Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de mayo, 2014

Europa como forma recurrente de hastío

En un lenguaje hoy ya extraño para nosotros, bajo unas amenazas que tampoco son las nuestras, el filósofo Edmund Husserl dijo que el mayor peligro que corría Europa era el hastío. Fue en la muy recordada y citada conferencia de 1935 en Viena. Europa ha cambiado muchísimo desde entonces, pero el hastío, o una versión contemporánea del mismo, lo sigue impregnando todo.

Si no fuera por la exótica sorpresa de Podemos, por la anemia galopante de votos del PP y del PSOE y por la subsiguiente crisis interna, de las elecciones europeas de hace apenas una semana no quedarían ni las sombras. Eso que falta todo por resolver: alianzas que concretarse, un Parlamento por recomponerse y un presidente de la Comisión por ser elegido.

El sueño (Picasso).

El sueño (Picasso).

Y pese a lo anterior, la sensación que trasmiten las conversaciones, construidas sobre el tedio de lo local hasta límites caricaturescos, es que lo importante, lo que remueve las vísceras, sucede a la puerta de casa. El debate (en el mejor y menos frecuente de los casos) y el cruce balbuciente de insultos (en el peor y más común) se dirigen solo a satisfacer nuestra sed cainita y nuestros prejuicios más acendrados.

Es como si tras los comicios, los ciudadanos hubiéramos tirado al mar un fardo con nuestros votos y no nos hayamos preocupado por saber dónde acabará, si se hundirá para siempre o alguien se encargará de recogerlo. Reproducimos los mismos vicios de siempre, pese a las advertencias. Votamos un Parlamento del que luego nos desentendemos con irresponsable facilidad.

Una muestra cuantitativa de este hastío fue el barómetro publicado por el Instituto Elcano unos días antes de las elecciones, y del que no os había hablado… para no alentar el desaliento. Desconocimiento sideral, falta de interés, percepción de que lo que se votaba no servía para absolutamente nada. Podemos echar la culpa a la casta política, a los medios de información de masas. Faltaría más, aunque es demasiado fácil.

Sin duda con algo de melancolía, y más allá de que existan problemas de comunicación entre las instituciones comunitarias y los ciudadanos, deberíamos aceptar que si el común de la población no está informado de Europa, no la siente ni la vive ni la aprecia, es porque, sencillamente, no quiere hacerlo… ni ahora ni en el futuro. La gente quiere una final de Champions perpetua, lo contrario es engañarse.

En aquella conferencia de Husserl, el «gran hastío» (y el nihilismo) solo podía ser superado a través del «heroísmo de la razón» que impulsaría un «nuevo hálito espiritual» al continente. Palabras sabias, abstractas y arcanas bastante alejadas de las formas y términos en los que hoy se promociona Europa. Hasta hoy, solo los populistas parecen haber despertado del letargo, el resto siguen o seguimos soñando el aburrimiento.

La EFTA, una alternativa fracasada a la UE

Hay proyectos fracasados que en su día estudié en paralelo a las que sí tuvieron éxito y que había olvidado por completo. Uno de estos olvidos es la EFTA. Un par de martes atrás, gracias a la columna semanal de Xavier Vidal-Folch que la mencionaba tangencial y despectivamente, recuperé parte de lo aprendido.

El conocido como Tratado de Libre Comercio Europeo fue hijo de su tiempo, los años sesenta del siglo pasado. Nació como alternativa en todos los sentidos, menos ambiciosa a la CEE (ahora UE). Digamos que fue una modesta alianza económica para aquellos que aún no estaban preparados para ingresar en la Comunidad Económica Europea o bien por motivos diferentes no querían hacerlo.

Firma del acuerdo entre la EFTA y la CEE, en 1972.

Firma del acuerdo entre la EFTA y la CEE, en 1972.

