Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de enero, 2015

Por qué nunca visitaré Auschwitz

Guardo en casa un tríptico en tres idiomas sobre Auschwitz. Lo encontré una noche mientras caminaba por una coqueta calle de Prenzlauer Berg. En Berlín pasan pasaban esas cosas extraordinarias. En el suelo, junto a un portalón de madera todo pintarrajeado, alguien había dejado una montaña de libros y papeles. Husmeé, es mi costumbre. Y allí estaba, como si fuera un catálogo de los Museos Vaticanos, la guía útil para acceder a los secretos del mayor campo de exterminio nazi. Auschwitz es el lugar de memoria más importante de la Europa contemporánea. Basta el detalle de los centenares de artículos que se han escrito en el 70 aniversario de la liberación para comprender la magnitud de un fenómeno que trasciende los esquemas habituales de lo que se entiende como memoria colectiva.

Auschwitz

Exprisioneros de Auschwitz dentro de los muros del campo (EFE).

Sobre Auschwitz, al contrario que sobre otros hitos del horror contemporáneo, no hay fisuras. Y si alguna hay, es completamente marginal. Sobre Auschwitz, además, se han escrito algunos de los mejores libros de Historia y algunas de las mejores obras literarias del siglo XX. No, no es necesario visitar Auschwitz para comprender el nazismo. Basta leer a Primo Levi. Las imágenes, los restos arqueológicos, algunos de tal terrible belleza que anulan su misma pretensión de denuncia, no dan la medida exacta. Son los textos de los sobrevivientes los que se acercan más a la descripción del mal radical; son las reflexiones de los historiadores las que mejor logran penetrar en la escurridiza zona gris que siempre es la más difícil de relatar y que los discursos oficiales arrinconan.

Os decía que guardo en casa ese tríptico y que lo he hojeado alguna vez, tampoco muchas. Explicaciones turísticas de una bondad pedagógica inestimable, pero sumamente inservibles. Auschwitz es un lugar de peregrinaje, la primera parada (y con frecuencia, la última) del universo concentracionario. La identidad alemana y europea moderna se funda sobre la sombra de sus hornos crematorios. Pero yo jamás iré. No me espanta la banalización turística, ni tampoco que los visitantes se tomen selfies delante del Arbeit Macht frei como si estuvieran celebrando la Champions. Pero jamás iré por una razón compleja y sencilla a la vez: no le veo ningún futuro a esta sacrilización del pasado. Además, tal y como yo lo he asumido, el horror del Holocausto debe decantarse en la intimidad, en una ascesis labrada a golpe de lecturas. Ir y ver y volverme sin más me resultaría una traición, como aprobar un examen sin haber estudiado.

Al final de su Ensayo sobre la casa de los muertos, incluido en Posguerra, Tony Judt escribe lo que sigue. La verdad que no he leído nunca una explicación mejor a todo este inmenso lío de la memoria, el nazismo, la conmemoración y la identidad europea:

[El] Riesgo que corremos al entregarnos a un excesivo culto a la conmemoración al desplazar la atención tanto hacia los verdugos como hacia las víctimas. Por una parte, en principio no hay límite para la memoria y para las experiencias que merecen recordarse. Por otra, conmemorar el pasado mediante edificios y museos también es una forma de contenerlo e incluso de desdeñarlo, haciendo que la responsabilidad recaiga sobre los otros. Quizá esto no tenga importancia mientras existan hombres y mujeres que recuerden lo sucedido por haberlo vivido personalmente. Pero ahora, como recordaba con ochenta y un años Jorge Semprún a otros supervivientes durante el sexagésimo aniversario de Buchenwald, ocurrida el diez de abril de 2005, «el ciclo de la memoria activa se está cerrando». Aunque Europa pudiera de alguna manera aferrarse indefinidamente a una memoria vívida de los crímenes del pasado –que eso es lo que se pretende, por deficiente que sea la empresa, al concebir monumentos y museos-, la cuestión no tendría mucho sentido. La memoria es intrínsecamente polémica y sesgada: lo que para unos es reconocimiento, para otros es omisión. Además, es una mala consejera en lo que al pasado se refiere. La primera Europa de postguerra se levantó sobre una memoria deliberadamente errónea: el olvido como forma de vida. Por su parte, desde 1989, el continente se ha construido, a modo de compensación, sobre un excedente de memoria: un recuerdo público institucionalizado en los mismos cimientos de la identidad colectiva. La primera no podía durar, pero tampoco la segunda. Cierto grado de abandono e incluso de olvido es necesario para la salud pública.

