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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Morir para contar: encuentro con el hijo de Tim Lopes

Tras haber estado en dos ocasiones en la favela en que perdió la vida el periodista Tim Lopes, y tras haber recogido numerosos testimonios sobre los trágicos acontecimientos que lo llevaron a la muerte, finalmente me dirijo a ver a su hijo, Bruno Quintella.

Nos encontramos en el restaurante Garota da Gávea, donde solía comer con su padre cada domingo. Bruno es un joven de estatura mediana, fornido, con los brazos tatuados. El rostro es calcado al de Tim, ancho, cordial, aunque con unos grandes ojos verdes, heredados seguramente de su madre.

Por momentos me habla de forma atropellada, abusando de la jerga local, lo que me obliga a pedirle que me repita las respuestas. Eso sí, se expresa con generosidad, sin eludir ni una sola de las preguntas aunque se trata indudablemente de un tema doloroso.

«Tenía 18 años cuando mi padre desapareció. Acababa de regresar de EEUU, donde había estado estudiando durante un año, y me estaba preparando para dar el examen de entrada a la universidad de periodismo», me explica. «Trabajaba en una tienda de ropa para ganar dinero. Cuando salía, los domingos, me encontraba aquí para comer con él».

Recuerda que el viernes que precedió a la muerte de Tim conversaron sobre el reportaje que estaba filmando, también en una mesa de Garota da Gávea. Le dijo que tenía que volver a la favela porque necesitaba captar una imagen más para poder terminar.

“Era conciente del riesgo que corría, pero quería denunciar los abusos a menores en los bailes funkies y la ausencia del estado en las favelas. Los propios moradores, preocupados por sus hijos, lo habían llamado”. Según la TV Globo, Tim ya había estado allí en cuatro oportunidades. Dos de ellas con la cámara oculta.

Al día siguiente, sábado 2 de junio de 2002, se volvieron a encontrar. Su padre le llevó el cheque para que pagara la cuota de la academia en la que preparaba el examen a la universidad. Fue la última vez que se vieron.

Horas después Tim Lopes se subió a un coche de la TV Globo que lo llevó a la favela Vila Cruzeiro para asistir al baile organizado por los narcotraficantes. Vestía unas bermudas, una vieja camisa amarilla y sandalias. Llevaba el equipo de filmación escondido en una riñonera. Entró pasadas las ocho de la tarde. Se suponía que debía salir dos horas más tarde. El conductor lo aguardaba en la entrada a la favela.

“El domingo jugaba Brasil contra Turquía en el Mundial de Corea y Japón. El partido era a las seis de la mañana. Lo vi con unos amigos y volví a casa a las nueve de la mañana. Todo el mundo celebraba que habíamos ganado”, afirma Bruno. “Me levanté a las siete de la tarde. Salí de la habitación y descubrí que en casa había mucha gente. Durante un instante me alegré de que estos amigos estuvieran allí, pero luego comprendí que algo malo debía haber sucedido. Cuando llegué al salón justo estaban pasando en el telediario la imagen de mi padre, decían que había desaparecido”.

Lo primero que pensaron fue que lo habían secuestrado, o que por alguna razón Tim se había quedado escondido en la favela. Marcelo Moreira, jefe de reportaje de la TV Globo en Río de Janeiro, declaró que cuando el conductor del coche llamó a la redacción para avisar de la ausencia de Tim le dijeron que esperara hasta las doce de la noche. Y fue recién a las cuatro de la mañana, cuando Moreira se dirigió a la emisora para ver el partido, que dio la voz de alarma sobre lo que había sucedido.

La opinión pública brasilera se conmocionó ante la desaparición de Tim. Bruno no quiso dar entrevistas pero sí escribió una carta dirigida a su padre “como si aún estuviera vivo”.

“El presentador del telediario la leyó al aire. Cuando estaba terminando la cámara se abrió y detrás de él estaban todos sus compañeros vestidos de negro, con una foto enorme de mi padre al fondo”, me dice. “Me emocioné más por eso, por ver cómo lo quería la gente, que porque leyeran la carta”.

Tras una semana de intensa búsqueda en la favela, durante la cual las autoridades nacionales y locales se acusaron de ineficiencia, la policía anunció que Tim Lopes había sido asesinado.

