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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Mercenarios: la intentona golpista en Guinea Ecuatorial ¿tuvo España algo que ver? (3)

Última entrada sobre el fallido golpe de estado en Guinea Ecuatorial. Como comenté en el post anterior anterior: expongo las diversas acusaciones que he encontrado a lo largo de la investigación que señalan que España estuvo relacionada con la intentona de los mercenarios. No tomo partido ni me decantanto por una u otra versión. Simplemente presento los datos a modo de cierre.

Las acusaciones de los detenidos en Sudáfrica

Ayer mencioné las acusaciones contra España esgrimidas por los detenidos en Guinea y Zimbabue. Lo mismo que hicieron aquellos que estaban en prisión en Sudáfrica por haber participado en el intento de golpe de estado.

Crause Steyl fue uno de los dos hermanos pilotos contratados por Simon Mann para coordinar la parte aérea del golpe. Los “hombres del millón de dólares”, como los describía en sus documentos, ya que esa era la cantidad que iban a recibir por su trabajo.

Detenido en Sudáfrica, junto a Mark Thatcher, uno de los financiadores del golpe, Crause Steyl declaró que España estaba implicada en la trama. Noticia de la que se hizo eco El País, además de la prensa internacional, el día 20 de enero de 2005, bajo el títular: “Un mercenario asegura que Aznar apoyó el golpe en Guinea Ecuatorial”.

Crause Steyl, un piloto y mercenario surafricano, aseguró ayer en declaraciones a la cadena británica Channel 4 que el Gobierno de Aznar apoyaba el golpe de Estado que se preparaba contra el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, en marzo pasado.

Crause Steyl tenía que recoger en Las Palmas al líder de la oposición guineana, Severo Moto, que desde hace años está refugiado en España, y llevarle a Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, a través de Bamako, en Mali.

Steyl da dos razones por las que piensa que el Gobierno español estaba implicado: la primera es que estaba en Bamako cuando el otro grupo fue detenido y, aunque había salido de España de manera ilegal, «pude entrar sin visado a pesar de que como surafricano necesito un visado para entrar en España».

Sostiene como segundo argumento que, detenido en España, el asunto se resolvió «en cuanto llegaron las personas adecuadas y quisieron hablar con el señor Moto: en 20 o 40 minutos nos dejaron abandonar la ciudad».

Channel 4 incluye un desmentido de la oficina del ex presidente Aznar, que sostiene que «es todo falso«: «Nunca hemos estado involucrados ni directa ni indirectamente. Y además, ¿dónde están las pruebas?».

Otro de los pilotos involucrados en la trama, Ivan Pienaar, aquel al que Simon Mann recurrió en los últimos momentos, exasperado tras la avería de uno de los aviones, declaró algo similar, según publica La Vanguardia dos años más tarde, el día 20 de enero de 2007, bajo el titular: “Un testigo asegura que los golpistas de Guinea Ecuatorial pretendían obtener el respaldo de Aznar a Moto como nuevo presidente”.

Robert Young Pelton también se muestra sorprendido, en su libro Licensed to Kill, de que España dejara regresar a Severo Moto y a sus hombres una vez que el intento golpe se había frustrado.

Las acusaciones ante la ONU

Las acusaciones del gobierno de Obiang hacia España surgieron en un primer momento, como comenté ayer en el blog, pero luego saltaron a la arena internacional cuando fueron presentadas por parte de Miguel Abia Biteo Boricó ante la Asamble General de la ONU. De esta noticia se hicieron eco numerosos medios, entre ellos el ABC, que el 24 de septiembre de 2004 titulaba: “Guinea acusa a España en la ONU de apoyar el golpe de Estado contra Obiang”.

Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, cuyo titular, Miguel Ángel Moratinos, se encuentra en Nueva York asistiendo a la Asamblea General, indicó que «por el momento» no había nada que comentar a estas acusaciones que, aunque no son nuevas, se producen ahora ante la ONU, lo que les confiere una mayor gravedad.

Biteo Boricó aprovechó el discurso que pronunció en la tarde del miércoles en las Naciones Unidas para asegurar que Guinea Ecuatorial se siente «seriamente amenazada» y reiterar la convicción de las autoridades de Malabo de que España está detrás de la mencionada intentona golpista encaminada a colocar al frente del país al dirigente opositor Severo Moto, exiliado desde hace años en suelo español.

