Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de noviembre, 2014

Europa boxea por debajo de su peso: mucha presencia, pero menos poder

Presencia en el mundo no implica necesariamente poder sobre él. Es uno de sus requisitos, pero hay países cuya significativa presencia no se corresponde con su limitado poder y, al contrario, hay otros cuyo poder es superior a su presencia. Pero quizá estoy liándoos. ¿Qué es la presencia global? ¿Cómo se mide? ¿Para qué sirve? Ayer estuve, invitado por el Real Instituto Elcano, en la presentación de la web de su Índice de Presencia Global, una herramienta que analiza lo que ellos llaman el ‘estar ahí fuera’, es decir, lo que cada país aporta a la globalización en términos económicos, militares y blandos.

Os invito a que fuchiquéis en la página, porque tanto si sois periodistas, investigadores, estudiantes o simples aficionados a las RR II hallaréis una ingente cantidad de datos para cruzar y extraer conclusiones que apuntalen artículos o maticen vuestras intuiciones. El IPG no se elabora con percepciones ni encuestas, sino con datos extraídos de organismos internacionales.

Como en toda herramienta de este tipo, claro, hay cierto subjetivismo de origen, que en Elcano reconocen y tratan de ir limando en sucesivas ediciones (van por la quinta ya). Por ejemplo, los elementos que componen el apartado de ‘presencia blanda’ –cultura, deporte, ciencia, información, etc.– son más efímeros y cambiantes que otros, como los económicos, por lo que requieren una revisión más frecuente.

Pero mejor me dejo de cuestiones metodológicas. Lo importante es que el IPG es una mina de oro para comenzar a entender el lugar de Europa en el mundo. Por ejemplo, y sin profundizar demasiado, algunas percepciones que todos tenemos se ven reflejadas con meridiana claridad. Europa tiene mucha presencia en el presente globalizado, más incluso que sus directos socios y/o competidores. Mirad esta gráfica:


 

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La UE, tomada como si fuera un país (esto es: no sumando los valores de los diferentes estados miembros) ocupa el primer puesto en del IPG con 1.239 puntos, casi 200 puntos más que EE UU y mil más que China. Además, la Unión es, de estos cinco primeros clasificados, el que ha experimentado un mayor crecimiento en su índice, más de 200 puntos respecto a 2010.

Europa es la primera en casi todo salvo en, obviamente, presencia militar, donde es superada por EE UU. Sus puntos fuertes son, pues, la tecnología, la ciencia, el deporte, la educación y la cooperación al desarrollo. Es decir, el soft power, como ya os comenté un día por aquí. Lo curioso es que la economía, pese a estos años de intensa crisis, ha sido el vector que más ha impulsado a la UE en el índice desde 2005. Al cabo parece que el bache de la recesión ha sido compensado por otros factores y la Unión no se ha resentido en el teatro internacional (un euro fuerte también ha ayudado, por supuesto).

Ya como bloque geográfico, es decir, incluyendo a Rusia y a otros países del entorno que no forman parte de la UE, Europa tiene una cuota de presencia global muy elevada, superior en más de un 20% a los otros dos bloques mundiales más importantes, el de Asia-Pacífico y el de América del norte. Además, la cuota de presencia se ha mantenido estable (aunque a la baja) desde el fin de la guerra fría (años 90).

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Pero volviendo a la UE: todo lo que converge para convertir a la Unión en uno de los principales actores globales, no termina en cambio de servirle para capitalizar poder e influencia en la toma de decisiones a nivel mundial. «Europa boxea por debajo de su peso», señalan a modo de metáfora los especialistas del Elcano encargados del IPG. Esta conclusión no se extrae cotejando los datos de presencia, pero son los expertos los que la señalan tras comparar su presencia con otros índices y clasificaciones disponibles. Termino precisamente con la reflexión de Federico Steinberg, investigador de Elcano, quien 2013 publicó un informe titulado Europa y la globalización: de amenaza a oportunidad en el que asegura que:

En los campos en los que logra comportarse como un bloque compacto, especialmente comercio internacional, su poder [el de la Unión Europea] es mucho mayor al de la suma del sus estados miembros, lo que se traduce en una influencia tan importante que hace ningún acuerdo salga adelante sin su apoyo. Sin embargo, donde está dividida y no puede articular una posición común, como en energía, política exterior y de seguridad o migraciones, tiene una influencia limitada.

