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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Jorge Tasín: «Aún hay gente que cree que los pobres son santos»

La primera impresión que da Jorge Tasín no es la de un teólogo y escritor, sino la de un albañil. Avanza a recibirnos por las calles de Ciudad Oculta con las manos y la cara manchadas de pintura, vestido con una camiseta sin mangas y unos vaqueros gastados.

“Estamos aprovechando las vacaciones para pintar el jardín”, se disculpa. “Queremos que cuando vuelvan de las vacaciones los chicos lo encuentren lleno de colores”.

Allí precisamente nos conduce a través de la calles de Ciudad Oculta, uno de los barrios de chabolas más postergados de la ciudad de Buenos Aires (cuya génesis narramos en la anterior entrada del blog). Casas a medio terminar, cruzadas de cables, cubiertas de chapas de zinc. Carros tirados por caballos o por personas. Y la imponente y silenciosa silueta de esa mole de hormigón, el llamado Hospitalito, siempre presente, como un símbolo de tantas cosas que pudieron ser y que nunca fueron en este país.

Algunos sueños

Mientras se saca la pintura de las manos y pide a una de sus colaboradoras que cebe unos mates, Jorge nos explica cuál es la finalidad de Sueñitos, la guardería que desde hace tres años coordina en el barrio. “Es un lugar de alegría, ternura y cariño. Queremos que los chicos recuerden siempre que al menos en un momento de sus vidas se los ha tratado de esta manera, porque lo que hay ahí fuera es muy jodido”.

Del proyecto participan 30 niños, que son la vía para brindar también ayuda a sus familias. “Lo llamamos Sueñitos porque la época de los grandes sueños, las grandes utopías, ya terminó. Ahora lo único que nos quedan son los pequeños sueños, cambiar la realidad de a poco”. El próximo paso del proyecto será un centro para jóvenes maltratadas.

El desembarco de Jorge Tasín en Ciudad Oculta tuvo lugar hace diez años. “Cuando me bajé del autobús lo hice con miedo, por la mala fama del lugar. Con el tiempo aprendí que es como cualquier otro sitio: hay gente buena y gente mala”, explica. Y continuación añade: “Acá viene toda clase de gente a ayudar. Mucha que cree que los pobres son santos. Yo esa etapa de idealización de la pobreza ya la dejé atrás”.

Al igual que lo hace en su libro,“La oculta, vivir y morir en una villa miseria argentina”, Jorge habla con claridad de la violencia que se sufre en Ciudad Oculta. Podrán gustar o no sus opiniones críticas con el poder y con las clases acomodadas – que leeremos en la próxima entrada del blog –, pero tiene la autoridad de quien está en el sitio, de quien cada día se enfrenta a esa realidad acerca de la cual otros escriben desde las vagas certezas de la distancia.

“El otro día fui con la carretilla a tirar unos escombros y dos chicos se me acercaron con un palo. Aunque estaban drogados tuve suerte, me reconocieron y no me pegaron”, cuenta. «Disculpá loco, disculpá, me dijeron. Me iban a dar un palazo para robarme una carretilla».

Fotos: HZ

¿El final del barrio de chabolas más grande de África?

A lo largo de los años hemos seguido en este blog la vida en Kibera, el barrio de chabolas más grande de África. Hemos conocido la peripecia vital de Patrick Kimawachi y de la fallecida Sharon Kayalo, ambos protagonistas del documental Villas Miseria.

También estuvimos allí cuando se desató la violencia postelectoral en 2008 y las callejuelas de este asentamiento marginal situado en las inmediaciones de Nairobi se convirtieron en un campo de batalla.

¿Por qué tanta atención a Kibera? En primer lugar por una cuestión práctica: Nairobi es nuestra base en África, a la que volvemos una y otra vez para dirigirnos a Ruanda, Congo, Uganda o Sudán. En segundo lugar, estamos convencidos de que buena parte de los desafíos sociales del siglo XX pasarán por estos asentamientos, ya que más de mil millones de personas viven en ellos. Por último nos han empujado a volver a Kibera las amistades que allí hemos forjado.

Viviendas dignas

La llegada al gobierno de Raila Odinga prometía cambios para Kibera, pues el candidato lúo del OMC se presentaba a las elecciones por el distrito de Langata, en el que se encuentra el barrio de chabolas. Hasta el momento se habían proyectado y publicitado innumerables proyectos de desarrollo que nunca llegaban a hacerse realidad para esta barriada ausente de servicios regulares de electricidad, agua corriente o saneamientos.

El pasado 16 de septiembre – cuando nos disponíamos a partir hacia Sudán – la historia de Kibera dio un giro sin precedentes: 1.300 de sus residentes fueron llevados a apartamentos construidos por el gobierno. Las imágenes de los habitantes del barrio cogiendo sus pertenencias y dejando atrás las casetas de adobe y chapa – que excavadoras destruyeron a las pocas horas para evitar que otras personas las habitaran -, abrieron los telediarios en Kenia.

Los afortunados, que dejaron atrás la subsistencia entre las montañas de basura y los flying toilettes, moraban en la zona llamada East Soweto. En los edificios a los que se han mudado pagan cinco euros al mes por el alquiler de una habitación, cuatro por la electricidad y dos por el agua (en lo referido a la vivienda, precio similar al que pagaban por las chabolas).

El camino equivocado

Si tomamos en cuenta que Kibera tiene 800 mil habitantes y que más de la mitad de la población de Nairobi malvive en un centenar de slums, las noticias que hace un mes saltaban a la prensa resultan no demasiado alentadoras.

Para Claudio Torres, arquitecto chileno formado en Italia y una referencia en asentamientos marginales, las razones para no mostrarse demasiado optimista son otras.

“No se está yendo a la raíz del problema que es la falta de oportunidades en el campo. Cada vez que mejoras la vida de alguien en la pobreza abres la puerta para que lleguen otros a ocupar su lugar. Por cada persona que sacas de Kibera hay colas de personas esperando para ocupar su sitio”, sostiene Claudio, que dirige un proyecto de desarrollo en el slum de Mathare – bastión hasta 2007 de la secta mungiki – para la ONG Coopi.

“Para poner fin a esto o tienes mucho dinero o acabas con la corrupción”, prosigue. “Tienes que terminar con el gran negocio que son estos tugurios para los que alquilan las casas, para los que venden el agua, para los que venden el alcohol ilegal. La policía se lleva una buena tajada del negocio del changaá. En América Latina los pobres ocupan los terrenos para hacer sus tugurios, aquí los alquilan”.

“Lo otro que debes hacer es descentralizar, terminar con el atractivo de las grandes megalópolis. Tienes que hacer buenas carreteras, buenas comunicaciones. Tienes que fomentar el desarrollo de las ciudades pequeñas”, nos explica Claudio, al que vamos a ver mientras aguardamos en Nairobi a que nos den los permisos para viajar al campo de refugiados de Dadaab.