El primer ministro, aseguró, incluso que España envió a las aguas jurisdiccionales guineanas dos buques de guerra de la Armada «con 500 marineros a bordo» para el caso de que se produjera resistencia al golpe de Estado.

El movimiento de los barcos de guerra españoles

Con respecto a los barco de guerra españoles que se suponía que llevaban a los soldados que iban a apoyar el golpe de los mercenarios, mucho se ha especulado. El 24 de agosto de 2004, el Times titulaba: “España ‘apoyó secretamente el golpe enviando navíos de guerra”.

Aunque no han surgido vínculos entre españoles que supieran del presunto plan de golpe de estado y Mark Thatcher, las declaraciones hechas por los mercenarios detenidos en Zimbabue parecía confirmar la implicación de España en el golpe. Mientras los mercenarios estaba supuestamente perfilando sus planes para derribar al señor Obiang, dos barcos de guerra españoles salieron de la base de Rota, cerca de Cádiz, en enero.

La fragata Canarias estaba apoyada por el navío de combate Patiño con 500 tropas de choque e infantes de marina a bordo. No se hizo un anuncio oficial, pero los que iban a bordo sabían que se dirigían a Guinea Ecuatorial. Debido a que Rota es una base de la OTAN, usada por EEUU, uno puede asumir que EEUU sabía acerca de la misión, así como su aliado cercano, Gran Bretaña.

España no había mandado barcos de guerra a Guinea desde que Guinea Ecuatorial se independizó en 1968 (mucho antes de que se encontrara petróleo). Pero alguien, y Sudáfrica es sospechosa, avisó a la prensa española. La aparente misión de los barcos anclados en Canarias fue abortada.

El 31 de enero, Ana Palacio, Ministra de Asuntos Exteriores, declaró que la visita no anunciada de los navíos españoles a Guinea Ecuatoria fue postpuesta por el gobierno que los barcos «no estaban en una misión de guerra sino de cooperación.

Eduardo Zaplana, portavoz del gobierno de Aznar, dijo que consideraba «oportuno» postponer la visita «hasta que la elecciones» hubiesen tenido lugar en Guinea. También declaró que los barcos habían sido cambiados de rumbo «porque el malentendido producido por la prensa».

Un informe del Real Instituto Elcano, con fecha 2 de febrero de 2004, también se hace eco del envío de los navíos españoles a Guinea Ecuatorial. Firmado por el profesor Carlos Ruiz Miguel, es más prudente en sus conclusiones, como se espera de un texto académico. En un primer momento analiza los datos que sustentan la teoría del apoyo español al golpe.

La hipótesis de que la abortada intervención española tuviera relación con un eventual golpe “interno” de graves consecuencias “externas” resulta difícil de probar habida cuenta de las confusas y contradictorias informaciones oficiales. Ahora bien, de entre toda esta información parece que hay datos objetivos que abonarían esta tesis.

Son cinco:

En primer lugar, el jefe de la misión naval fue avisado con extraordinaria urgencia (el capitán fue avisado 60 horas antes de zarpar) y con gran secreto.

En segundo lugar, los barcos contaban no sólo con su tripulación (que sería lo único necesario en una “visita de cortesía”, sino también con Infantería de Marina (tropa de asalto).

En tercer lugar, los infantes de Marina fueron vacunados contra enfermedades que se podrían contagiar pisando tierra, lo que revela que se contemplaba la eventualidad de una intervención.

En cuarto lugar, la ministra de Exteriores ha dicho que los dos buques españoles no sólo iban a Guinea Ecuatorial, sino también a Gabón; por cierto, se ha alegado también que la suspensión de la expedición se debió a que no se solicitaron los permisos de Gabón para entrar en sus aguas (¿las aguas disputadas con Guinea Ecuatorial?).

En quinto lugar, la orden del gobierno a los buques era permanecer en la zona “los próximos 45 días” para realizar tareas de “presencia naval”. La conjunción de todos estos datos podría explicar las causas de la orden expedicionaria.