¿Tiene que ser la reindustrialización la gran apuesta económica para Europa?

De Felipe VI a Izquierda Unida apenas queda alguien que no haya pedido ya la reindustrialización de Europa. Salvo yo. Es un asunto complejo, que suele adornar los discursos institucionales y que en los últimos tiempos se ha convertido en uno de esos lugares comunes tan caros al ecosistema comunitario.

La UE ha perdido músculo industrial. Es un hecho. Algunos socios más que otros. Es otro hecho. Este desequilibrio interno, unido a la constatación de que los países con un tejido industrial más poderoso han aguantado mejor los embates de la crisis, ha llevado a los actores políticos (con especial énfasis entre los partidos de izquierda) a clamar por un modelo de crecimiento que no margine a la industria.

Un obrero en una fábrica (GTRES)

Un obrero en una fábrica (GTRES)

La conocida como Agenda 2020, uno de los horizontes de la política económica europea a medio plazo, demanda que para entonces la industria represente un 20% del PIB de los países de la zona euro (actualmente está en el 14%, y bajando). Este impulso a la industria es vital para, según ciertos autores, restablecer parte del equilibrio perdido entre los países del sur y del norte del continente en el último lustro.

La industria puede ser, según los especialistas, el revulsivo que permita estabilidad el empleo en un continente que sufre especialmente los rigores de la falta de puestos de trabajos y de su precarización. El sector manufacturero proporcionaría un nivel estable de empleabilidad, algo que la Europa terciaria de los servicios está más lejos de facilitar. Conceptos fetiche como sostenibilidad y competitividad dependen, en este sentido, de lo que Bruselas y los países miembros quieran hacer con la nueva industria.

Eso sí, no todos comparten el optimismo de la agenda 2020 ni de las voces que enumeran las bondades de la reindustrialización. La propia Comisión Europea tiene sus dudas, y los expertos también. En este sentido, en un artículo publicado hace casi un año por analistas del Deutsche Bank y titulado El abismo entre las aspiraciones y la realidad, se dice que esta meta es improbable por varias razones: una razón estructural (externa, por así decirlo: otros sectores que no son el industrial tiene mucho más potencial de crecimiento) y otra cíclica (hay nichos industriales en Europa que aún tienen que perder lastre y la débil recuperación económica no ayuda a su reconversión).

Con todo, sí que existe un cierto consenso entre los especialistas a la hora de demandar mayores inversiones tanto directas en la industria como indirectas en la formación de jóvenes trabajadores que puedan servir de mano de obra cualificada. La Comisión Europea adoptó, en enero de este año, una nueva política de comunicación en asuntos industriales (signo de que los tiempos están cambiando), que incluye la simplificación legislativa, la modernización del sector, el acceso en mejores condiciones al crédito, etc.

La industria es uno de los símbolos del pasado exitoso de Europa. El ‘milagro alemán’, pero no sólo aquel, se edificó sobre el sector secundario de la economía. En España, así como en otros países del sur del continente, la desindustrialización de los años ochenta fue celebrada como un mal menor del inminente ingreso en el club europeo y ahora, con la crisis, se percibe como uno de los síntomas de sometimiento del sur precario hacia el norte industrioso. No comparto esta división tan radical, engañosa y muy matizable, de la división norte/sur (Luuk Van Middelaar la refuta con ingenio en un artículo publicado en La Maleta de Port Bou de octubre), pero en el caso de la industria esta brecha es bastante evidente.

¿Tiene que ser la reindustrialización la gran apuesta económica? Pues quizá, si no la gran apuesta, sí una herramienta más que ayude a limar las diferencias económicas y sociales entre unos europeos y otros. El resto ya se verá. En próximos posts espero profundizar un poco más en el tema entrevistando a especialistas que tengan una visión más exacta y que puedan o no desmentir las aspiraciones institucionales. Espero que este post os haya servido de aperitivo (no industrial).

