Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Echar a los «inmigrantes» en Kenia

Los jardines Moi, que normalmente eran un razón de orgullo para los habitantes de la ciudad de Karicho, con su césped siempre cortado y sus flores, se ha convertido en un lodazal, se ha poblado de improvisadas tiendas de campañas hechas con plásticos de la Cruz Roja y ramas de esos árboles que antes servían de solaz para quienes venía aquí a pasear.

Un césped verde, generoso, como los cultivos de té que cubren las laderas de los cerros que rodean a Karicho y que conforman un paisaje de sinuosos caminos y casas de madera que recuerda a Ruanda.

La fisonomía que caracteriza a esta parte del hogar ancestral de los kalenjin, que después de las elecciones decidieron que no querían compartir ni con los kikuyus, los kissi, los luhya o los lúo, a los que salieron a echar a machetazos, a quemar sus casas, obligándolos a buscar refugio en los jardines de Moi.

Justamente otra de las razones que explican la violencia post electoral en Kenia es el concepto de “tierra ancestral”. Durante el dominio británico, la creación de grande emprendimientos comerciales agrícolas obligó a las autoridades coloniales a privar de parte de sus tierras a numerosos grupos autóctonos como los kalenjin.

Cuando en 1963 se alcanzó la independencia, estos grupos pensaron que sus tierras ancestrales les serían devueltas. Pero lo cierto es que el gobierno de Jomo Kenyatta la entregó a otras tribus, la vendió al sector privado.

Desde entonces llevan protestando para recuperar lo que consideran que es suyo. Y esta no es la primera vez en que la violencia estalla en Kenia. En 1997, docenas de personas murieron en enfrentamientos que también provocaron desplazamientos masivos de población.

Y cada año que pasa, la pugna por la tierra se vuelve más evidente, debido también al crecimiento poblacional. Según un artículo del Saturday Nation, la tasa de hijos por mujer era de 4,7 entre 1995 y 1998. Cifra que en 2003 aumentó a 4,8.

El 80% de los 33 millones de personas que viven en este país, depende del 20% del territorio cultivable. Una población joven – el 50% de los kenianos tiene menos de 15 años – que se encuentra sin trabajo, sin acceso a una tierra en la que dedicarse a la agricultura, y que en diversas zonas tras el fraude electoral salió a expulsar a los “inmigrantes” del territorio que creen que les pertenece por derecho ancestral.

En Eldoret, donde tuvo lugar el asesinato de 80 personas en una iglesia, el número de habitantes ha pasado de 50 mil a 200 mil a lo largo de la última década. El arribo masivo de personas provenientes de otras provincias y etnias fue despertando el resentimiento de los pobladores autóctonos.

La creación de un moderno aeropuerto, de la universidad Moi, de un hospital de referencia, así como la fertilidad de un suelo con gran potencial para la industria lechera, para el cultivo de maíz y mango, atrajo a los “inmigrantes”.

Lo trágico de esta historia es que no se enfrentaron a los grandes terratenientes, sino a otros agricultores tan pobres como ellos.

Un estudio publicado por el Sunday Nation señala que la principal demanda de los kenianos es la creación de una nueva constitución, que quite poder al presidente y lo pase al parlamento y a las provincias. Otra de las exigencias de muchos ciudadanos es que se solucione «el problema de la tierra”.

“El concepto de tierra ancestral es esencial para muchos africanos”, me dice David Otieno Ajiya, un médico lúo en Kisumu. “Es donde tienes enterrados a tus antepasados, es tu lugar en el mundo. Como la familia, que aquí actúa de red de seguridad social. Son conceptos que tienen un valor muy distinto al que se le puede dar en Europa. Aunque lo que está de fondo es la miseria, la frustración de la gente que no tiene un espacio para trabajar, para salir adelante”.