Después abre el abanico de análisis, y señala otras posibles razones del movimiento de los navíos:

Pudiera suceder que los buques españoles tuvieran una de estas dos misiones: bien apoyar un golpe de Estado que establezca un nuevo gobierno pro hispano-norteamericano, antes de que un eventual desenlace fatal del cáncer que padece Obiang produzca un peligroso vacío de poder, bien apoyar un “contragolpe” ante la eventualidad de que estuviera ya concretada una operación de golpe de Estado contra Obiang de inspiración pro francesa.

Las filtraciones al gobierno de Londres

Robert Young Pelton, que conoce como pocos el mundo de los mercenarios, señala todas esta cuestiones en su libro para presentar la hipótesis de la participación española en la intentona golpista.

Pero va más allá, y afirma que Londres había tenido noticias del intento de golpe. El encargado de hacer llegar la información al ministro Jack Straw fue un mercenario de viejo cuño, que no había sido invitado a participar en la operación: Johan Smith. Según Young Pelton, Jack Straw convocó a Tim Spicer, cuya vida ya he narrado en el blog, y antiguo socio de Simon Mann, para manifestarle su oposición al intento de golpe.

Los documentos oficiales prueban que el Reino Unido estaba al tanto de los planes. Información que también fue recogida por The Observer. Y, a raíz de la cual cabe preguntarse, si habrían notificado a las autoridades españolas.

En base a estas, y otras informaciones, Arthur Lepic esboza en Red Voltaire la más arriesgada de las teorías relacionados con el golpe. Afirma que la trama iba más allá de España, e involucraba al Reino Unido y la OTAN (ya que los navíos partieron de la base de Rota). Sostiene que se trató de una maniobra conjunta con EEUU para desplazar a la petrolera francesa TOTAL y colocar en su lugar a Repsol YPF.

Mercenarios: Mark Thatcher y el fallido golpe de estado en Guinea Ecuatorial

El fallido golpe de estado en Guinea Ecuatorial del año 2004 sirve para desvelar cómo los mercenarios suelen trabajar a sueldo y comisión de intereses de las más altas esferas del poder empresarial y político.

La trama orquestada por el multimillonario libanés con base en Londres, Eli Calil, y orquestada por el antiguo miembro de los comandos británicos, Michael Mann, implica a personalidades como Lord Jeffrey Archer y, al más sonado de todos: Sir Mark Thatcher, el hijo de la Dama de Hierro.

Poner en marcha las finanzas

Un mes después de que Tim Spicer abandonó Sandline Internacional en el año 2000, la compañía de mercenarios con la que había traficado armas a Sierra Leona, Simon Mann creó Logo Logistics, empresa con la que recaudaría el dinero necesario para tratar de dar el golpe en Guinea Ecuatorial.

Según Robert Young Pelton, la cantidad estimada para la operación alcanzaba los cinco millones de dólares. Eso incluía los pagos a los lobistas que en Washington intentarían vender a Severo Moto, que sucedería a Obiang en el poder, como un hombre probo que terminaría con los abusos del dictador. También implicaba el alquiler de los aviones, la compra de las armas y el suelo de los 85 mercenarios que participarían en la operación.

Eli Calil, que había prometido 1,8 millones de dólares a Simon Mann, sufrió un importante revés cuando sus cuentas fueron congeladas por el gobierno francés tras el escándalo de los sobornos en la negociación entre la empresa francesa TotalFinalElf (TFE) y el antiguo dictador nigeriano Sani Abacha. Sólo pudo dar a Mann 750 mil dólares. Eso sí, le pasó una lista de posibles inversores. Se trataba de un botín suculento, para el que no faltarían aportaciones: controlar Guinea Ecuatorial, uno de los países con mayores fuentes de petróleo del mundo.

Los inversores

En algunos casos no queda claro cuánto sabían del plan quienes pusieron el dinero. Algunas fuentes sostienen que el propio Simon Mann aportó medio millón de dólares de la venta de derechos en la explotación de diamantes. Un grupo de pequeños inversores libaneses – recordemos la influencia de parte de la diáspora chií en África Occidental -, aglutinados en torno al empresario Karim Fallaha, aportó otro medio millón.