Reino Unido fue su principal impulsor, y convenció a otros países europeos Noruega, Portugal, Suiza, etc. para embarcarse en una aventura comercial que no quería rivalizar directamente con la recién creada CEE, pero sí promover una suerte de mercado interno entre sus socios, aunque con unos déficits de funcionamiento y competencias tan importantes que a la postre la condenaron a no crecer más y estancarse.

Doce años después de su fundación, la EFTA firmó un acuerdo de libre comercio con la CEE, y algunos de sus miembros de más peso, como Reino Unido, dieron el salto a la Comunidad Económica. Hoy, la EFTA está formada apenas por cuatro estados, Islandia, Suiza,  Liechtenstein y Noruega. Algunos de ellos rechazaron formar parte de la UE, y otros como Islandia están en negociaciones para entrar algún día.

El club podría reducirse… aunque también ampliarse, si llegara el caso que Reino Unido (con su deriva euroescéptica) quisiera abandonar la UE y reingresar de nuevo en la EFTA. En cualquier caso, la EFTA es un ejemplo de que la complejidad de las alianzas existentes en el continente, y de que no todo lo que hoy está claro y seguro, un día lo estuvo (y las alternativas preexistentes eran muchas).

La EFTA es una alianza de intereses económicos, pero no es una alianza política. Ni lo es ni lo quiso ser nunca. Su naturaleza es otra, menos profunda y de menor calado histórico que el proyecto europeo. Por eso, cuando se dice a manera de crítica que uno de los déficits actuales de la UE es que nació como un proyecto puramente económico, no se está contando la verdad, o al menos toda la verdad.

La UE nació con un doble impulso, económico y político, y esa fuerza interna federalista es lo que la hizo crecer y diferenciarse de proyectos solo superficiamente similares, pero mucho más taimados, entre ellos la EFTA, «un club fracasado», «un perfecto dislate», en opinión del siempre juicioso y preciso Vidal-Folch.

Todo esto de la EFTA, en principio ajena a nuestros intereses, ha vuelto a las conversaciones en los últimos meses por la insistencia de ERC. En el caso de que Cataluña se separara de España y tuviera que dejar la UE, según Esquerra,  una opción pudiera ser la de unirse a estos cuatro países que conforman la EFTA. El argumento de ERC es que esto les permitiría las ventajas de una ZLC, pero sin los peajes de la UE. Sin ser un experto, cuanto menos parece una vía dudosa.

 

Lo popular y lo populista en nuestra Europa

La ombliguista clave nacional, esa costra que siempre ha revestido las elecciones europeas consideradas menores, una reválida para el partido de turno en el Gobierno: qué gran error se ha adueñado de los titulares hasta el hartazgo (¡y solo han pasado 48 horas desde el domingo!). Así que tampoco tengo mucho que añadir salvo enlazar esto, esto y esto. Prefiero encararme con los resultados continentales: Europa ha pasado de no ser para nada popular a ser un pelín populista. Una transición abrupta, ciertamente.

Lo que los ciudadanos demandaban (y por lo que las instituciones suspiraban), era una UE con verdadero peso político, menos tecnocrática, más friendly. Por el contrario, y pese a que el Europarlamento seguirá siendo europeísta (el que se considere esto un triunfo es ya síntoma preocupante de fracaso), el nuevo hemiciclo albergará un buen puñado de partidos que pueden llegar a serlo todo desde eurófobos a racistas menos amables.

Urna en un colegio electoral de Cataluña este domingo pasado. (EFE)

Urna en un colegio electoral de Cataluña este domingo pasado. (EFE)

¿Qué diferencia una política popular de otra populista? Para empezar, lo segundo suele ser un insulto. Además, lo populista resulta mucho más difícil de aislar. Se tilda de populista al partido que tienta con promesas que sabe que no puede cumplir. Pero más: la crítica de las instituciones en nombre del pueblo también es populista (¿Quizá Podemos?). O simplemente: lo populista es lo que rechazamos sin razonar (en nuestra manera de ser antipopulistas somos en realidad bastante populistas).

