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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Favela Tour (un polémico recorrido por la Rocinha)

Se trata de una de las visitas más polémicas en la ciudad de Río de Janeiro. Tanto es así que la agencia oficial de turismo, Rio Tour, la omite de su lista de recomendaciones. Sin embargo, los responsables de Favela Tour, que organizan dos recorridos diarios por los barrios marginales de la gran metrópoli carioca, afirman que debería ser un destino insoslayable para los turistas, ya que en estos barrios vive el 20% de la población de Río de Janeiro, más de un millón de personas.

Movido por la curiosidad, pago los 65 reales (23 euros) de rigor y me sumo a uno de estos tours. Mientras avanzamos hacia nuestro primer destino, la favela de Villa Canoas, el guía, Alberto, realiza en inglés una somera introducción a la cultura brasilera. Ofrece algunos datos interesantes: tasa de alfabetización, que es del 87%, salario mínimo, que no supera los 350 reales (126 euros – Lula ha prometido un aumento en breve). Nos comenta que en Río de Janeiro hay 750 favelas.

Después sigue por una serie de tópicos prescindibles pero que, ante la cara de fascinación de mis compañeros de viaje (un estaodunidense, un australiano, dos daneses y una pareja de franceses que no habla inglés, por lo que no se entera de nada), creo que tienen sentido. Estos tópicos van desde Pelé al Carnaval, a la alegría de los brasileros a pesar de la violencia y la miseria (lo cual es cierto).

También dedica buena parte del trayecto a hablar de fútbol, lo cual, dada mi supina ignorancia en materia deportiva, me parece muy interesante. Nos muestra el estadio del Flamengo, situado en el barrio de Gávea, y señala que este equipo local tiene nada más y nada menos que 30 millones de seguidores.

Villa Canoas es, con todo respeto, una favela «cinco estrellas». Nada que ver con el complexo de Alemao o con Acarí. Primero, porque no tiene traficantes. Segundo, porque sus casas presentan un aspecto humilde pero digno: paredes pintadas de colores, calles asfaltadas, bien señalizadas.

Villa Canoas se encuentra en São Corrado, una de las zonas más ricas de la urbe carioca. Nació cuando los trabajadores del lujoso campo de golf de la zona se comenzaron a radicar en los morros vecinos para no tener que viajar cada día hasta la periferia. En algunas partes conviven las austeras moradas de la favela con las mansiones de los ricos, separadas apenas por una calle.

De Villa Canoas nos dirigimos a la Rocinha, la favela más famosa de Brasil hasta que salió la película «Ciudad de Dios». Los datos oficiales señalan que cuenta con 60 mil habitantes, pero nuestro guía afirma que esta cifra podría ascender hasta 160 mil, por lo que contaría con el mismo número de residentes que el barrio de Copacabana.

La parte baja de Rocinha me sorprende por el desarrollo del que goza. Farmacias, bancos, tiendas de electrodomésticos. «La gente de la ciudad comprendió que podía invertir aquí también, que este es un mercado próspero para los negocios», nos explica Alberto.

Curiosamente, una de las principales calles comerciales se llama Via Apia, como la famosa calzada romana (via Appia). A pesar de la impresión de calma y normalidad, Alberto me dice que los traficantes están a la vuelta de la esquina, donde tienen una «boca de fumo» desde la que venden la droga tanto para los habitantes de la favela como para los que viven en las lujosas casas de São Corrado y la Barra da Tijuca. Estos últimos, no la vienen a comprar sino que llaman por teléfono. Y son los jóvenes conocidos como «aviones», quienes bajan del morro y se las llevan a sus domicilios. Un servicio eficiente, sin dudas.

En el camino nos encontramos con otros grupo de turistas. Estos van en un jeep, lo que da a su visita un aspecto de safari, como si estuviesen en una reserva natural masai de Kenia o algo por el estilo. Alberto saca pecho: “Somos el único operador turístico que trabaja con la comunidad”. Y es cierto, Favela Tour dedica un porcentaje de sus ganancias a la escuela Para Ti, que brinda aulas de día a los niños de la favela. Marcelo Armstrong, el joven de São Corrado que creó esta empresa en 1992, quizo desde el comienzo que así fuera, para diferenciarse de otras visitas, para demostrar su compromiso con la comunidad. Como dice en sus folletos: “No é voyeuristico”.

Subimos hacia lo alto del morro. Alberto muestra fotos de Juan Manuel Fangio, cuando corría en su coche de Formula Uno por esta carretera, que unía a São Corrado con el resto de Río de Janeiro, en los tiempos en que aún no existía la favela y esto no era más que selva. Omite un dato, que el quíntuple campeón de fórmula uno, cuyo nombre pronuncia con acento brasilero, era argentino.

Como toda visita turística, esta termina en un lugar de compra de souvenirs. Varios artesanos de la favela ofrecen sus obras a los visitantes. Converso con mis compañeros de viaje. Uno de ellos, el estadounidense, parece impresionado, no deja de tomar apuntes en su libreta. El resto, más bien indiferentes. Ya hablan de la playa a la que irán y de las fiestas que los esperan esta noche.

Alberto me explica que hace tres años tuvo aquí una cruel guerra entre los integrantes del Comando Vermelho (rojo), que dominaba la favela. Murieron docenas de personas. Y surgió entonces la tercera facción armada de Río de Janeiro, que poco a poco se ha ido extendiendo por otros barrios marginales: ADA (Amigos de los amigos).

El paisaje desde esta última parada es imponente. El Cristo, la Lagoa, algunos de los barrios más prósperos de Río de Janeiro como Gávea. Un rasgo llamativo de muchas favelas: sus extraordinarias vistas.

Una experiencia llena de contradicciones esta visita matinal a las favelas, que termina con devolución de cada uno de los turistas a su hotel. No entiendo la polémica y la oposición, cuando está organizada con criterio, información y buenas intenciones como lo hace Favela Tour.

Eso sí, tampoco hay que esperar demasiado. No es más que un vislumbre, superficial y fugaz del mundo de la pobreza y la marginación. Depende de cada uno después ahondar, sumergirse, como todo en la vida.