Otro inversor que, según Young Pelton, puso medio millón fue David Tremain, un hombre de negocios sudafricano. Entre los pequeños accionistas de los mercenarios la investigación señaló al político conservador caído en desgracia y llevado a prisión por sus mentiras, barón de Weston-super-Mare of Mark y pésimo novelista, Jeffrey Archer, que habría aportado 135 mil dólares.

También se presumía la implicación de David Hart, antiguo asesor de Margaret Thatcher, y de Gary Hersham, director de una inmobiliaria en Londres. Ninguno de estos presuntos implicados fue acusado formalmente.

El hijo de Margaret

El que sí fue juzgado por su apoyo al intento de golpe fue Mark Thatcher, que vivía en Sudáfrica, y que era muy amigo de Simon Mann. Ambos hombres compartían una vida de coches de lujo, mansiones y fiestas en Ciudad del Cabo. Eran parte de la jet set local.

El único hijo varón de Margaret Thatcher nunca destacó por sus logros intelectuales. No consiguió superar los exámenes finales de la universidad para poder graduarse como contable. Quienes lo conocían afirman que no era “demasiado brillante”. Durante el rally París-Dakar pasó seis días perdido en el desierto.

Pero los contactos que tenía le sirvieron para hacer fortuna. En 1981, mientras su madre visitaba Omán, Mark aprovechó para cerrar un contrato de 600 millones de dólares para construir la universidad. Su labor como intermediario en la venta de 25 mil millones de dólares en armas a Arabia Saudí, le permitió recibir una comisión suculenta: 15 millones de dólares. La venta de armamento al sultán de Brunei también lo convirtió en multimillonario, lo que desató un solapado escándalo en el Reino Unido que llegó al parlamento británico.

Thatcher no dio el dinero para el golpe directamente a Logo Logistics, sino a una empresa intermediaria Triple A. Hizo un primer pago de 275 mil dólares el 6 de enero y otro de 250 mil el 16 de enero de 2004, apenas dos meses antes del golpe. Desde allí, cien mil dólares fueron transferidos a Simon Mann.

Al fallar el intento de golpe, y salir a la luz los planes, Mark Thatcher puso en venta su casa, de cuatro millones de dólares, e intentó abandonar Sudáfrica. La fuerzas especiales lo detuvieron en agosto de 2004. En 2005 se declaró culpable de los cargos. Pagó una fianza millonaria y recibió una condena en suspensión de cuatro años.

Como en una novela, en la navidad de 2003, Mark invitó a su madre a una fiesta en la que coincidieron varios implicados en el intento de golpe, incluido Simon Mann, que se produciría tres meses más tarde. Apesar del título nobiliario heredado de su padre, las peticiones de residencia de Mark en Mónaco y EEUU fueron rechazadas, por lo que vive en Londres junto a la Dama de Hierro.

Mercenarios: la historia del delirante intento de golpe de estado en Guinea Ecuatorial

La historia del intento de golpe de estado contra Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, orquestado por Simon Mann y su grupo de mercenarios en marzo de 2004, es tan compleja y por momentos surrealista que merece una presentación detallada y exhaustiva.


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Una historia que, más allá de su valor narrativo intrínseco, aporta un elemento de reflexión en el debate sobre la participación de las empresas militares privadas en los conflictos armados, ya que muestra cómo algunos de estos hombres de armas, que hoy dicen actuar en Afganistán, Irak y Sudán para defender la paz, además del gatillo fácil que han desmotrado, pueden cambiar rápidamente de bando y ponerse al servicio de los intereses espurios: traficar armas o tratar de derrocar gobiernos.

Pero también es una narración que nos atañe directamente. Y no sólo porque Guinea Ecuatorial sea una antigua colonia española, sino porque el primer ministro de este país acusó ante la ONU al gobierno de José María Aznar de haber tenido relación con la intentona golpista.

Hipótesis difícil de demostrar que asimismo sugieren periodistas tan avezados en la materia como Robert Young Pelton. En su libro License to Kill da varias razones: la presencia de Severo Moto en Madrid, que habría ascendido al poder tras el golpe de estado, y la necesidad de nuestro país de contar con nuevas fuentes de petróleo. Hasta llega a afirmar que los planes de los mercenarios se podrían haber acelerado para que no coincidiesen con las elecciones del 14 de marzo de 2004.

