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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La voz de Rachel Corrie

«Esto tiene que terminar. Hemos de abandonar todo lo demás y dedicar nuestras vidas a conseguir que esto se termine. No creo que haya nada más urgente. Yo quiero poder bailar, tener amigos y enamorados, y dibujar historietas para mis compañeros. Pero, antes, quiero que esto se termine. Lo que siento se llama incredulidad y horror. Decepción. Me deprime pensar que ésta es la realidad básica de nuestro mundo y que, de hecho, todos participamos en lo que ocurre. No fue esto lo que yo quería cuando me trajeron a esta vida. No es esto lo que esperaba la gente de aquí cuando vino al mundo. Éste no es el mundo en que tú y papá queríais que viviera cuando decidisteis tenerme.»

Estas son las últimas palabras que Rachel Corrie, una activista estadounidense que había viajado a Gaza para oponerse a la demolición de casas palestinas, le escribió a su madre antes de perder la vida. El 16 de marzo de 2003, Rachel se paró frente a un bulldozer modelo D9 del ejército israelí que iba a demoler la vivienda de un médico palestino. Aunque el conductor la vio, según relatan los testigos, decidió seguir adelante. Le pasó por encima, destrozándole la cabeza, las piernas y la columna. Rachel tenía 23 años.

Si de algo sirvió la muerte de esta joven estadounidense, que se convirtió en un símbolo de la ignominia de la ocupación, fue para que el mundo conociera la política de expropiaciones y derribos puesta en marcha por las sucesivas administraciones israelíes. Además de artículos, libros y documentales, se estrenó una obra de teatro que narra los trágicos sucesos que terminaron con su vida.

Primero en el Royal Court Theatre de Londres. Después se trató de que llegara a Nueva York, pero las presiones de ciertas organizaciones obligó a posponer el estreno. Finalmente, gracias a las protestas de numerosos artistas e intelectuales, entre los que se contaba el dramaturgo judío Tony Kushner (autor del magnífico drama Homebody/Kabul, entre tantas otros , y responsable del guión de la película Munich) se estrenó en una sala cálida y desvencijada, el Minetta Lane Theatre, en la calle del mismo nombre, en la frontera entre Greenwich Village y Soho.

«Para cualquier persona no cegada por el fanatismo, el testimonio de Rachel Corrie sobre una de las más grandes injusticias de la historia moderna —la condición de los hombres y mujeres en los campos de refugiados palestinos donde la vida es una pura agonía— es, al mismo tiempo que sobrecogedor, un testimonio de humanidad y de compasión que llega al alma (o como se llame ese residuo de decencia que todos albergamos). Para quienes hemos visto de cerca ese horror, la voz de Rachel Corrie es un cuchillo que nos abre una llaga y la remueve», escribió Mario Vargas Llosa en El País tras ver la obra.

Hace dos semanas se estrenó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una versión sucinta de la tragedia de esta activista estadounidense, bajo el título La voz de Rachel Corrie, basada en los correos electrónicos que escribió a sus padres durante las dos semanas que pasó atrapada en Gaza antes de morir.

El artífice fundamental de esta obra es Alexandra Fierro, responsable de Pasionarte, una productora de teatro que suele apostar por textos comprometidos, que denuncian las injusticias y desafíos del mundo en que vivimos.

Para dar vida a La voz de Rachel Corrie, Alexandra Fierro repasó la correspondencia electrónica de Rachel Corrie, y mantuvo largas conversaciones con su familia. «A diferencia de otras obras, no son las palabras de un personaje de ficción las que recito en el escenario, sino de una persona de carne y hueso, por lo que tiene una profunda carga emotiva, una profunda humanidad. Hay momentos en los que tengo un nudo en la garganta», me dijo Alexandra después de la función, añadiendo que había potenciado aún la carga emocional de la obra el hecho de mantener una relación tan estrecha y fluida con la madre de Rachel, que, en la ficción, sería su propia madre.

Ese pozo de sensaciones del que habla Alexandra se percibe en todo momento a lo largo de la obra, y recorre uno a uno a los espectadores de la sala, que presencian conmovidos el testimonio de Rachel, en primera persona, con su idealismo irreverente y combativo, con toda su ilusión, de joven dispuesta a dar su vida con tal de construir una realidad mejor.

Uno de los aciertos de la obra, además de lo simple y directa que se percibe en apariencia, es que cada uno de los monólogos es sucedido por una pieza musical interpretada en vivo por artistas de la talla de Cristina del Valle, Nacho Campillo (Tam Tam Go) y Niccoló Fabi, cantautor italiano que sorprendió al público por su prodigiosa voz.

Al igual que con James Miller, o la familia Galia, ningún soldado del ejército israelí fue condenado por lo sucedido. No obstante, el Gobierno tomó buena nota de la influencia que los activistas sociales llegados desde el extranjero y que trabajan como voluntarios del Movimiento Internacional de Solidaridad —organización de la que formaba parte Rachel Corrie— podrían llegar a tener en la opinión pública si se daban casos similares. Desde entonces ha deportado a decenas de jóvenes que habían venido a ejercer la resistencia pacífica frente a la ocupación. A muchos se les ha prohibido la entrada en el aeropuerto de Ben Gurión.

Quedan algunos, aunque cada día son menos. Organizan brigadas con las que tratan de impedir la construcción del muro, la demolición de casas e intentan defender a los campesinos palestinos de las agresiones sistemáticas de los colonos que tumban sus olivos, que destruyen los sistemas de riego.

Pero la voz de Rachel Corrie va más allá de la situación puntual de opresión y sometimiento en los territorios ocupados palestinos, y en los labios de Alexandra toma un caracter universal. Nos recuerda que debemos abandonar la comodidad de nuestra vida cotidiana para luchar contra los abusos del poder, ya se trate de la miseria, de la guerra, del cambio climático, de la explotación del hombre por el hombre. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos del siglo XXI, anteponer toda religión y bandera para abogar por el respeto de los derechos humanos y la justicia. Además de profundamente emocionados, los que asistimos a esas dos funciones de La voz de Rachel Corrie – que ojalá sean muchas más – lo hicimos cargados de fuerzas, de idealismo y voluntad de compromiso.