Ayer, María Dolores de Cospedal dijo que su partido, el Partido Popular, se había visto obligado a llevar a cabo acciones «no populares» y que a resultas de ello habían perdido votos. Es una afirmación populista. Prometieron aquello que sabían que no iban a cumplir y levantaron falsas expectativas en sus potenciales electores. Algo parecido sucede en Europa, donde este vicio es transversal.

¿O acaso no es populista prometer unos comicios, esta vez sí, politizados y un minuto después de conocerse los resultados abrir los brazos a una posible Gran Coalición entre los dos grandes partidos, en teoría rivales? Pero el populismo más sangrante, más acabado, es el de aquellos que se sentarán en el Parlamento bajo la promesa acabar con la idea de Europa desde su mismo núcleo (cobrando, eso sí: demoler no sale gratis).

El Frente Nacional, el UKIP, Los Verdaderos Finlandeses o Jobbik se han atraído el voto popular para legitimar su improbable enmienda a la totalidad de un proyecto en el que no creen, pero del que quieren beneficiarse localmente. Un populismo inverso y mucho más dañino que el de los partidos europeístas. Los eurófobos prometen imponer el caos como su solución, pero si el caos nunca llegara siempre podrán decir, populistos, que la culpa es de Europa, que no se deja destruir.

 

Las elecciones europeas en 10+1 artículos

Llevo unos días ausente de la actualidad y esta empieza a ahogarme por acumulación. Para darme un respiro he guardado tiempo para leer y recopilar artículos sobre las elecciones del domingo. A pesar de que algunos (a los que respeto y admiro) aseguran no recordar unas europeas tan catetas como estas, a mí me han parecido apasionantes. Me explico: no apasionantes por lo que los políticos han dicho o dejado de decir, o por cómo los medios de masas han reflejado el debate (todo eso me parece banal), sino por la cantidad de excelentes análisis, artículos de opinión, ensayos de divulgación, etc. que se han publicado.

Pasaporte de la UE (Gtres)

Pasaporte de la UE (Gtres)

Creo que se puede decir, sin exagerar, que la cantidad de información (buena información) y análisis (buen análisis) ha sido inversamente proporcional al debate político y mediático. Elecciones a las que yo, a mi tardo paso, el de la precaria prisa de los que estamos a mil trabajos diferentes, también he tratado de aportar datos y opinión. Pero hoy, para cerrar hasta que lleguen los resultados del domingo y la resaca del lunes este capítulo electoral, os traigo una selección de diez artículos + 1 que están entre lo más interesante que he leído.

1. Sobre la Naturaleza de las elecciones. Un artículo del politólogo Jorge San Miguel en Letras Libres donde analiza con síes y noes las razones de por qué estos comicios son (y al mismo tiempo no son) diferentes.

2. Sobre proyecciones y análisis electorales. Un texto muy elaborado publicado por Marta Romero en eldiario.es. En él se dan respuesta a cinco incógnitas sobre las elecciones del domingo, algunas de ellas más en clave nacional que europea: la abstención, bipartidismo, nuevos partidos. etc.

3. Para no perderse (demasiado). Una guía elaborada por el politólogo Nacho Torreblanca (en inglés) y publicada en el Think Tank ECFR, del que él mismo es director (en su versión española). Un artículo con tres claves políticas sobre qué puede pasar durante y después de las elecciones: porcentajes de voto, alianzas y nombramientos.

4. Gráficos, vídeos y simulaciones. Un completo documento publicado en Passim y escrito por Dídac Gutiérrez y Álvaro Imbernón que recopila herramientas de orientación para el voto, vídeos con los debates y diagramas para un «voto informado» el próximo domingo.

