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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Las torturas de soldados británicos a prisioneros en Irak

Durante el juicio militar por crímenes de guerra al que se lo sometió en el año 2006, el cabo Donald Payne afirmó que “disfrutaba” al escuchar a los iraquíes gritar de dolor mientras les propinaban patadas y puñetazos en el centro de detención de Basora. Había bautizado sus alaridos como “el coro”, según recoge la BBC.

Los hechos por los que se lo juzgaba junto a otros seis militares del Queen’s Lancashire Regiment, perteneciente a las Reales Fuerzas Armadas Británicas, tuvieron lugar en la ciudad de Basora los días 14 y 15 de septiembre de 2003.

Soldados británicos realizaron allanamientos y detenciones en hoteles de la ciudad. En el hotel Haitham encontraron armas. Sus empleados fueron detenidos. Entre ellos estaba Baha Mousa, de 26 años y padre de dos hijos, que murió bajo custodia de los ocupantes. La autopsia demostró que tenía 93 heridas (incluyendo varias costillas rotas y la nariz fracturada).

Los demás detenidos declararon que se los interrogó durante 36 horas en una vivienda de tres habitaciones (perteneciente a los antiguos cuarteles de Ali Hassann al-Majid, el primo de Sadam Husein conocido como Alí el Químico, responsable de matar a 180 mil kurdos en la operación Anfal [Botín de Guerra] de 1988). Se los obligaba a mantenerse en posiciones dolorosas mientras estaban esposados y encapuchados. Los soldados realizaban competiciones para ver quién los pateaba más fuerte.

En un artículo del 15 de diciembre de 2004, Robert Fisk recoge los testimonios de los demás detenidos, que alegaron que tenían las armas en el hotel para protegerse de los saqueos y que en ningún momento se les preguntó por ellas:

Nos pegaban patas en el pecho, entre las piernas y en la espalda. Nosotros llorábamos y gritábamos. Se cebaron especialmente con Baha, que no dejaba de llorar, de decir que no podía respirar bajo la capucha. Pedía que le sacaran la capucha, que se estaba asfixiando… Pero ellos se rieron y le dieron aún más patadas. Uno de ellos le dijo: si dejas de gritar vas a poder respirar más fácilmente.

El cabo Donald Payne, de 36 años, se declaró culpable. Cumplió un año de prisión y se lo expulsó del Ejército. Los seis acusados restantes fueron absueltos. El gobierno de Londres pagó 3,2 millones de euros a las familias de los supervivientes (en un primer momento, los militares británicos habían entregado tres mil euros a la familia de Baha como compensación).

Ayer comenzó una investigación pública en el Reino Unido para depurar responsabilidades sobre lo ocurrido en el año 2003. En 1972, el primer ministro Edward Health prohibió esa clase de interrogatorio – que incluye privación del sueño, posturas dolorosas, ausencia de alimento – que los militares británicos aplicaban de forma sistemática contra el IRA, y que también prohíbe la International Criminal Court Act de 2001 y la Convención de Ginebra.

Ayer mismo también, The Guardian publicó un vídeo en el que se ve al cabo Payne maltratando a los prisioneros. Según The Telegraph, el Ejército británico se enfrenta a al menos veinte nuevas alegaciones de torturas de detenidos en Irak.

El juicio a Chuckie Taylor y la tortura en EEUU

No cabe duda alguna de que Chuckie Taylor habrá pensando en más de una oportunidad en lo irónico de su situación: han sido las autoridades de EEUU las que lo han llevado a prisión, y son las autoridades de EEUU las que ahora han comenzado a juzgarlo por tortura.

Justamente el país que durante los últimos ocho años ha aplicado la tortura de forma sistemática, desde Abu Ghraib hasta Bagram, desde Guantánamo hasta Diego García, y tantos otros destinos por los que pasaron los vuelos de la CIA.

Bautizado como Roy Belfast Jr. (y conocido como Chuckie Taylor, Charles Taylor II y Charles MacArthur Emmanuel), el hijo del ex presidente de Liberia fue responsable entre los años 1999 y 2003 de una rama del poder ejecutivo que torturaba y ejecutaba a quienes se oponían abiertamente al gobierno de su padre.

Y aquí viene el segundo giro irónico de esta historia, terrible para sus víctimas: el departamento que Chuckie Taylor comandaba con mano de hierro respondía al nombre de Unidad Antiterrorista.

El comienzo del fin

Tras haber sido el principal responsable de la guerra de los diamantes sangrientos que terminó con tantas vidas de inocentes, y generó cientos de miles de mutilaciones, en la vecina Sierra Leona, Charles Taylor , presidente de Liberia entre 1997 y 2003, se exiló en Nigeria gracias al acuerdo de paz que puso fin al conflicto.

El 29 de marzo de 2006, Charles Taylor padre fue arrestado cuando trataba de cruzar la frontera con Camerún.

Intentaba en vano evitar que la Corte Internacional Penal, con sede en la Haya, lo juzgara. Proceso que ya ha comenzado y en el que se lo acusa de once cargos de crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos en Sierra Leona.

Su hijo, Chuckie Taylor, fue detenido al día siguiente, mientras trataba de entrar a los EEUU, país del que es ciudadano. En virtud de la Ley Federal contra la Tortura de este país (18 U.S.C. §§ 2340-2340), el pasado 27 de septiembre comenzó su juicio.

Es la primera vez, desde que fuera promulgada en 1994, que las autoridades estadounidenses aplican esta legislación, que les permite juzgar a sus nacionales por torturas cometidas en el extranjero.

