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"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

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¿Te gusta que te saquen al escenario?

Hay gente a la que le encanta que la saquen al escenario en los espectáculos, gente que tiene más ganas de cachondeo que sentido del ridículo.

Spamalot

Parte del elenco del musical ‘Spamalot’ en Barcelona.

Recuerdo, por ejemplo, a una chica que lo dio todo en la despedida de Madrid de Spamalot. Apostaría a que era una fan acérrima del musical que sabía de qué butaca se elegía al espectador con el que se interactuaba en cada función y que había elegido esa localidad a propósito. Empecé a sospecharlo cuando se levantó anticipadamente del asiento con una sonrisa enorme y lo confirmé cuando empezó a largar el texto a la par que los actores. Diría que solo le faltó cantarse a sí misma El santo grial… Pero no le faltó, no.

A juzgar por la cantidad de veces que se utiliza, el hacer al público partícipe del espectáculo debe de funcionar. Como ‘entendidilla’, reconozco que puede resultar divertido y no tengo nada en contra si no se abusa de ello, es decir, si el recurso encuentra una justificación dentro del show. Como espectadora, me da auténtico pavor. De hecho, cuando voy a ver una obra de la que sé (o temo) que hacen intervenir al respetable, por si acaso, procuro no sentarme junto al pasillo.

Hace una semana, sin ir más lejos, recibí una nota de prensa en la que se informaba de que un espectador participaría en una representación de La curva de la felicidad, en el Teatro Amaya, para pedirle matrimonio a su novia. Sentí tanta vergüenza vicaria al leerla, que esa noche soñé que iba a ver un musical protagonizado por Arturo Fernández (cosas del subconsciente) en el que el actor sacaba a una mujer al escenario. Aunque me había sentado lo más lejos posible, en el momento en que se levantó el telón yo sabía que Fernández iba a venir a por mí. El despertador sonó justo cuando se acercaba por el pasillo, mirándome y sonriéndome mientras cantaba, micrófono en mano, y juro que me desperté con una ligera taquicardia.

Eso no es sentir pavor, eso es tener una fobia, pensará, tal vez, alguno de ustedes. Ya. Eso creía yo también. Hasta que se lo conté a S. y me dijo: “Tengo un amigo que, cuando le propones ir a ver alguna obra de teatro, pregunta: ‘¿Es de las que sacan a gente?’”. ESO es tener una fobia.

P. D.: De propina, incrusto mi favorita de Spamalot: La canción que dice así (en el original, The song that goes like this), esta con el elenco del musical en Madrid. ¡Felices vacaciones!

¿Repetimos?

Este fin de semana veré de nuevo el La vida es sueño de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Lo decidí en cuanto me enteré de que la iban a reponer. Si no lo hice ya la pasada temporada, fue solo porque para cuando la hube visto, para cuando me hubo vuelto loca el Segismundo de la Portillo –me gusta anteponerle el artículo de las grandes– y quise repetir, quedaban funciones… pero localidades disponibles, ni la primera.

Total, que hace unos meses, en cuanto salieron a la venta, L. y servidora nos tiramos en plancha a comprar nuestro par de entradas centradas de fila 7 –porque una pide y acepta invitaciones cuando va a trabajar, pero los vicios (por lo general) se los paga–. Hicimos bien en no dejarlo pasar: ahora, como cabía esperar, están agotadas.

Time al tiempo

Álvaro Tato e Íñigo Echevarría, de Ron Lalá, en una escena de ‘Time al tiempo’. (DAVID RUIZ)

No será la primera vez que repita montaje. Vi en sendos pares de ocasiones, por ejemplo, La omisión de la familia Coleman y Tercer cuerpo, de Claudio Tolcachir, y las vería encantada por tercera vez si las repusiesen, igual que repetiría El viento en un violín. Cayeron tres veces cada uno –y caerían una cuarta– el musical Spamalot de Monty Python dirigido por Tricicle y Time al tiempo de Ron Lalá, dos espectáculos muy diferentes pero igual de desternillantes. Mi récord, eso sí, lo tiene Los miserables: he asistido a cinco funciones y pronto tocará la sexta.

Me consta que hay gente para la que seis son incluso pocas y que cuenta por decenas las veces que ha visto su obra favorita…

Y también sé que hay quien no entiende que con una función no nos baste. «¿Acaso va a cambiar en algo la próxima vez?», me han llegado a preguntar. Pues no en sentido estricto, pero sí teniendo en cuenta que una representación de un espectáculo en directo nunca es exactamente igual que la anterior. En cualquier caso, no se trata de eso, sino de volver a vivir una experiencia que, por un motivo u otro, te ha llenado y de descubrir cosas –en las buenas obras las hay, y quien no lo ha hecho nunca no se puede imaginar cuántas– que antes te pasaron desapercibidas.

Ahora, lo realmente gracioso viene cuando el sorprendido en cuestión te confiesa que su película preferida la ha visto tantas veces que podría escribir sus diálogos sin cometer ni un solo error…