El ideólogo: un comerciante libanés

La idea de sacar del poder a Teodoro Obiang, a través de la actuación de un grupo de mercenarios, surgió del comerciante libanés Eli Calil, de 58 años de edad. Nacido en Kano, Nigeria, y amigo del Comisario de Comercio de la UE Peter Mandelson, conoce muy bien la forma de servir de intermediario entre los recursos minerales de África y las necesidades de materias primas de Occidente.

Labor que, según los usos y costumbres de la región, siempre ha realizado a cambio de porcentajes de los beneficios que lo han convertido en multimillonario. Pero que en algunos casos han incomodado a las contrapartes europeas, como le sucedió en 2002. Tras haber cerrado un contrato entre la empresa francesa TotalFinalElf (TFE) y el antiguo dictador nigeriano Sani Abacha, para la explotación de petróleo en la nación del delta del Níger, fue detenido en París y las autoridades congelaron sus cuentas.

Robert Young Pelton afirma que esa fue la razón que empujó a Eli Calil a buscar un botín aún mayor: el petróleo de Guinea Ecuatorial. Siguiendo el ejemplo de Bush en Irak, vendería el golpe de estado a la comunidad internacional como una acción humanitaria, destinada a terminar con el brutal dictador Obiang. Para conseguir este objetivo, su primer paso fue financiar a Severo Moto y su gobierno en el exilio en Madrid. Estrategia que comenzó a articular en 2002.

Severo Moto ya había intentado dar su propio golpe de estado. En 1995 las autoridades de Angola lo habían detenido en un pesquero ruso cargado de armas y mercenarios cuando se dirigía a Guinea Ecuatorial. La justicia de Malabo lo condenó en ausencia a 101 años de cárcel.

Un cuantioso botín: el petróleo guineano

Guinea Ecuatorial se independizó de España en 1968. Su primer presidente, Francisco Macías Nguema, demostró ser un sátrapa autoritario en toda regla, al mejor estilo de Mobutu Sese Seko. No sólo se estima que mató cincuenta mil opositores, y obligó a tomar el camino del exilio a otros cien mil, sino que hundió a su país en la miseria, convirtiéndolo en el más pobre de África, lo que no es poco decir.

A los 37 años de edad, Teodoro Obiang sacó del poder a su tío. En cuatro días juzgó a los miembros de la antigua administración y ejecutó a Nguema. Aunque Obiang demostró no se tan cruel como su antecesor, lo cierto es que desde 1979 gobierna al país con mano dura.

La suerte de Guinea Ecuatorial empezó a cambiar en 1984, cuando se encontró el primer yacimiento de gas. Los campos de Alba comenzaron a ser explotados en 1991. Sin embargo, el descubrimiento más espectacular tendría lugar en 1995. El yacimiento de Zafiro, de petróleo y gas, y situado en el mar, permitiría la producción diaria de 350 mil barriles. Esto situaba a la pequeña nación africana detrás de Nigeria como exportadora de petróleo.

El gobierno de Obiang pasó de España y Francia a la hora de explotar estos recursos, y abrió las puertas a las empresas de EEUU: Exxon Mobil, Hees and Maratón Oil, Triton Energy, GE Petrol. Tanto es así que el petróleo africano alcanza el 15% de la cuota de mercado estadounidense, y en poco tiempo superará inclusive a Arabia Saudí.

El hombre en Malabo: un viejo mercenario

Eli Calil, que también tiene nacionalidad británica, vive en una mansión de 20 millones de dólares en el barrio londinense de Chelsea, donde cómo ya comenté en este blog tenían sus oficinas las primeras empresas de mercenarios de Tim Spicer y Simon Mann.

Para organizar el golpe de estado, Calil se puso justamente en contacto Simon Mann, cuya peripecia vital he narrado en la entrada anterior. Aunque Mann se había labrado una fortuna de más de 60 millones de dólares con sus actividades en las empresas Executive Outcomes y Sandline Internacional, lo cierto es que el imparable tren de vida que llevaba hacía que necesitase conseguir nuevos ingresos.

Radicado en Sudáfrica, Mann se encargó de coordinar a los financiadotes del golpe, que fueron hombres de poder, prestigiosos, como Mark Thatcher, el hijo de la dama de hierro. Y en el terreno, en Malabo, contactó con otro mercenario con un largo historial: Nick du Toit, que sería el encargado de articular la intentona golpista desde Guinea Ecuatorial.