PS: Por cierto, la fotografía que acompaña al texto es conmovedora. Varios exprisioneros volvieron hoy al campo de la muerte. Es difícil no emocionarse con algo así, con el testimonio de los pocos que siguen vivos. Pero la pregunta de hasta cuándo se podrá seguir conmemorando de esta forma y, sobre todo, cómo se conmemorará luego, cuando la memoria vívida no exista, sigue presente.

Alexis Tsipras + Matteo Renzi + François Hollande: ¿Una nueva ‘troika’ alternativa?

La victoria electoral de Alexis Tsipras en Grecia añade, a esa especie de frontera intangible entre el norte y el sur de Europa, o siendo más precisos entre el centro y su periferia, un nuevo componente de esperanza contenida. Primero fue a François Hollande, en Francia, a quien se le invistió, quizá prematuramente, con la responsabilidad de oponerse a los dictados austeros de Alemania. Fracasó. Parte de aquellas esperanzas volaron unos miles de kilómetros, hasta Roma. Matteo Renzi, el dinámico y amable primer ministro italiano, era el nuevo mirlo blanco. No es que haya fracasado todavía, pero tampoco puede afirmarse que lo vaya a tener fácil.

Un cartel irónico contra Merkel, ayer por la noche en Grecia. (EFE)

Un cartel irónico contra Merkel, ayer por la noche en Grecia. (EFE)

Con la debilidad inextricable de gobernar un país anémico, pero también con la voluntad –y la política es voluntad de acción, entre otras cosas– de quien no tiene mucho más que perder, Tsipras tomará asiento en el Consejo Europeo como el nuevo flamante comensal del sur empobrecido. Poco a poco, la división entre una Europa acreedora y otra deudora, que era ante todo una división financiera, está colonizando la política. Es decir, la fractura simbólica (matizable y engañosa) de la que tanto se ha escrito durante estos años, está materializándose ahora en gobiernos que amalgaman el discurso sin claroscuros de los votantes.

El poder negociador de Tsipras, más allá de la retórica triunfante (tan inevitable como necesaria), es muy limitado. Pero para eso están las alianzas. El fulminante compromiso de investidura con la derecha nacionalista es el primer paso para garantizarse un apoyo interno (ética de la responsabilidad frente a la ética de la convicción tuitera). Ahora le queda lo más complicado: tejer alianzas sólidas fuera de Grecia. Que Syriza haya ido suavizando sus propuestas a medida que se hacía más plausible su triunfo electoral, proporciona a Tsipras una débil, pero real ventaja negociadora. Las izquierdas moderadas de Hollande y Renzi, curadas de maximalismo, son ahora compañeros de viaje probables… y hasta deseables.

Porque, ¿si Tsipras acepta como bueno un pacto con la derecha nacionalista en aras de salvaguardar la estabilidad interna, por qué no hacer lo mismo con la socialdemocracia descafeinada del PSF y el PD para lograr apoyos fuera? Otra cosa es que esta sugestiva troika (¿tetrarquía con España en un futuro?) tenga el poder de conquistar los bolsillos de los Gobiernos fríos… y los de Bruselas, más helados aún. Lo que puede producirse es un combate entre troikas de diferente naturaleza y en diferentes planos. Una eminentemente política, fundada sobre las caducas alianzas estatales, frente a otra institucional, nacida de los propios mecanismos de adaptación y supervivencia paneuropeos. Veremos si esta batalla desigual y compleja acontece, y si esa brecha artificiosa, sacralizada hoy por la política, desgarra más a Europa.