Las declaraciones de dos traficantes detenidos, Fernando Sátiro da Silva, alias “Frei”, y Reinaldo Amaral de Jesus, alias “Cabê”, resultaron decisivas. Según ellos, Tim fue identificado como el autor del reportaje “Feirao do Po”, en el que denunciaba con cámara oculta cómo se vendía abiertamente droga en la favela, y por el que varios criminales entraron en prisión.

La coautora del reportaje, que les valió el premio Esso, Cristina Guimaraes, vive ahora escondida. Según ella “el asesinato de Tim Lopes fue una muerte anunciada”. Cristina, que tiene 38 años, pidió la baja en TV Globo alegando que la empresa no le ofreció protección cuando fue amenazada de muerte.

Ângelo Ferreira da Silva, arrestado el día 13 de junio, confesó que estaba en el coche que habría transportado a Tim de Vila Cruzeiro a la favela Grota, donde estaba Elías Maluco. Según dijo, el periodista se encontraba atado y herido de bala cuando fue subido al coche. Relató las escenas de tortura por la cual pasó el periodista, pero dijo que no estaba presente cuando murió.

Por su parte, Elizeu Felício de Souza, alias “Zeu”, detenido el 14 de junio, y considerado uno de los guardias de Elías Malucos, confesó que compró gasolina en una estación de servicio cerca a la entrada de la favela Nova Brasília, que integra el Complexo do Alemão. Zeu declaró haber entendido que un enemigo del Comando Vermelho iba a ser quemado.

“El cuerpo de mi padre tardó diez días en aparecer”, señala Bruno. “Cuando lo encontraron, el 12 de junio, tuve que ir al laboratorio para que me tomaran una muestra de ADN”.

La muerte de Tim Lopes creó una gran controversia en torno a la seguridad de los periodistas en Brasil. Se puso en juicio la decisión de TV Globo de enviarlo sin protección alguna a la favela. (Sus reporteros, con quienes he coincidido en varias ocasiones, ahora tienen prohibido entrar a las favelas).

“El error fue de los dos. Mi padre porque se podría haber negado pero aceptó. La TV Globo por haberlo enviado allí”, sentencia Bruno.

El verdadero nombre de Tim Lopes era Arcanjo Antonino Lopes do Nascimento. Samuel Wainar, propietario de la revista Domingo Ilustrada, donde Tim obtuvo su primer empleo, le cambió el nombre diciendo que lo encontraba parecido al músico Tim Maia.

Nacido en la ciudad de Pelotas, en el Estado de Río Grande do Sul, a los ocho años había venido con su madre a Río de Janeiro, donde vivió de niño en Mangueira, una de las favelas más populosas de esta ciudad. Tenía ocho hermanos.

Con gran esfuerzo consiguió estudiar, salir de la favela y acceder al mundo que tanto lo apasionaba: el periodismo. Trabajó en la revista Placar, en los periódicos Jornal do Brasil y O Dia. En 1996 entró a la TV Globo, donde empezó como reportero del famoso programa “Fantástico”. Su primera pieza la hizo vestido de Papa Noel en navidad.

Mi padre tenía el pasaporte para entrar a la favela. Era mulato, tenía la voz, la forma de hablar. Y se había criado en el morro. También conocía la calle, se movía bien en ambientes marginales”, afirma Bruno. “Cuando había un incidente en la favela, él siempre subía por otro lado, andaba solo, así conseguía su propia información. Después salía por donde estaban todos los periodistas, que siempre le preguntaba: ¿de dónde has salido?”.

El trabajo de Tim deslumbra tanto por la creatividad como por su hondo compromiso social. “Siempre se ponía del lado de los pobres. Una vez fue a hacer una investigación sobre personas sin hogar y durmió dos noches en la calle”, dice su hijo.

Desde hacía algún tiempo Tim deseaba salir del telediario y dedicarse a hacer reportajes de factura más prolongada. Había hablado con los productores de Globo Reporter (el programa de investigación periodística más prestigioso de Brasil, una suerte de Informe Semanal) y le habían aprovado un proyecto que consistía en viajar con camioneros durante un mes por las rutas brasileras para contar su vida. El siguiente paso que tenía en mente era ir a África.

“Mi padre era muy respetado en la profesión. Siempre su reportaje abría o cerraba el telediario, que son las piezas más importantes. La primera, que es la que atrapa a los televidentes, y la última que siempre es más de color, más social”, señala Bruno para matizar a continuación: “Su insatisfacción venía por el lado del dinero. Sentía que no estaba siendo reconocido. A los 51 años no había ganado lo suficiente aún para comprarse su propia casa, tenía que alquilar”.

