Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Debut en los escenarios de «Y mañana… ¿qué?»

Siempre he creído que era mi obligación como narrador no hablar solo para los que ya conocen y están convencidos de la importancia y el atractivo de ciertos temas. Empujar los límites de la forma narrativa para ir más allá, para alcanzar nuevos horizontes y públicos. Quizás por eso siempre he preferido los libros y los documentales a los reportajes en prensa, pues te permiten experimentar con la forma y tratar de llegar a personas que quizás nunca se han interesado por algunas cuestiones.

Fuente: Euskadi 2012

En el programa 13 Objetos, por ejemplo, contaba historias a través justamente de cosas de nuestra vida cotidiana. En el primer episodio era una zapatilla falsa que pasaba de dueño en dueño – desde un taller clandestino, hasta un mercado de falsificaciones, hasta el joven delincuente que las usa y termina en la cárcel – la que me permitía describir la violencia, la miseria y la marginación en Buenos Aires. En mi primer libro, Un voluntario en Calcuta, la pobreza en la ciudad india es reflejada a través de la mirada de sus perros, gatos, cuervos y buitres.

Hace ya unos años comencé un apasionante y fructífero diálogo con el director de teatro Mikel Gómez de Segura. Mi idea en estos encuentros era dar con la vía para cargar mis relatos de lirismo, de hálito poético; para insuflarlos de arte y hacerlos así más universales y accesibles. El objetivo de Mikel era el contrario: quería que su arte pusiese los pies en la realidad del mundo, en los desafíos sociales de nuestro tiempo. Buscaba una base periodística para su narración.

Zapatillas en vuelo

El espectáculo Y mañana… ¿qué?, que estrenamos el viernes en el Bilbao Arena de la capital vizcaína, representa en buena medida la síntesis, el encuentro, de estos dos rumbos que finalmente, tras tantos años de soñar y reflexionar en voz alta, se han fundido y hecho realidad sobre un mismo escenario. En ínfima medida, casi inexistente, por mérito mío, y sí por el de toda la gente que ha trabajado delante y detrás del escenario bajo la batuta de Mikel.

Entre el estreno del viernes y la función del sábado, más de 5.000 personas nos han venido a ver. Gracias a mis compañeros y amigos Jon Sistiaga, Mayte Carrasco y Mikel Reparaz, que confiaron y se animaron a subirse a las tablas para poner entre los cuatro en palabra y recuerdo tantas historias que conocimos en zonas de guerra. Pues de eso va Era bihar… zer?. Es un relato sobre la guerra que hemos puesto en marcha en el 75 aniversario del bombardeo de Guernica. En mi caso, otra vez, la zapatilla es el hilo conductor de los testimonios que rescato del olvido.

Agradeciendo al público en el escenario del Bilbao Arena (Foto: Euskadi 2012)

Y gracias a Mikel y a los dos talentosos directores que lo acompañaron, Kepa Ibarra y Raúl Cancelo, y a todos los artistas de las compañías Traspasos Kultur, Gaitzerdi y Hortzmuga que se dejaron la piel y el talento en escena para representar sobre montañas de zapatillas, tomados desnudos de una bandera como la de Iwo Jima o a lomos un enorme caballo metálico del Apocalipsis. Y asimismo a los jóvenes del coro juvenil Gaudeamus Korala de Gernika, que de forma tan magnífica como aterradora, recrearon el bombardeo de su ciudad.

También a los integrantes de la Fundación 2012, que con su apoyo y entusiasmo han colaborado para que empujáramos los límites de la narración, de la reflexión colectiva sobre la guerra, hasta nuevos horizontes, que al menos yo nunca me había animado a soñar. Eskerrik asko!!

El gran teatro de la guerra

Unos frenos que chillan, que se desgarran. Un golpe seco. Y los transeúntes, vendedores ambulantes y vecinos que se agolpan en una de las esquinas de NSC Bose Road. En el suelo, frente al descascarado autobús de línea, el cuerpo de una niña que no debe tener más de siete años. El hombro descolocado. La sangre que le mana de la nariz. Los ojos abiertos.

