada el foro: la inmigración y las fronteras.

La crisis humanitaria en el Mediterráneo, de la que Europa no debe ni puede desentenderse, es consecuencia también de esas políticas de ayuda a terceros ineficaces o insuficientes. Lo dijo una interviniente, portavoz de una ONG, con visible enfado, pero lamentablemente la palabra frontera, y todo lo que la rodea, estuvo ausente del debate.

Además, en Europa hay 125 millones de personas que viven en el umbral de la pobreza, lo que introduce un nuevo ingrediente en la coctelera del bombo de dinero que la UE destina al desarrollo. A los habituales, África y America Latina, y a las nuevas realidades, las brechas regionales y urbanas dentro de un mismo país, hay que sumar ahora la propia crisis europea, que ha transformado la realidad social del continente.

En este sentido, una curiosidad que quizá pudiera tener una lectura más seria. Durante el acto, los asistentes votamos electrónicamente sobre una serie de preguntas, obvias de responder, por otro lado. A la cuestión de quién debe ser responsable de canalizar la ayuda al desarrollo, la mayoría de los presentes, un 47%, dijimos que los Estados miembros… y un 40% que la UE. ¡Significativo resultado para tratarse de un foro europeo!