Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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De la calle a la universidad en Calcuta

Rabia llevaba una vida humilde aunque ausente de carencias fundamentales, hasta que su padre sufrió un accidente que lo dejó discapacitado. Trabajaba en el aeropuerto Dum Dum de Calcuta. Y tuvo la desgracia de caerse de una escalera.

Según cuenta, en aquel momento tenía nueve años, y el declive económico y social de la familia resultó tan brutal como inevitable.

Las facturas del hospital, la pérdida del sueldo con el que pagaban el alquiler y compraban la comida, los fue llevando por distintos estadios progresivos de deterioro – en sucesivas casas de parientes que se cansaban de ellos, vendiendo todo lo que tenían de valor -, hasta que terminaron en las aceras del centro de la ciudad.

“Es la realidad de los países pobres como la India: no hay seguridad social, no hay red de contención. Una enfermedad o un accidente te puede empujar al precipicio de la miseria, te puede dejar sin nada. La clase media vive en constante peligro”, explica Alison Saracena, que vive en Calcuta y que conoce a Rabia desde hace diez años.

La madre de Rabia solía llevar un sari gastado, blanco – en señal de luto por su marido, que murió a los pocos años de cáncer, en la puerta de un hospital público que se negó a acogerlo -, y pasaba los días en la Park Avenue.

Mendigaba a los viandantes sentada sobre los viejos baldosones coloniales en compañía de sus tres hijos. “Era una vida muy dura. Las ratas, la suciedad, el desprecio con el que te trataba la gente”, explica Rabia, que hoy tiene 24 años.

Una oportunidad

La suerte de Rabia cambió cuando una organización local la llevó a un centro de acogida. Su hermano menor la acompañó también, pero su conducta hizo que al poco tiempo lo enviaran de regreso a las aceras. Allí ella retomó los estudios y poco a poco comenzó a destacar en base a no pocos esfuerzos.

Alison Saracena, que tiene en Calcuta una escuela de informática para jóvenes de escasos recursos llamada Uddami, le dio una beca y la comenzó a formar. “En el hogar no querían que Rabia diera el examen nacional de clase diez. Ella se los pedía, pero le decían que eso era para los chicos”, explica. “Finalmente accedieron y lo aprobó a la primera oportunidad, cosa que no había hecho ninguno de los varones”.

Tras terminar el curso de formación, Alison la contrató como maestra en su escuela. Hoy, seis años más tarde, Rabia es la directora del centro. Con lo que gana ha alquilado una casa en la que ha sacado a su madre y hermanos de la mendicidad en Park Avenue.

“Era su gran preocupación, el bienestar de su familia. Y lo ha logrado. Eso sí, su madre le trae muchos problemas. Después de todo lo que vivió no ha quedado bien de la cabeza. Cuando sale a la calle insulta a la gente. Imagínate, son musulmanes y están en un barrio hindú. Pero Rabia, a pesar de todo, sigue luchando. Y, como están las cosas ahora en la India, podrá llegar a dónde quiera”.

El futuro

La lucha de Rabia pasa por la universidad de Sikkim, donde asiste a primer año de la Licenciatura en Informática. Se levanta al alba para estudiar, asiste a clase y al mediodía parte rauda hacia Uddami.

Las otras maestras del centro ya piensan en casarse, pero ella dice que no, que es algo para cuando sea mayor y haya podido asegurarse el bienestar de los suyos. “Entonces quizás tenga mi propia familia”, afirma.