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"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

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¿Repetimos?

Este fin de semana veré de nuevo el La vida es sueño de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Lo decidí en cuanto me enteré de que la iban a reponer. Si no lo hice ya la pasada temporada, fue solo porque para cuando la hube visto, para cuando me hubo vuelto loca el Segismundo de la Portillo –me gusta anteponerle el artículo de las grandes– y quise repetir, quedaban funciones… pero localidades disponibles, ni la primera.

Total, que hace unos meses, en cuanto salieron a la venta, L. y servidora nos tiramos en plancha a comprar nuestro par de entradas centradas de fila 7 –porque una pide y acepta invitaciones cuando va a trabajar, pero los vicios (por lo general) se los paga–. Hicimos bien en no dejarlo pasar: ahora, como cabía esperar, están agotadas.

Time al tiempo

Álvaro Tato e Íñigo Echevarría, de Ron Lalá, en una escena de ‘Time al tiempo’. (DAVID RUIZ)

No será la primera vez que repita montaje. Vi en sendos pares de ocasiones, por ejemplo, La omisión de la familia Coleman y Tercer cuerpo, de Claudio Tolcachir, y las vería encantada por tercera vez si las repusiesen, igual que repetiría El viento en un violín. Cayeron tres veces cada uno –y caerían una cuarta– el musical Spamalot de Monty Python dirigido por Tricicle y Time al tiempo de Ron Lalá, dos espectáculos muy diferentes pero igual de desternillantes. Mi récord, eso sí, lo tiene Los miserables: he asistido a cinco funciones y pronto tocará la sexta.

Me consta que hay gente para la que seis son incluso pocas y que cuenta por decenas las veces que ha visto su obra favorita…

Y también sé que hay quien no entiende que con una función no nos baste. «¿Acaso va a cambiar en algo la próxima vez?», me han llegado a preguntar. Pues no en sentido estricto, pero sí teniendo en cuenta que una representación de un espectáculo en directo nunca es exactamente igual que la anterior. En cualquier caso, no se trata de eso, sino de volver a vivir una experiencia que, por un motivo u otro, te ha llenado y de descubrir cosas –en las buenas obras las hay, y quien no lo ha hecho nunca no se puede imaginar cuántas– que antes te pasaron desapercibidas.

Ahora, lo realmente gracioso viene cuando el sorprendido en cuestión te confiesa que su película preferida la ha visto tantas veces que podría escribir sus diálogos sin cometer ni un solo error…