Chuckie Taylor es acusado de quemar y aplicar descargas eléctricas a cinco liberianos. Testigos no faltan. Y las heridas y mutilaciones que muchos de ellos presentan servirán sin dudas para que el hijo del dictador pase el resto de su vida en prisión.

¿Justicia universal?

Como señala Amnistía Internacional, es de celebrar que la comunidad internacional haya comenzado a actuar con contundencia para perseguir los crímenes contra la humanidad que se producen a diario en África, desde la República Democrática del Congo hasta Darfur y Uganda.

La ironía de esta situación, que sea EEUU quien juzgue al hijo de un dictador africano por tortura, quizás desaparezca el día en que Donald Rumsfeld y Dick Cheney sean también llevados ante un tribunal. El día en que la llamada Justicia Universal deje de ser un ámbito que sólo juzga a líderes caídos en desgracia de naciones periféricas.

Aminetu Haidar, víctima de torturas en las cárceles de Marruecos

Durante la lectura del libro Sufrían por la luz me acompañó una constante sensación de asfixia, ansiedad y reclusión. En esta obra, que destaca por el halo poético que impregna su prosa, el escritor tangerino Tahar Ben Jelloun recrea los 18 años que un grupo de jóvenes soldados pasaron presos en unas ínfimas y lóbregas celdas ocultas bajo la superficie del desierto, en la prisión secreta de Tazmamart, por haber participado en un intento de golpe de estado – sin siquiera saber que lo hacían – contra el monarca alauí Hassan II.

Al descubrir la historia de Aminetu Haidar a través de la prensa pensé inmediatamente en el libro de Tahar Ben Jelloun, ya que esta mujer saharaui permaneció durante tres años y siete meses, entre 1987 y 1991, con los ojos vendados, sin ver la luz del sol, retenida en una cárcel de alta seguridad marroquí. Había sido llevada a prisión por el mero hecho de manifestarse en favor de la independencia del Sáhara Occidental.

Durante mucho tiempo deseé conocer a Aminetu Haidar. Había leído acerca de su vida, había visto su rostro en carteles y folletos de asociaciones por los derechos humanos en Marruecos. Sabía que tras padecer años de amenazas por parte de la policía marroquí, en 2005 había vuelto a prisión en El Aaiún para sufrir nuevamente torturas y vejaciones.

Cuando finalmente tuve la posibilidad de entrevistarla, me deslumbró profundamente la parsimonia con que hablaba, la elegancia y dignidad de sus movimientos y la certeza que manifestaba a través de ellos de saberse luchadora por una causa terriblemente dura pero justa, necesaria. Una de esas personas que no dudan en sacrificarlo todo en pos de sus ideales, que no tienen miedo alguno de plantarle cara al poder.

La conocí cuando llegó a España el año pasado para recibir el premio Juan María Bandrés de la Comisión Española de Ayuda a los Refugiados (CEAR), por su “compromiso ejemplar en favor de la lucha del pueblo saharaui por el legítimo derecho a decidir libremente sobre su porvenir”.

La multitud que se congregó en la sala de reuniones de Comisiones Obreras la recibió de pie, con un largo y emocionado aplauso. Sin muestra alguna de resentimiento o acritud, agradeció el apoyo de los españoles y dijo que su sufrimiento era “apenas una pequeña parte del dolor que el pueblo saharaui viene padeciendo desde hace tres décadas”.

“De los años que pasé en la cárcel y de las huelgas de hambre que hice me han quedado graves secuelas físicas. No veo bien, tengo problemas de estómago y de corazón, hemorroides y reumatismo”, me explicó en las oficinas de CEAR. “Pero lo peor son las pesadillas. Desde que salí de la cárcel nunca volví a tener una noche completa de sueño”.

Aunque no elude hablar de los interrogatorios a base de descargas eléctricas, los constantes acosos sexuales y los innumerables abusos que sufrió en prisión, prefiere hacerlo en primera persona del plural para incluir en su relato a los cientos de saharaui que pasaron, o que están pasando, por experiencias similares.

Según señala, en los territorios ocupados por Marruecos más de 500 personas han desaparecido sin dejar rastro, el 25% de las cuales eran mujeres. “El gobierno marroquí arrasa con todo: madres embarazadas, niños, ancianos. Nada lo detiene”, me dijo.»Muchos saharauis han sido arrojados vivos desde helicópteros, tuvieron lugar enterramientos colectivos, abortos forzados, separaciones de madres e hijos, envenenamiento de pozos, destrucción de bienes materiales y casas, robos y exilios forzados».

Cuando fue detenida por primera vez, en 1987, acababa de cumplir 20 años. Hoy tiene 40. Está casada con un saharaui al que conoció en prisión y es madre de dos niños: Mohamed y Hayat. Su pugna, me explicó, es por ellos y por todos los jóvenes del Sáhara, para que puedan vivir libres y en paz, lejos de la política de exclusión y represión que el ejecutivo de Rabat impone en los territorios ocupados respaldado por la posición «ambigua y contradictoria» del gobierno español.

De Madrid viajó al Parlamento Europeo, donde nuevamente dio testimonio del horror que había sufrido. Su historia es similar a la del activista Ali Salem Tamek, que también padeció torturas, y la de tantos otros que se sacrifican por conseguir un destino justo y digno para su pueblo: la creación de la República Árabe Saharaui, y el regreso de los 180 mil saharauis que se encuetran exilados en la Hamada argelina. Justamente el lugar hacia donde me dirijo en estos momentos.