Estoy dramatizando Estoy dramatizando

"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

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Forqué en un barrio humilde cualquiera

3estrellasBuena gente

En un barrio humilde cualquiera de una ciudad cualquiera, Margarita García, de unos 60 años, está a punto de perder el trabajo como cajera que le permite sobrevivir y mantener a su hija discapacitada.

Verónica Forqué en 'Buena gente'

Verónica Forqué es Margarita en ‘Buena gente’. (Foto: Javier Naval)

Margarita es millones de mujeres que viven hoy en día en centenares de miles de barrios de decenas de miles de ciudades. Su historia, la de Buena gente, funciona por eso, por su cercanía, porque todos nos hemos cruzado alguna vez con Margarita. También porque pone sobre el tapete una cuestión: ¿existen la suerte o el destino? Y por su estilo, que por momentos recuerda al de Edward Albee en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, aunque en tono de comedia.

En realidad, la de Margarita es la historia de Margie. Así la contó David Lindsay-Abaire en Good people. Ahora, su universalidad y una adaptación muy acertada, de David Serrano (que también dirige) la han convertido en Marga en esta producción.

Aquí le da vida una Verónica Forqué a la que le basta con estar comedida para brillar. Y cuidado, que estar comedido en un papel así tiene todo el mérito del mundo: al fin y al cabo se trata de eso, de resultar creíble como una persona corriente. A su lado, la otra gran estrella del montaje, las transiciones, cómo los saltos de una escena a otra se producen como una fusión, con un decorado desapareciendo paulatinamente a la vista del espectador para convertirse en otro mientras continúa desarrollándose la obra.

'Buena gente'

‘Buena Gente’. De izda. a dcha. y de delante atrás: Sánchez, Forqué, Castro, París y Fernández. (Javier Naval)

En el reparto, todos correctos, aunque cabe destacar la versatilidad de Pilar Castro interpretando dos papeles muy diferentes. Cierto que Diego París se atropella, pero le viene que ni pintado al personaje.

Hay algo, con todo, que hace que Buena gente no termine de conmover. Más una carencia que un error, algo que impide que emocione todo lo que podría. Vi perdida a una actriz de la talla de Susi Sánchez, y conociendo la valía y la trayectoria de Serrano me niego a creer que se trate de un fallo de dirección. Esto, sumado a una vacilación por aquí y otra por allá, me hace pensar que le falta rodaje. Comprensible –¡maldita crisis!– si consideramos que cada día ensayo es un día de gastos sin ingresos. Confío en que la propia suma de funciones le terminará por ponerle la guinda de la emoción a este apetecible pastel.

Título original: Good people.

Autor: David Lindsay-Abaire.

Versión y dirección: David Serrano.

Reparto: Verónica Forqué, Juan Fernández, Pilar Castro, Susi Sánchez, Diego París.

Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda.

Iluminación: Felipe Ramos.

Vestuario: Beatriz San Juan.

Producción: Carlos Lorenzo, SOM Produce, Milonga Producciones.

Sala: Teatro Rialto, Madrid.

Variaciones

4estrellasConstelaciones

Recuerdo (tampoco ha pasado tanto tiempo) como cuando estudiaba piano odié a Bach. Además de complejísimas de ejecutar (digamos que nunca he tenido las dotes de Maria João Pires), sus partituras me parecían demasiado técnicas, demasiado matemáticas y faltas de emoción. El colmo ya eran las variaciones: ¡venga a prolongar la tortura dándole vueltas a un tema!

Antes de proseguir y de que a algún entendido se le salgan los ojos de las cuencas, se le levante la tapa de los sesos y/o le dé un infarto de miocardio, aclararé que con los años mi aprecio por la música de Johann Sebastian Mastrop… digooo, Johann Sebastian Bach ha ido en aumento. En serio. Palabrita.

Inma Cuevas

Inma Cuevas. (Kendosan Producciones)

El jueves salí del Teatro Lara con el alma tocada como solo la toca una buena expresión artística, con el corazón contento por haber tenido el gusto de disfrutarla y pensando en Bach. En Constelaciones vi la versión dramatúrgica de las variaciones. La obra de Nick Payne es un deleite formal, una sucesión de escenas cortas cronológicamente desordenadas pero dispuestas de tal forma que en un mismo grupo una cambia solo un poco con respecto a la anterior. Su historia, la historia de amor de una pareja, bien servida, con un conflicto añadido. En el fondo, un precioso juego de posibilidades inspirado en la hipótesis de los universos paralelos y traído a colación de que el personaje femenino trabaja como física cuántica.