5. Cómo será el nuevo Parlamento Europeo. Otro artículo de Passim elaborado por un abanico de firmas. En él se analizan los últimos sondeos de PollWatch y se concluye que el nuevo Parlamento Europeo tras los comicios estaría más «polarizado», con mayor número de escaños en la izquierda radical y a la derecha del PPE.

6. Una reflexión personal. Un sabio y optimista alegato de Javier García Toni a favor del europeísmo crítico, que analiza la crisis profunda europea sobre los ejes norte-sur, ciudadanos-elites y que anima a tomar la «Bastilla bruselense» con los votos y la conciencia cívica. Muy de acuerdo con él.

7. Dime tu edad y te diré qué votas. Un estupendo análisis de José Fernández-Albertos sobre la última encuesta del CIS donde se reflexiona sobre si el voto de los jóvenes, que parece alejarse del voto tradicional a los grandes partidos, es una cuestión coyuntural o estructural, si el sesgo generacional de la intención de voto nos anticipa posibles cambios en el ethos ciudadanos.

8. Qué elecciones importan más. Artículo de opinión de Timothy G. Ash, tan penetrante como de costumbre, en el que se pone el foco en las elecciones que de verdad deberían importar a Europa y que coinciden con los comicios al PE: las presidenciales en Ucrania, país que atraviesa por serias dificultades políticas que podrían extenderse como seísmo por la región.

9. Lo que los ciudadanos debemos saber. Votar en las elecciones del domingo no es un hecho banal. Patricia Guasp lo recuerda. Europa es la gran desconocida para muchos ciudadanos, pero de ella emana gran parte de la legislación que nos facilita y hace la vida más segura. No podemos desentendernos de una realidad simplemente poniendo como excusa que está lejos o es complicada de entender.

10. Todo sobre las elecciones europeas. El completo especial que ha preparado el periódico donde trabajo, 20minutos.es, sobre las elecciones. Artículos divulgativos, análisis de los programas, de la situación europea, entrevistas a europarlamentarios o una guía útil sobre dónde y cómo votar este domingo.

11. Savater, siempre.

 

 

¿Bipartidismo o pluridad partidista? Depende

Voy a tratar de hacer de abogado del diablo (como hiciera el gran Hitchens antes de la beatificación de Teresa de Calcuta). No es la primera vez que lo hago, pero sí la primera vez que lo haré en público. Con mis amigos –todos muy listos, más que yo– ya lo he puesto en práctica y no he salido del todo mal parado, pero claro, no es lo mismo la intimidad y la confianza que lanzarte al vacío.

El bipartidismo no es intrínsecamente nefasto para la arquitectura de un Estado…. así como el pluralismo de partidos tampoco es una panacea infalible para resolver cuestiones como la desafección ciudadana o la falta de impulso ideológico. Esto, que es una perogrullada, se tiende a olvidar en estos días previos a las elecciones europeas del día 25.

Sagasta y Cánovas, como si fueran del PSOE y el PP, respectivamente (FOTO: desmotivaciones.es).

Sagasta y Cánovas, como si fueran del PSOE y el PP, respectivamente (FOTO: desmotivaciones.es).

Vaya por delante: no voy a votar a ninguno de los dos grandes partidos (a veces la excusatio non petita es necesaria), pero hablar de crisis y fin del bipartidismo parece un exceso más influido por el deseo que por la realidad. Debilitamiento, realineamiento, como le contaron algunos expertos a mi compañero Nico recientemente, parece un diagnóstico más sensato.

Solo hace falta darse una vuelta por Europa para comprobar que hay países a los que el bipartidismo (¡y las grandes coaliciones!) les funciona requetebién, y a otros en los que el pluralismo partidista les trae de cabeza desde hace un par de décadas. También hay países, como Bélgica, que hasta sin Gobierno salen adelante mejor que otros que cambian de gobernantes cada seis meses.