Mapas que nos explican un continente

Llevo varios meses recopilando a golpe de tuit, que de otra forma no me da la vida mapas de Europa de lo más dispares: idiomas, sueldos mínimos, violencia doméstica, prejuicios, etc. Algunos son simples divertimentos, como el de ‘Europa según Putin’ (una colección de lugares comunes, algunos seriamente factibles). Otros aportan informaciones que no cambian la vida de nadie (resulta que Dinamarca es el país europeo con menos tiendas de Zara por habitante).

Pero muchos otros, y os invito a echarles un vistazo, son una radiografía bastante aproximada de los patrones que todos tenemos en mente. Así, el inglés como segunda lengua hegemónica en casi todos los países (con contadas pero notables excepciones) o las diferencias de salarios entre países y su comparación con aquellos que no tienen establecidos por ley salarios mínimos.

La Europa de los mapas nos atrinchera en nuestras ideas, aunque a veces nos desmiente (en cuestiones sociales, como la violencia doméstica, los países del sur han hecho los deberes muchísimo mejor y más rápido) y, otras, nos avergüenza. Fijaos en el mapa que enlaza Matt Yglesias. Los europeos, básicamente, hemos pasado los últimos siglos ocupándonos los unos a los otros de una forma que resulta hasta cómica, sino fuera porque ha sido muy trágica… ¿Qué mapa de Europa os gustaría ver en el futuro?

‘Antici’: los encargados de anotar lo que hablan en secreto los líderes europeos

Hay una extraña mezcla de tradición y modernidad en la forma en la que la Unión Europea transmite sus decisiones. Junto a una voluntad encomiable de comunicación (los que hayan tratado con instituciones de la UE y con instituciones nacionales pueden dar cuenta del abismo que las separa) coexisten prácticas un tanto rocambolescas, conservadas en formol por la costumbre. Una de estas prácticas las llevan a cabo los antici.

Merkel y Rajoy conversan durante una reunión comunitaria (EFE).

Merkel y Rajoy conversan durante una reunión comunitaria (EFE).

Los antici son diplomáticos nacionales (de cada estado miembro) que se encargan de tomar notas mecanografiadas de lo todo que se habla en las cumbres de los jefes de estado y de gobierno de la UE. Ellos no tienen acceso directo a las conversaciones de los líderes, pero sí a un relato fiel transmitido por boca de un diplomático comunitario (conocido como debrief), que cada 15 minutos sale de la sala de reuniones. Un método con sus inconvenientes, pero que se lleva usando desde los años setenta.

De hecho, los embajadores permanentes ante la Unión que toman las notas se los conoce en la jerga bruselense como antici por el nombre del inventor del sistema, Paolo Antici, diplomático italiano recientemente fallecido que fue quien alumbró en 1975 este sistema. Los antici, aunque en España no sean muy conocidos, tienen una función muy importante en el engranaje comunitario, si bien –y ahí residen las críticas– sus transcripciones de las reuniones son secretas. Por ejemplo, el actual embajador de España en Turquía Cristóbal González-Aller ejerció de antici.

Precisamente ha sido este 2014 cuando los antici han salido de su relativo anonimato diplomático a raíz de un libro publicado en Alemania y que recoge las transcripciones oficiales y secretas de las cumbres de líderes europeos entre 2010 y 2013. El libro, que el periodista J. M. Martí Font, a quien entrevisté recientemente, traduce como Los que mueven los hilos en Europa, y no ha sido publicado aún, aunque debería serlo, en España. Esta obra no es la primera que analiza con una mirada crítica lo que sucede en Bruselas, de hecho en en el número 204 de la revista Le Monde Diplomatique (2012) hay un artículo que anticipa en parte lo que parece que sale en este libro.

Lo que dan a conocer Cerstin Gammelin y Raimund Loew, corresponsales en Bruselas para varios medios de habla alemana, es básicamente lo que en las crónicas periodísticas de los Consejos Europeos se vislumbra y lo que muchos creen con fe ciega: que durante los años de la crisis del euro la Alemania de Merkel, rocosa negociadora, se salió casi siempre con la suya, y cuando no, sus gestos de generosidad le sirvieron para luego ganar otras batallas más decisivas.

Supongo que algún día todas estas transcripciones dejarán de ser secretas y los historiadores que accedan a ellas podrán usarlas para mejorar el conocimiento de lo que pasó –y de cómo pasó– durante estos años decisivos para Europa. Mientras tantos los antici seguirán haciendo de escribas de las decisiones políticas debatidas a puerta cerrada.

