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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Archivo de julio, 2012

Los cinco discos que cambiaron la vida a… Esteban Girón (Toundra)

Todos sabemos que es realmente complicado quedarse sólo con un pequeño puñado de discos de entre los muchos que te han calado hondo. Y sin embargo, siempre me gustó leer la clásica sección de revista musical en la que un artista desgrana, uno a uno, sus discos preferidos. Por eso he decidido invitar a varios músicos a que participen en este blog compartiéndolos con los lectores. Hoy, la primera entrega.

A estas alturas, a nadie se le escapa que los madrileños Toundra son una de las bandas más en forma del panorama nacional, y una de las mejores y más jóvenes sorpresas que ha dado el post rock facturado aquí. Intensos, viscerales, únicos. Y con un directo que deja a propios y extraños con la boca abierta, como muchos volvieron a comprobar el pasado fin de semana en el festival Costa de Fuego. Coincidiendo con el inminente lanzamiento de su tercer disco, el próximo mes de septiembre, aprovechamos para preguntar a su guitarrista, Esteban, por aquellos discos que cambiaron su vida.

1. ACDC «Back In Black»

«Con 7 años, mi padre me pilló escuchando el Live After Death de Iron Maiden, entró en mi cuarto y me soltó un «qué haces escuchando esa porquería». Me subió al desván, sacó el vinilo del Back In Black de los australianos y la cabeza me empezó a dar vueltas. Meses más tarde sacaron Ballbreaker y mi padre me lo regaló en CD, convirtiéndose este en mi primer disco oficial. Siempre preferiré el Highway to Hell y la voz de Bon Scott, pero Back in Black es EL RIFF. Supongo que han sido una gran influencia en mi manera de tocar».

 

 

2. THE BEATLES «Past Masters»

«En mi casa se ha sido muy de los de Liverpool y de los Stones al mismo tiempo. Pero hasta los 18 yo siempre preferí a los fab four. Aunque mi adolescencia la pasé cortando césped con un casette del Abbey Road en modo «repeat», con 9 o 10 años ponía este disco en mi habitación, me ponía unos cascos y con un libro de letras del grupo que tenía intentaba aprender a cantar. Es evidente en Toundra que nunca lo conseguí».

 

 

3. LED ZEPPELIN «3»

«Mi padre (creo que él es mi principal influencia musical) me regaló el Remasters, un recopilatorio de dos discos con sus mejores temas remasterizados. Mientras esperaba mi turno en una audición de fin de curso del Conservatorio, un chico más mayor me enseñó Stairway to Heaven a la guitarra. Cuando volví a casa y la toqué recuerdo que me la hacían tocar una vez tras otra. No obstante, con los años, creo que el III es el disco de Led Zeppelin que más temazos contiene. Podría elegir cualquiera de sus cuatro primeros discos. Para mí, la mejor banda de todos los tiempos».

 

 

4. KEITH JARRET «Köln Concert»

Un jefe que con los años se convirtió en un gran amigo me recomendó este disco cuando aún era su becario. La segunda mitad de la carrera me la pasé en la biblioteca escuchando este disco y el Concierto de Aranjuez para poder concentrarme, cosa bastante difícil en la peor institución educativa del planeta: la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. En el disco, se puede escuchar hasta los suspiros de Keith Jarret en medio de su concierto. Hace tiempo me «encontré» con un amigo íntimo en Colonia: mientras cenábamos y tomábamos buen vino puso este vinilo, lo cual me removió por dentro… a lo mejor tuvo que ver que ya eran las 3 de la mañana.

 

5. DEAD KENNEDYS «Give me convenience or give me death»

«Podría haber puesto también el So Long And Thanks For All The Shoes de NOFX. Estos dos discos me cambiaron la vida con 12 o 13 años. Desde que los escuché no he dejado de tocar con gente. La mayoría de mis discos son de punk rock y hasta que formamos Toundra sólo había tocado en grupos del género. Creo que le debo un montón de detalles de mi mundo interior a los Dead Kennedys. Siempre se puede recurrir a ellos en una batalla de vinilos cuando invitas a cenar a un amigo a casa (aunque el vinilo se lo tengo secuestrado a mi hermana). Por supuesto, mi padre siempre lo llamará «música ratonera», pero por esta época me regaló un recopilatorio llamado The History Of Punk Rock donde descubrí a los Sham69″.