Constelaciones

Cuevas y Calvo en ‘Constelaciones’. (Kendosan Producciones)

Lo que hacen los ejecutores de estas variaciones —alabadas sean Talía y Melpómene—, Inma Cuevas y Fran Calvo, es un auténtico ejercicio de virtuosismo. Sin que medie más tiempo que el que se tarda en suspirar, arrancan una escena que tal vez difiere de la precedente en solo un puñado de palabras, en alguna sutileza, pero acometen con éxito la enorme tarea de mudarle el color. (Tiemblo solo de pensar lo infumable que se haría el mismo texto interpretado por actores menos talentosos.) No me extrañaría que alguien se estuviese rifando a Cuevas mientras usted lee estas líneas. De un tiempo a esta parte, no hago más que encontrarme su nombre en todos los saraos teatrenses (un día de estos la RAE me da un sillón… o me manda deportar). Comprensible: tiene una soltura asombrosa, además de una de esas dicciones que deben ser celebradas. Calvo le replica con una verosimilitud muy apropiada.

Pero si estamos ante una producción redonda es porque se ha mantenido la coherencia del juego y el esquema de la pieza se ha trasladado a todos los aspectos. No me sorprendió leer en el programa de mano que hay un responsable de movimiento escénico y coreografía, porque los desplazamientos, las acciones, desempeñan un papel fundamental a la hora de completar estas peculiares variaciones. También la utilería. Todo resuelto gracias a la detallista dirección de Fernando Soto, a quien hasta ahora conocía solo como actor.

Voy a sacarle un pero. El final. Un diez para la canción, muy bien traída, un negativo para la imagen del dado, por obvia.

CONSTELACIONES de Nick Payne 2015 from KendosanProducciones on Vimeo.

Título original: Constellations.

Autor: Nick Payne.

Dirección: Fernando Soto.

Reparto: Fran Calvo, Inma Cuevas.

Movimiento escénico y coreografía: Antonio Gil.

Escenografía e iluminación: The Blue Stage Family.

Vestuario: Aubele.

Producción: Kendosan.

Sala: Teatro Lara (sala principal), Madrid.

Una hora, que no es poco

3estrellasEl eunuco

Vaya por delante que El eunuco no es mi tipo. (De obra, no se me pierdan.) Y aun así, me tuvo enganchada y sonriente durante una hora, que no es poco.

El eunuco

Pepón Nieto y Anabel Alonso en una escena de ‘El eunuco’. (Foto: Pentación)

Libérrima versión del clásico de Terencio a cargo de Jordi Sánchez y Pep Antón Gómez, con dirección de este último, ha llegado a Madrid después de atraer a más de 15.000 espectadores y hacerse con el premio del público en el Festival de Mérida. Entre sus bazas cuenta con un (en estos días inusitado) reparto de nueve actores, algunos de ellos muy populares, y una mezcla de vodevil, musical y comedia de situación.

Decía que me tuvo enganchada y sonriente durante una hora, y no tanto durante la segunda mitad, precisamente porque flojea como comedia de situación. Aunque el tono ligero se mantiene, el enredo, muy prometedor al comienzo, se queda en eso, en promesa, y el ritmo va decayendo.

En este sentido, el musical tampoco ayuda. Sí contribuye a marcar el carácter vodevilesco del espectáculo, y los números más cómicos funcionan. Sin embargo, llega un punto en el que las canciones parecen interrumpir la función.

El eunuco

El elenco de ‘El eunuco’, con Jorge Calvo en el centro. (Foto: Pentación)

Tres cuartos de lo mismo ocurre con la escenografía, que tampoco es en sí misma reprobable pero no encaja. Consta básicamente de cuatro paneles blancos con ruedas que los propios actores van desplazando por las tablas para crear las distintas escenas. Una buena idea bien ejecutada y bien dirigida, solo que se da de bruces con la base clásica de la obra e, incluso, con el propio vestuario.