¿Qué papel juegan los ‘think tanks’ en la salida de la crisis europea y global?

Con un título parecido al del post, pero sin los signos de interrogación, directores e investigadores de algunos de los think tanks españoles más relevantes se reunieron este jueves para dialogar acerca del papel de estas fundaciones de ideas en el contexto de crisis global. Con la inminencia de la publicación del ranking anual de los mejores think tanks, algo así como los Oscars de los politólogos, Andrés Ortega (Elcano), Carlos Carnero (Alternativas) o Jordi Bacaria (CIDOB) han puesto el énfasis en el pensamiento crítico, riguroso y operativo, que se dice santo y seña de estas ‘universidades sin alumnos’.

Participantes en la mesa redonda sobre crisis y think tank. En medio, Nicolás Sartorius (@funalternativas)

Participantes en la mesa redonda sobre crisis y think tank. En medio, Nicolás Sartorius (@funalternativas)

Para los especialistas reunidos en la madrileña sede de la Fundación Alternativas, los think tanks están teniendo una función de «gran angular». No sirven para dar la solución a los problemas económicos, políticos, identitarios, pero sí para conformar nuevas preguntas. Y también para hacer visibles las disfunciones del sistema. «La idea de la desigualdad ya la expusieron muchos think tanks antes de que llegara Piketty», señaló con algo de sorna Andrés Ortega, investigador senior de Elcano y asiduo analista mediático. Bacaria va más lejos. Según él, algunos TT anticiparon la crisis económica, pero fueron «reprimidos» por las mismas entidades financieras que hacía de mecenas. Lástima que no diera nombres.

Legitimidad, transparencia e independencia son los pilares que todo buen think tank debería asumir como prioridades. No siempre ha sido así durante este lustro pasado, donde los recortes de subvenciones, por un lado, y el cierre del grifo de la financiación privada, ha llevado a muchas fundaciones a la extinción. En España, sin ir más lejos, de 18.000 fundaciones (no todas TT), sobreviven 13.000. En contraste con esto, la sociedad civil se ha fortalecido, ha explicado Ortega, para quien los TT hacen cada vez más la antigua función de los intelectuales, hoy desaparecidos, y de los propios medios de comunicación.

Los periódicos, por la sangría de profesionales especialistas que han ido saliendo en desbandada de las redacciones, necesitan un conocimiento experto que no tienen. Recurren a los TT y a los especialistas, sobre todo económicos y políticos. Con dos o tres declaraciones y testimonios, se montan un reportaje, explicó Ortega. Los TT tienen pues el papel de mediadores, sí, pero cada vez más se convierten -con sus propios blogs, sus propias publicaciones y notas casi en tiempo real- en medios especializados de su ámbito de estudio. Una ventaja y una oportunidad de llegar a ese «nuevo ágora», a esa «opinión pública global», pero que esconde subjetividades y peajes.

Uno de los puntos que más me han interesado de la charla, no precisamente el más desarrollado, ha sido el de la contribución de los TT a pensar de forma paneuropea en la crisis. ECFR y otros han ayudado con sus análisis a ir tejiendo una malla global, donde los conflictos no son formas aisladas (en su génesis y en su resolución), sino partes de un todo complejo. Además, lo que Carnero ha llamado «la internacional de los TT», es decir, la relación de dependencia cada vez mayor entre todas estas fundaciones, es una consecuencia a su vez de los años de crisis y de búsqueda de ideas en común.