 

(Foto: Sergio Albert).

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La cultura no es un lujo

La gran mayoría de la prensa musical española ha emitido un comunicado contra la subida del IVA y los recortes del Gobierno que amenazan seriamente al futuro de la industria cultural, ya de por sí maltrecha. Desde este blog, quiero sumarme al manifiesto brindándole mi más decidido apoyo. Helo aquí reproducido en su totalidad:

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Tras el anuncio de las últimas medidas tomadas por el Gobierno de España relacionadas directamente con materias culturales, un considerable grupo de medios musicales del país hemos decidido unirnos para manifestar una común disconformidad. Esperamos que lo expuesto a continuación sea compartido anímicamente y respaldado dentro de lo posible por nuestros lectores, tan afectados como nosotros mismos.

Todas las cabeceras que firmamos este manifiesto tenemos en común la pasión por la música, que cada cual refleja a su manera, de forma peculiar e independiente. Más allá de eso otra característica nos define prácticamente a todas: salvo algunas excepciones, en nuestras páginas el comentario político había sido hasta hoy, cuando algunas ya están cerca de los treinta años de existencia, tangencial o incluso inexistente. Sin embargo, vivimos un momento histórico extraordinario que requiere de respuestas no menos extraordinarias por parte de todos. No se nos escapa que España pasa por momentos muy complicados. Tampoco que en esta situación se demanda del ciudadano de renta media-baja un esfuerzo enorme que se traduce cada día en cientos y miles de nuevos dramas humanos. A la vez, asistimos atónitos a los beneficios millonarios de los directivos de esas cajas que han quebrado el país, a las suculentas indemnizaciones de altos cargos que abandonan sus puestos de responsabilidad en medio del escándalo, a la indecencia de buena parte de nuestros políticos. En medio de este paisaje el Gobierno ha decidido dar una nueva vuelta de tuerca a una situación ya insostenible tomando una serie de medidas que condenan a la ciudadanía en general a poco menos que la indigencia y a un sector determinado, el de la música y la cultura popular, a la desaparición.

Entre las medidas adoptadas el pasado viernes 13 de julio se encuentra el incremento del 8% al 21% del impuesto del valor añadido (IVA) sobre el precio de las entradas a salas de cine, teatros, festivales musicales y conciertos. Es el definitivo golpe de gracia para un sector que depende del gasto en ocio para su supervivencia y que ha ido viéndose acorralado progresivamente por las decisiones de nuestros gobernantes. Porque en el mundo de la música popular, a diferencia de otros sectores industriales e incluso culturales, la subvención siempre ha sido escasa cuando no directamente nula y, sin embargo, la lista de zancadillas a la iniciativa privada por parte de las Administraciones es interminable: desde la promesa incumplida por parte del anterior Gobierno de considerar los discos y directos como producto cultural y rebajar su IVA al 4%, hasta la prohibición a acceder a una sala de conciertos a los menores de edad, pasando por las periódicas trabas a promotores y hosteleros para impedir que programen música en directo. Especial hincapié merece la nula respuesta que han dado nuestros gobernantes durante la última década al problema de las descargas ilegales, que se ha llevado por delante infinidad de puestos de trabajo en discográficas y distribuidoras.

Discográficas, distribuidoras, promotores, salas, empresas de promoción y comunicación, técnicos y por encima de todo músicos son los damnificados del desprecio y hasta rencor que muestran nuestros gobernantes para con un sector que supone buena parte de ese 3% del PIB generado por la cultura y que se encuentra en proceso de descomposición. También uno de los mejores escaparates posibles para esa marca “España” que a nuestros políticos tanto les gusta pasear: ¿alguien duda lo mucho que hacen por la imagen y la economía de este país nuestros músicos o festivales?

Por supuesto entre los damnificados también nos encontramos nosotros, la prensa especializada, que vemos cómo la publicidad (una importante fuente de ingresos. Y otra vez insistimos: que no el dinero público) se bate en retirada. Primero se fueron las discográficas como consecuencia de las nulas ventas, luego las grandes marcas a causa de la caída en el consumo y ahora lo harán los promotores, salas y festivales, condenados por la subida del IVA del ministro de Hacienda, el señor Montoro. Esto, unido a la inevitable caída de las ventas de quiosco, definitivamente nos deja en una situación difícil de sortear.