Me quedo con el matiz caricaturizado de los personajes que marca la dirección y con la agilidad (esta sí) de los diálogos. En el elenco sobresalen Anabel Alonso, creíble y versátil, y, sobre todo, Jorge Calvo, que, aquí como bonachón, una vez más, lo borda.

Autores: Jordi Sánchez y Pep Antón Gómez. Versión libre de la obra de Terencio.

Dirección: Pep Antón Gómez.

Elenco: Pepón Nieto, Anabel Alonso, Alejo Sauras, Jorge Calvo, Antonio Pagudo, Marta Fernández-Muro, María Ordóñez, Jordi Vidal y Eduardo Mayo.

Composición musical: Asier Etxeandía y Tao Gutiérrez.

Escenografía: Eduardo Moreno.

Vestuario: Sandra Espinosa.

Iluminación: Miguel Ángel Camacho.

Coreografía: Chevi Muraday.

Producción: Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Mixtolobo, Labaska64 y Ciclán.

Producción ejecutiva: Pentación Espectáculos.

Sala: Teatro La Latina, Madrid.

 

Un (imaginado) combate dialéctico entre Freud y C. S. Lewis

4estrellasLa sesión final de Freud

Aplaudiendo con las orejas me pillan. Hacía tiempo que no encadenaba tantos espectáculos poliestrellados consecutivos en tantas salas de teatro llenas hasta la bandera. Con las orejas.

El último, La sesión final de Freud producido por Unir Teatro, bien podría incluirse como obligatorio en el programa curricular de los grados en Filosofía y Arte Dramático. Ahí lo dejo.

La sesión final de Freud

Ortiz y Pedregal en ‘La sesión final de Freud’. (Foto: Teatro Español)

La obra de Mark St. Germain, inspirada en La cuestión de Dios de Armand M. Nicholi, narra el encuentro de Sigmund Freud, ateo convencido, y el converso C. S. Lewis. Un encuentro que probablemente nunca tuvo lugar (al parecer, no hay constancia de que el padre del psicoanálisis y el ensayista y novelista se conocieran) pero que St. Germain sitúa en la Inglaterra del septiembre de 1939, a punto de embarcarse en la II Guerra Mundial, con un Freud octogenario aquejado de cáncer de boca y un Lewis recién entrado en la cuarentena.

El texto, repleto de datos reales sobre las vidas e ideologías de ambos intelectuales, es en realidad un combate dialéctico en torno a la existencia de dios y el sentido de la vida. Y aunque transcurre en un único ambiente y en él apenas subyace una trama, St. Germain evita con maestría que se convierta en una lección tediosa exclusiva para eruditos “combinando momentos de gran fuerza dramática con otros más ligeros que hacen que la obra tenga mucho ritmo”, en palabras de la directora del montaje, Tamzin Townsend.

La sesión final de Freud

Pedregal, irreconocible como Freud. (Foto: Teatro Español)

En efecto, el fino humor y la socarronería que destilan los personajes hacen de contrapeso perfecto para la carga filosófica de la obra. Pero ya la precisión con que están representados los dos y sus caracteres basta para suscitar un interés en el espectador por averiguar más sobre ellos que va creciendo a medida que se va desarrollando la pieza.

Con esa dramaturgia, Townsend muestra una gran sabiduría al rebajar el protagonismo de la dirección en favor del texto y los actores, de tal modo que su tarea, no por ello menos meritoria, pasa casi desapercibida.

Luego está Helio Pedregal en el papel de Sigmund Freud, una de esas interpretaciones que dejan sin palabras. Sustentado en un trabajo físico colosal, el insuperable Freud de Pedregal destila verdad por los cuatro costados. Le contesta, afinado, Eleazar Ortiz.