El (mi) olvido de la Europa social

Lo que sigue es una especie de autocrítica:

Me regañaba cariñosamente el otro día mi prima María (que sabe mucho de muchas cosas, pero sobre todo dedica su vida profesional de abogada a asistir a los débiles) que veía el blog demasiado «intelectual» y poco «social». Que estaba bien para fardar y tener una conversación un poco «elevada», pero que había temas que apenas o nunca he tocado: entre ellos el de la inmigración.

Supervivientes del naufragio del barco de inmigrantes registrado frente a la isla de Lampedusa. (EFE)

Supervivientes del naufragio registrado frente a la isla de Lampedusa. (EFE)

No le pude contestar nada, porque fundamentalmente tiene razón (algo de eso sospechaba yo ya). En parte es por falta de tiempo y en parte es por falta de preparación. Me lleva muchas menos horas opinar o hablar de libros e historia (me siento más cómodo paseando por esos jardines). Además, no estoy preparado para escribir sobre según qué cosas, como la política migratoria de la UE, de la que desconozco sus recovecos.

Y no es por falta de ganas. De hecho, tengo en nevera escritos sobre Melilla y Schengen (a propuesta de un compañero del periódico que sí que sabe de ello mucho, Ángel Calleja) que aún no acabo de dar salida y algún que otro tema más «comprometido» sobre minorías que se sale de mi aburrida línea habitual. Europa tiene más lados que un dodecaedro, y es complicado satisfacer todas las peticiones… ¡incluso las mías propias!

Inevitablemente, después de un año de blog, tengo la sensación de que me dejo sin comentar aspectos importantes de la realidad (esta es una de las desventajas que veo a blog personal frente a uno colectivo). Me gustaría, a ser posible con vuestra ayuda, identificar estas lagunas y, con el tiempo, tratar de cubrirlas. El diablo está en los detalles, y en la UE más todavía. Para de aquí a unos años comprender cómo ha cambiado Europa, cuantas más caras de ese poliedro se hayan recorrido, mucho mejor. A ver si poco a poco voy ensanchándome.

(Ya puestos, en los comentarios podéis dejar vuestras peticiones y/o impresiones del asunto).

Juncker, en el ojo del huracán por el escándalo fiscal de Luxemburgo

Quizá es una cuestión de cercanía doméstica, o tal vez de simple provincianismo, pero me sorprende que el asunto de José Antonio Monago y sus viajes presuntamente a cargo del Senado esté teniendo más repercusión en la prensa española que el de Jean-Claude Juncker y Luxemburgo. A saber: el país gobernado durante casi dos décadas por quien es, desde hace una semana, presidente de la Comisión Europea, atrajo a multinacionales a cambio de rebajarles en secreto el impuesto de sociedades hasta un exiguo y desleal 2%. Simplemente por comparar: el impuesto de sociedades en Irlanda, que no llega al 13%, ha sido repetidamente cuestionado durante los años de crisis por ser demasiado bajo.

Juncker, en el PE. (Imagen: EFE)

Juncker, en el PE. (Imagen: EFE)

Un escándalo de proporciones magníficas, que a mi entender es todavía más grave en cuanto que afecta a quien debe encargarse de velar, entre otras cosas, por la solidaridad interterritorial en Europa. Si presuntamente el auspiciador (al menos el consentidor) de tales prácticas del todo insolidarias es quien va a ocupar durante los próximos cinco años uno de los puestos de más responsabilidad y peso en la UE, la credibilidad de las instituciones comunitarias puede verse seriamente afectada.

Cerca de 340 grandes empresas –entre ellas Sony, Ikea, Fiat, Apple o Pepsi– se habrían beneficiado de estos tipos fiscales hiperreducidos, y que habrían hecho de Luxemburgo (un pequeño país en el centro de Europa ya investigado por sus extrañas prácticas fiscales) un paraíso fiscal de facto. El ‘Luxembourg Leaks’, como lo han bautizado algunos medios europeos, pone en serios aprietos políticos a Juncker y de paso a la recién formada Comisión.