Personalmente, esperaba más de esta cita. Como sabéis los que seguís el blog, los think tanks son una parte importante de mis fuentes, explícita o implícitamente. Pero no por ello dejo de ser crítico con ellos. Su ascenso a intelectuales colectivos en Europa me parece engañoso y hasta contraproducente. Sus análisis carecen del apasionamiento de las diatribas de un intelectual al uso, pero no por ello, necesariamente, son más científicos. A veces, y eso lo he comentado con buenos amigos que sí están en el ámbito académico y universitario, los think tanks se arrogan unos privilegios que no tienen. Su discurso es un discurso también de poder, y si los periodistas, sin ir más lejos, les hacen caso, las razones no están solo en su clarividencia y precisión de pensamiento…

PS: Aquí está ya el enlace al ranking que os comentaba en el primer párrafo del post. Creo que es una herramienta más para periodistas, o para los propios investigadores, que para el público en general, pero bueno, con el afán por confeccionar listas de todo que hay últimamente, esta no podía faltar.

Sociedad Civil Catalana, premio Ciudadano Europeo: «El secesionismo amenaza con separarnos de la UE»

Sociedad Civil Catalana (SCC), una asociación transversal y apartidista contraria a la independencia de Cataluña, ha recibido este lunes de forma oficial el Premio Ciudadano Europeo, que concede de manera anual el Parlamento Europeo, por promover «los valores fundamentales de la Unión Europea».

La foto de los ganadores del Premio Ciudadano Europeo (Imagen: @PE_Espana)

La foto de los ganadores del Premio Ciudadano Europeo (@PE_Espana)

En la ceremonia, que ha tenido lugar en la sede del PE en Madrid, también han recibido el mismo galardón la Orden de San Juan de Dios y la Cocina Económica de Logroño. En total, 47 organizaciones europeas han recibido este galardón, cuyo broche de oro será una ceremonia en Bruselas el próximo 25 de febrero.

La concesión del premio, polémica desde su anuncio en noviembre pasado, significa –aun de forma indirecta, no es la institución en sí de quien parte la elevación de candidatos, sino de los europarlamentarios– que el PE toma partido por uno de los dos bandos en liza dentro de la cuestión catalana. El padrino de Sociedad Civil Catalana en Bruselas fue Santiago Fisas, parlamentario europeo del PP, quien hoy ha sido el encargado de presentar a su opción premiada.

Fisas no ha ocultado su satisfacción porque este premio «no guste a la Generalitat» y no ha perdido la oportunidad de recordar «las dificultades» para que la candidatura de SCC fuera «aceptada por el sector nacionalista catalán». A pesar de esto, y ante la mirada de Esperanza Aguirre, presente en el acto, el discurso ha sido institucionalmente conciliador, en un esfuerzo por dejar claro que «la SCC catalana no tiene relación con los partidos políticos» (entre nosotros, eso no se lo cree nadie).

La presencia de Aguirre, más simbólica que otra cosa (no intervino, aunque se llevó todos los flashes y las miradas ansiosas de los periodistas presentes en el acto, y abandonó la sala antes de que este acabara), le añadió cierto morbo extra al asunto, lo que para unos premios considerados menores nunca está de menos.

Los otros dos galardonados –los religiosos de San Juan de Dios y la organización caritativa riojana– quedaron así un tanto ensombrecidos por la estela política asociada al otro ganador… lo que demuestra que una UE politizada (basta recordar la polémica creada en torno a uno de los ganadores del año pasado, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca) siempre atrae más el interés del común que otra cautamente imparcial. Y lo cierto es que la intervención de Susana Beltrán –como representante de la SCC– haciendo suya la conocida divisa europea de ‘unidad en la diversidad’ y abogando por la «eliminación de fronteras entre los ciudadanos de la UE» fue bastante aplaudida.

Giorgio Napolitano, el presidente de la república que todos querríamos

Asegura Beppe Grillo, el estrafalario líder del no menos estrafalario Movimiento Cinco Estrellas, que no lamenta la dimisión del casi nonagenario Giorgio Napolitano como presidente —el «peor de la historia», ha dicho— de Italia. Será que él, en su simiesca visión de la política, podría hacerlo mejor. La suya ha sido casi la única nota discordante en una despedida de la vida pública trufada de elogios hacia el cansado excomunista. Tanto en su país como en Europa, Napolitano ha recibido el respaldo que su trayectoria posibilista y responsable merecía.

