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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Archivo de la categoría ‘Festivales’

Dios salve a Bruce Springsteen

Llueve sin parar. Ante mí hay un tipo arrodillado en el negrísimo lodo de Hyde Park. Está rezando. Envuelto en una bandera de EE UU con la icónica imagen de Bruce Springsteen y su inseparable Telecaster, parece estar dando gracias a Dios por tener la oportunidad de volver a verlo sobre un escenario. La lluvia parece importarle tan poco como a los otros 85.000 espectadores que aguardan impacientes la salida de El Boss. Jóvenes, jubilados, hoolygans, niños, gente en silla de ruedas… Pura devoción.

Dejémoslo claro: nunca fui muy fan de Bruce Springsteen. Reconozco su aportación a la música popular del último medio siglo, su capacidad para componer himnos de rock de estadio con apenas un puñado de acordes y su más que evidente magnetismo escénico. Y sin embargo, nunca conecté del todo con su música y su figura. Siempre me chirrió su pose de héroe de la clase obrera a 85 euros el concierto, sus interminables recitales (soy de los que piensa que más de una hora es un exceso) y la estomagante actitud de muchos de sus fans. Esos que son capaces de seguirle durante toda una gira, defender hasta sus discos más mediocres, tachar de ignorante al que no piense que es un semidiós con guitarra o incluso hasta de rezar en el lodo. Por todo ello, la oportunidad de verle en el Hard Rock Calling de Londres se antojaba perfecta para poder juzgar con conocimiento de causa. Ver para opinar.

19.10. Sale Springsteen. De entrada, arrancar un concierto armado exclusivamente con una armónica es, cuanto menos, osado. Pero a estas alturas el Boss tiene ganado a su público de antemano. Thunder Road sirvió de íntimo pistoletazo de salida para un vibrante set en el que no faltó ninguno de los muy efectistas recursos del de Nueva Jersey y su inseparable (y solvente) E Street Band: subir a un niño al escenario, atender la petición de un fan -español, para más señas- que llevaba siete conciertos a sus espaldas para escuchar Take ‘Em As They Come, invitar al escenario a otros músicos participantes en el festival, como Tom Morello o John Fogerty, acercarse al público para cantar con él, sacar a relucir sus hits inmortales (The River, Born in the USA, Dancig in the dark)…  Un espectáculo calculado al milímetro que funciona, y de qué manera. Porque cuando uno ve a Springsteen en directo termina de entender el porqué de la duración de sus conciertos. Forma parte de su propia esencia. Y sí, tal y como me había dicho un buen amigo, no se hace demasiado largo. Sorprendentemente.

Springsteen guardaba un as en la manga para el final de su concierto: invitar al escenario a Sir Paul McCartney. Junto a él interpretó I Saw Her Standing There y Twist and Shout, ante una audiencia absolutamente enloquecida. Para entonces ya habían transcurrido tres horas y cuarto, más de lo acordado con la organización, que dio por terminado el concierto cortándole el micrófono, un incidente que ha llevado al guitarrista de la E Street band, Steven Van Zandt, a calificar a Inglaterra de «estado policial». Y una decisión que encendió a muchos de sus incondicionales, que se fueron a casa con la sensación de que, si por él fuera, Springsteen estaría tocando tres horas más. Esa es, seguramente, la gran baza de El Boss. Saber dejar en el corazón de la gente la idea de que es uno de los suyos. De que podría estar conduciendo camiones de Wichita a Ohio o sirviendo hamburguesas en un bar de la Ruta 66. Aunque todo sea parte de una falsa ilusión.

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Voluntarios

Les presento. Estos 185 mozalbetes de la foto se hacen llamar «voluntarios». En realidad esa es la denominación  que les da el festival Rock in Rio, de cuya nueva e inminente edición forman orgullosa parte. Y no está mal traída la palabra, no: son voluntarios porque van a trabajar gratis en el macrofestival que se celebra en Arganda del Rey. Bueno, gratis no: a cambio les dan una entrada para un día y un diploma «que acreditará la experiencia adquirida en este importante evento», según aclara la web de Rock in Rio. Vamos, que después de currar les dan palmadita en la espalda y hale, a ver a los Maná. Y ellos, tan contentos.

Que el mundo está lleno de gente ávida de aprovecharse de los demás no es nada nuevo. Que haya tanta gente dispuesta a prestarse a participar en tan cutre tocomocho ya resulta más inverosímil.

