Estoy dramatizando Estoy dramatizando

"... no me despiertes, si duermo, y si es verdad, no me duermas". (Pedro Calderón de la Barca, 'La vida es sueño')

Archivo de mayo, 2014

Dicho queda

3estrellasMierda de artista

Lean los versos que siguen. A continuación, pónganles la musiquilla más tonta que se les venga a la cabeza.

Buenos días, panadero

Hoy me llevo una artesana

¿Son 80? Aquí los tiene

Igualmente. Hasta mañana

¿Ya? Pues sepan que solo la genética, que no se estiró demasiado con mis cuerdas vocales, la vergüenza y la consideración hacia los oídos del tendero me impiden ir a comprar el pan con rima y canturreando.

Sí…, una es musicalera por antonomasia y por eso tira fuegos artificiales (mentalmente, cuestión de logística) las pocas (cuestión de logística también, supongo) ocasiones que se presenta un musical original en español.

Pues, bien, guardaba un par de luces de bengala y algún que otro petardito de cuando vi Pegados, y no se me ha ocurrido mejor motivo para hacerlos estallar que el estreno de Mierda de artista, la nueva criatura de Ferran González, Joan Miquel Pérez y Alícia Serrat.

Si Pegados partía de una historia genial, la de dos jóvenes que se quedan encajados durante un esporádico encuentro sexual en el aseo de una discoteca, esta no se queda atrás. Mierda de artista se basa en la biografía del italiano Piero Manzoni (Soncino, 1933 – Milán, 1963), famoso por vender como arte huevos duros con la huella de su pulgar impresa, por firmar los cuerpos de varias personas y llamarlos ‘esculturas vivientes’ o, sobre todo, por cobrar a precio de oro 90 latas metálicas con excrementos suyos en el interior –hoy se exponen en el MoMA, en el Pompidou, en la Tate… y se ha llegado a pagar por ellas más de 120.000 euros–.

Así que de nuevo tenemos un extravagante punto de arranque y de nuevo también una trama más que consistente para tratarse de un musical. Además de un puñado de temas destacables, como el que interpretan Manzoni y la periodista Paola Pisani la primera vez que están juntos en el taller, el que cantan todos mientras fabrican la Mierda o, mi favorito, el tema central, el más exitoso en ese arte musicalero de ir alimentando las ganas del oído y de ir a más, El arte es colosal. Imperdonables, eso sí, algunas pequeñas dejadeces del libreto: vale que un musical es en esencia relajado, pero siempre se puede evitar rimar «a mí» con «a mí»…

Mierda de artista

Ferran González, Gemma Martínez, Frank Capdet, Nanina Rosebud y Xènia Reguant en ‘Mierda de artista’. (Foto: Jaime Villanueva)

En el elenco repiten Ferran González, impoluto en el papel de Piero Manzoni, Xènia Reguant (Apollonia Avaloni), Joan Miquel Pérez (Agostino Bonalumi) y Gemma Martínez, magnífica como Sofia Canevaro. El contrapunto perfecto a la avasalladora representante de Manzoni lo pone la inseguridad de Paola Pisani, a la que da vida Nanina Rosebud. (Este personaje, el de la periodista, por cierto, tiene uno de los mejores puntos cómicos de la obra cuando explica por qué teme un ataque de lobos.)

En la escenografía se aprecia una notable mejora con respecto a Pegados, queda muy bien resuelta. No se puede decir lo mismo, sin embargo, del vestuario; hay hechuras que están un nivel por debajo de los demás elementos de la producción.

Luego, resulta curioso que de algunas de las fortalezas del espectáculo surjan también algunas de sus debilidades, todas por redundancia. Tiene gracia la primera vez que un personaje maldice la ubicación de un cuadro, tiene más gracia aún que un segundo personaje maldiga la ubicación del mismo cuadro e incluso tiene gracia que lo haga un tercer personaje, pero a partir de la cuarta vez, la cosa se convierte en abuso y pierde toda la fuerza. Ocurre tres cuartos de lo mismo con el metateatro: la capacidad de sorpresa de que los actores ‘abandonen’ sus papeles para referirse a asuntos del montaje es limitada; o das con un buen chiste –que hay alguno, sí– o se acabó la risa. Y con el empleo repetido del humor obsceno… aunque aquí, una vez más, debo admitir que tengo un criterio absolutamente minoritario, porque en mi función las mayores carcajadas del público sobrevinieron de las mayores guarrerías del guion.