Más allá del descontento con la profesión por el escaso rédito económico que había conseguido, lo cierto es que Tim era un apasionado del periodismo y había insistido para que Bruno siguiera sus pasos. De adolescente, un díaéeste le dijo que quería estudiar derecho. “¿Te has visto la cara?”, le preguntó riendo. “Tú no pareces abogado, tú eres periodista”.

Eso sí, le aconsejó que se preparara a conciencia y que estudiara idiomas para poder llegar más lejos. Tras terminar la carrera, Bruno recibió el ofrecimiento de Marcelo Moreira, antiguo jefe de su padre, para entrar a trabajar en TV Globo. Está en el área de policiales y se dedica a la producción desde los estudios.

“Ahora que yo soy periodista, lamentablemente no está aquí para aconsejarme. Muchas veces me pregunto qué haría mi padre en tal o cual situación”, me dice.

Bruno tiene la ventaja de que conoce la trastienda de la profesión desde niño, ya su padre solía llevarlo a los periódicos en que trabajaba. También aquí mismo, en la Garota da Gavea, fue testigo de innumerables conversaciones de su padre con compañeros de profesión, pues es el lugar en que se suelen reunir los trabajadores de TV Globo. Hacía años que Tim se había separado de la madre de Bruno y se había vuelto a casar.

Mientras nos sirven la cena, le pregunto si la forma tan brutal en que murió su padre lo dejó marcado. “Tuve la suerte de no ver el cuerpo. Hace poco se murió el padre de un amigo y fui al velorio. La última imagen que tiene de su padre es allí, sin vida. Yo, no. Sí es cierto que lo que le pasó fue más duro. Pero mi padre murió haciendo lo que le gustaba, los padres de mis amigos de un infarto. Y la repercusión de la historia y el apoyo de la gente me ayudaron salir adelante”.

Otra reflexión que hace Bruno es que, al menos, la muerte de su padre sirvió para que Brasil pensara por unos días sobre la violencia, justamente lo que Tim buscaba con su trabajo. “Mi padre no fue el único que murió descuartizado y quemado. Mucha otra gente inocente muere y nadie se entera”, dice.

Para terminar la entrevista le pregunto por Elías Maluco. Qué sintió en el 2005 al verlo en la televisión durante el juicio. “Si te digo la verdad, no lo odio”, me responde. “Seguramente no sabía lo buena persona que era mi padre. Además, Elías Maluco no tuvo madre ni padre. No lo puedo juzgar. Yo tuve siempre amor, nunca me drogué, no viví en una favela. Mi única venganza es ser feliz”.

Antes de guardar el cuaderno y la grabadora, le pido que me deje sacarle una foto para el blog. Me dice que por razones de seguridad prefiere que su imagen no sea conocida. Pero sí me promete que la próxima vez que nos veamos me traerá un retrato de cuando era adolescente, junto a su padre. La semana siguiente volvemos a cenar en la Garota da Gavea. Cumple su palabra:

Morir para contar: Elías Maluco, el asesino del periodista Tim Lopes

Elías Pereira da Silva se ganó el apodo de Elías Maluco (el loco) por la desmesura, la crueldad y la barbarie que siempre mostró hacia sus enemigos como traficante en las favelas del norte de Río de Janeiro.

Amo y señor del negocio de la droga en el complexo do Alemao, saltó a la fama en todo Brasil cuando el 2 de junio de 2002 mató al periodista Tim Lopes, de la TV Globo, con una katana que se había hecho traer de Japón. A partir de ese momento se puso en marcha una vasta operación policial para tratar de detenerlo.

De su vida personal poco se sabe. Tiene cinco hermanos, sin relación alguna con el mundo del crimen, uno de los cuales apareció en las portadas de todos los periódicos cuando en 2005 ganó en la lotería el mayor premio de la historia de Brasil: cincuenta millones de reales.

Elías Maluco fue durante años uno de los máximos líder del Comando Vermelho junto a su socio, Luiz Fernando da Costa, alias Fernandinho Beira-Mar, uno de los mayores narcotraficantes de América Latina.

Acerca de la peripecia vital de Fernandinho Beira-Mar sí existen abundantes datos. Nació en la favela de Beira-Mar. No conoció a su padre, y Zelina, su madre, una mujer muy humilde, murió atropellada.