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Cinco reflexiones sobre el Primavera Sound

Pasada la resaca festivalera, y con un par de días de por medio, nada como un balance totalmente parcial, subjetivo y sesgado de la que ha sido una de las más señaladas citas festivaleras de la temporada. He aquí un puñado de reflexiones.

1. De entrada: Primavera Sound es un festival magnífico, excelso, fabuloso. No le falta de nada. Dejémoslo bien claro, no sea que luego me ocurra como a Jordi Bianciotto y me veten la entrada. Penoso.

2. En cuanto a lo musical, los grandes cumplieron: Wilco son una apuesta segura, Justice no necesitaron gran cosa para hacer bailar a la concurrencia, Franz Ferdinand, aunque algo fríos, siguen siendo resultones. Y The Cure… bueno. Por mucho que me gusten, tres horas de concierto son un puto tostón. Los de la zona Champions también estuvieron a la altura: The Rapture supieron sacar partido a su hedonista propuesta; Death Cab For Cutie se marcaron una de las actuaciones más destacadas; The XX, más que dignos; Afghan Whigs,en plena forma; Beach House supieron sobreponerseal hype, The Weeknd no defraudaron, M83 -aunque a mí no me dicen nada- conquistaron a sus fieles… Y bueno, sí, Rufus Wainright estuvo sosete. Pero se le perdona a estas alturas. Los de aquí, por su parte, volvieron a demostrar lo poco que tenemos que envidiar a lo de fuera: Lisabo son una apisonadora, The Right Ons dominan el escenario con un desparpajo asombroso (el que sea: tocaron en dos), Biggott sigue ganando adeptos en cada concierto y John Talabot protagonizó uno de los sets electrónicos más aplaudidos de la cita. Mención especial para los suecos Refused, uno de los regresos más celebrados. Vale que un servidor es fan desde hace unos 15 años y que quizá no sea objetivo, pero el espectáculo y la potencia escénica de Dennis Lyxzen y compañía no tiene rival en cuanto a intensidad.

3. Las bajas. Más allá de Björk (sin cuya presencia el sábado quedó algo deslucido, y que me perdonen los fans de Yo la Tengo) y Guided By Voices, cuyas ausencias ya se sabían de antemano, las cancelaciones de Melvins y Sleep dejaron a muchos con cara de póker. El guitarrista de estos últimos sufrió una aneurisma cerebral que pintaba realmente mal y que, pese a todo, no le impidió ir al día siguiente a tocar para celebrar su cumpleaños. En cuanto a Melvins, la versión oficial dice que perdieron el avión. Una pena.

4. La apuesta por bandas «para incomodar al personal», consistente en metal y músicas del mundo, como ya declaró uno de los directores del festival a este diario, quedó en una anécdota para la mayoría. Vale que la de Godflesh fue una de las actuaciones más aplaudidas y redondas, pero en cuanto al resto, resultó curioso ver a buena parte del público desconcertado ante el black metal de Mayhem, el grind core de Napalm Death o el hardcore old school de Off! Los que preferíamos de largo cualquiera de esas propuestas a la de Sant Etienne (por citar una de las que coincidían con la banda de Keith Morris) estábamos encantados, eso sí. Lo de las «músicas del mundo» (etiqueta desafortunada y anglocentrista donde las haya, por cierto) fue otro cantar: Afrocubism estaban totalmente fuera de lugar y Beirut -siempre que entendamos la propuesta de Zach Francis Condon como músicas del mundo- no terminó de cuajar.

5. No hay crisis para los modernos: 150.000 personas se dejaron caer por Primavera Sound, a pesar del elevado precio de los abonos. Algunos incluso compraron la entrada VIP, que les daba acceso a una zona exclusiva al módico precio de 200 euros. Una zona, por cierto, compartida con la de prensa y en la que curiosamente le robaron el iPhone a una compañera del periódico. Sí, amigos, por si aún no os habíais dado cuenta, tener dinero no te exime de ser un hijo de puta.

Llegado a este punto, tengo que ser sincero: como ya he comentado alguna vez, no soy un gran aficionado a los festivales. No me gustan las aglomeraciones, ni las colas para tener que pedir una cerceza o ir al baño. Me molesta que se solapen los grupos que quiero ver o tener que caminar una distancia absurda entre uno y otro escenario. Y pese a todo, esta edición del Primavera Sound me ha dejado con buen sabor de boca. Mejor organizado que la anterior vez que fui (hace dos años), un sonido más que digno en la gran mayoría de los conciertos, buen ambiente… en fin.

