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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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El poder de las sectas secretas en África

Aunque apenas encontró reflejo en los medios de comunicación internacionales, lo cierto es que, durante las semanas de violencia post electoral en Kenia, la gente de a pie no dejaba de hablar los mungiki, la secta o sociedad secreta perteneciente a la etnia kikuyu cuyo accionar ya describí exhaustivamente en este blog.

Se les atribuían los peores crímenes perpetrados por los kikuyus en respuesta a los asesinatos de los lúos y kalenjin después de que el candidato opositor Raila Odinga viera cómo Mwai Kibaki presionó a la comisión electoral para que maquillase los resultados de las votaciones. Entre otros, la muerte del diputado Mugabe Were. Aunque, principalmente, las matanzas en las ciudades de Nakuru y Naivasha.

Una y otra vez escuché decir que los mungiki se estaban entrenando en Uganda, y que volverían armados para iniciar una guerra civil. Escuché a niños, en campos de refugiados y barrios de chabolas, hablar con horror de esos hombres con cabello rasta como los Mau Mau, que decapitan a sus adversarios, que controlan buena parte de asentamientos marginales como Mathare y Kibera, que afirman luchar para que África vuelva a sus valores tradicionales. Entre otros, la mutilación genital de las mujeres, probíbida por ley en Kenia, y abandonada por los kikuyus por la influencia colonial.

Según un informe de la Oscar Foundation, publicado en 2007, este es el listado de sectas que existen en el territorio keniano y que fueron prohibidas por el Gobierno:

1. Mungiki

2. Taliban

3. Kamjesh

4. Chinkororo

5. Sungu Sungu

6. Jeshi la Embakasi

7. Tharaka Community

8. Amachuma

9. Saboat lands Defense Force (SLDF)

La presencia en África de estas sectas o sociedades secretas, no debe ser menospreciada. Y aporta otro plano de análisis a la ola de violencia que a partir del 27 de diciembre provocó más de mil muertos en Kenia.

En próximas entradas, además de narrar mi encuentro con los chinkororo, el grupo armado ligado a la tribu de los kisii, intentaré describir cómo funcionan algunas de estas organizaciones no sólo en Kenia, sino en el resto del continente, y qué desafíos implican para el futuro de esa África próspera y en paz que tanto deseamos.

Una guerra de arcos y flechas en Kenia

Chepilat es un humilde pueblo rural, situado en la zona occidental de Kenia. Precarias casas de ladrillos, caminos de tierra. Su calle principal marca el límite entre las provincias de Nianza y Rift Valley. Y también funciona como frontera natural entre dos grupos tribales: los kisii y los kalenjin.

Allí dio sus últimos coletazos la ola de violencia post electoral que dejó más de mil muertos en Kenia y 300 mil desplazados. Los miembros de ambas comunidades se enfrentaron con arcos y flechas. Las cifras de fallecidos varían: entre 14 y 30, dependiendo de la fuente consultada.

Tras haber presenciado la fallida reunión de paz entre ambas comunidades, me dirigí en numerosas ocasiones a Chepilat por si los enfrentamientos volvían a reanudarse. Pero el despliegue del Ejército en la arteria principal, esa suerte de muro que separa a ambas comunidades, ha evitado, hasta el momento, nuevos derramamientos de sangre.

La versión de los kisii

Sí fui testigo de cómo los primeros kalenjin volvieron al pueblo tras haber huido. Del reencuentro con quienes habían sido sus vecinos durante años para convertirse, repentinamente, en enemigos acérrimos. Y pude preguntar a unos y otros qué había generado la violencia.

Julius Makori Sane es el responsable del único dispensario del pueblo. Fue el primero en brindar atención médica a los que llegaban con las flechas enemigas incrustadas en el cuerpo. «Algunos me las pidieron, se las querían llevar de recuerdo», afirma, mientras me muestra las que conservó de los casos más graves, de aquellos que tuvieron que ser derivados a hospitales.

«No odiamos a los kalenjin. Hemos vivido con ellos toda la vida», me explica Makori, que pertenece a los kisii. «El problema es que ellos son pastores y nosotros agricultores. Y nos tienen envidia. Como somos gente de negocios, trabajadora, ganamos dinero y les compramos algunas tierras del otro lado de la calle y construimos allí casas. Después de las elecciones empezaron a decir que esas tierras les pertenecían y nos comenzaron a atacar».

Más allá de decir que no odia a los kalenjin, lo cierto es que el relato que hace de sus supuestas tradiciones guerreras, no los presenta bajo una luz demasiado «querible». «Es gente muy peligrosa, que hace cosas terribles a sus adversarios. Les cortan la cabeza, los brazos. Hacen rituales. Por la noche no puedes salir desprevenido, no puedes andar por su territorio».

La versión de los kalenjin

Para mi sorpresa, la versión que recojo de esos primeros kalenjin que regresan a Chepilat, es la contraria. Gerard San, comerciante de la zona, me dice que las casas quemadas del otro lado de la carretera, no son propiedad de los kisii sino de los kalenjin.

«No ves que son muchos y que viven en una provincia muy pequeña. Quemaron nuestras casas para echarnos, para seguir avanzando sobre nuestro territorio», me explica. «Dos terceras partes de las casas quemadas eran kalenjin, fabricadas con adobe, como las hacemos nosotros».

Según Gerard, los kisii hicieron una colecta para traer a los guerreros chincororo. «Fue algo planeado. Aprovecharon las elecciones para sacarnos de nuestro territorio», sostiene.

En respuesta, Julius Makori dice que sí, es cierto que hicieron una colecta para que los defendieran los guerreros de la secta chincororo, pero después de que los kalenjin comenzaran a atacarlos.

De sectas y tierras

Difícil saber quién comenzó, ya que resulta imposible encontrar fuentes objetivas. Las autoridades estatales no se hicieron presentes en la zona hasta que no se registraron los primeros muertos. Y, según me comentan ambas partes, los policías locales tomaron partido por su propia comunidad.

Con respecto al origen de la tensiones tribales en Kenia, recomiendo un artículo de John Lonsdale, profesor emérito de Historia Africana Moderna, que explica cómo el brutal poder colonial británico fue produciendo las primeras fracturas entre las comunidades autóctonas.

Otro tema fundamental, poco tratado por la prensa, es el de la tierra. Un bien escaso en Kenia, que los kalenjin exigen que se les devuelva en buena parte de la geografía basando sus reclamos en derechos ancestrales que entienden que los kisii y los kikuyus han vulnerado.

Un choque, entre nómadas y agricultores, que también tiene lugar en otras partes del continente, como sucede con los afar en Etiopía. Y que los expertos sostienen que se irán agravando a medida que avance el cambio climático.

Y, finalmente, una cuestión de la que nada se ha hablado en los medios de comunicación: las sectas. Por parte de los kikuyus, la secta mungiki, acerca de la cual ya escribí hace un mes. De los kisii: los guerreros chincororo.

Un aspecto apenas conocido de esta África que desde la distancia parece un conjunto homogéneo. Pero que no sólo se divide en tribus y etnias, sino también en numerosas sectas que se mueven en la sombra del poder.