Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Generation Kill

La narración periodística de la guerra desde la perspectiva de los soldados suele tener bastantes detractores. No goza de excesivo prestigio eso de acercarse a un conflicto “empotrado” con uno de los bandos en combate.

Sin embargo, el libro “Generation Kill”, que parte de la serie de artículos que Evan Wright escribiera para la revista Rolling Stone bajo el título «Killer Elite», demuestra que más importante que el punto de vista narrativo es aún la voluntad por contar la verdad.

Porque aunque la única voz que presenta el libro sea la de los marines de EEUU, los cierto es que constituye uno de los documentos más descarnados y honestos escritos en los últimos años sobre la estupidez de la guerra.

La invasión de Irak

Ausente de experiencia en un conflicto bélico, mal preparado y pertrechado, Evan Wright se une en Kwait a la Primera División de Reconocimiento del Cuerpo de Marines de EEUU en vísperas de la invasión de Irak que tuvo lugar en marzo de 2003. Cuando llega el momento de cruzar la frontera, parte con ellos en dirección a Bagdad.

Llama la atención, en primer lugar, que los soldados también carecen de parte del equipamiento que necesitan: baterías para los equipos de visión nocturna, aceite para evitar que se traben las ametralladoras calibre .50 que viajan en lo alto de los humvees, expuestas a la arena y el viento, según señala en repetidas ocasiones el cabo Gabe Garza, artificiero del vehículo perteneciente a la compañía Bravo en el que se desplaza el periodista de Rolling Stone.

“Su trabajo es el más peligroso y exigente. A veces de pie veinte horas, tiene que escudriñar el horizonte en busca de amenazas. Los marines lo consideran uno de los hombres más fuertes del batallón”, describe Wright al soldado de 19 años.

Civiles muertos

Después, lo que conmueve es la cantidad de civiles inocentes que van matando por el camino. En la mayoría de los casos, por meros descuidos, por la confusión que implica toda guerra, y no porque constituyesen amenaza alguna.

. Los miembros de la compañía Bravo lanzan una granada de humo para movilizar a una multitud pacífica de refugiados que huye de Bagdad. Por error, le pegan en la cabeza un anciano que, acto seguido, cae fulminado al suelo.

. Otro integrante del equipo junto al que viaja Wright, el cabo Harold Trombley, que lleva una ametralladora liviana SAW M249, dispara a unos camellos para divertirse y, como más tarde sabrá, termina asesinando a un niño.

“Trombley es un chico delgado, pálido y de cabello negro de Farwell, Michigan. Habla con voz suave pero a la vez profundamente resonante que no concuerda con su cara de niño”, escribe sobre ese otro joven que conversa con su arma, que no parece encontrarse en sus cabales.

. Más adelante, los miembros de la compañía Bravo vigilan una aldea. Sólo ven a mujeres y niños. No hay amenaza alguna. Sin embargo, la humilde población es bombardeada. Nada queda en pie.

. Aunque carecen de formación en labores de control de la población civil – se definen a sí mismos como “guerreros”, “asesinos” – van montando checkpoints a lo largo del camino que recorren. No pocas veces disparan a los coches de civiles confundidos que no atinan a parar.

. Sin quererlo, matan a una niña iraquí que viaja en la parte trasera de un coche. Enfadados, le preguntan al padre por qué no se ha detenido cuando le hicieron señas. El hombre, con la pequeña muerta en brazos, les pide perdón.

Resulta, en este sentido perturbador ver cómo rápidamente los soldados se acostumbran a matar inocentes. Cómo sólo quedan unos pocos, y al final ninguno, que expresan consternación ante este rosario de muertes gratuitas.

Generación asesina

Despistados ideológicamente, preocupados ante todo por sobrevivir, el único valor tangible que parece guiar a los jóvenes soldados es la camaradería. Velar por el compañero, arriesgar inclusive la vida por él. Demostrar que son dignos integrantes del equipo. Hacer honor al espíritu gregario que los nutre y protege. Y, en segundo término, una lealtad, aunque más difusa, al cuerpo de Marines.

No hay héroes ni idealistas, como quizás los pudo haber habido en la lucha contra el fascismo durante segunda guerra mundial, sino muchachos que buscan un futuro mejor y volver a casa en una pieza. De allí seguramente el título, Generation Kill, ya que, despojados de toda justificación, de un interés común superior o de un imperativo moral, sus actos dan la impresión de quedarse en una única consecuencia: la muerte.

Muchachos que vienen de la cultura de la MTV, de la comida basura, de los videojuegos (como vimos el año pasado en Afganistán), que son parte de un mundo globalizado. Muchachos que hablan constantemente de follar, masturbarse o cagar, que en su mayor parte se criaron en la periferia de las ciudades, o en el campo, y que sufren algunas tensiones raciales entre sí, según lo demuestran los diálogos en los que participa el sargento Tony Espera, de origen latino.

Muchachos como el cabo Josh “Ray” Person, que mientras canta a viva voz conduce el humvee de los protagonistas aunque carece de licencia, y que parece obsesionado durante los primeros días de la guerra por saber si el rumor sobre la supuesta muerte de Jennifer López es cierto.

«Es de Nevada, Missouri, una pequeña ciudad donde el Nascar es como una suerte de religión estatal. Habla con un acento que no es del todo del sur, sólo rural, y fue educado orgullosamente pobre y trabajador por su madre. ‘Vivíamos en una caravana en la granja de mi abuelo, yo recibía un par de zapatos al año de Wal Mart'», escribe Wright.

Honestidad narrativa

El hecho de que se tratara de una guerra basada en mentiras y espurios intereses económicos, torpemente planificada y ejecutada en sus esferas más altas, da la impresión de reflejarse también en algunos de los oficiales de la trama.

Un comandante dubitativo y servil a pesar de su voz ronca de mafioso: el teniente coronel Stephen «Godfather» Ferrando; otro torpe y de pocas luces: el capitán Craig «Encino Man» Schwetje; otro asustado y delirante, peligroso para propios y ajenos, que se dedica a coleccionar fusiles AK47 iraquíes: el capitán David «Captain America» McGraw.

Quizás el personaje más estimulante sea el sargento Brad “Iceman” Colbert que, con su fusil M4 siempre en los brazos, está al mando del coche en el que viaja Wright. Uno de los pocos que puede articular un discurso complejo, aunque no por ello parece menos impasible al sufrimiento de los iraquíes.

«Si bien se considera un ‘marine asesino’, también es un empollón que escucha a Barry Manilow, Air Supply y prácticamente todo la música de los años ochenta, excepto rap», escribe Wright en relación al joven que seguramente fue su guía a lo largo de la experiencia.

Lo que no hay en la narración son personajes estereotipados, arquetípicos, buenos o malos. No parece haber juicio moral o segundas intenciones en el retrato coral que Wright traza de ellos. Da un paso atrás, coloca un espejo frente a la realidad de la guerra que viven esos muchachos y describe su comportamiento con todas sus complejidades y contradicciones.

La serie

Del libro sale la impecable serie de televisión «Generation Kill» (agradezco a David Beriain la recomendación, que me ayudó a vencer las reticencias iniciales), cuyos productores tuvieron la inteligencia de mantenerse fieles al relato original.

Una producción fidedigna hasta la médula en cómo recrea los equipos, los combates, los escenarios, que no cede al espectáculo del modo en que lo hace Black Hawk Down, que realmente muestra cómo es hoy en día una guerra, y que contrasta con las absurdas crónicas que televisiones como CNN o Fox emitían desde el terreno en aquellos días.