Por eso, la razón de ser de este manifiesto es doble.

Por un lado, mostrar nuestra absoluta solidaridad con el resto de compañeros del mundo de la música, brindar nuestro apoyo y demandar el suyo a la vez: si de todo esto algo se salva será únicamente por la fuerza que mostremos unidos.

Y por otro, dirigirnos a todos los que nos leéis, que nos consta que sois muchos y fieles. Lo cierto es que el tiempo se ha acabado y nos encontramos ante un ahora o nunca: o reclamamos aquello que consideramos justo o nos veremos privados de ello para siempre. Y esta advertencia se refiere tanto a la posibilidad de ver a tu grupo favorito tocando en tu ciudad como al acceso a la educación y la sanidad. No nos corresponde a nosotros señalar a unas siglas concretas, pero sí pedirte con todas nuestras fuerzas coherencia y que actúes conforme a tu conciencia desde hoy mismo respecto a todo lo que está ocurriendo a tu alrededor, vivas en Barcelona, Madrid, Burgos o un pueblecito de Galicia. No te calles. No te acomodes y reclama lo que consideras que es justo. Y si a pesar de nuestro esfuerzo nos lo siguen negando, no te olvides de cuanto ha ocurrido estos últimos años cuando llegue la hora de votar.

Firmado:

A Viva Veu
ARDEmag
bi fm
Binaural
Blogin’ In The Wind
Clone
Club De Música
DJ Mag
El Enano Rabioso
Efe Eme
Enlace Funk
Fantastic Plastic Magazine
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Funkmamma
Gent Normal
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Guía del Ocio BCN
HH Directo
Hip Hop Life
Indienauta
Indiespot
Jenesaispop
Klubbers
La Heavy De Mariskalrock.com
La Ventana Pop
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MondoSonoro
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Rock Estatal
Rockdelux
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Rockzone
Ruta 66
Time Out Barcelona
The Metal Circus
This is Rock
Versos Perfectos
Vicious
We Go
Zona De Obras

Ilustración: Pepo Pérez.

Dios salve a Bruce Springsteen

Llueve sin parar. Ante mí hay un tipo arrodillado en el negrísimo lodo de Hyde Park. Está rezando. Envuelto en una bandera de EE UU con la icónica imagen de Bruce Springsteen y su inseparable Telecaster, parece estar dando gracias a Dios por tener la oportunidad de volver a verlo sobre un escenario. La lluvia parece importarle tan poco como a los otros 85.000 espectadores que aguardan impacientes la salida de El Boss. Jóvenes, jubilados, hoolygans, niños, gente en silla de ruedas… Pura devoción.

Dejémoslo claro: nunca fui muy fan de Bruce Springsteen. Reconozco su aportación a la música popular del último medio siglo, su capacidad para componer himnos de rock de estadio con apenas un puñado de acordes y su más que evidente magnetismo escénico. Y sin embargo, nunca conecté del todo con su música y su figura. Siempre me chirrió su pose de héroe de la clase obrera a 85 euros el concierto, sus interminables recitales (soy de los que piensa que más de una hora es un exceso) y la estomagante actitud de muchos de sus fans. Esos que son capaces de seguirle durante toda una gira, defender hasta sus discos más mediocres, tachar de ignorante al que no piense que es un semidiós con guitarra o incluso hasta de rezar en el lodo. Por todo ello, la oportunidad de verle en el Hard Rock Calling de Londres se antojaba perfecta para poder juzgar con conocimiento de causa. Ver para opinar.

19.10. Sale Springsteen. De entrada, arrancar un concierto armado exclusivamente con una armónica es, cuanto menos, osado. Pero a estas alturas el Boss tiene ganado a su público de antemano. Thunder Road sirvió de íntimo pistoletazo de salida para un vibrante set en el que no faltó ninguno de los muy efectistas recursos del de Nueva Jersey y su inseparable (y solvente) E Street Band: subir a un niño al escenario, atender la petición de un fan -español, para más señas- que llevaba siete conciertos a sus espaldas para escuchar Take ‘Em As They Come, invitar al escenario a otros músicos participantes en el festival, como Tom Morello o John Fogerty, acercarse al público para cantar con él, sacar a relucir sus hits inmortales (The River, Born in the USA, Dancig in the dark)…  Un espectáculo calculado al milímetro que funciona, y de qué manera. Porque cuando uno ve a Springsteen en directo termina de entender el porqué de la duración de sus conciertos. Forma parte de su propia esencia. Y sí, tal y como me había dicho un buen amigo, no se hace demasiado largo. Sorprendentemente.