La investigación ha sido destapada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, y ha sido publicada, entre otros diarios, por el francés Le Monde, quien cita fuentes de la propia CE para decir que «las ventajas concedidas a algunas empresas son potencialmente comparables a ayudas estatales ilegales«.

«Luxemburgo y Juncker, under fire», titula por su parte The Guardian, otro de los periódicos del consorcio de investigación. El diario inglés se hace eco de las protestas inmediatas que Francia, Alemania y Holanda han emitido en cuanto el escándalo ha sido revelado a la opinión pública. Incluso Martin Schulz, socialdemócrata presidente del PE que lleva años haciendo de la lucha contra la evasión fiscal una de sus principales banderas políticas, ha roto su pacto de no agresión con Juncker para pedir una investigación a fondo.

Martí Font: «La caída del Muro de Berlín no acabó con Europa, sino que la rehízo»

— Alemania quiere ser Suiza

En un tono jovial, de café y sobremesa céntrica en Madrid, J. M. Martí Font reflexiona sobre los 25 últimos años de historia del país de sus desvelos. Alemania es hoy una nación satisfecha y apática, orgullosa de su pasado reciente y a la vez temerosa de su excesivo poder. Un pueblo que se dice a sí mismo, con algo de pesadumbre: «¡Y lo bien que estábamos nosotros sin liderar!».

— Me decía un embajador estadounidense que, cuando alternaba con diplomáticos y políticos alemanes, les solía advertir: «Ya veréis cuando os toque liderar, ya veréis»

La paradoja del éxito de Alemania es que, tras la caída del Muro de Berlín y la reunificación, su papel rector en Europa viene más forzado por la coyuntura exterior que por la voluntad interior. El alemán es un pueblo que ama el proyecto europeísta como pocos, pero aunque puede, no siente la urgencia de encabezarlo. Es algo profundamente trágico cuando se tiene que hacer de líder a regañadientes. Que se lo digan a Obama.

Martí Font sabe de lo que habla. Y de lo que escribe. Ahora libros, antes crónicas de corresponsal para El País. París y, sobre todo, Berlín, la «Pompeya del siglo XX». Despedido de Prisa, ha escrito un par de libros sobre Alemania, pues tuvo la fortuna —que también hay que buscarla— de estar en el centro del mundo un 9 de noviembre de 1989. El muro cayó y con los años él escribió una obrita de título revelador: El día que terminó el siglo XX (Anagrama, 1999). Ahora, a propósito del aniversario del colapso de la RDA, regresa con otra (Después del Muro, publicada en Galaxia-Gutenberg) en la que aborda las últimas dos décadas y media.

— 1989 es el punto que nos marca el presente, es un antes y un después. El gran error es pensar que el mundo real era el mundo de la Guerra Fría, cuando en realidad ese mundo era irreal, estaba congelado. Europa antes de la caída del Muro era un engendro raro occidental, y Europa no es occidental.

—  Claro, esa fecha significó la reconciliación de las dos Europas

—  No solo eso, es que el error es pensar que había dos Europas. Dile a un checo o un húngaro que estaban en otra Europa, a ver con qué cara te mira

© I. Montero Peláez

Cuesta ponerse en la piel de un periodista español en la Alemania aún dividida. Más todavía desde este presente aniquilado para la profesión, en el que salir de una redacción un día es más improbable que peregrinar a Tombuctú. Pero Martí Font cuenta las anécdotas justas para iluminar el relato de los hechos, y nada más. Su propósito es fundamentalmente ensayístico. Ni una concesión al «yo estuve allí» tan recurrente en los momentos estelares de la humanidad.

— Cuando pensamos que Alemania es un país pacífico, yo no recuerdo así aquellos primeros años de la unificación. El atentado contra el hoy todopoderoso ministro Schäuble, o contra Oskar Lafontaine en Colonia, que estuvo a milímetros de ser degollado en un mitin en el que yo estaba presente

Martí Font escribe en su libro, y confirma de palabra, que «Alemania es la campeona del mundo del recuerdo». Y es verdad. Aunque todavía no está del todo en paz consigo misma (¿qué país lo está realmente?), los alemanes están razonablemente satisfechos de cómo han superado los traumas de su historia reciente. Nunca más la culpa colectiva (por el Holocausto) ni el dichoso ‘muro mental’.

