Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La “Columna de los mil” desafía al muro de Marruecos

Esta mañana, miles de manos se unieron frente al muro de más de 2.700 kilómetros de largo que Marruecos construyó para aislar a los saharauis de su hogar ancestral.

Miles de manos de españoles – acompañadas de manos de italianos, argelinos y saharauis – que intentaron simbolizar con su presencia que no están de acuerdo con las políticas que aplica su gobierno, que no se resignan a aceptar que prevalezcan los supuestos intereses geoestratégicos frente a la justicia internacional y los valores morales.

Al alba

Aunque la mayoría lleva casi una semana en la hamada argelina, compartiendo la vida cotidiana de los saharauis olvidados en el exilio, lo cierto es que el verdadero viaje comenzó hoy, sábado 22, a las cinco de la mañana, cuando los altavoces del campamento de refugiados de Smara comenzaron a resonar anunciando que ya había llegado la hora, que los participantes debían congregarse en la oficina de protocolo para emprender la travesía hacia el muro.

A pesar del frío, el buen humor se hacía evidente en las bromas, en las banderas y pancartas – «Derribemos el muro de la vergüenza», «Mohamed, capullo, el Sáhara no es tuyo» – que se desplegaban sobre la parte trasera de los camiones y los vehículos cuatro por cuatro, en las viandas que se mostraban para ver qué se había preparado cada uno como alimento para hacer frente al día.

Cuando ya había amanecido, otros grupos de camionetas y camiones provenientes de distintos puntos de la geografía argelina y saharaui, que también levantaban a su paso por el desierto una vasta nube de polvo, se unieron a la columna principal.

El encuentro

El momento de encuentro frente al muro resultó sumamente emotivo. Los saharauis más jóvenes avanzaron desafiantes hacia el cuartel mayor desde el que los marroquíes vigilan ese sector de la valla de seguridad conocido como «El recodo» y situado en territorio liberado.

Como el muro es antecedido por más de cinco millones de minas, rápidamente los organizadores los unieron a la columna principal, la llamada “Columna de los mil”, que superó con creces la cantidad de gente esperada y que se extendió a lo largo de más de un kilómetro, mano con mano, para exigir la caída del muro, para pedir que se respeten las resoluciones de la ONU así el pueblo saharaui puede decidir sobre su futuro.

Del lado del cuartel marroquí, los soldados observaban con curiosidad, parapetados tras una montaña de tierra. A un costado estaban los observadores de la MINURSO.Y entre medias no sólo las minas sino fragmentos de obuses y piezas de mortero sin detonar de la guerra que terminó en 1991.

Todo un ejemplo

Volveré sobre las experiencias de estos días cuando regrese a Madrid y pueda gozar ya de corriente eléctrica y conexión a Internet.

Rescato ahora la actitud de todos los participantes que han dado ejemplo de ciudadanía responsable y comprometida. La de los saharauis, que nos han acogido con enorme generosidad como es su costumbre.

Y la del grupo de jóvenes, que se organizan bajo el nombre de Voluntad y Determinación, y que son los que han dado vida a la «Columna de los Mil». La mayoría no tiene más de 22 años. Estudian periodismo en la Universidad Complutense.

No sólo la idea que han tenido y que en tan poco tiempo han articulado – reuniendo en medio de la nada a más de dos mil personas -, sino la seriedad con que la han llevado adelante esta iniciativa, me hacen sentir esperanzas, me hace ver a parte de la juventud bajo otra luz, con una responsabilidad frente los problemas del mundo que demuestra que no todo está perdido.

Sin tiempo en el Sáhara

Mientras que buena parte del mundo da la impresión de encontrarse en un constante y frenético proceso de transformación, la vida en los campamentos saharauis de Tindúf parece no moverse en dirección alguna.

Cada uno de los viajes que he realizado a la zona parece pertenecer a un mismo y largo periplo, ausente de interrupciones, como si el tiempo no hubiese avanzado desde mi visita anterior.

Una vez más me dispongo a disfrutar de la calidez y la generosidad de los saharauis, que tampoco desaparece, que permanece inamovible en cada uno de mis desembarcos en el desierto.

Y también de esos regalos añadidos que ofrece la vida en el desierto: la ausencia de prisas, el silencio, la existencia frugal, carente de distracciones o artificios. Lavarse los dientes sobre la arena, en la puerta de la jaima. Dormir al raso, bajo un cielo pletórico de luces.

El tiempo parece no sucederse en el Sáhara. Los refugiados esperan que el mundo los escuche, que los saque de esa suerte de paréntesis, de margen de la realidad, en los que los ha situado.

El pasado lunes llegué al Sáhara. Recién hoy, tras viajar durante una hora por el desierto, pude dar con un lugar en el que Internet funciona, ya que en el campamento Smara no hay conexión por el momento.

En el viaje del lunes me acompañaban cientos de personas de España, que el sábado 22 se sumarán a otros cientos que arribarán de Italia, de Argelia, para formar la Columna de los Mil, para protestar contra el muro de Marruecos, para unir sus manos y exigir que caiga, para pedir que de una vez por todas las cosas cambien aquí.