La parte final del plan resultaba absolutamente surrealista. Nick du Toit llevaría a Obiang al aeropuerto, donde un avión habría traído un cargamento de vehículos de lujo destinados como regalo al dictador. En ese momento Obiang sería detenido junto a su guardia marroquí. Los mercenarios tomarían el poder y treinta minutos más tarde llegaría Severo Moto, que antes había pasado por Canarias.

Mercenarios: Simon Mann, el niño bien que terminó en una infecta prisión africana

Resulta curioso cómo a medida que te sumerges en el universo de las empresas militares privadas y de los grupos de mercenarios, descubres nuevas historias que resultan aún más difíciles de creer. Historias que nos muestran esa parte del mundo en penumbras que va desde el tráfico de armas y la lucha por el control del petróleo y los diamantes, hasta las altas tramas del poder.

A través del vídeo de los pistoleros de Aegis en Bagdad conocimos la rocambolesca peripecia vital de Tim Spicer. La sucesión de escándalos que no evitaron que se haya convertido en un respetado y multimillonario empresario del sector.

Tirando del hilo de Tim Spicer salió el nombre de Simon Mann, su antiguo compañero de armas, que lo metió en el negocio de los mercenarios. No sé que otros nombres e historias se irán encadenando en el futuro, pero sí queda claro que vivimos en una realidad con un parte lóbrega, oculta y, por qué no decirlo, hedionda.

El niño bien que se hizo soldado

Profundizo en la historia de Simon Mann. Nació en 1952. Su padre, George Mann, fue capitán del equipo inglés de cricket en los años 40. Puesto que también ocupó su abuelo, Frank Mann, en 1922.

Simon estudió en el prestigioso Eton College, en el que se codean los hijos de las clases acomodadas británicas y al que asistieron los príncipes Guillermo y Harry. En el caso de su familia la prosperidad económica les vino por la famosa destilería Watery Mann, que forma parte ahora de la multinacional Diageo.

Después de graduarse entró a la escuela militar Sandhurst, el equivalente inglés de West Point. Formó parte de la Guardia Escocesa, donde conoció a Tim Spicer. Y luego de las prestigiosas fuerzas especiales SAS, que lo llevaron a servir en Chipre, Alemania, Noruega e Irlanda del Norte. Dejó el ejército en 1985.

Escándalos, escándalos y más escándalos

Durante un tiempo estuvo en el sector de la informática, hasta que se cruzó con Tony Buckinham, militar retirado relacionado con la industria del petróleo. En 1993, las fuerzas rebeldes de UNITA tomaron el puerto de Soyo en Angola y cerraron las instalaciones petrolíferas.

El gobierno de Jose Eduardo dos Santos pidió ayuda a Buckinhman, que para esos momentos tenía su propia empresa de hidrocarburos. Buckinham contrató a la compañía sudafricana de mercenarios, Executive Outcomes, para que entrara en combate contra UNITA. Al mismo tiempo fundaba junto a Mann la filial británica de esa empresa.

En 1996 Simon Mann creó junto a su viejo amigo Tim Spicer, que acababa de dejar el ejército, la firma Sandline International. Como comenté en anteriores entradas, la idea era limpiar la imagen del trabajo que hasta el momento había realizado con Executive Outcomes. Un tiro que le salió por la culata, ya que en sus primeras misiones Tim Spicer no hizo más que meterse en problemas: terminó preso y provocó un golpe de estado en Papúa Nueva Guinea y causó un escándalo mayúsculo al traficar armas a Sierra Leona a pesar del embargo de la ONU.

Fallido golpe de estado en Guinea Ecuatorial

Al tiempo en que Tim Spicer fundaba Aegis, y comenzaba a recibir contratos millonarios en Irak, la vida de Simon Mann tomaba un camino inesperado. Visto desde la distancia, absolutamente delirante.

El plan que había urdido, y por el que esperaba ganar millones euros, era dar un golpe de estado en Guinea Ecuatorial y sacar al sátrapa de Teodoro Obiang del poder para controlar así las enormes fuentes petroleras de este pequeño país. Un botín fantástico, si tenemos en cuenta que su producción alcanza la tercera parte de la Irak.