Entre los 18 y los 20 años, Fernandinho cometió sus primeros delitos: asaltos a bancos y tiendas. El robo de un arsenal militar lo llevó a la cárcel. Al salir regresó a Beira Mar.

Entre 1990 y 1995 se erigió como uno de los máximos dirigentes de la facción armada al abrir sus propios canales de distribución de droga y conquistar favelas como Rocinha, Vidigal y Borel.

Se hizo popular entre los moradores de los barrios marginales al repartir ropa, comida y medicamentos. Fue tal la fortuna que amasó que la policía lo acosaba constantemente en busca de «propinas», hecho éste del que dicen que se quejaba Fernandinho. Dos de sus hermanas, Débora y Alessandra, se hicieron gerentes de la «firma», como se conoce al negocio del tráfico en las favelas.

En 1996 entró a la cárcel, donde no permaneció demasiado tiempo ya que logró huir por la puerta principal (se cree que en connivencia con la policía). A partir de ese momento fue cambiando de «residencia». Vivió en Paraguay, Bolivia, Uruguay y Colombia. Además de traficante de droga a nivel continental, pasó a ser un importante contrabandista de armamento pesado proveniente de Rusia.

En Colombia estableció vínculos con las FARC hasta que el Ejército colombiano, en coordinación con efectivos estadounidenses, lo capturó el 21 de abril de 2001. De regreso en Brasil, organizó en la prisión de Bangu I una rebelión para asesinar a Ernaldo Pinto Medeiros, jefe del Tercero Comando, facción rival.

Desde entonces es cambiado de cárcel con regularidad, y se encuentra aislado ya que inclusive en prisión siguió ejerciendo su poder. En buena medida esto se explica porque el Comando Vermelho fue en su orígenes una organización nacida en el seno mismo de las instituciones penitenciarias brasileras.

En los años 70 el gobierno militar de Brasil decidió mezclar a los presos políticos con los comunes. Estos últimos aprendieron de los guerrilleros de izquierda a organizarse. Nació el comando Vermelho, que tuvo durante años un curioso discurso salpicado de reivindicaciones sociales, y cuyas acciones se caracterizaron no sólo por la brutalidad sino por un cierto fanatismo que hacía que sus miembros parecieran desprovistos de miedo a la muerte.

La noche del 2 de junio de 2002, el periodista Tim Lopes entró a la favela Vila Cruzeiro para filmar con una cámara oculta un baile funky en el que se suponía que tenían lugar abusos sexuales a menores. Lo primero que hicieron los traficantes al descrubrilo fue pegarlo un tiro en el pie para que no pudiera escapar.

Después lo llevaron a la favela Grota, dentro del complexo do Alemao, en el maletero de un coche. Allí los delincuentes hicieron una suerte de juicio. Después lo torturaron. Según los vecinos, los desgarradores gritos de Tim se escuchaban en medio de la noche. Finalmente, el propio Elías Maluco le dio varios golpes con una katana y le prendió fuego colocándole un neumático alrededor de la cabeza en lo que se conoce como “microondas”, método utilizado para que los cuerpos de los muertos no puedan ser identificados.

De los nueve traficantes que participaron en el asesinato, dos murieron: André da Cruz Barbosa y Maurício de Lima Matias. Los restantes fueron apresados progresivamente gracias al empeño de la policía y a la presión que ejercieron los medios de comunicación.

El último en caer en manos de la policía fue el propio Elías Maluco. La detención tuvo lugar el 19 de septiembre de 2002 en la favela de Grota. En el marco de la Operación Sofoco, las fuerzas de seguridad del estado se habían entregado a una verdadera cacería humana organizando asaltos a los barrios marginales, sitiando los lugares más conflictivos.

El 24 de mayo de 2005, Elías Maluco fue condenado a 28 años de prisión por la muerte de Tim Lopes. Los cargos fueron asesinato, ocultación de cadáver y asociación ilícita.

Morir para contar: Tim Lopes, asesinado en las favelas

Era el mejor periodista de investigación de Brasil. No sólo por el ingenio y la valentía que empleaba a la hora de denunciar situaciones injustas, sino por la empatía que mostraba hacia el sufrimiento ajeno, por la calidad humana y la sensibilidad de la mirada con que describía la realidad.