Título original: Freud’s Last Session

Autor: Mark St. Germain

Traducción: Ignacio García May

Dirección: Tamzin Townsend

Reparto: Helio Pedregal, Eleazar Ortiz

Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda

Vestuario: Gabriela Salaverri

Iluminación: Felipe Ramos

Producción: Unir Teatro

Sala: Teatro Español (sala pequeña), Madrid

No solo de dramaturgia vive el hombre

Una espinita clavada, ganas de repetir y determinado estado de ánimo me han vuelto a llevar a Microteatro por Dinero. Una espinita clavada porque en diciembre me perdí la segunda edición de los Micromusicales (snifff, snifff). Ganas de repetir porque en la primera edición me chifló uno de ellos, Por culpa del amor, y lo están reponiendo. Y determinado estado de ánimo porque a priori la opción más atractiva del fin de semana para mí era el Don Juan Tenorio versionado por Juan Mayorga y dirigido por Blanca Portillo —que ocupa un lugar de honor en mi pedestal teatrófilo—, pero por algún motivo que no sabría explicar no tenía yo estos días cuerpo de Tenorio y sí de esa deliciosa cerveza a la que no voy a hacerle publicidad gratuita que sirven en el bar de Microteatro. No solo de dramaturgia vive el hombre.

Lo tiene casi todo: intensidad, una estructura redonda, humor, referencias culturales, un par de actores enérgicos, sorpresa final… De Julián Salguero y Jorge Toledo, recuerda por su frescura a Avenue Q o Pegados, y deja con ganas de más.

por culpa del amor

‘Por culpa del amor’. (Foto: Facebook)

Eso escribí (página 20) en la versión impresa de este blog sobre Por culpa del amor en diciembre de 2013, y lo mantengo. Ayer salí igual de encantada que hace un año, un poco más, incluso, teniendo en cuenta que me hice con un cedé con las canciones del musical y ya puedo torturar a mis vecinos cantando “tinoníii, suena la alarma” cual Verónica Polo a voz en grito por las mañanas. Así que vuelvo a recomendarlo y no dejo de confiar en que sus autores nos brinden algún día la versión extendida.

La visita a Microteatro me deparó, además, una agradable sorpresa. Al entrar a otra de las pequeñas obras en cartel, Mejunjes, caí en la cuenta de que una de sus protagonistas es Aixa Villagrán, a quien vi el pasado noviembre en Luciérnagas. Lo que me sorprendió fue descubrir que también firma el texto, una comedia negra mordaz que Maica Barroso y ella bordan, y que con razón se ha recuperado como una de las obras que más éxito de público tuvieron anteriormente. Villagrán, eso sí, no ha acabado de sacarme de dudas respecto a si tiene un determinado perfil interpretativo, por la brevedad de esta pieza y porque su personaje guarda ciertas similitudes con el de Luciérnagas. Con otra espinita clavada me quedo, pues, que ojalá me depare algún día una nueva alegría teatrófila…

Juan Diego ‘el Desalmado’

3estrellasSueños y visiones del rey Ricardo III

Me encantaría decirles que entre mis dramaturgos favoritos están Ionesco, Gorki o, al menos, Pinter y parecer un poco más sofisticada, pero lo cierto es que entre mis dramaturgos favoritos está Shakespeare, qué le vamos a hacer. Entre los míos y entre los de muchas otras personas, por lo obvio y también a juzgar por el llenazo del viernes en la sala principal del Español.

Ricardo III

Terele Pávez y Juan Diego en ‘Sueños y visiones de Ricardo III’. (Foto: Sergio Parra)

En Ricardo III encontramos a uno de los personajes más fascinantemente desalmados del Bardo de Avon, tan cruel que es rechazado por su propia madre. Y este Sueños y visiones… no es sino una curiosa adaptación de aquella, con dramaturgia de José Sanchis Sinisterra y versión escénica (y dirección) de Carlos Martín. Tal y como explican sus creadores, aquí se ha alterado la estructura original, y se ha convertido la escena tercera del quinto acto en el centro de la pieza. El resultado tiene mucho de interesante, sobre todo por la importancia que cobran los fantasmas del monarca, sus temores, sus pensamientos.

En el aspecto escenográfico (también lo explican los responsables) se ha recurrido a un juego de planos que marcan la diferencia entre lo imaginado y lo pasado frente a lo real y lo presente con tules, proyecciones y juegos de luces (por cierto, magnífica la iluminación). Ni la dramaturgia tendría sentido pleno sin esta igual de interesante concepción ni viceversa. Eso sí, obliga, supongo, para subsanar la dificultad que implicaría a la hora de proyectar las voces, a utilizar micrófonos, con la pérdida de encanto y credibilidad que eso conlleva.