En España el bipartidismo, y de ahí parte de su mala prensa, que algunos tratan de exagerar hasta límites caricaturescos, está asociado a la crisis económica, en primera instancia, y a La Transición, como telón de fondo. Parte de esa reacción se explica desde la óptica generacional. Los jóvenes, y no tan jóvenes, rechazan la herencia de los años 70 y 80 con legítima y agresiva contundencia.

Yo estoy en parte de acuerdo y en parte no, por razones que no vienen al caso. Tampoco creo que el bipartidismo, tal y como sostienen algunos de sus defensores más obstinados, sea la consecuencia lógica de un Estado moderno y de una sociedad desarrollada. El bipartidismo en EE UU tiene unas características muy peculiares, por ejemplo, que lo hace difícilmente exportable. Y no siempre son postivas.

Pero celebrar cualquier ruptura del bipartidismo, y ahora estoy hablando de nuevo de España, sin tener en cuenta no ya que consecuencias tendría (eso es lo de menos), sino cuál sería la naturaleza de los partidos pequeños que ocuparían su lugar, me resulta demasiado audaz. Hoy Torreblanca plantea la pregunta de si Podemos es un partido populista. Es una pregunta incómoda, pero ampliable.

UPyD, Partido X (no digamos ya el resto de formaciones que no obtendrán representación) tampoco están libres de albergar tendencias populistas. Aunque más allá de eso, la pregunta que me hago es si estos partidos, en el caso de Gobernar, seguirían defendiendo lo mismo que defienden. Aquello que según Zweig, en su trepidante biografía de Fouché, al parecer decía Mirabeu de los jacobinos: «Cuando llegan a ministros dejan de serlo».

En cualquier caso, el bipartidismo –por similares que puedan parecernos sus propuestas políticas– no es, bajo ninguna de sus formas, equivalente al partido único, del que afortunadamente estamos todavía lejos y que sí es intrínsecamente nefasto. No conviene olvidarlo: la caricatura del PP y el PSOE, como una especie de Jekyll y Hyde políticos, también es una deformación interesada.

‘Europa en Suma’, periodistas y profesores unidos por su voluntad europeísta

No es la primera, ni espero que la última, asociación orientada a la acción europea que comento por aquí. Alrededor del europeísmo como proyecto orbita una constelación de agrupaciones que lo alientan, lo explican, lo expanden. Hoy os traigo Europa en Suma, un fundación sin ánimo de lucro (aquí su Twitter), creada al comienzo de la crisis (en 2009) y formada por antiguos periodistas de TVE, profesores e investigadores. Todos con el carné europeo en la boca, faltaría más.

Una tertulia reciente de Europa en Suma.

Una tertulia reciente de Europa en Suma.

Tertulias, libros o ponencias son algunas de las actividades que realiza esta asociación (50 euros al año la inscripción, yo me lo estoy pensando) para «reforzar la conciencia de ciudadanos europeos» en estos tiempos de tribulaciones. Su presidente es el periodista Juan Cuesta, y en su página web, además de información sobre actualidad comunitaria, se alojan varios blogs sobre temas europeos, entre ellos el muy informado Ciudadano Morante, de Jorge Juan Morante, a quien conocí hace un tiempo.

En una etapa en la que la Unión Europea atraviesa por una crisis política de consecuencias aún imprevisibles, acentuada además por la gravedad de la crisis económica mundial, la idea de Europa se diluye entre los ciudadanos ante la pasividad de los gobiernos nacionales, preocupados más por salvar sus políticas internas, y de las instituciones comunitarias, ineficaces a la hora de impulsar soluciones que lleguen a millones de europeos.

De cara a los comicios que se nos vienen encima, Europa en Suma, al igual que otras formaciones europeístas, se han lanzado a la arena del debate. Artículos sobre la abstención, la politización de las elecciones (o la ausencia de ella), lo que nos jugamos el 25 de mayo, etc. Además, en breve, el día 19 de este mismo mes, presentarán Unas elecciones para votar un verdadero gobierno europeo, un libro que recoge unas ponencias previas organizadas por el Movimiento Europeo, de quienes hablé en su día.