¿Estuviste en Primavera Sound?

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Pagar por tocar: el gran timo de los concursos para bandas emergentes

Ayer, al abrir mi correo, me encontré con un mail del Emergenza Festival, un evento anual a nivel europeo dirigido a bandas que empiezan y buscan salas para tocar. Un amable responsable del festival me escribía, como otros años, para ofrecerme la posibilidad de actuar con mi banda en una pequeña sala madrileña, siempre con el motivador horizonte de poder llegar a la final, que se celebra en la sala Heineken. «Incluso de ganar y tocar en Alemania ante 30.000 personas», especifica el mail. También se compite por una serie de premios al mejor bajista, guitarrista y batería, y el ganador podrá grabar un disco con un productor de renombre. Hasta aquí, todo correcto y sugerente, salvando el pequeño detalle de que se trata de un concurso y no de un festival, como reza el nombre, con todo lo que eso conlleva. Bien, no es lo mismo, pero vale.

Tras echar un ojo a las bases del concurso, leo que los grupos tienen que abonar una cuota de inscripción de 60 euros. A cambio, la organización, «a diferencia de otros concursos o festivales, te garantiza un mínimo de un concierto (de 30 minutos máximo) en la fase de eliminatorias de vuestra ciudad».  Eso sí, si llegas a la final, te pagan el viaje a Alemania. Llevado por la curiosidad (también por cierta indignación, para qué negarlo) decido llamar al responsable para que me lo explique personalmente. ¿Pagar por tocar un solo concierto? Quizá no lo he entendido bien.

La llamada confirma mis sospechas. Efectivamente, si quiero participar en el Emergenza tengo que pagar. Además, para hacerlo tengo que pasar una criba consistente en una reunión con sus responsables, que comprueban si doy o no el perfil (no quieren bandas con contenido políítico alguno, por ejemplo). Tal y como especifican las bases, las salas no dan a los grupos ni comida ni bebida. «Al menos la entrada será gratuita», pienso ingenuamente. No lo es. Los conciertos cuestan ocho euros, de los cuales el grupo no ve ni uno. Eso sí, como el público es el que vota en las fases eliminatorias, cada banda tiene que tratar de llevar a todos sus entusiastas amiguetes. Un tocomocho muy bien montado que, si sale bien, resulta de lo más rentable para todas las partes menos para los propios protagonistas del asunto: los músicos.

Me entristece que, bajo la aparentemente noble premisa de promocionar a bandas pequeñas, eventos como este sólo contribuyan a enriquecer a unos pocos espabilados a costa de chavales inexpertos que, llevados por la sana ilusión de tocar, alimentan un peligroso negocio. Y es que conviene recodar, porque a veces se olvida, que cuando tu banda -por muy desconocida que sea-, actúa en una sala, tu trabajo, tu tiempo y tu esfuerzo creativo contribuyen a engordar el bolsillo del dueño de la sala, que cobra tanto por el importe de las entradas como por las consumiciones que abona religiosamente tu entregado público.

Romper con abusos como este, extensible a todos los empresarios que explotan a la juventud con el pretexto de vender experiencia a coste ínfimo, es responsabilidad de todos. Denunciando o simplemente dejando de participar de ello. Porque el arte, aunque algunos piensen lo contrario, también se debe remunerar de manera justa y equitativa.

(Ilustración: María Gil).

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MTV Madrid Beach: aquí sí hay playa

Existen varias maneras de afrontar el inevitable regreso a la rutina laboral. Una de ellas -muy extendida- consiste en deprimirse, pasando así a engrosar la lista de lo que se conoce como síndrome posvacacional. Otra, más realista, pasa por darse cuenta de lo afortunado que es uno por tener un trabajo en los tiempos que corren. Y una tercera, la más optimista de las tres, es la que te hace apreciar lo bueno que, pese a todo, tiene tu vida laboral. En mi caso, compañeros a los que me alegro de ver y un trabajo del que disfruto la mayor parte del tiempo. Hoy, primer día tras la vuelta de vacaciones, he experimentado esta última manera de ver las cosas. Creo que se me pasará en un par de días.

La reentrada pinta aún mejor cuando uno tiene un buen plan. Y esta noche lo hay. La MTV organiza en la capital el festival Madrid Beach: tres jornadas gratuitas de música al aire libre que comienzan esta misma tarde con un cartel de excepción: Fucked Up (en la foto), Triángulo de Amor Bizarro y Nothink, a quienes se sumará el Dj Johan Wald. Mañana será el turno de The Casters, Japanese Popstars, Delorean y Zombie Kids, mientras que el sábado la cita tendrá un marcado cariz pop con la presencia de Miss Cafeína, Noway Out y El Pescao.