Ahora, antes de poner el punto final y de que ustedes piensen que me voy de erudita, es cuando les cuento que Mierda de artista incluye unas cuantas de esas coreografías cursis típicas de comedia musical que encajan con las canciones de tempo más rápido y les confieso que me hacen muchísima gracia, que no me cansan, que me encantan, que me pirran. Hala. Dicho queda.

Autores: Ferran González y Joan Miquel Pérez.

Dirección: Alícia Serrat.

Dirección musical: Joan Miquel Pérez.

Elenco: Ferran González, Gemma Martínez, Xènia Reguant, Nanina Rosebud, Frank Capdet, Joan Miquel Pérez, Eloi López, Paco Weht.

Escenografía: Nil Brullet.

Vestuario: Laia Cambrils.

Coreografía: Marta Tomasa.

Producción: Irene Reig, Kaktus Music.

Sala: Teatros del Canal (sala Verde), Madrid.

La reconciliación

4estrellasMisántropo

De un tiempo a esta parte, no eres nadie en el círculo teatrófilo madrileño si no has visto lo último de Miguel del Arco. Concreto: desde el éxito de La función por hacer en el vestíbulo del Teatro Lara a finales de 2009, que su nombre figure en el cartel de una producción significa, como mínimo, que se va a hablar mucho de ella.

Hago un repaso somero de su trabajo en estos cuatro años y medio por si quedase algún despistado. A la versión libre de Seis personajes en busca de autor con Kamikaze, la productora que comparte con Aitor Tejada y en la que trabajan con un elenco –digamos– fijo de actores, la siguieron El proyecto Youkali, una bonita y entretenida pieza sobre la inmigración que Del Arco escribió y dirigió para la Comisión Española de Ayuda al Refugiado y que vendría muy a cuento rescatar (¿algún productor en la sala?), y la alabada La violación de Lucrecia, en la que dirige a la gran Núria Espert y que, por cierto, vuelve a reponerse (creo que digo bien, que se repone por segunda vez) estos días en el Teatro de la Abadía. En 2011 repitió con los Kamikaze en la adaptación de Veraneantes (a partir de la obra de Maxim Gorki), casi tan aplaudida como La función por hacer –aunque para servidora, a esta le sobraban minutos–, y volvió a ganarse las loas de crítica y público dirigiendo a Carmen Machi en Juicio a una zorra. En 2012 dirigió maravillosamente De ratones y hombres y firmó una versión de El inspector de Gógol trasladada con demasiada obviedad a nuestros días –los críticos no compartieron mi opinión, pues el montaje fue bastante celebrado– para censurar la corrupción . Y, ya el año pasado, nos descubrió su prometedora faceta de autor con Deseo.

Misántropo

Israel Elejalde y Bárbara Lennie en ‘Misántropo’, de Miguel del Arco. (Foto: Eduardo Moreno)

Así que cada vez que el director de moda estrena –decía–, vamos todos como pollos sin cabeza hasta que podemos opinar sobre ello. Y como lo de no poder comentar servidora no lo lleva bien, ha sucumbido a Misántropo.

Ahora, lo que tiene dejarlo para ‘tarde’ (están en el Español desde el 23 de abril y el montaje se estrenó el pasado octubre, en Avilés) es que a estas alturas se ha dicho prácticamente todo. Han sido aclamadas, muy merecidamente, hasta la saciedad la dirección –podemos discutir algunos planteamientos, pero ¡qué dirección de actores!– y la versión (libre) del texto de Molière. Una versión magnífica, tan magnífica como la de La función por hacer, que trae la obra a la época contemporánea sin caer en lo fácil.

Pero para mí este ha sido sobre todo el montaje de reconciliación con Bárbara Lennie. (Si se le puede llamar reconciliación cuando la otra parte ni siquiera sabe que existe un conflicto y cuando a la otra parte, de saberlo, le importaría un pepino.) El caso es que andaba preocupada (servidora, Lennie en este caso es a la que le importa un pepino, no se me pierdan). Un poco a lo Glinda de Wicked en Popular, rollo «my tender heart tends to start to bleed», sí, pero preocupada al fin y al cabo. Porque todos pusieron sus ojos en ella (Lennie) en La función por hacer, la subieron a los altares con Veraneantes, en la que tenía más protagonismo, y aplaudieron con las orejas cuando con fue nominada al Goya a Mejor Actriz Revelación por Obaba… Y una que no acababa de pillarle el punto y que reivindicaba (sigo haciéndolo) a Manuela Paso.

