Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Ojalá regresen los soldados españoles

A diferencia de cientos de miles de libaneses que abandonaron el sur del país huyendo de la guerra, Nisrim permaneció junto a su marido y sus hijas en su casa del pueblo cristiano de Maryayún (escenario del famoso encuentro ente las tropas israelíes y el ejército libanés, taza de té de por medio, que tanta polémica ha generado en Líbano).

Las bombas destruyeron parte de su vivienda. Y, una madrugada, los soldados hebreos entraron a la casa arrasando cuanto encontraban a su camino: camas, televisores, sofás. Nisrim aún recuerda el horror vivido por sus hijas cuando los comandos entraron empuñando sus armas al sótano en el que se había refugiado la familia.

Al principio pensaban que se trataría de una guerra breve, apenas unos días, como en los anteriores enfrentamientos entre Hezbolá e Israel de 1993 y 1996. Pero los días fueron pasando. Y los animales que criaban, su principal fuente de ingresos, comenzaron a morir. No se animaban a salir por miedo a los misiles de los aviones no tripulados que con tantas vidas de civiles acabaron en la guerra que se extendió entre el 12 de julio al 14 de agosto de 2006. “Perdimos más de 150 cabras porque no podíamos darles de comer y no hemos recibido una lira del Gobierno”, me explica.

Cuando terminó la contienda, la anunciada llegada de nuevos contingentes de la UNIFIL, respondiendo a la resolución 1701 del Consejo de Seguridad, hizo que Nisrim viera la oportunidad de volver a poner en pie la economía familiar. Sabía que las tropas pasarían a diario frente al pequeño local que tenía junto a su marido, así que lo puso en condiciones y se preparó para trabajar con ahínco.

“Nuestro restaurante era muy popular entre los soldados españoles. Al día venían más de cuarenta. Y teníamos muy buena relación con ellos. Nos gustan los españoles, por eso pusimos las banderas en la puerta”,me dice Nisrim, que tiene 30 años de edad. “Como la cosa iba bien, entonces pedí al banco dinero para poder remodelar el negocio y comprar más productos”.

El terrible atentado del pasado día 25 de junio, que terminó con la vida de seis soldados españoles, hizo que los mandos castrenses subieran el nivel de alerta. Medida que no permite a los militares coger sus jeeps como hacían antes y bajar en sus tiempos de descanso a los pueblos. Ahora deben salir con sus chalecos antibala, en patrullas compuestas por dos vehículos y para realizar misiones concretas. Cientos de negocios, que se habían orientado hacia los gustos españoles, incluido el curiosísimo «Paquito Chocolatero», sufrieron por la ausencia de las tropas españolas.

Los indicios señalan que el atentado fue provocado por agentes ajenos a las milicias de esta zona, muy seguramente una célula de Al Qaeda, por lo que la relación entre la gente del sur y las tropas extranjeras parece no haberse deteriorado. Como bien señaló el periodista Robert Fisk en su momento, y todos los que conocemos en profundidad el ideario de Hezbolá y sus aspiraciones políticas en la escena libanesa así lo creemos, el Partido de Dios es uno de los menos interesados en que los miembros de la FINUL sufran ataques, y la amplia red de inteligencia que tiene desplegada por toda la región está muy alerta a que se puedan infiltrar grupos terroristas al sur del río Litani. Después de todo, la información señala que Hezbolá se ha vuelto a rearmar, más allá de la presencia de los cascos azules, y que ahora cuenta con un poderío aún mayor que antes de la guerra de 2006 (a quienes desconozcan la historia de la organización chií, les recomiendo el magnífico libro de Javier Martín, corresponsal de EFE en la zona) .

El cambio de rutina de los soldados españoles fue también un revés para Nisrim.“Dejé de pagar el crédito. Y no sé qué hacer. Trabajo catorce horas al día pero no llego a fin de mes”, me dice. “Se comenta que, si nada cambia, a fin de año se podría bajar el nivel de alerta y los soldados podrán volver”, le explico. “Ojalá así sea, ojalá vuelvan los soldados españoles”, exclama levantando la vista.

Finalmente, me siento a la mesa en su restaurante. Hommos, fatouche, kebbe frito. Una estupenda demostración de la extraordinaria comida del Líbano. Cuando termino, me acerco a la caja para pagar. Descubro una foto que me llama la atención.

Un soldado que en cada una de sus visitas se dedicaba a dar clases de español a la hija mayor de Nisrim. Todo un ejemplo de ese espíritu de integración, de buen hacer humanitario y cordial, que caracteriza desde hace años a las misiones de paz de este país.