Fucked Up, de los que ya se ha hablado en este blog en alguna ocasión, son el plato fuerte de esta noche. Los canadienses han conseguido algo que hace sólo unos pocos años parecía impensable: llevar el rudo sonido del hardcore a las masas, y hacerlo sin perder un ápice de crudeza y actitud. Aún recuerdo la cara de pasmo de los miles de asistentes al concierto de Arcade Fire en el madrileño Palacio de los Deportes: pocos entendían qué hacía ese obeso vocalista pegando alaridos antes de la salida de Win Butler y los suyos, quienes les habían escogido personalmente como teloneros en su gira mundial. Los que les seguimos la pista desde su apabullante Hidden World (2006) disfrutamos de aquello, pese a un sonido más que regular y la frialdad propia del recinto, poco apropiado para un sonido como el suyo, siempre más apropiado para las distancias cortas. Presentan su último trabajo, David Comes to Life. Un álbum que toma su nombre de una canción incluída en el primero de sus discos, y que les ha abierto las puertas en países como Inglaterra, donde ya son venerados como auténticos dioses.

Esta noche, Fucked Up estarán arropados por dos de las bandas más en forma del panorama nacional. Los gallegos Triángulo de Amor Bizarro y los madrileños Nothink. Poco queda por decir de los primeros que no se haya dicho ya. Su pop ruidista alcanza su cota más alta en el excepcional Año Santo (2010), uno de los mejores discos de entre los que que salieron de este país el año pasado. Por su parte, Nothink siguen puliendo su propuesta de rock musculoso a base de incesantes giras desde que publicaran su tercer disco, Hidden State, también el año pasado.

Existen, pues, varias maneras de afrontar el inevitable regreso a la rutina laboral. Pero sea cual sea la que uno elija, siempre se lleva mejor con buena música. Espero que vuestra reentrada haya ido lo mejor posible. Nos vemos esta noche.

¿Fútbol o música? Elige

Mañana arranca una nueva edición del Primavera Sound, y lo hace precedida por una polémica que nada tiene que ver con la música: la jornada del sábado, la cita indie por excelencia del calenario festivalero coincide (¡oh!) con la final de la Champions entre el Manchester y el Barça. Desde hace semanas se está planteando la posibilidad de que la organización coloque en el recinto del Fòrum una pantalla gigante para seguir la final. En ese sentido, Europa Press publicaba hoy que desde la organización «no se va a comunicar ninguna decisión al respecto». De hecho, no aseguran que vayan a hacerlo «en los próximos días». La polémica sigue en el aire.

¿Fútbol en el Primavera sí? ¿fútbol en el Primavera no? ¿Qué opinan los protagonistas? Como Messi no me coge el móvil, he preguntado a un par de asistentes de mi entorno. Rubèn es de Barcelona y lo tiene claro. «¿La final de la Champions? Como si es la del Mundial. Para mí lo importante es la música». Rafa, madrileño y culé, tiene otra manera de verlo: «En 112 años de historia hemos jugado seis finales de la Copa de Europa. Hemos eliminado al Madrid. Y Xavi, Iniesta y Messi hacen un futbol tan bonito que parece música. Para colmo, jugamos contra un equipo de Manchester… ¿No es esta la final más musical de la historia?». Esteban, guitarrista asturiano de la banda afincada en Madrid Toundra (que tocarán en el festival) y merengue confeso, coincide con él salvo en los colores, y está «encantado de que pongan la pantalla», eso sí, para apoyar al Manchester United «a muerte».

En el lado contrario, y a modo de reflexión, la banda catalana Eric Fuentes & El Mal publicó en su Facebook el siguiente mensaje «Aun siendo muy fans del Primavera Sound, nos llevaremos una decepción si se rinde al poder social del futbol y coloca una pantalla gigante en el recinto para verlo. Precisamente lo que queremos en el Primavera Sound es buena música y no hooliganismo. El día que la música convoque a las masas como el futbol, el mundo será mejor.».

¿Y tú, qué prefieres, el fútbol o la música? A mí no me mires: yo lo tengo claro.


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¿Son The Third Twin realmente Daft Punk?

