Estoy dramatizando Estoy dramatizando

"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

Archivo de julio, 2014

¿Te gusta que te saquen al escenario?

Hay gente a la que le encanta que la saquen al escenario en los espectáculos, gente que tiene más ganas de cachondeo que sentido del ridículo.

Spamalot

Parte del elenco del musical ‘Spamalot’ en Barcelona.

Recuerdo, por ejemplo, a una chica que lo dio todo en la despedida de Madrid de Spamalot. Apostaría a que era una fan acérrima del musical que sabía de qué butaca se elegía al espectador con el que se interactuaba en cada función y que había elegido esa localidad a propósito. Empecé a sospecharlo cuando se levantó anticipadamente del asiento con una sonrisa enorme y lo confirmé cuando empezó a largar el texto a la par que los actores. Diría que solo le faltó cantarse a sí misma El santo grial… Pero no le faltó, no.

A juzgar por la cantidad de veces que se utiliza, el hacer al público partícipe del espectáculo debe de funcionar. Como ‘entendidilla’, reconozco que puede resultar divertido y no tengo nada en contra si no se abusa de ello, es decir, si el recurso encuentra una justificación dentro del show. Como espectadora, me da auténtico pavor. De hecho, cuando voy a ver una obra de la que sé (o temo) que hacen intervenir al respetable, por si acaso, procuro no sentarme junto al pasillo.

Hace una semana, sin ir más lejos, recibí una nota de prensa en la que se informaba de que un espectador participaría en una representación de La curva de la felicidad, en el Teatro Amaya, para pedirle matrimonio a su novia. Sentí tanta vergüenza vicaria al leerla, que esa noche soñé que iba a ver un musical protagonizado por Arturo Fernández (cosas del subconsciente) en el que el actor sacaba a una mujer al escenario. Aunque me había sentado lo más lejos posible, en el momento en que se levantó el telón yo sabía que Fernández iba a venir a por mí. El despertador sonó justo cuando se acercaba por el pasillo, mirándome y sonriéndome mientras cantaba, micrófono en mano, y juro que me desperté con una ligera taquicardia.

Eso no es sentir pavor, eso es tener una fobia, pensará, tal vez, alguno de ustedes. Ya. Eso creía yo también. Hasta que se lo conté a S. y me dijo: “Tengo un amigo que, cuando le propones ir a ver alguna obra de teatro, pregunta: ‘¿Es de las que sacan a gente?’”. ESO es tener una fobia.

P. D.: De propina, incrusto mi favorita de Spamalot: La canción que dice así (en el original, The song that goes like this), esta con el elenco del musical en Madrid. ¡Felices vacaciones!

Multada por criticar

Il Giardino

El restaurante francés que denunció a una bloguera por la crítica negativa que hizo de él. (Google Street View)

Sin vivir en mí vivo desde que leí en 20minutos.es que una bloguera francesa tendrá que indemnizar con 1.500 euros a un restaurante por escribir una crítica negativa sobre él. Sin vivir en mí.

Intento recordar qué actores, qué directores, qué autores, qué productoras han podido encontrar en los últimos años motivos para llevarme a juicio. Me pregunto cuáles estarían dispuestos a tomarse la molestia de denunciarme.

El empleado del banco me miró con sorpresa cuando le expliqué que necesito el crédito para pagarme un abogado que me defienda de algún artista al que habré puesto verde. “Lo siento, señorita, pero me temo que no va a ser posible”. Tan asustada estoy, tan sin vivir en mí, que ni siquiera le dije que no me gusta que me llamen señorita.

Ya he empezado a ensayar ante el espejo: “Verá, señor juez, era la forma que tenía de ganarme la vida. Yo pensaba que mi trabajo consistía en recomendar a los lectores los buenos espectáculos y en evitarles una pérdida de dinero y tiempo con los malos”.