Ensayos del espectáculo «Eta bihar… zer?». Foto de 2012 Euskadi.

El ruido y la furia de Calcuta han desaparecido abruptamente. O al menos esa es la impresión que dan los rostros de las personas que se amontonan para ver a la niña. Parecen observar en silencio, abducidos de todo lo que las rodea.

El conductor baja del vehículo con expresión ausente, sin resistirse o tratar de evadirse del destino que ya vislumbra. Llegan varios familiares de la niña, descompuestos por las prisas, por el dolor. Una mujer grita. Un hombre levanta a la pequeña, que no reacciona, que está muerta.

La multitud no deja de crecer a nuestro alrededor. Moradores de las aceras, humildes tiradores de rickshaws, coolies, ataviados con lunguis, descalzos. Comerciantes, oficinistas, con sus habituales camisas, sus pantalones pinzados y sus bigotes recortados al milímetro. Niños de la calle en harapos, o que vienen de la escuela, en primera fila. Y mujeres, que van a la compra, que estaban lavando la ropa, machacándola contra el suelo, en una tubería rota de la esquina contraria.

El conductor recibe el primer golpe por la espalda. Y entonces sí parece sacudirse el aturdimiento. Se retuerce, retrocede, intenta huir hacia el interior del vehículo, pero la multitud enfurecida lo alcanza. El vendedor de los boletos del autobús ha desaparecido. Solo un hombre mayor, de barba blanca, trata de proteger al conductor, pero un impacto, con la mano abierta, en pleno rostro, lo aparta.

La condición humana en su forma más vil, cobarde. La manada sorda y anónima que aprovecha para sacar su rabia, su resentimiento, sus miedos. Pero también, como tan a menudo sucede en los países pobres, donde los poderes son corruptos, ineficientes y clientelares, una forma de justicia.

El cuerpo del conductor terminó desfigurado por los golpes. Apenas respiraba cuando llegó la policía con sus lathis de bambú para tratar de poner orden. Un joven cogió las sandalias del conductor y se las llevó.

Era la primera vez que veía algo así pero no sería la última. La primera vez porque Calcuta, ciudad a la que me fui a vivir de joven, resultó ser la responsable de una parte fundamental de mi educación ética, emocional y cultural. Veinte años más tarde, aún la sigo tomando como medida para tratar de comprender la realidad que me rodea.

En Calcuta aprendí que las situaciones extremas tienden a hacer emerger lo mejor y lo peor de la condición humana. Descubrí, la violencia. Sin matices, filtros o atenuantes. La violencia en estado puro.

Si me preguntan qué es la guerra, les diría que es aquel linchamiento de un conductor de autobús del que fui testigo una destemplada mañana en una avenida de Calcuta, pero sostenido en el tiempo. Aquella locura colectiva en la que todo parecía posible perpetuada a lo largo de días, semanas o meses. Latente, sobre la cabeza de los civiles. Aturdidos, mansos, asustados. Exhilarante y brutal para muchos de los combatientes. Espacios de silencio contenido. Y luego furia sin límite…

* * *

El mes pasado en Afganistán. Ahora en Argentina. Y el fin de semana en Bilbao para el espectáculo teatral “Y mañana… ¿qué?”, en el que varios reporteros nos hemos juntado con gente del arte para reflexionar sobre la guerra pues se cumplen 75 años del bombardeo de Guernica.

Para el texto de mi parte de la obra estuve jugando con varias ideas. Una de ellas es la que escribí ahora, en el comienzo de este post… pero al final me decanté por otra que el próximo viernes y sábado se podrá descubrir en el escenario del Bilbao Arena. Estaré junto a Jon Sistiaga, Mayte Carrasco y Mikel Ayestaran.