Springsteen guardaba un as en la manga para el final de su concierto: invitar al escenario a Sir Paul McCartney. Junto a él interpretó I Saw Her Standing There y Twist and Shout, ante una audiencia absolutamente enloquecida. Para entonces ya habían transcurrido tres horas y cuarto, más de lo acordado con la organización, que dio por terminado el concierto cortándole el micrófono, un incidente que ha llevado al guitarrista de la E Street band, Steven Van Zandt, a calificar a Inglaterra de «estado policial». Y una decisión que encendió a muchos de sus incondicionales, que se fueron a casa con la sensación de que, si por él fuera, Springsteen estaría tocando tres horas más. Esa es, seguramente, la gran baza de El Boss. Saber dejar en el corazón de la gente la idea de que es uno de los suyos. De que podría estar conduciendo camiones de Wichita a Ohio o sirviendo hamburguesas en un bar de la Ruta 66. Aunque todo sea parte de una falsa ilusión.

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Canciones para empezar bien la semana: ‘Apocalypse Dreams’, de Tame Impala

Vuelven Tame Impala. La jovencísima banda de Perth (Australia) que sorprendió hace un par de años con el más que recomendable Innerspeaker adelanta el primer single del que será su segundo disco, Lonerism, que verá la luz el próximo mes de septiembre, tal y como ya adelantaron hace un par de semanas en un prometedor teaser. Y como no podía ser de otra manera, las coordenadas de este Apocalypse Dreams son las mismas que les llevaron a estar en boca de todos con aquel debut: psicodelia de libro, pop ensoñador, desarrollos impredecibles, rock progresivo, melodías únicas… y ese sonido tan pretendidamente añejo que les caracteriza, como si en vez de vivir y grabar sus discos en pleno siglo XXI lo hicieran a finales de los 60. Como si Woodstock hubiera sido antes de ayer. Una auténtica gema que podéis descargar en su web y que nos sirve para arrancar este lunes de la mejor de las maneras posibles. Ya queda menos para las vacaciones.

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Música de negros

Hubo un tiempo no muy lejano, a finales de los años 50 y principios de los 60, en el que carteles como éste se distribuían por las calles de Nueva Orleans. «Ayude a salvar a los jóvenes americanos. No compre discos de música negra», reza su encabezado, bajo el que se pueden leer, entre otras cosas, frases como «los gritos, las letras idiotas y la música salvaje de estos discos están menoscabando la moral de nuestros jóvenes». Aquellos eran tiempos difíciles. Rosa Parks había encendido la mecha de los derechos civiles en EE UU al negarse a ceder el asiento a un blanco, tal y como obligaba la ley. Bessie Smith se había desangrado tras un accidente de automóvil por no poder entrar a hospitales para blancos. Y el temido Ku Klux Klan se encontraba en su momento de máximo apogeo. En ese marco social, la música, como incomparable vehículo de comunicación de ideas y sensaciones, fluía sin parar. Otis Redding, Sam Cooke, Chuck Berry, Bo Didley, Little Richard… todos negros. Los blancos trataban sin éxito de mantener a sus vástagos a salvo de la inevitable mezcla con una cultura que, en lo musical, le daba mil patadas a todo lo que estaba haciendo la clase dominante. Y de hecho, no tardaron en llegar las versiones blancas (y algo domesticadas) de los mismos géneros que practicaban los negros.

Por una serie de casualidades, en el lapso de un par de días he tenido ocasión de entrevistar a Jimmy Cliff y a Public Enemy, dos nombres que, desde ópticas tan distintas como el reggae y el rap, comparten su condición de iconos históricos en la lucha por la igualdad racial. También de ver el documental Marley, del que os hablé en el último post, y bajo el que subyacía un mensaje similar. Esta mañana he encontrado este cartel navegando por la Red y he sentido la irrefrenable necesidad de recordar lo imposible que sería imaginarse la música si no hubiera sido por los negros. No tendríamos rock and roll, ni blues, ni jazz, ni rap, mi reggae. Y aunque es de sobra conocido, nunca está de más volver a recordarlo.