Aunque inferior en número, el reparto femenino se impone en Sueños y visiones… al masculino. No solo están estupendas Terele Pávez (la duquesa de York) y Asunción Balaguer como Margarita; con sus limpias interpretaciones, las más jóvenes Lara Grube (Lady Ana) y Ana Torrent (Isabel) consiguen crear una magnética aura alrededor de sus personajes. Juan Diego recrea con gran mérito la deformidad del rey Ricardo y borda sus arranques de cinismo. Lástima que la dicción impida entender algunas de sus líneas.

Autor: William Shakespeare.

Dramaturgia: José Sanchis Sinisterra.

Dirección y versión escénica: Carlos Martín.

Reparto: Juan Diego, Juan Carlos Sánchez, Jorge Muñoz, José Hervás, Lara Grube, Ana Torrent, Aníbal Soto, Óscar Nieto, Carlos Álvarez-Nóvoa, José Luis Santos, Asunción Balaguer, Terele Pávez.

Escenografía: Dino Báñez, Miquel Angel Llonovoy.

Audiovisuales: David Bernués.

Iluminación: Pedro Yagüe, José Manuel Guerra.

Vestuario: Ana Rodrigo.

Composición y espacio sonoro: Miguel Magdalena.

Producción: Teatro Español.

Sala: Teatro Español (sala principal), Madrid.

Los talentos y lo público

3estrellasMejor historia que la nuestra

Tuve una conversación con D. poco después de saberse que Natalio Grueso había programado la dramaturgia completa de Mario Vargas Llosa en el Teatro Español. D., joven autor y director de escena, estaba (como unos cuantos más, me consta) indignado. Creía que los recursos empleados por el teatro público en programar íntegro a un Vargas de calidad discutible como dramaturgo bien podrían haberse destinado a aupar a algún creador incipiente.

Le llevé la contraria, más por lo que me gusta provocar discusiones que porque estuviera en total desacuerdo con él, y me replicó: “Tú que vas al teatro todas las semanas. Dime diez autores en español de ahora, vivos”.

Nunca llegué a completar la lista porque enseguida derivamos en otra discusión sobre si debíamos considerar dramaturgo a Miguel del Arco, pero yo sí quise hacerlo cuando llegué a casa. Lo logré, pero me di cuenta de que con más esfuerzo del que, por lógica, debiera necesitar.

Mejor historia que la nuestra

Muñoz y De Anta en ‘Mejor historia que la nuestra’. (Foto: Andrés Lázaro)

Anteayer me acordé de aquella charla con D. después de ver Mejor historia que la nuestra. De Vargas Llosa en el Español —lo admito— me quedé en La Chunga. Francamente, se me quitaron las ganas de ver más cuando P., filóloga, me dijo que esa es con diferencia la mejor obra teatral del nobel peruano.

Anteayer me acordé de aquella charla con D. —decía— después de ver Mejor historia que la nuestra, un texto de una joven autora, Lucía Carballal, reconocido con un accésit en el Premio Marqués de Bradomín 2012 y que bien merecería alguna sala en algún teatro público.

Encontré mucho potencial en una pieza que trata entre otras cuestiones la muerte y la responsabilidad frente al deseo de bienestar. El texto, de diálogos punzantes, brillantemente opresivo, toma aire en bocanadas de un fino humor negro. De los personajes, me pareció un poco inconsistente el de la cuidadora, Paula, a pesar de que me fascina la energía de la actriz que le da vida, Natalia Huarte, a quien hemos visto en la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. A ella y sobre todo a Cristina de Anta, que interpreta a Maite, la hija del (enfermo) protagonista, las vi un pelín pasadas de revoluciones en determinados pasajes, pero muy atinadas en conjunto. Ninguna desentona, de todos modos, como tampoco Antonio de Cos (Roberto, el novio de Maite), frente al kamikaze Chema Muñoz, que brinda a un Luis impecable, sobrecogedor.

Mejor historia que la nuestra

Chema Muñoz protagoniza ‘Mejor historia que la nuestra’. (Foto: Andrés Lázaro)

En su trabajo se reconoce también el de Francesco Carril (en mi fichero mental constaba también por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, pero en el enlace comprobarán que tiene un currículo pasmoso a pesar de su juventud), que aquí se encarga de la dirección. Genial la idea de cambiar manteles para marcar el paso de los días; dudo si se rentabiliza, por artificial, el impacto estético que una prenda de todos los protagonistas y el primero de los manteles compartan estampado.