Pero el plan les salió mal. El 7 de marzo del 2004 Simon Mann y 69 hombres fueron arrestados en Zimbabue cuando el Boeing 727 en el que viabajan hizo una escala donde se suponía que iban a recibir más de 100 mil libras esterlinas en armas.

Fue acusado de violar las leyes de inmigración, control de armas y seguridad, y de estar involucrado en la intentona golpista. Mientras tanto, ocho hombres fueron detenidos en Guinea Ecuatorial.

Mann y los demás dijeron que no se dirigían a Guinea Ecuatorial, sino al Congo para trabajar como guardias de seguridad en una mina de diamantes. Se los juzgó en Zimbabue el 27 de agosto de 2004. Mann fue declarado culpable y condenado a siete años de cárcel, que luego se redujeron a cuatro y medio por buena conducta.

El último viaje de Mann

Fue así como el joven inglés de buena familia terminó en la mugrienta cárcel de Chikurubil, infestada de ratas y carente agua potable. Pero la situación podría ir a peor, ya que todo indica que Simon Mann podría ser extraditado a Guinea Ecuatorial, donde fue condenado en ausencia a treinta años de prisión. Robert Mugabe, que está en banca rota, necesita ganarse la simpatía de Obiang, poderoso como pocos líderes africanos debido al petróleo. Si la justicia de Zimambue da el paso, Mann pasará el resto de sus días en la infame prisión de Playa Negra, una de las más infectas del mundo, en la que se practica habitualmente la tortura.

Atrás quedaban los días en que Mann, a pesar de los escándalos que lo predecían, se atrevió hasta a hacer sus pinitos en el cine. En la excelente película de Paul Greengrass, Bloody Sunday, con música de U2, encarnó al coronel Wilford del regimiento de paracaidstas británicos que abrió fuego contra una multitud desarmada el 30 de septiembre de 1972. Aquel domingo sangriento.

En la próxima entrada, la historia del surrealista intento de golpe de estado en Guinea Ecuatorial, conocido como el caso Wonga, por el que otros mercenarios de renombre terminaron en prisión. Y cuya trama llega inclusive a Madrid.

Mercenarios: Tim Spicer, tráfico de armas, dinero y poder

A lo largo de su carrera militar, Tim Spicer apenas consiguió alcanzar los objetivos que se había propuesto. Fueron dos décadas de un trabajo sin excesivos resplandores.

Sín embargo, apenas dejó el Ejército consiguió destacar y hacerse un nombre en el sector privado. No fue consecuencia de su buen hacer, sino de los escándalos en los que se vio metido.

Cabe subrayar, no sé si como mérito o crítica, que a pesar de los durísimos ataques que recibió siguió adelante con su labor. No se trataba de un militar brillante, ni de un gestor con demasiado tino, pero sí de un hombre decidido a labrarse su fortuna contra viento y marea en el mundo de las empresas privadas militares.

El escándalo de Sierra Leona

Primero fue el golpe de Estado que provocó en Papúa Nueva Guinea, y por el que terminó en la cárcel. Al año siguiente, en 1998, vino una extraña operación de tráfico de armas a Sierra Leona que lo pondría otra vez en el centro de los medios comunicación del mundo.

Se trataban de 30 toneladas de armas búlgaras, mayoritariamente AK 47, destinadas a la fuerzas del presidente de Sierra Leona en el exilio, Ahmed Tejan Kabbah. Esta operación de venta de armas violaba el embargo impuesto por la ONU, ya que Sierra Leona estaba inmersa en una sangrienta guerra civil provocada por el negocio de los diamantes.

La información saltó a la prensa británica a través de unas fotos que mostraban a miembros de la marina real ayudando a descargar en Freetown un helicóptero ruso provisto por Sandline International, la empresa en la que trabajaba Tim Spicer. Su argumento ante los ataques mediáticos fue afirmar que el gobierno británico había dado su visto bueno a la transacción, hecho este negado por Robin Cook, el ministro de Asuntos Exteriores. Sin embargo, una comisión de investigación parlamentaria concluiría que Peter Penfold, Alto Comisionado Británico para Sierra Leona, había dado «cierto nivel de aprobación» al envío ilegal de armamento.