Tengo pendiente un post recopilatorio, ya quizá de cara al verano, en el que incluiré menciones a Europa en Suma, CC/Europa, el propio Movimiento Europeo, etc. Un texto en el que sintetizar las principales ideas de las principales asociaciones europeístas que hay en España. Un post para aclararme el posicionamiento ideológico, si lo tienen, sus perfiles, su vocación didáctica y que espero que también os sirva a vosotros para lo mismo.

En estos meses de blog he ido descubriendo una realidad que en parte desconocía. Por un lado, la cantidad de europeístas en la sombra (aunque afortunadamente ya no tanto: ¡florecen y para bien!) que tenemos, y por otra el poco espacio que los grandes medios de comunicación salvo en las esperadas excepciones electorales les dedican. Promocionar Europa no es sencillo porque es monótono. No quiero decir que no sucedan cosas, sino que suceden cosas reflexionadas. Y luego está la brocha gorda con la que la gente te rebate.

Idealismo abstracto y pesimismo concreto

La última encuesta de Pew Research sobre Europa, publicada hace un par de días en vísperas casi de las elecciones del 25 de mayo, dibuja un panorama muchísimo menos desalentador que la de hace un año, cuando los datos arrojaban un titular preocupante: la UE era entonces nada menos que the new sick man of Europe.

La percepción de los ciudadanos sobre Europa parece que ha experimentado un giro positivo. Hay preocupaciones, el paro, la inmigración, que se mantienen incólumes desde que comenzó la crisis, pero hay otras variables, como la creencia en que la situación económica mejorará, que se han tornado esperanzadoramente positivas.

(Foto: Gtres)

(Foto: Gtres)

Pero las opiniones que realmente me han llamado la atención son dos, hasta cierto punto contradictorias. La fe, por así decirlo, el idealismo encarnado en la confianza hacia la Unión ha vuelto a valores positivos. Los valores europeos vuelven a cotizar al alza, sobre todo la paz y la prosperidad (en los siete países donde se han llevado a cabo los sondeos salvo en Italia y Grecia).

Pero frente este idealismo abstracto, la confianza en las instituciones europeas (Parlamento, Comisión, BCE) sigue en caída libre y con un apoyo, que salvo en el caso polaco, no alcanza el 50% en ningún país. Al mismo tiempo idealistas y frustrados. Y otro dato importante: la mayoría de los ciudadanos cree que su voz no es tenida en cuenta en Bruselas.

Esta última percepción debería preocupar, más si cabe faltando pocos días de las elecciones. Si los ciudadanos europeos votaran en genérico, en función de unos ideales inmutables y no del pragmatismo del día a día, seguramente la tan temida abstención no sería tal.

El principal problema es que muchos potenciales votantes, como refleja con claridad el estudio de Pew, consideran que la UE ni les entiende ni les escucha (independientemente de que comulguen con sus ideales), y el corolario de ese descontento es la falta de confianza en las mismas instituciones… a las que se debe, en teoría, votar.

‘Dani el Rojo’ deja Europa: uno de los iconos del ‘mayo del 68’ abandona la política

Uno, que es más orteguiano de lo que en el pasado se hubiera atrevido a reconocer, gusta de escarbar en este tipo de despedidas para extraer de ellas el jugo generacional. Daniel Cohn-Bendit, ‘Dani el rojo’, una de las figuras mediáticas (¡menuda contradicción, situacionistas!) del ya lejanísimo ‘mayo del 68′ parisino y longevo y combativo eurodiputado alemán (que nació francés y se sintió siempre ciudadano europeo), abandona.

Cohn-Bendit, encarándose con un gendarme durante el mayo parisimo (prodavinci.com).

Cohn-Bendit, encarándose con un gendarme durante el mayo parisimo (prodavinci.com).