A lo largo del mes que llevo en Río de Janeiro, me han hablado de él en numerosas ocasiones, tanto gente de la calle como colegas que lo conocieron, que lo vieron trabajar.

Siempre me sucede lo mismo. En Gaza fue James Miller. En el Cuerno de África, hace ya un par de años, Dan Eldon. Cada vez que me dirijo a una zona en conflicto no faltan las personas que, para prevenirme sobre los peligros que puede llegar a encontrar, recuerdan a periodistas que han perdido la vida en ese mismo lugar. Y así surgió esta sección en el blog, Morir para Contar, que es un homenaje a esos reporteros que han quedado en el imaginario colectivo y con cuyos recuerdos me encuentro en los viajes.

La primera persona que me habló de Tim fue Sheila Dunaevits, responsable de comunicación de las escuelas de informática de Rodrigo Baggio. Se conocieron cuando estudiaban periodismo en la universidad. En aquellos tiempos eran novios.

«Entró a la TV Globo de mayor. De joven colaboraba en el periódico Movimiento. Era de izquierdas, contestatario, antisistema. Tenía una honda preocupación por la gente más humilde porque él mismo se había criado en una favela y sabía lo que es ser pobre», me dijo Sheila.

«Y siempre fue un fuera de serie en la profesión, con una enorme capacidad para captar la riqueza de los detalles. Hacía un periodismo comprometido, algo que ya casi nadie hace. Ahora tenemos un periodismo de gabinete y teléfono. Él era como un detective, se metía hasta el fondo».

Domingo Peixoto, brillante fotógrafo del periódico O Globo, me contó también acerca de Tim. «Un tipo único, genial. Una navidades se disfrazó de Papá Noel y salió a la calle para hacer un reportaje sobre cómo pasaban las fiestas los niños sin hogar».

Esos eran los dos ejes en que se articulaba la labor de Tim Lopes: la narrativa social, centrada en los colectivos más desfavorecidos, y la capacidad que tenía para camuflarse, para cambiar de aspecto, y sumergirse así en los mundos más sórdidos y desconocidos para sacar a la luz sus denuncias.

En una ocasión se hizo pasar por un adicto y se internó en una clínica de desintoxicación para mostrar la negligencia de los médicos que la dirigían. En otra se transformó en obrero para exponer las precarias condiciones laborales de quienes estaban construyendo el metro. Para mostrar casos de soborno, se disfrazó una vez de policía. Y para seguir a las mafias que operaban en la Estación Central de Brasil, pretendió ser un vendedor de agua.

En el año 2001 recorrió distintas favelas para desvelar la impunidad con que los traficantes ofrecían las drogas en la calle y a plena luz del día. El reportaje, titulado «Feirão do Pó» (mercado del polvo), le valió el premio Esso de periodismo.

Fue aquel trabajo el que, un año más tarde le costaría la vida. El 2 de junio de 2002, Tim entró a la favela Vila Cruzeiro, que forma parte del complexo do Alemao, para grabar un baile funky, donde sabía que las drogas corrían libremente y en donde los traficantes organizaban orgías en las que muchas veces participaban jóvenes menores de edad. Habían sido algunos vecinos, preocupados por el destino de sus hijos, los que le habían hablado de estas fiestas.

La banda del narco Elías Maluco lo atrapó y, tras torturarlo, lo quemó vivo. Un hecho terrible, brutal, que conmocionó a Brasil provocando manifestaciones en las calles, instalando en la opinión pública nuevamente el debate sobre cómo terminar con la violencia.

En próximas entradas del blog escribiré sobre Elías Maluco, y las terribles circunstancias en las que perdió la vida Tim, que tenía 51 años. También analizaré la polémica que se creó en torno al medio para el que trabaja, la TV Globo: ¿por qué lo dejaron ir sólo sabiendo que estaba amenazado? ¿No podrían haber tomado medidas de seguridad?

Pero lo más importante será la conversación que tuve con su hijo, Bruno, de 23 años, que hoy sigue los pasos de su padre como periodista en TV Globo. Con el tuve la oportunidad de cenar en dos oportunidades. Justamente en el lugar al que solía ir cn su padre, y con el que estuvo conversando sobre los peligros que estaba enfrentando por realizar aquel reportaje con cámara oculta en la favela.

Os dejo ahora un vídeo de la televisión pública en homenaje al gran Tim Lopes. En él lo podéis ver en acción en sus reportajes. El legado de un periodista extraordinario.