Luego vendrá la argumentación. A saber, en función del caso:

a)      “Estaba sobreactuado”

b)      “¡El trabajo de dirección brillaba por su ausencia!”

c)       “Ese texto no tenía ni pies ni cabeza”

d)      “Cobraban 25 euros por la entrada y ni se habían molestado en remendar el vestuario”

Y concluiré jurándole a su señoría que nunca he escrito una crítica malintencionada.

Lo peor es que el naranja y las rayas horizontales me sientan tan mal…

A ver un espectáculo, se aprende

Cuando alguien hace ruido o habla, cuando alguien se deja el móvil encendido, cuando alguien incordia en el teatro en general, mi primera reacción es de enfado. Después tiendo a pensar que a esa persona nadie le habrá enseñado a comportarse en un espectáculo. Porque a guardar las formas, como a casi todo en esta vida, se aprende.

Una tarde que estaba con mi sobrino de cinco años en el pabellón antes de un partido del Santiago Futsal, se acercó a hablarle un amiguito del cole. La madre del crío en seguida vino a saludarme.

– Hola, soy la madre de Xoán.

– La tía de Mateo. Encantada.

– Pues voy a ir dejando a los niños en la ludoteca para poder ver el partido tranquila. ¿No los lleváis allí?

– ¿Cómo? ¡Ah, no, no! Estos ven los partidos con nosotros. Vienen siempre a los del Obra y están acostumbrados.

partido del Obradoiro CAB

Algunos niños en un partido del Obradoiro. (Foto: El Correo Gallego)

Me giré y comprobé que, efectivamente, en la entrada del Multiusos habían acotado un pequeño recinto en el que varios monitores entretenían a un grupito de cativos. Por una parte, me pareció una idea estupenda para que los adultos con críos a cargo no tuviesen que perderse el partido. Pero, por otra, me dio un poquito de pena que aquella señora tan simpática no compartiese ese rato de ocio con sus hijos, teniendo en cuenta además los valores que —insultos a los árbitros aparte— transmite el deporte.

Me dio ese poquito de pena y al mismo tiempo me alegré de que mi hermano se hubiera tomado la molestia de enseñar a sus hijos desde pequeños a ver un encuentro deportivo y de que, más allá de saber estar, lo disfruten.

El rey león

Simba y Nala en el musical ‘El rey león’. (Stage Entertainment)

Con el teatro, que no deja de ser otro tipo de espectáculo —aunque un poco más exigente por aquello del silencio—, pasa tres cuartos de lo mismo. Por eso cuando llevé a otros dos de mis sobrinos (más mayorcitos) a ver El rey león quise adoctrinarlos. Creyendo que sabía lo que nos íbamos a encontrar, antes de la función les dije: “Va a haber muchos niños, algunos muy pequeños, en el teatro, y van a hablar durante la representación. Pero vosotros no debéis hacerlo, porque…”, y les solté a los pobres un rollo considerable sobre el respeto a los demás y a la gente que está trabajando. Ellos se portaron fenomenal y yo tuve que tragarme mis palabras, porque la docena de enanos que teníamos alrededor tampoco dijeron ni pío en las dos horas y media que dura el musical, mientras que las dos parejitas de treintañeros de la fila de delante no tuvieron ningún reparo en comentar en voz alta todo lo que les vino en gana.

Y recuerdo el día que en el Teatro Pavón había un chiquillo de unos diez años sentado al otro lado del pasillo. A @MirenM y a servidora nos faltó tiempo para comentar la insensatez que estaba cometiendo aquel señor que lo acompañaba al llevar a un niño a una obra en verso y en castellano antiguo. No recuerdo lo que dije, pero, conociéndome, debió de ser algo del estilo: “Ya verás, nos va a dar la función. ¡Cómo se le ocurre!”. Pero cuando se bajó el telón, nosotras nos habíamos olvidado de que allí había un crío de unos diez años y solo nos quedó mirar atónitas cómo el chaval aplaudía entusiasmado.

Definitivamente, saber ver un espectáculo no es cuestión de edad; basta con que alguien te haya enseñado. A saber ver un espectáculo, como a casi todo en esta vida, se aprende.