Pues, bien, en Misántropo, y aunque al principio me pareció ver a la misma Lennie de las obras anteriores, por fin la entendí a ella y a los que la elogian. Por fin me la he creído. Me ha ganado definitivamente para su causa con el papel de la cínica Celimena –un personaje, de nuevo toca alabar a Del Arco, sublime–, con sus flirteos insinuados, con los desdenes de quien mira por encima del hombro, con su actitud entre indignada y de cordero degollado cuando se siente descubierta.

… Lo cual no quita que, en una función en la que el actor peor parado no baja del 8, Misántropo sea el montaje de Israel Elejalde. Está impecable y, sobre todo, sabe reservar la tensión para cuando de verdad tiene que estallar. En una función en la que el actor peor parado no baja del 8, insisto, Elejalde se come el escenario.

Total, que si quieren ser alguien en los círculos teatrófilos… o si simplemente les gusta el buen teatro, déjense caer por Misántropo.

Versión y dirección: Miguel del Arco.

Reparto: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Bárbara Lennie, José Luis Martínez, Miriam Montilla, Manuela Paso.

Escenografía: Eduardo Moreno.

Iluminación: Juanjo Llorens.

Producción: Kamikaze, en coproducción con Teatro Español y Teatro Calderón.

Sala: Teatro Español (sala principal), Madrid.

Una secuela ‘spin-off’ condicional, y olé

2estrellasAdela

Vale, sí, me lo he inventado. No existe la expresión «secuela spin off condicional»; pero no daba con otra mejor para definir Adela. Al fin y al cabo, la producción de Barluk Teatro es una secuela de La casa de Bernarda Alba porque resulta de ella, un spin-off porque está protagonizada por dos de sus personajes –la hija menor de Bernarda y Pepe el Romano– y condicional porque narra lo que habría sucedido de no haberse quitado la vida ella y de haber huido ambos o, según explican los directores en el programa de mano, «los fugaces pensamientos que Adela pudo tener antes de morir». Y en este planteamiento, en su originalidad, radica gran parte del valor de la función.

En la originalidad del planteamiento, de hecho, y en algunos conceptos de carácter estético –estoy pensando en las tijeras, en la soga, en el suelo que sirve para esconder cosas, o en el tejido blanco que se convierte en vestido, ramo y velo cuando Adela sueña su boda, en la escena más hermosa y lograda–. Casan perfectamente con la simbología de la obra de Lorca y vienen a completar «la poética del texto» (cito de nuevo a los directores).

Adela

Víctor Algra y Lucía Astigarraga en ‘Adela’. (Barluk Teatro)

En efecto, hay cierta poética en la dramaturgia, que, sin embargo, no la salva. Porque por momentos la narración parece no tener un norte. Demasiadas veces entra en un bucle en el que el relato se alterna con disquisiciones filosóficas sobre el papel de la mujer y la pasividad de la sociedad no tan inapropiadas por su contenido como por su forma. En realidad, se puede expresar lo mismo con los simples hechos; el espectador es lo suficientemente inteligente como para llegar a esas conclusiones sin que le digan explícitamente lo que tiene que pensar, y le resulta mucho más estimulante. En un sentido similar, sobran las presentaciones de la historia que hacen Pepe y Adela y con las que comienza la obra: seguramente gran parte del público ya conoce Bernarda Alba, y aunque no sea así, hay suficientes referencias más adelante –muy bien traídas, por cierto– para que se ubique.

Con todo, la pareja de actores, Lucía Astigarraga y Víctor Algra, sale airosa del trance de dar forma a este texto un tanto inconsistente. Sobre todo ella, con una magnífica dicción –que a veces se presupone, y no debería– y una magnífica expresión corporal (empeines de bailarina incluidos). Pecan en algunas escenas de exceso de intensidad, eso sí; demasiados decibelios durante demasiados minutos; los gritos pierden su fuerza cuando se sucede media docena de ellos; pero, claro, aquí la responsabilidad es compartida con la dirección…

Decía que la originalidad y la estética suponen los principales valores de este Adela, y no solo. Casi más encomiable es el simple hecho de que cuatro jóvenes exalumnos de la RESAD se atrevan a emprender un proyecto teatral y lo saquen adelante. Y olé.