El rebelde que un día fue y el burócrata en que algunos dicen que se acabó convirtiendo, dice adiós a la política, que junto con el fútbol fueron sus pasiones irrenunciables durante décadas. Gradas como barricadas. Escaños como terrenos de juego, tan verdes como sus convicciones ideológicas. Las que todavía mantiene.

Para escribir este post le he quitado el polvo a un libro, La revolución y nosotros, que la quisimos tanto (Anagrama, 1998), que leí hace muchos años y que no pensaba volver a rescatar nunca. Lo leí cuando el destello del pasado revolucionario estaba empezando a apagarse en mí, y al final acabé poniendo más escepticismo que pasión en su lectura (a pesar de la extraordinaria versión de Joaquím Jordá, traductor y genio documental).

En aquella obra, documento de lectura obligada para los estudiantes, Cohn-Bendit despliega su genio particular, su verbo tenso y fluido para, y veinte años después de las barricadas del Barrio Latino, preguntar(se) qué fue del aquel desmayo, como graciosamente llamó a aquellos años intrépidos Savater en un viejo artículo. Es un libro de entrevistas a los antiguos compañeros contestatarios Abbie Hoffmann, Jerry Rubin, Serge July, etc pero lo mejor no está en ellas.

El calificativo de <<sesentayochista>> se ha vuelto peyorativo, <<progre>> directamente en una injuria, y sé que suele murmurarse a mis espaldas que soy un <<has been>>.

El libro está escrito a mediados de los ochenta del siglo pasado, y ya entonces parte del recuerdo de aquel año estaba tan distorsionado y edulcorado que hasta uno de sus principales protagonistas era capaz de analizarlo críticamente.

Me harté del papel de referencia viviente, de especie de monumento al que se rinde homenaje los días de aniversario.

Cohn-Bendit nunca fue comunista, pero tenía el pelo rojo, de ahí el apelativo. Su despedida final de Estrasburgo, entre besos y abrazos, logra emocionar a quienes ni de refilón compartimos anécdotas de juventud. Emociona porque ‘Dani el rojo’ ha sido un eurodiputado laborioso, vehemente, crítico, batallador y nada contemplativo. Ha intervenido siempre, como una mosca cojonera, simpática y un poco infantil, como su icónica imagen de siempre.

Su intachable federalismo europeo, su fe ecologista, son ideas nada caprichosas, meditadas y maduradas durante años haciendo política desde dentro, y son una referencia para las nuevas generaciones. Aunque ahí, precisamente, se asienta la falla. Cohn-Bendit, me temo, será siempre recordado más por el año en que el planeta se inflamó que por sus dos décadas de servidor público en las instituciones; por su infructuosa rebeldía de juventud que por su hábil reformismo de madurez.

VÍDEO: Una intervención suya en el PE, donde manda callar a Martin Schulz, cuando todavía no es presidente del mismo, y exhorta a Barroso a cambiar sus políticas. Su capacidad oratoria y habilidad para sacar de quicio da igual que fueran prebostes gaullistas que europarlamentarios siempre fue notoria.

 

Europa es una presencia transversal

Lo de transversal se lo he leído a Juan Cuesta, presidente de Europa en Suma, en el libro colectivo Europa 3.0: 90 miradas desde España a la UE (Plaza y Valdés, 2014); me he apropiado alegremente del término porque define con precisión lo que llevo pensando y experimentando mucho tiempo.

En mi trabajo diario como periodista Europa está cada vez más presente. Y no porque yo esté especializado en Europa (lo estoy aquí, en el blog, pero no fuera, por desgracia), sino porque del ingente volumen de noticias con las que trato cada día, muchas de ellas tiene un hilo conductor europeo.