— España debería aprender…

— Y Polonia, por ejemplo, que tiene problemas parecidos, también

— Por supuesto. Además, ahora Polonia y Alemania viven en una luna de miel permanente. En el pasado se odiaron, pero ya no

Ese es uno de los grandes logros de Alemania, recuperar la influencia sobre su hinterland sin resultar odiosamente avasalladora. Tan plácidamente es aceptada su hegemonía entre los países vecinos que algunos, como la misma Polonia, temen menos su poder que su inactividad. Hay ciudades del Este de Alemania, Font lo cuenta en un capítulo, que han pasado del despoblamiento sobrevenido tras el fin del comunismo a vivir una segunda juventud gracias a los miles de polacos que cruzan la frontera para establecerse en ellas. Es el caso de Löcknitz, un pequeño pueblo de la región de Mecklemburgo-Pomerania, situado a escasos 20 minutos de la frontera polaca y donde el precio de la vivienda es cinco veces inferior.

— Hay un dato muy importante que ejemplifica la normalidad con la que Alemania ha asumido la unificación, y es que desde hace ya dos años el flujo de personas de Este a Oeste es el mismo que de Oeste a Este. Alemania tiene problemas (demográficos, de falta de fuerza de trabajo especializada, etc.), pero el proceso de unificación, salvo en pequeñas dosis y para ciertas personas, se ha completado del todo

— Quizá por eso, en parte, los alemanes están satisfechos con sus gobernantes

— Sí, ellos, al contrario que en España o Francia, creen en sus representantes, se sienten de verdad representados. En Alemania no existe la desafección con el sistema político. Los ciudadanos conocen a sus gobernantes, es un poco como sucede en Estados Unidos con la política local

— Además, está Merkel

— Lo de ‘mamá Merkel’ es digno de estudio. Llegó muy débil al poder, pero se ha ido construyendo a sí misma una vez alcanzado este. Merkel no hace promesas, sino que dice «voy a cuidar de las cosas» y luego actúa.

— ¿Y cómo sobrevive un político si no hace promesas?

— Pues a través de la buena gestión

Esto, la buena gestión, es quizá lo primero que le viene a la cabeza a cualquiera que piense en lo que hoy es Alemania: un país desmilitarizado, desinteresado del liderazgo global, receptor de inmigración sobradamente preparada y felizmente reconciliado. Un país todavía impregnado de las bondades del pietismo, pero que parece demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo.

– Y a todo esto, ¿Francia?

– Los alemanes empiezan a no fiarse de Francia…

 

 

El BCE juega a los selfies con dinero… y recibe billetazos sarcásticos en respuesta

El Banco Central Europeo no es precisamente la institución comunitaria mejor valorada. Basta un vistazo a los últimos eurobarómetros para darse cuenta. Queda por detrás, incluso, de la Comisión Europea, y bastante lejos del Parlamento, la institución con la que más se identifica la ciudadanía. Es probable que esta lejanía sea la que haya llevado al BCE a lanzar una campaña cuanto menos peculiar para las costumbres espartanas que se gastan las corbatas de Fráncfort.

Reconozco que no supe verlo a tiempo. El deseo del BCE de que cada europeo se haga un selfie con el nuevo billete de diez euros estaba condenado al sarcasmo cruel desde el principio. Por un lado, una institución bastante odiada; por otro, el vil metal. Y estos dos detalles, pasados por la centrifugadora de las redes sociales, han convertido una idea ya de por sí bastante mema en un arma arrojadiza contra la propia institución. ¡A quién se le ocurre jugar con el dinero, pero si es lo primero que se aprende cuando uno es pequeño!

Agrupados bajo el hashtag #mynew10 algunos usuarios de Twitter se han dado a un festín de autorretratos irónicos, que van desde fotos de billetes de diez euros mancillados con lemas clásicos como «no hay pan para tanto chorizo» hasta bolsillos vacíos, billetes ardiendo y fotomontajes con el rostro de Draghi, el banquero central. También hay, para ser justos, gente que se ha retratado canónicamente, a la espera supongo de conseguir alguno de los cien premios que se sortean, pero obviamente lo divertido es ver cómo el BCE trata de caer simpático cuando su papel, nunca mejor dicho, es otro.