La última polémica en las relaciones España-Reino Unido no tienen que ver con Gibraltar ni con un posible fichaje de Rooney por parte del Madrid. Para más inri, tiene como protagonistas a dos franceses. O quizá a cuatro.

La aparición del dúo galo de música electrónica The Third Twin (foto) desató toda clase de especulaciones que apuntaban que sus componentes eran los mismos que los de los enigmáticos Homem-Christo y Bangalter, o lo que es lo mismo, Daft Punk. También había quien aseguraba, incluso, que se trataba de sus sobrinos. La clave estaba en la banda sonora de Tron, que corrió a cargo de Daft Punk, y para la que supuestamente se habría rechazado una primera colección de canciones que ahora ven la luz bajo una nueva denominación. Lo que en principio era sólo un rumor se convirtió en confirmación cuando, tras el anuncio de su presencia en el festival Arenal Sound, (del 4 al 7 de agosto en Burriana, Castellón), medios como El Periódico del Mediterráneo optaron para su artículo con un titular que no dejaba lugar a dudas: «El aclamado dúo Daft Punk llevará su música electrónica al Arenal». Otros medios, tanto especializados como generalistas, se tiraron a la piscina igualmente sin contrastar la información.

Ahora la polémica ha ido un paso más allá con la publicación en Billboard de unas declaraciones del manager de Daft Punk en las que, lejos de disipar dudas, niega tajantemente cualquier relación entre éstos y The Third Twin. «Los responsables de prensa de Arenal Sound han señalado que hay una relación directa entre The Third Twin y Daft Punk, pero es completamente falso», apunta. «Dichas notas de prensa están basadas en rumores y no en hechos». Y sentencia: «Los responsables de Arenal Sound están promocionando un concierto bajo una premisa falsa». Ahí queda eso.

Con todo, la cosa ha dado para animados debates en la Red. Hay incuso quien ha elaborado extensísimas elucubraciones para demostrar sus teorías al respecto. Una cosa está clara: alguien se va a llevar una colleja (o un palmadita en la espalda por una promoción bien hecha).

Los jevis van al cine

Hoy es el día en que todos los amantes del thrash metal desearían estar en un punto exacto del globo. En concreto, en Sofía, capital de Bulgaria. Porque allí, esta misma noche, se darán cita en el festival Sonisphere los cuatro grandes del género. Los ‘big four’ por excelencia: Metallica, Slayer, Anthrax y Megadeth. Cagarse.

«¿Imaginas a los Beatles, los Rolling Stones, The Who y Led Zeppelin en un concierto juntos? Pues así es como me siento», ha declarado el guitarrista de Anthrax, Scott Ian, en un arrebato de modestia. Dave Mustaine, líder de Megadeth, no ha querido quedarse corto: «Ésta es una oportunidad única en la vida para los fans del heavy metal de ver juntas en un mismo escenario a las cuatro grandes bandas en la historia de América». Y aunque ambas declaraciones suenen así como un poco exageradas, algo de razón no les falta: hay mucho de histórico en el concierto de esta noche.

Lo que más me llama la atención de la cita no es lo que sucederá en la capital búlgara, que a buen seguro será apoteósico, sino la expectación que ha levantado a nivel mundial: el concierto de los cuatro titanes del thrash será retransmitido en directo, vía satélite, a todo el planeta. Y lo más llamativo de todo: en nuestro país, la cadena Cinesa lo ofrecerá en sus salas de cine de toda España, en una maniobra de apoyo (o visión de negocio) que hace veinte años hubiera resultado casi  impensable. Así que los heavys de Barcelona, Madrid, Zaragoza, Palma de Mallorca, Santander, Oviedo y Santiago de Compostela tienen esta tarde, a partir de las 19 h, una cita en su cine del barrio.

Cuesta imaginar a un centenar de melenudos sentados en un cine esperando impacientes el inicio del show. Y sin embargo, el experimento me despierta cierto interés antropológico. ¿Cómo se vive un concierto en un cine? Y sobre todo, ¿cómo se vive un concierto de estas características en el cine? ¿Habrá pogos entre las filas de butacas? Me temo que, esta vez, un servidor no podrá satisfacer su curiosidad: Me voy a ver a Kiss, que también promete ser bastante épico. Eso sí, si alguien se acerca hoy a su Cinesa más cercano, por favor: que lo cuente y haga fotos.