Incorporo a Carballal, en cualquier caso, a la lista de autores teatrales actuales en castellano. A esa de los que no merecen menos que el Vargas Llosa dramaturgo un huequecito en un teatro público.

Texto: Lucía Carballal.

Dirección: Francesco Carril.

Elenco: Chema Muñoz, Cristina de Anta, Antonio de Cos, Natalia Huarte.

Iluminación: Pablo Seoane.

Vestuario: Laura Renau.

Espacio sonoro: Eduardo Castro.

Espacio escénico: Francesco Carril.

Producción: Verónica Doynel.

Sala: Teatro Lara (sala Off), Madrid.

Opiniones son

2estrellasEl zoo de cristal

Hace años, durante una entrevista, Mario Gas me dijo que el buen director teatral es aquel cuyo trabajo pasa desapercibido, «el que se diluye en una puesta en escena». Lo recordé ayer mientras veía El zoo de cristal, una función que no termina de echar a volar lastrada por algunos errores de planteamiento.

Para empezar, cuesta creerse que Silvia Marsó, que interpreta a Amanda, y Pilar Gil, que da vida a Laura, sean madre e hija. Hago una búsqueda en Internet y compruebo que la diferencia de edad entre ambas actrices es de 13 años. Claro. Y aquí ni la primera aparenta un año más del que tiene ni la segunda uno menos.

'El zoo de cristal'

¿Ustedes creen que esta mujer tiene que explicar que en otra época fue bella?

Digo más. No es solo que Marsó no aparente un año más del que tiene, es que bien podría pasar por una mujer una década menor (si IMDb no miente, ha cumplido los 50). Así que desconcierta ya en la primera escena, cuando su personaje recuerda los tiempos de juventud en que la pretendían los chicos de la zona y dice algo así como “No bastaba que una muchacha tuviera una cara bonita y un buen tipo… Aunque yo no estaba mal dotada en ninguno de los dos aspectos”. ¿Ustedes se imaginan a Angelina Jolie diciéndoles hoy a sus hijos que de joven era guapa y tenía buen cuerpo? ¿Lo ridícula que resultaría la evidencia? Vale, lo he llevado al extremo, pero para que se me entienda.

La Amanda de Marsó, además, derrocha la energía propia de una treintañera. Nada que objetar en este sentido, Tennessee Williams definió el personaje como una mujer “de una gran vivacidad”. Sí al pelo cano que le ‘colocan’. Entiendo que se ha podido buscar el contraste entre el vigor de la madre luchadora y el tiempo que en realidad ha pasado por ella, pero sumado a todo lo anterior le resta credibilidad.

Que conste que la actriz consigue superar todos estos fallos de concepto. Vi a la mejor Silvia Marsó de los últimos años. Vuelvo a citar a Williams cuando define al personaje: “Hay mucho que admirar en Amanda, y tanto para adorar y compadecer como para reírse de ella (…) Y aunque su insensatez a veces la hace inconscientemente cruel, hay ternura en su persona”. Pues todo eso, con las contradicciones y la dificultad que implica, está en la Amanda de Marsó, adorable, odiosa y cómica al mismo tiempo.

'El zoo de cristal'

Arestegui, Marsó, Gil y Carlos García Cortázar, el elenco de ‘El zoo de cristal’. (Foto: Pedro Gato)

Ahora, si me pareció mal dibujado el personaje de la madre, otro tanto me ocurrió con el de Laura. Personalmente, veo a la hija como una joven frágil, tierna, que vive en su propio ensueño, y encontré aquí a una Laura que casi da miedo.

Escenografía y sonido vienen a completar la lista de incongruencias de la producción. La primera, por la modernidad de las pantallas de los laterales, resolutivas en el aspecto funcional pero un ‘pegote’ (que diría mi madre) frente a los muebles y enseres de época; igual que la pared casi blanca del fondo (al menos eso parece con la luz), en este caso más por una cuestión de gusto personal que no logro justificar, pero esa pared lisa de la que solo cuelga el cuadro del padre ausente la imagino mucho más oscura. En cuanto al sonido, en al menos dos o tres ocasiones entran efectos de forma algo artificial, más propios de un audiovisual que del teatro.