Lo más gracioso es que, leyendo las bases para el concurso, da la impresión que alguien en el BCE ya se olía que algo pudiera salir mal: «Los selfies no deberán mostrar en ningún caso el nuevo billete de 10 € en una situación que pudiera perjudicar la reputación y el honor del BCE o que se considere insultante, difamatoria, racista, contraria a la moral o el orden público, pornográfica, discriminatoria, etc». No sé si que alguien salga esnifándose el nombre de d-r-a-g-h-i es ofensivo, pero hay que vivir muy desconectado de la realidad para no prever que algo así podía ocurrir.

Lo que se puede hacer con un billete de diez euros y algo de ingenio.

El debate sobre el pasado en Europa del Este se parece bastante al nuestro

Comentaba el otro día que las comparaciones son casi más paralizantes que odiosas. Y mientras escribía el post recordé un libro que había leído este verano que lo pone en duda. El libro se titula En busca del significado perdido. Y su autor es el mítico Adam Michnik. Publicado por la editorial Acantilado en 2013, se trata de una recopilación de artículos del intelectual polaco en los que analiza el pasado reciente de Polonia y las contradicciones, decepciones y frustraciones de los países del Este de Europa.

Son las suyas reflexiones que los españoles deberíamos atender, porque salvando todas las distancias, las cuitas de los polacos con su propio pasado (la dictadura comunista) son muy parecidas a las que tenemos nosotros con el nuestro (la dictadura franquista). Tanto que, cuando leía el libro, ví con claridad que España –tradicionalmente ajena de lo que sucede más allá de la frontera de Francia con Alemania– tiene en determinados aspectos más en común con los las naciones del Este del continente que con los países vecinos.

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Polonia, como España, está inmersa en un debate profundo y antipático sobre la interpretación de su pasado. Ambas sociedades salieron, cada una a su modo, de largas dictaduras de signo contrario. Ambas sociedades, además, no han terminado de resolver satisfactoriamente las connivencias, las cesiones, las alianzas oportunas y las disidencias que se produjeron durante los años finales de cada régimen. Leyendo a Michnik uno se da cuenta de que existen lugares comunes y figuras que emergen siempre que una nueva generación revisa el pasado.

«He observado que, por regla general, los que se indignan no son las auténticas víctimas, sino los que se han arrogado los derechos de éstas», dice en un pasaje especialmente lúcido Michnik. Por decir algo parecido a propósito de los que ponían el grito en el cielo cuando derribaron la madrileña cárcel de Carabanchel, Fernando Savater fue menospreciado y acusado de blando con la dictadura (él, que estuvo preso allí por cuestiones políticas). «Su memoria viene de la ideología, no de la experiencia», decía al final de aquel memorable artículo.

De algo parecido le han acusado a Michnik en Polonia por decir con bastante sensatez, y en un proceso que parece repetirse en toda Europa tarde o temprano, que «resulta significativo que entre los partidarios de la revancha haya un número tan escaso de auténticos próceres de la oposición democrática». Una carencia que aquí en España, con tanto antifranquista criado a posteriori ocupando puestos de responsabilidad no deja de tener su parte casi económica…

El recuerdo del pasado en Polonia (y en España) está monopolizado por lo que Michnik llama la figura del ‘lustrador’. Un tipo o tipa con prédica en la opinión pública, que se dedica a ejercer de policía moral, de inquisidor, rastreando en las biografías de aquellos que se comprometieron en el tránsito hacia la democracia para buscarles cualquier mínima complicidad con el enemigo (franquista o comunista).

La escurridiza figura del ‘lustrador’, lejos de ser una guía para comprender mejor el pasado reciente, es un síntoma de que la lectura histórica está condicionada por adscripciones viscerales, demasiado tajantes y moralistas. Como dice, y creo que dice bien, Cees Nooteboom en una entrevista publicada este domingo en El País: «Alemania superó bien su pasado, España aún no». Los próximos años, con las sorpresas políticas que bien podrían llegar, parece que comienza a surgir un tiempo nuevo en España, con nuevas reglas tanto para el presente como, espero, para el pasado. Mientras tanto, tengamos en cuenta las experiencias polacas.