A lo largo de su carrera militar, Tim Spicer apenas consiguió alcanzar los objetivos que se había propuesto. Fueron dos décadas de un trabajo sin excesivos resplandores.
Sín embargo, apenas dejó el Ejército consiguió destacar y hacerse un nombre en el sector privado. No fue consecuencia de su buen hacer, sino de los escándalos en los que se vio metido.
Cabe subrayar, no sé si como mérito o crítica, que a pesar de los durísimos ataques que recibió siguió adelante con su labor. No se trataba de un militar brillante, ni de un gestor con demasiado tino, pero sí de un hombre decidido a labrarse su fortuna contra viento y marea en el mundo de las empresas privadas militares.
El escándalo de Sierra Leona
Primero fue el golpe de Estado que provocó en Papúa Nueva Guinea, y por el que terminó en la cárcel. Al año siguiente, en 1998, vino una extraña operación de tráfico de armas a Sierra Leona que lo pondría otra vez en el centro de los medios comunicación del mundo.
Se trataban de 30 toneladas de armas búlgaras, mayoritariamente AK 47, destinadas a la fuerzas del presidente de Sierra Leona en el exilio, Ahmed Tejan Kabbah. Esta operación de venta de armas violaba el embargo impuesto por la ONU, ya que Sierra Leona estaba inmersa en una sangrienta guerra civil provocada por el negocio de los diamantes.
La información saltó a la prensa británica a través de unas fotos que mostraban a miembros de la marina real ayudando a descargar en Freetown un helicóptero ruso provisto por Sandline International, la empresa en la que trabajaba Tim Spicer. Su argumento ante los ataques mediáticos fue afirmar que el gobierno británico había dado su visto bueno a la transacción, hecho este negado por Robin Cook, el ministro de Asuntos Exteriores. Sin embargo, una comisión de investigación parlamentaria concluiría que Peter Penfold, Alto Comisionado Británico para Sierra Leona, había dado «cierto nivel de aprobación» al envío ilegal de armamento.
Un caracter a prueba de críticas
Al tiempo en que agentes de aduanas revisaban las oficinas de Sandline para buscar pruebas de la venta de armas a Sierra Leona, Tim Spicer salía una y otra vez en los medios defendiendo la necesidad e importancia de las empresas militares privadas, concepto que ayudó a imponer en la prensa para sacarse de encima el tan negativo nombre de «mercenarios» o «perros de la guerra», como se los conocía hasta el momento.
Parte de su campaña mediática consistió en ofrecer un dialogo abierto entre ONGs y gobierno sobre la cuestión. Otro punto fundamental, en el que participó la agencia Spa Way, que le llevaba la prensa, fue la publicación de su autobiografía: An Unorthodox Soldier. Varios autores señalan que fue la obra de un negro literario dirigido por Tim Spicer y Sara Pearson, su asesora de imagen.
El nacimiento de sus propias compañías
En 1999, Tim Spicer abandonó Sandline. Seis meses más tarde regresó al negocio con Crisis and Risk Management. En abril de 2001 le cambió el nombre a Strategic Consulting Internacional, de la que figuraba como directora Pearson, su asesora de imagen. No eran buenos tiempos, el cambio de siglo vio una disminución del número de conflictos armados, lo que no desalentó a Spicer.
Tampoco lo desalentó carecer de experiencia naval cuando dio vida a Trident, firma especializada en la seguridad marítima. El 24 de julio de 2001, los tigres tamiles dieron el mayor golpe de la historia del conflicto armado de 18 años de duración al gobierno central de Sri Lanka. Comando insurgentes destruyeron atacaron el aeropuerto de Colombo, la capital, destruyendo la mitad de la flota comercial nacional y una tercera parte de los equipos de las Fuerzas Aéreas de Sri Lanka.
Pero el golpe más duro al gobierno de la antigua Ceilán se lo dio la banca británica, que impuso altísimos seguros como requisito para que cualquier envío de mercancías a Sri Lanka. Ocho negociadores cingaleses llegaron a Gran Bretaña para negociar un cambio de esta política. En Londres les recomendaron que contrataran a Tim Spicer y Trident, recomendación que aceptaron, para reformular la política de seguridad en puertos y aeropuertos. A excepción de un fotógrafo profesional, los que figuraban como empleados de la empresa eran todos oficiales retirados de las fuerzas especiales británicas y de los servicios secretos.
El punto de inflexión: la guerra contra el terror
La respuesta del gobierno de George Bush al 11S abrió un suculento mercado para las empresas privadas militares. También fue una victoria que en febrero de 2002, el Ministerio de Asuntos Exteriores Británico publicara el documento: Private Military Companies: Options for Regulation. Un paso de la administración británica que permitiría que se hiciera realidad lo que Tim Spicer había estado tratando de lograr desde hace años: que los grupos de mercenarios fueran legalizados y contasen con licencias.
Impulsado por los vientos de cambio, Tim Spicer creó Aegis. La empresa que finalmente lo haría multimillonario a través de suculentos contratos en Irak. Se rodeó de gente muy bien relacionada. Entre otros ex altos mandos militares y políticos: el general retirado Jeremy Phipps, que condujo las actuaciones de las fuerzas especiales británicas en la crisis de los secuestros de la embajada iraní en Londres, en 1980. Y también fichó a Robert Mc Farlane, antiguo asesor de Seguridad Nacional de Ronald Reagan, relacionado con el escándalo Irán-Contras.
Otro golpe de suerte fue que su antiguo compañero de armas, el brigadier general Tony Hunter-Choat, fuese nombrado responsable de seguridad del programa de gestión de la Autoridad Provisional en Irak. Oficina que sentaría las bases para el que sería el primer contrato de Aegis
Tras varios años de fracasos, finalmente la peripecia de Tim Spicer en el mundo de las empresas militares privadas levantaría vuelo. El resto de la historia ya la he contado. Los 28 millones de euros de ganancias personales anuales. La fama de playboy. Y las irregularidades de las que fue acusado en Irak, incluido el último escándalo al que debería hacer frente: el vídeo de sus hombres disparando a civiles por las calles de Bagdad.