Mi problema con los macrofestivales

«Aquí se viene a oír música». Ese era el titular, a propósito del barcelonés Primavera Sound, que abría un amplio reportaje en un diario de tirada nacional el pasado jueves. En principio, cabría pensar que así es. Parece lógico. Pero yo tengo mis serias dudas al respecto. Porque en unos cuantos años de experiencia he podido comprobar que a un macrofestival de estas características la gente va principalmente a:

Hacer colas kilométricas para acceder al recinto, ir al baño o comprarse un bocata o bebida a precios estratosféricos, previa adquisición (tras esperar religiosamente otra cola) de los pertinentes tiques. Mientras tanto, de fondo se oye música, eso sí. Bueno, dejémoslo en un batiburrillo formado por muchas músicas juntas.

Drogarse como si el mundo fuera a acabarse, ya sea a base de sustancias legales o ilegales. Y mientras se haga sin dar por saco a nadie, no tengo nada que objetar: Al fin y al cabo, casi todos lo hacemos (o lo hemos hecho) alguna vez.

Disfrutar de la indescriptible sensación de sentirse como un borrego, ya sea cuando toca desplazarse, torpe y lentamente, de un escenario a otro (con toda seguridad, la actividad a la que se dedica una mayor parte del tiempo), o bien en medio de una marabunta en pleno concierto. Porque, al menos una vez en la vida, hay que vivir lo entrañable de sentir el roce sudoroso de un guiri sin camiseta (o autóctono sin camiseta, que el asco es el mismo).

Ver muchos de los conciertos a una distancia absurda, con un sonido a menudo regulero, y teniendo que recurrir habitualmente a las pantallas para ver algo. Al menos, para intuir que aquel al que ves es Frank Black y no un guardia de seguridad fondón con gafas de pasta.

Perderse la mitad de los grupos a los que tenías pensado ver, gracias a la sorprendente habilidad de los organizadores para conseguir que la mayoría de los grupos que te interesan se solapen unos con otros. Un ejemplo: mis planes del viernes pasaban, muy especialmente, por ver a Les Savy Fav, Wire, King Khan, Shellac, Standstill, Wilco y los Pixies. No pude ver ni a la mitad.

Así que, ¿qué tal en el Primavera? Pues bien, hombre, bien. Pero este era el momento de las pegas tontas. Al fin y al cabo, las sesudas valoraciones de lo puramente musical ya las habréis leído en otros medios. ¿Que nos hacemos mayores, quejicas y pejigueros? Puede ser. Pero qué queréis que os diga: aquí un servidor el año que viene vuelve a apostar por el Azkena. Más grande que eso, caca.

Guiris, quedaos con el FIB

Ya os habréis enterado: los hermanos José Luis y Miguel Morán, dueños del FIB, han vendido la totalidad del festival al magnate irlandés Vince Power (si algún día soy guiri yo también me quiero llamar así).

Yo, desde este humilde blog, lanzo un par de insustanciales reflexiones al respecto:

– Nunca he ido al FIB. Así que me voy a ahorrar los comentarios del tipo «antes molaba más», «ahora es más comercial», etc. Algún año he tenido la tentación de acercarme, pero al final la pereza, la falta de dinero o simplemente un plan mejor se han interpuesto en mi camino. Qué se le va a hacer.

– No hace falta ser un ‘fibber’ para saber que hace años que el festival es más británico que español. Hordas de hijos de la gran bretaña toman la localidad mediterránea para desparramar a gusto a ritmo de sus grupos preferidos. Y de paso, disfrutar de unas minivacaciones playeras (y etílicas).

– Vince Power (ya lo dice su nombre) no es más un tiburón de los negocios. Un tipo con ganas de amasar pasta para el que la música es lo de menos. Por si fuera poco, nuestro país le despierta una antipatía de la que ha dado muestra en varias ocasiones. Aquí dejo un par de perlas del amigo para revolver los estómagos de los lectores más patrioteros:

«Los españoles y las autoridades españolas se lo toman todo con calma. Básicamente lo que hacen es dejar hacer y si cometes errores, te meten en la cárcel».

«Las bandas americanas y británicas controlan toda la música popular en Europa. Bueno, hay unas pocas bandas francesas y tenemos una o dos españolas en Benicàssim, pero no les interesan ni a los españoles».

«Es difícil hacer que la gente haga algo en España. Todos están demasiado relajados».

Pues nada, mister Power. Que te quedes el FIB, hombre. Que lo disfrutes. Y que termines de convertirlo en el Marina D’Or de los indipijos de las islas. Seguro que a muchos les da pena, pero a mí, personalmente y siendo sincero, me la trae bastante floja.