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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Segundo aniversario de la intifada saharaui

En los viajes que realicé a los campamentos de refugiados saharauis fui testigo de la atención con que los jóvenes siguen la intifada que en mayo de 2005 comenzó en los territorios ocupados por Marruecos. Vi cómo en los escasos cibercafés se reúnen para contemplar a través de Internet la pacífica resistencia de sus compatriotas contra la represión del régimen alauí y la indiferencia del mundo.

La palabra “intifada” quiere decir en árabe «levantamiento». Expresión que se hizo mundialmente famosa cuando en 1987 los refugiados palestinos, en el campo de Yabalia, empezaron una insurrección popular sin precedentes. Mujeres, hombres y niños salieron a manifestarse contra la opresión del ejército hebreo, contra los toques de queda y la discriminación racial, contra la miseria y la postergación en la que estaban atrapados. Decayó en 1991. Y terminó en 1993, con los Acuerdos de Oslo, cuando los palestinos creyeron que finalmente la comunidad internacional escuchaba su legítimo reclamo.

Las promesas rotas por las distintas administraciones israelíes, que mientras hablaban de paz no hacían más que promover el arribo de cientos de miles de colonos a Cisjordania y Jerusalén Oriental (incluido el supuestamente generoso primer ministro Ehud Barak, que fue, según Robert Fisk, uno de los mayores promotores de la anexión de hecho de los territorios que la legalidad internacional señala como palestinos según la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), así como la corrupción y represión de Al Fatah y Yasir Arafat, desataron la segunda intifada, que tuvo como punto de partida la visita a la Explanada de las Mezquitas del ministro de defensa Ariel Sharón en el año 2000, aquel hombre que avanzaba pesado y tambaleante como si aún cargase la estela de los muertos de Sabra y Chatila.

A diferencia de las intifadas palestinas, la saharaui es absolutamente pacífica. No así la respuesta del gobierno marroquí, al que organizaciones de derechos humanos acusan de detenciones ilegales, desapariciones y torturas.

Recuerdo cuando el año pasado, visitando una radio local en los campamentos saharauis, me mostraron a través de Internet varios vídeos de estas acciones de protesta ciudadana. Acciones como levantar banderas saharauis o realizar pintadas, que eran reprimidas sin contemplación por las autoridades marroquíes, muchas veces frente a la mirada pasiva de los oficiales de la Minurso, la misión de Naciones Unidas para el Sáhara. Acciones grabadas a escondidas con cámaras de vídeo doméstico desde detrás de una ventana o desde la calle misma, y que luego eran colgadas en la red.

Las señales de que el pueblo saharaui está llegando al final de su paciencia tras treinta y dos años de exilio son cada día más evidentes. Así lo expresó hace dos semanas Mohamed Abdelaziz, secretario general del Frente Polisario, en una conferencia de prensa a la que asistí en el campamento de Djala. Algunos especialistas ya han señalado que el reciente llamamiento del Consejo de Seguridad de la ONU, a través de la resolución 1754, a poner en marcha negociaciones directas entre el Frente Polisario y Marruecos, podría ser la última oportunidad para una resolución pacífica del conflicto.

¿Tenemos que esperar a que este pueblo pase a la lucha armada para reaccionar? ¿Sólo la pérdida de vidas inocentes nos hará actuar? ¿Y sucederá entonces, como en muchos otros casos, que se transformará a la víctima en culpable por no tener la paciencia de seguir tolerando tanta injustificia y opresión? ¿Saldrá entonces algún comentarista español bienpensante a decir, desde la comodidad de su redacción, que el pueblo saharaui se equivoca al elegir el camino de la violencia?

Es importante que recordemos algo crucial: al igual que en el caso del pueblo palestino, los sarahuis sólo piden que se respete la legalidad internacional. Nada más. Reclaman que se acaten las decisiones de la ONU del mismo modo en que lo exige EEUU en relación a los programas nucleares de Irán o Corea del Norte, y como lo hace Israel en relación a las resoluciones 1559 y 1701 sobre el desarme y control de Hezbolá.

A continuación, uno de los tantos vídeos de la intifada saharaui que se encuentran en Internet (y en el que aparece Aminetu Haidar, de quien ya hablamos en este blog). Y, para terminar, una atinada frase de Eduardo Galeano, con quien el año pasado coincidí en los campamentos de refugiados saharauis:

«El patriotismo es, hoy por hoy, un privilegio de las naciones dominantes. Cuando lo practican las naciones dominadas, el patriotismo se hace sospechoso de populismo o terrorismo, o simplemente no merece la menor atención».