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

Napolitano, reflexivo, en 2013. (EFE).

A Napolitano, como a cualesquier político de pasado comunista, pueden echársele en cara muchos momentos y alianzas. No va por ahí, y creo que hace bien, Antonio Elorza en su artículo de despedida. Más bien al contrario, se deshace en loas hacia quien «quiso cambiar el mundo desde la democracia». Un papel como el ejercido durante estos años de crisis por Napolitano, y en Italia, es algo así como ascender por la cara sur al K-2 sin oxígeno y en invierno. Un reto casi imposible. Que en tiempos tan convulsos Napolitano haya logrado ser el único presidente reelegido para un segundo mandato dice mucho de su virtuosismo para lograr consensos, atenuar envidias y aplacar egos.

Los elogios a Napolitano suenan, eso sí es verdad, a elogios fúnebres. No hacia un ser humano, que pese a sus achaques sigue aún vivo, sino hacia una era periclitada. Él, como cabeza sensata de lo que se vino a llamar mejorismo, supo defender la necesidad del reformismo socialdemócrata dentro del PCI más allá del ya de por sí valiente eurocomunismo. Su europeísmo, que todos ahora destacan, no siempre fue sencillo, ni como europarlamentario ni como defensor en Europa de los bandazos de una política interna imprevisible.

Siete décadas en la arena, a veces fango, de la política dan para cometer muchos errores. Y habría que sospechar de quien, tras tanto tiempo habitando las antesalas del poder, no los hubiera cometido. Napolitano, con su merecida fama de intelectual de corte gramsciano amante de la cultura, ha logrado a pesar de todo vadear con honor las sentinas más abyectas, las de la corrupción institucional, la connivencia mafiosa y, a última hora, el populismo berlusconiano y beppegrilliano. Presidentes de la República así quisiéramos todos para nuestro país.

Europa y EE UU: dos maneras de informar sobre la masacre de ‘Charlie Hebdo’

Suele argumentarse, para explicar esa brecha que a veces separa Europa de Estados Unidos, que nosotros los europeos somos de Venus y ellos, los americanos, son de Marte. Es decir, su mentalidad es guerrera mientras que la nuestra tiende hacia un pacificismo intelectualizado. Pero estas convenciones, como tales convenciones, no siempre se cumplen. Ayer sin ir más lejos.

Sorprende la diferente reacción de los medios estadounidenses y europeos a la masacre de París. Los que la seguimos en directo, por trabajo o por puro interés horrorizado, asistimos a un fenómeno curioso: mientras las webs de los periódicos europeos se llenaban a un tiempo de información sobre el atentado y de caricaturas y portadas de Charlie Hebdo, los grandes medios estadounidenses informaban del ataque, pero sin reproducir las viñetas que todos damos por hecho que fueron el motivo de fondo del mismo.

Una de las portadas de 'Charlie Hebdo'.

Una de las portadas de ‘Charlie Hebdo’.

No es un fenómeno nuevo, pero sí una traslación de una práctica común. La habitual profilaxis que los medios estadounidenses aplican a las imágenes de los atentados terroristas es llevada aquí un paso más allá. ¿Autocensura? Es lo primero que uno piensa. Pero no es del todo cierto. Periódicos como NYT o WSJ han optado por describir con palabras a sus lectores los dibujos, lo que en una sociedad tan condicionada por la imagen puede parecer una osadía, pero es una decisión meditada y respetable.

Esta diferencia en el tratamiento puede explicarse, imagino, por las diferencias puramente profesionales de los medios en EE UU y en Europa (y por la cercanía del crimen y la amenaza, claro). Es decir, desde cómo se hace periodismo aquí y allí. Pero creo que en este caso esos matices académicos no son tan relevantes, porque se quedan cortos. El asunto es complejo y va más allá de la libertad de expresión y de su defensa: que cada uno la defienda según dicte su conciencia, su práctica y su costumbre. Ahí no hay mucho más que decir.