'El zoo de cristal'

Arestegui y Marsó en ‘El zoo de cristal’.

En el lado positivo, aparte del trabajo de Silvia Marsó, destacaría que la función tiene buen ritmo. Agradecí la adaptación del texto y confieso que me aburrí más, de hecho, en producciones que he valorado mejor. La escena en que Tom (Alejandro Arestegui) le cuenta a su madre que ha invitado a su compañero a cenar y ella empieza a idear el acontecimiento la encontré ágil y entrañable, muy veraz, con una gran complicidad entre los actores. También me pareció precisa y adecuada la iluminación. Y tras la representación, deben saberlo, se oyeron “bravos”…

… Que las opiniones, opiniones son.

Título original: The glass menagerie.

Autor: Tennessee Williams.

Adaptación: Eduardo Galán.

Dirección: Francisco Vidal.

Reparto: Silvia Marsó, Carlos García Cortázar, Alejandro Arestegui, Pilar Gil.

Escenografía: Andrea D’Odorico.

Iluminación: Nicolás Fischtel.

Vestuario: Cristina Martínez.

Sonido: Tuti Fernández.

Producción: Teatro Español, Secuencia 3, Pedro Hermosilla Management y SOM Produce.

Sala: Teatro Fernán Gómez (sala Guirau), Madrid.

Una historia tierna, cercana y universal

3estrellas Luciérnagas

En construcción de Carolina Román y Nelson Dante, protagonizada por ellos mismos y dirigida por Tristán Ulloa, fue en 2013 una de las revelaciones de la temporada teatral madrileña. La verdad del texto y de la puesta en escena, su cercanía al contar la historia de una pareja de inmigrantes argentinos en Madrid, le valieron entonces el reconocimiento de público y crítica, y el montaje, de hecho, continúa en la actualidad de gira.

'Luciérnagas'

Jaime Reynolds y Aixa Villagrán en ‘Luciérnagas’. (Foto: ©DANI OCEANS)

Ahora Carolina Román presenta Luciérnagas, otro texto de una naturalidad asombrosa. En este, la existencia de dos hermanos huérfanos da un giro cuando llega a su pueblo y a sus vidas una joven, Lucía, que derrocha desparpajo y está dispuesta a ponerse el mundo por montera. Sorprende —decía— otra vez la autora (aquí también directora) por la proximidad al espectador y a la realidad que alcanza con la obra, eso sin renunciar a enriquecerla con símbolos. Pero, sobre todo, sorprende el torrente de ideas que pueblan la historia, los detalles que incluye, los matices que dibujan a cada personaje, y que todos suman para engrandecerla y, al fin y al cabo, hacerla universal.

No me terminó de convencer, sin embargo, que Román convierta al final de la obra a uno de los personajes en narrador para que relate lo sucedido tras el periodo de tiempo que se representa, si bien encuentra justificación en que el mismo personaje hace una presentación inicial.

Durante unos instantes, por otra parte, en un pasaje concreto, estuve algo desubicada, hasta que comprendí que lo que estaba viendo era la pesadilla de uno de los personajes. A la salida, mi acompañante, I., también periodista y teatrófila bastante asidua, me confesó que directamente no había entendido esa escena. Creo que bastan para despistar al espectador el salto de la realidad al sueño y el hecho de que la actriz que interpreta a Lucía asume ahí otro papel —¿porque quien sueña ve a la otra mujer con el cuerpo de Lucía? También dudo—, y que tal vez ayudaría marcar la transición con un código de luces y/o sonido que se diferencie más del empleado en los demás cambios de escena.

'Luciérnagas'

Fede Rey en ‘Luciérnagas’. (Foto: ©DANI OCEANS)

En cuanto a los actores, debo destacar el trabajo de Fede Rey en la dificilísima tarea de interpretar a un discapacitado sin perder la credibilidad ni resultar caricaturesco. Jaime Reynolds, por su parte, resuelve a la perfección la dicotomía del Julio que se debate entre la obligación de atender a su hermano y el deseo de llevar una vida personal plena. Aixa Villagrán, una de dos: o tiene ese patrón interpretativo o ha interiorizado mucho y muy bien a Lucía. Apuesto por lo segundo, pero saldré de dudas cuando tenga ocasión de verla en otro papel.