Un caracter a prueba de críticas

Al tiempo en que agentes de aduanas revisaban las oficinas de Sandline para buscar pruebas de la venta de armas a Sierra Leona, Tim Spicer salía una y otra vez en los medios defendiendo la necesidad e importancia de las empresas militares privadas, concepto que ayudó a imponer en la prensa para sacarse de encima el tan negativo nombre de «mercenarios» o «perros de la guerra», como se los conocía hasta el momento.

Parte de su campaña mediática consistió en ofrecer un dialogo abierto entre ONGs y gobierno sobre la cuestión. Otro punto fundamental, en el que participó la agencia Spa Way, que le llevaba la prensa, fue la publicación de su autobiografía: An Unorthodox Soldier. Varios autores señalan que fue la obra de un negro literario dirigido por Tim Spicer y Sara Pearson, su asesora de imagen.

El nacimiento de sus propias compañías

En 1999, Tim Spicer abandonó Sandline. Seis meses más tarde regresó al negocio con Crisis and Risk Management. En abril de 2001 le cambió el nombre a Strategic Consulting Internacional, de la que figuraba como directora Pearson, su asesora de imagen. No eran buenos tiempos, el cambio de siglo vio una disminución del número de conflictos armados, lo que no desalentó a Spicer.

Tampoco lo desalentó carecer de experiencia naval cuando dio vida a Trident, firma especializada en la seguridad marítima. El 24 de julio de 2001, los tigres tamiles dieron el mayor golpe de la historia del conflicto armado de 18 años de duración al gobierno central de Sri Lanka. Comando insurgentes destruyeron atacaron el aeropuerto de Colombo, la capital, destruyendo la mitad de la flota comercial nacional y una tercera parte de los equipos de las Fuerzas Aéreas de Sri Lanka.

Pero el golpe más duro al gobierno de la antigua Ceilán se lo dio la banca británica, que impuso altísimos seguros como requisito para que cualquier envío de mercancías a Sri Lanka. Ocho negociadores cingaleses llegaron a Gran Bretaña para negociar un cambio de esta política. En Londres les recomendaron que contrataran a Tim Spicer y Trident, recomendación que aceptaron, para reformular la política de seguridad en puertos y aeropuertos. A excepción de un fotógrafo profesional, los que figuraban como empleados de la empresa eran todos oficiales retirados de las fuerzas especiales británicas y de los servicios secretos.

El punto de inflexión: la guerra contra el terror

La respuesta del gobierno de George Bush al 11S abrió un suculento mercado para las empresas privadas militares. También fue una victoria que en febrero de 2002, el Ministerio de Asuntos Exteriores Británico publicara el documento: Private Military Companies: Options for Regulation. Un paso de la administración británica que permitiría que se hiciera realidad lo que Tim Spicer había estado tratando de lograr desde hace años: que los grupos de mercenarios fueran legalizados y contasen con licencias.

Impulsado por los vientos de cambio, Tim Spicer creó Aegis. La empresa que finalmente lo haría multimillonario a través de suculentos contratos en Irak. Se rodeó de gente muy bien relacionada. Entre otros ex altos mandos militares y políticos: el general retirado Jeremy Phipps, que condujo las actuaciones de las fuerzas especiales británicas en la crisis de los secuestros de la embajada iraní en Londres, en 1980. Y también fichó a Robert Mc Farlane, antiguo asesor de Seguridad Nacional de Ronald Reagan, relacionado con el escándalo Irán-Contras.

Otro golpe de suerte fue que su antiguo compañero de armas, el brigadier general Tony Hunter-Choat, fuese nombrado responsable de seguridad del programa de gestión de la Autoridad Provisional en Irak. Oficina que sentaría las bases para el que sería el primer contrato de Aegis

Tras varios años de fracasos, finalmente la peripecia de Tim Spicer en el mundo de las empresas militares privadas levantaría vuelo. El resto de la historia ya la he contado. Los 28 millones de euros de ganancias personales anuales. La fama de playboy. Y las irregularidades de las que fue acusado en Irak, incluido el último escándalo al que debería hacer frente: el vídeo de sus hombres disparando a civiles por las calles de Bagdad.