Gracias, Dios, por los negros y por su música salvaje, sus letras idiotas y sus gritos.

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‘Marley’, la historia de un icono global

Ayer tuve la oportunidad de ver el documental Marley, que se ha estrenado simultáneamente en salas de cine y en la plataforma de streaming Filmin. Un trabajo dirigido por Kevin Macdonald (La legión del águila, El último rey de Escocia) que se aproxima de manera bastante fiel y equidistante a la figura de uno de los iconos globales más importantes de la música del siglo XX y que resultará interesante tanto a los poco iniciados en su carrera como a los que conocen en profundidad la trayectoria vital de la gran figura de la música jamaicana.

Quizá la mayor virtud del mastodóntico trabajo de Macdonald sea precisamente esa: haber sabido alejarse del estereotipo de documental homenaje -muy habitual en el mundo de la música- que sólo tiende a ensalzar desproporcionadamente al artista y ocultar sus defectos. Marley los tenía. A pares (el filme obvia, entre otras cosas, los supuestos malos tratos a Rita Marley que ella denunció en su biografía o muchas de sus oscuras relaciones con algunos de los sectores más criminales del gueto). Y aún así, pocos se atreverían a poner en duda su condición de genio carismático, compositor brillante y líder nato. Un tipo que, en lo puramente artístico, llevó la música de su país a cotas de popularidad inimaginables años antes y que, para muchos, ejerció de líder espiritual. Aunque fuera pregonando el credo rastafari, esa confusa y algo retrógrada mezcolanza de afrocentrismo y judaísmo que adora al que fuera dictador etíope, Haile Selassie I, como rey de reyes, pero que al mismo tiempo alberga componentes de igualitarismo, paz social y amor al prójimo enormemente necesarios tanto en la Jamaica de ayer y hoy como en el mundo entero.

En el plano personal, y más allá de su indiscutible condición de leyenda, la de Marley es una historia de tenacidad. La de un hombre que vivió convencido de que triunfaría en la música -quizás en ello resida buena parte del secreto del éxito-, pero también la de un joven que creció en Santa Clara antes de mudarse a Kingston, donde sufrió las burlas de otros por ser mulato, lo que marcó de manera definitiva su manera de ver el mundo. Hijo de un militar británico blanco que dejó embarazada a su madre para posteriormente desaparecer sin dejar rastro, el joven Robert Nesta Marley era introvertido y seductor (tuvo once hijos de nueve mujeres distintas), pero también alguien que no se fiaba de su propia sombra, una manera de ser forjada en las durísimas callejuelas del barrio marginal de Trenchtown.

Marley navegó con habilidad en las aguas del mento, el calipso y el ska para protagonizar, junto a nombres como Jimmy Cliff o su compañero en los Wailers Peter Tosh, la transición hacia el reggae, el singular sonido que entre todos exportaron de la isla caribeña al resto del mundo. Lo hizo dejando para la historia canciones inmortales. Muchas más que las que todo el mundo conoce de su etapa con la multinacional Island. De hecho, es en los primeros trabajos de Marley y en composiciones como Soul Rebel, Trenchtown Rock o Judge Not donde se encuentra buena parte de la magia que luego desarrollaría en discos como Kaya o Exodus, que le llevaron al éxito internacional de la mano de las emisoras de radio occidentales.

A pesar del éxito, Bob Marley sólo consiguió a medias el que era su gran sueño: triunfar en África, el lugar que -como todos los rastafaris- consideraba su verdadero hogar. Lo intentó tocando en países como Nigeria o Zimbawe, invitado por sus respectivos y sangrientos dictadores. Y sin embargo, no cabe duda de que si la vida le hubiera dado más tiempo hubiera llegadoa un estatus mucho más elevado en el continente. Su lesión en un dedo del pie, causada por su gran pasión, el fútbol, descubrió un melanoma que fue empeorando a pasos agigantados (en buena parte, por los malos consejos que recibió), y el cáncer se extendió de manera fulminante hasta acabar con su vida en mayo de 1981.

Hoy, 31 años después de su muerte, su legado sigue tan vigente como entonces gracias a trabajos como este soberbio Marley. De obligado visionado para todo aquel que se diga amante de la buena música.

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