Montón de periódicos (Gtres)

Montón de periódicos (Gtres)

Bien sea por cuestiones económicas (informes de la Comisión), por resoluciones judiciales (sentencias de Estrasburgo) o por cuestiones sociales, de seguridad alimentaria, de acceso a Internet o de cultura (Parlamento Europeo), apenas hay aspectos mi vida cotidiana como editor de noticias que no estén salpicados por Bruselas. Y cuando digo salpicados creo que me quedo corto.

Pero tampoco pierdo la perspectiva ni pretendo llevar el argumento mucho más allá, a un non sequitur optimista. Que los periodistas estemos cada vez más en contacto con la realidad europea, que en muchas de las piezas que manejamos aparezca un día sí y otro también las siglas EU, no se colige de ello que los lectores, el público o los ciudadanos aprecien conscientemente esa transformación.

Es verdad que con la crisis, como creo que ya demostré hace unos meses, se ha multiplicado exponencialmente las referencias a Europa en los medios. Pero el estado de crisis no durará siempre y las informaciones exclusivamente económicas irán dando paso de nuevo a una visión más relajada de la actualidad (aunque ojalá perviva el homo aeconomicus alimentado con ansiedad durante estos años).

Pese a todo, habrá lectores atentos que sí hayan percibido esta colonización débil de Europa. Habrá muchos otros, en cambio, que no se hayan dado cuenta de que aunque los medios siguen siendo en apariencia estatal, pero poco a poco quizá de forma mansa—,  lo específicamente europeo engulle lo nacional. Solo falta que cambien las secciones, para sancionar oficialmente ese cambio.

Después de todo, y si esta evolución no se de detiene (no parece que haber motivos para ello), quizá no sea tan urgente y necesario la creación  ex nihilo de un gran medio de comunicación europeo; bastaría con que los viejos medios nacionales vayan transformando su naturaleza, sin grandes aspavientos, de terruño a continente.

El Día de Europa, ¿una fiesta nacional?

Lo divertido de las fiestas nacionales es vivirlas divididas, en un ambiente enrarecido de mala leche contenida. Están, por un lado, los refractarios a cualquier celebración patriótica (seguidores tuertos de Brassens, la mayoría). Y están, por otro, aquellos que se bañan en fervor nacionalista, como hordas de hinchas que se desmadran alrededor de las fuentes.

Las fiestas nacionales son así. Ya sea por cainismo, como en España, o por llevar la contraria, como en Francia, celebrar la patria, en abstracto, levanta pasiones encontradas, críticas sutiles y odios furibundos. ¿Y la patria europea? Pues no tanto. Europa tiene su día, como casi toda persona, animal o cosa en el mundo: un día para una idea.

(IMAGEN: Gtres)

(IMAGEN: Gtres)

Una jornada que suele transcurrir modestamente y sin celebraciones institucionales de altura (y lo más importante para el pueblo: ¡sin que sea festivo!). Un día que sí, sirve para difundir los valores europeístas, glosar de pasada a Schuman, hacer memoria, recontar los dramas del presente o escribir un post. No es poco, pero quizá no es suficiente. Para que el Día de Europa sea una fiesta de veras nacional, hace falta evocar un sentimiento paneuropeo.

Y es que el sentimiento europeísta es un sentimiento sospechoso. Demasiado cerebral para unos y demasiado impostado para otros. Es, casi, un ultrasentimiento. Algo así como decir: yo ya superé los bajos instintos nacionalistas del pasado, pero Europa me atrae, y como no tengo herramientas idiomáticas para decirlo mejor, diré que me atrae raciosentimentalmente.

Escribo como una forma de expiación. Porque si realmente lo de hoy fuera una Fiesta Nacional, yo no la celebraría (por lo de llevar la contraria, no por Caín), pero como se trata de una en miniatura, una fiesta que tiene más de happening solidario que de evento marcial (no en vano Europa no tiene ejército, lo que nos ahorra el desfile), me sumo a ella. Y como ya están los políticos y las instituciones para alertar de la abstención, lo haré recomendando un libro: Dark Continent.

¡Feliz día!