El fondo de la cuestión de esta brecha de sentido es, creo, de raíz sociológica. En Europa vivimos como si dios y la religión ya no existieran, y todos estos choques entre nuestro laicismo ilustrado y el fanatismo de origen religioso, nos producen urticaria. En EE UU, en cambio, la sociedad sigue tratando a la religión como un «hábito del corazón», por decirlo con Tocqueville. Esto explicaría, por ejemplo, por qué el ruidoso movimiento ateo estadounidense –los Dennett, Harris, Hitchens, etc– son contemplados por nuestros ateos como ingenuos: su ateísmo combativo es menos elegantemente filosófico, más de trazo grueso, de batalla.

Un europeo se sentiría insultado si su periódico de cabecera no trajese hoy las portadas de Charlie Hebdo en su edición. Es más, casi que ni se plantea que algo así no suceda. Un ciudadano americano, en cambio, no ve tan urgente aquello de ser intolerante con la intolerancia, y cuestiona lo oportuno de la blasfemia del hecho religioso, aunque no sea su hecho. Los europeos creen que a la religión, en general, le anima lo que Michel Onfray llama «pulsión de muerte». Todas compartirían el mismo desprecio hacia la libertad y la vida. La impía ateología de Onfray no tendría público en EE UU.

Europa 2014: lastres de un lustro negro

Como afortunadamente este blog no predispone a las listas, os ahorraré el trance de leer «las diez noticias europeas del año», «los cinco mejores políticos europeos de 2014»  o las infinitas variedades de chorradas que pueden ponerse una a continuación de la otra. Lo que sí quería, porque creo que da una visión panorámica muy nutritiva, es hacer un  resumen del año que hemos dejado. No un resumen del tipo fecha, dato, etc, que es muy fácil y muy estéril, sino un esbozo de movimiento de lo que ha sido Europa en este año decisivo.

(Foto: GTRES)

(Foto: GTRES)

¿Decisivo porque ha sido año electoral? También por algo más. La guerra ha vuelto a Europa en el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Ha vuelto por donde lógicamente habría de tener que venir. Por el flanco más débil de su movedizo vecindario oriental. Rusia ha iniciado, como recordaba Xavier Colás en un bonito post hace unos días, el mayor movimiento de fronteras en el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Europa pese a su eficiente y taimada pasividad, se ve de nuevo inserta en la corriente de la Historia.

La complejidad. Europa ha suturado las heridas causadas por la crisis financiera y por la crisis de modelo. No confudamos. No es que no haya ya desigualdades y no vaya a seguir habiendo fatalidades, pero la tela de araña de la que se compone la UE, rota en mil pedazos hace cuatro años, parece haberse recompuesto. A pesar de que el drama griego no ha escenificado todavía su último acto, de que todos dicen que la anemia económica es más una realidad que un riesgo, se ha extendido la sensación de que Europa ha entrado en otra fase.

El tránsito de Gobierno continental, aun a pesar de los escándalos (algunos tan vergonzantes como LuxLeaks), se realizó como la firma de un acto notarial. Sin sobresaltos y con algo más de política y menos de policy, lo que siempre es de agradecer. Por el contrario, el fantasma de la extrema derecha, los partidos xenófobos y populistas vaga a sus anchas por casi todos los países de la Unión, la rica Alemania incluida. Es curioso que sea precisamente ahora, cuando la crisis más grave que ha vivido el proyecto europeo en décadas parece en vías de solventarse, cuando los extremismos antieuropeos amalgaman más partidarios.

Así pues: por un lado Europa ha conocido de nuevo aquello tan antiguo de las disputas territoriales y geopolíticas, ha renovado su ejecutivo y legislativo para afrontar cinco años de reformas en profundidad (eso se espera), ha sentido la amenaza de los valores que niegan su propia razón de ser y sigue soportando los lastres de un lustro negro, como la desigualdad económica entre sus miembros y la desconfianza ciudadana. Europa, un año más, ha vivido en proyecto. Y así seguirá viviendo.