Destacan antes de comenzar la representación que esta se pone en pie de forma independiente, sin ningún tipo de subvención, y piden al público que le dé la mayor difusión posible. Así que aquí va mi granito de arena. Es tierna, cuidada, cercana y atrapa. Lo merece.

– Texto y dirección: Carolina Román.

– Reparto: Fede Rey, Jaime Reynolds y Aixa Villagrán.

– Diseño de luces: Luis Perdiguero.

– Escenografía: Alexandra Alonso.

– Música y diseño sonoro: Nelson Dante.

– Producción: Luis Alberto Caballero.

– Sala: Teatro del Arte, Madrid.

Piense antes de juzgar

5estrellasEl principio de Arquímedes

Si han leído alguna otra entrada de este blog o alguna columnita en su versión impresa, tal vez sepan ya que a servidora le gusta darle vueltas al coco más que a un tonto un lápiz. Creo que las obras que le indican explícitamente al espectador dónde está el bien y dónde está el mal, lo subestiman; al contrario, encuentro mucho más interesantes aquellas que le hacen pensar.

Es una virtud que sin duda tiene El principio de Arquímedes, una pieza de Josep Maria Miró galardonada con el Premio Born de Teatro en 2011 y cuya producción, estrenada en catalán en el Grec 2012, se ha adaptado ahora al castellano.

El principio de Arquímedes narra el conflicto que surge cuando trasciende que un monitor de natación ha abrazado y besado a un niño en la piscina. Se trata de un texto actual, de diálogos finos y verosímiles, con un par de perlas de humor sexual incluidas.

El principio de Arquímedes

Roser Batalla y Rubén de Eguia en ‘El principio de Arquímedes’. (Foto: David Ruano)

Para conducir a la reflexión de la que hablaba antes, utiliza una admirable estructura de escenas más o menos breves y temporalmente alteradas que trocea el conocimiento del espectador y lo aproxima a los puntos de vista que tienen de la situación cada uno de los cuatro personajes. El concepto queda reforzado por un planteamiento escenográfico —no se lo arruinaré detallándoselo— de inteligentísima concepción y no menos inteligente ejecución (firmada por Enric Planas). Ahora bien, si se produce la magia del teatro —que se produce, se lo aseguro—, es porque tan compleja maquinaria dramatúrgica se ha trasladado a las tablas con un código brillantemente sencillo y fácil de seguir para cualquier espectador, logrando un equilibrio formidable. Tanto que, de hecho (van a permitir que me tire el pisto), tras ver la función y sin conocerlo de antemano, supe que autor y director eran la misma persona, que el responsable de la obra, vaya, es uno y ‘bino’ —por suerte, no me gano la vida con el humor—.

En el aspecto actoral, la palma se la lleva Roser Batalla. Interpreta a la envarada responsable del club de natación, a la que solo desarma, con una precisión magnífica, con gestos sutiles, en el único fragmento en que ella se refiere a su vida personal. Rubén de Eguia, a quien veo que me referí como “descubrimiento” —más pisto, estoy insoportable hoy— hace cuatro años con motivo de La vida por delante, está ágil en el papel protagonista. Y también tiene sus momentos sobresalientes, como en las gracietas sexuales a las que me refería antes. Me encantaron, además, ciertos pequeños detalles de la dirección, por ejemplo, la naturalidad con la que en determinados pasajes se solapan las frases de ellos o de los otros actores (nosotros vimos a Albert Ausellé como Héctor, y Santi Ricart).

¿No le he encontrado defectos? A decir verdad, un par de ellos, pero de poca importancia, nimios en comparación con los aciertos. A ver si creían que va una regalando las estrellitas de cinco en cinco por ahí.

Título original: El principi d’Arquímedes.

Texto y dirección: Josep Maria Miró.

Traducción: Eva Vallines.

Reparto: Albert Ausellé, Roser Batalla, Rubén de Eguia y Santi Ricart.

Escenografía: Enric Planas.

Vestuario: Albert Pascual.

Iluminación: David Bofarull.

Diseño de sonido: Damien Bazin.

Producción: Bitó Produccions.

Sala: Teatro de la Abadía (sala José Luis Alonso), Madrid.