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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Random

«Firme aquí». No recordaba haber encargado nada por Internet, y menos por mensajería urgente. Lo abrí. Un iPod Shuffle. Por lo visto, la compañía con la que aseguré el coche lo incluía en su promoción. El minúsculo cacharro está concebido (al menos, en su versión menos moderna) sin la posibilidad de organizar los archivos en carpetas. Es ideal para los amantes del random, esa opción que permite escuchar canciones de forma aleatoria. Porque ya nadie quiere tragarse un disco de cabo a rabo. Porque el concepto de LP está muerto desde el día en el que se acabaron las limitaciones propias del formato. Y porque lo que mola es pasar a la siguiente canción si una no te gusta o no te entra a la primera escucha.

Hoy me ha llegado otro paquete: un disco que llevaba años buscando. Al ponerlo he visto la caja del iPod. Sigue sin abrir.

Decibelios para todos

Hace un par de semanas, un interesante artículo publicado en El País analizaba en tono crítico el creciente nivel de decibelios en las producciones discográficas de los últimos años. Entre los álbumes que el reportaje citaba como ejemplos de exceso de sonido estaban los de grupos como Queens of the Stone Age, Flaming Lips, Red Hot Chili Peppers o Lily Allen. Discos que, según varios expertos, han perdido matices en favor del ruido gratuito.

Aunque muchas veces me gusta escuchar la música alta, está claro que un incremento del volumen no conlleva una mejora en el sonido. Parece una obviedad, pero a veces no lo es tanto. Y es que el exceso de decibelios no sólo se da en algunos discos, cuyo volumen, al fin y al cabo, controla el oyente. Muchos años de asistencia a conciertos me han llevado a darme cuenta de que hay quien piensa que cuanto más alto, mejor. Han sido decenas las actuaciones en directo que me han dejado, como a muchos, un molesto pitido de recuerdo durante un par de días. A algunos músicos, como Eric Clapton o Phil Collins, ese pitido les quedará para siempre en forma de considerable pérdida auditiva.

Así que la sobredosis de decibelios no se reduce a los discos, a los conciertos, a los mp3 que se escuchan desde el otro lado del vagón o a los coches tuneados del bakala de turno que baja las cuatro ventanillas para tu «deleite». Más bien parece un mal inherente a la propia música.

Disfrutad con responsabilidad de esos Ipod que a muchos os van a echar los Reyes. Si es que habéis sido buenos, claro.