Banderas españolas en el sur del Líbano

En la puerta de su restaurante, situado en la carretera que conduce a la ciudad de Marjayun, Ismail no tiene colocada una bandera española, sino tres. Seducido por el olor de la carne que asa junto a la ruta, aparco el coche y me dirijo al lugar. “¿Por qué tienes tantas banderas españolas?”, le pregunto. “Porque España es un buen país, que está aquí para ayudarnos”, me contesta en medio del humo de los kebab.

En las misiones de paz, los soldados españoles tiene fama de saber ganarse a la gente. Muy a diferencia de las tropas estadounidenses que, a base de atacar innecesaria a las poblaciones civiles como en Faluya, o de cometer atrocidades como las de Abu Graib, poco tardan en ser vistas como fuerzas hostiles, arbitrarias, de ocupación y gatillo fácil. Por supuesto que la situación de unos y otros es muy distinta, y hasta las funciones que deben realizar, pero no por ello debe dejar de elogiarse, y de señalarse como ejemplar, el buen hacer y la calidad humana de las fuerzas armadas de este país.

En estos días de viaje por el sur de Líbano lo he comprobado. Si bien aquí hay soldados de Italia, Francia, Malasia, India e Indonesia, lo cierto es que la gran mayoría de las banderas extranjeras que he encontrado a mi paso son españolas. También ayuda a la buena relación de nuestra misión de paz y la población local, el despliegue de numerosos carteles que señalan las obras realizadas con el dinero de los españoles, y que están por todas partes. Como este anuncio, que subraya que la carretera pavimentada tras la guerra fue financiada por el Ministerio de Defensa.

En este sentido, vale la pena recalcar una vez más, como lo hice con tanta insistencia el año pasado durante de la guerra entre Israel y Hezbolá, y cuando las bombas en Gaza no dejaban de caer, la absurda política de la Unión Europa de mantener un cobarde e irritante silencio cuando empiezan los enfrentamientos para luego hacerse responsable de pagar las cuentas de la destrucción (así cómo la semana pasada pagó las facturas de la luz en Gaza, cuando fue Israel quien bombardeó la central eléctrica construida por Enron, en una medida de evidente castigo colectivo, el pasado año).

Como bien sabemos todos, ese dinero no se produce mágicamente sino que proviene de los impuestos que pagamos. No digo que deberíamos dejar de apoyar a las poblaciones empobrecidas por la guerra en el sur de Líbano, pero sí que deberíamos levantar la voz con énfasis y presionar cuando Ehud Olmert, Amir Peretz y compañía deciden arrasar un país, o la franja de Gaza, como consecuencia de una estrategia perversa e ineficiente: golpear deliberadamente a la población civil para que esta, a su vez, se vuelva contra los grupos armados como Hezbolá, Hamás o la Yihad Islámica. Ya lo dijo el gran periodista israelí Gideon Levy en este blog, «nuestros líderes tendrían que saber que cuando nos atacan a los israelíes nos volvemos más nacionalistas, y lo mismo sucede con los árabes».

Hasta Renaud Girard, cronista de Le Figaró, abiertamente pro israelí, se muestra crítico en su libro La guerra fallida de Israel contra Hezbolá. Se pregunta por qué Ehud Olmert y su gabinete no aguardaron unos días antes de atacar, por qué no buscaron el apoyo internacional, por qué se les calentó la boca y desvelaron con torpeza sus estrategias al enemigo (Dan Halutz afirmó que Líbano retrocedería 20 años en el tiempo; Amir Peretz, con los prismáticos tapados mientras observaba la zona de conflicto, dijo que Nasralá nunca se iba a olvidar de su nombre). Sin hablar de la comisión del juez israelí Winograd, demoledora para Ehud Olmert y sus nefastas estrategias belicistas.

Claro que la presencia de las banderas españolas no responden sólo al afecto de la gente, sino que también tienen un elemento comercial, son un reclamo para que los soldados paren en los negocios y gasten su dinero. El siguiente cartel, traducido seguramente al español a través de Internet (habría que hacer un estudio del curioso lenguaje que crean los traductores de la red), constituye un buen ejemplo.

“El Moulook Club UN garantisa la mejor experiencia en una discoteca pata todos los machachoc y muchachas de las Nasiones Unidas, presentamos et Mejor D.J. y uno de los mejores servidores en la ciudad de Beirut. Los esperamos todos los viernes por la noche”, reza este cartel de una famosa discoteca de la capital libanesa que, de haber querido ser escrito a drede con faltas de ortografía, no se podría haber hecho peor.

Continúa…