– Dramaturgia: Rosel Murillo Lechuga.

– Dirección: Antonio Domínguez, Rosel Murillo Lechuga.

– Reparto: Lucía Astigarraga, Víctor Algra.

– Realización de escenografía: Andrés Murillo, M. Ángel Potenciano.

– Realización de vestuario: Azucena Calzada.

– Producción: Barluk Teatro.

– Sala: Teatro Fernán Gómez (sala dos), Madrid.

Las cabezas

4estrellasEl nombre

Lo malo de las cabezas (las pensantes) es que van por libre. Lo malo, con alguna excepción.

Eduardo Mendoza lo clavó en El misterio de la cripta embrujada: «El subconsciente, además de desvirtuar nuestra infancia, tergiversar nuestros afectos, recordarnos lo que ansiamos olvidar, revelarnos nuestra abyecta condición y destrozarnos, en suma, la vida, cuando se le antoja y a modo de compensación, hace las veces de despertador».

Pero la mente, aparte de la de alarma horaria, tiene otra función especialmente útil: aquella por la que asocia ideas nuevas a otras ya almacenadas, que, si te pilla despierto, te permite darte cuenta de que se parecen.

La última de mi subconsciente a este respecto me pilló despierta, porque estaba disfrutando con El nombre en particular y porque no tengo por costumbre dormirme en los teatros en general. Y gracias a eso les puedo contar que la pieza de Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière tiene bastante en común con Un dios salvaje, de Yasmina Reza, y con ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee.

El nombre

Antonio Molero, Jorge Bosch, Kira Miró, Amparo Larrañaga y César Camino en una imagen promocional de ‘El nombre’. (Sergio Parra)

Lo más evidente, se desarrolla como ambas en un único ambiente, que es la sala de estar de la vivienda de una pareja. En los tres casos las parejas tienen invitados y en los tres casos la reunión hace aflorar conflictos personales y de personalidades. Además, las tres obras han sido llevadas al cine; en el caso de El nombre, lo hicieron sus propios autores en 2012.

Como la de Reza, esta transcurre en clave de comedia. Una de sus virtudes es que mantiene el interés a lo largo de toda la función y que la carga cómica no decae. Otra, que pasa con mucha naturalidad de un asunto a otro, a pesar de que no son pocos los que se tratan y de que salpican a los cinco personajes. Tampoco el texto resulta evidente ni predecible, y Jordi Galcerán ha sabido sacarle el máximo partido con su versión, trasladando todas las referencias necesarias. Flojea, eso sí, en el recurso fácil al narrador (aquí, uno de los protagonistas, Vicente) para plantear la trama y, sobre todo, para resolverla.

Creo que no lo mejoran los vídeos que se proyectan para ilustrar lo que Vicente va relatando, aunque debo admitir que tengo una especial manía al uso de audiovisuales en teatro… salvo cuando se integran en la función. Tampoco me convenció la escenografía, demasiado recargada; entiendo que pueda estarlo en tanto en cuanto se trata el salón de un matrimonio de clase media con hijos pequeños, pero llega a agobiar, hay momentos en los que incluso dificulta el seguir a los personajes. Y creo que peca, igual que la iluminación, de obvia.

La producción, sin duda, se sustenta, además de en el texto, en el reparto. Están maravillosamente creíbles Amparo Larrañaga, Antonio Molero, César Camino, Jorge Bosch y Kira Miró, los cinco actores que lo componen y hay que apuntarle un nuevo tanto a Gabriel Olivares, que en los últimos años ha demostrado tener un don para dirigir comedia.

Autores: Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière.

Versión: Jordi Galcerán.

Dirección: Gabriel Olivares.

Reparto: Amparo Larrañaga, Antonio Molero, César Camino, Jorge Bosch, Kira Miró.

Escenografía: Joan Sabaté.

Iluminación: Txema Orriols y Daniel Navarro.

Producción: Carlos Larrañaga Franco, Nicolás Belmonte, Alicia Álvarez, Marisa Pino.

Sala: Teatro Maravillas, Madrid.