Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Ser piquetero por un día

En Puerto Madero, una de las zonas más exclusivas de Buenos Aires, la noche de Navidad produjo un curioso encuentro. Dentro de los restaurantes, a la luz de las velas, gente vestida de gala brindaba con champagne. Fuera, en las aceras, una verdadera convención de cartoneros, mendigos y personas sin hogar hacía chocar en el aire sus vasos de plástico rellenos de sidra.

La idea de invitar a los más pobres de la Argentina a cenar allí fue de Raúl Castells, un líder piquetero que se ha hecho famoso por sus asaltos a empresas multinacionales. Acompañado por miles de indigentes se suele colocar en la puerta de compañías como Repsolf YPF, Wal Mart y Mc Donalds para exigir que repartan sus riquezas entre los necesitados.

Durante un día acompaño a Castells y su ejército piquetero a la ciudad de La Plata. El contraste es notable. Partimos del barrio de chabolas donde está la sede principal del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD). El viaje en tren nos lleva de la pobreza más absoluta, las calles de tierra, las casetas de chapas, a las aceras ordenadas y limpias de la urbe.

Después, muy extraña la sensación de avanzar por el medio de la calle, cortando el tráfico. Curioso, interesante. De repente, los marginados, los olvidados, pasan a ser el centro de atención, se vuelven visibles. Por unos instantes, el poder está en sus manos, de ellos depende que el centro de La Plata pueda volver a funcionar. Y veo la satisfacción que a muchos les produce esta suerte de regreso a la sociedad.

Realizamos varias paradas en la puerta de distintos ministerios. Los piqueteros se colocan en la puerta y golpean sus tambores y cantan hasta que Castells es recibido por las autoridades. A ellas les reclama ayuda para los cientos de comedores y escuelas que la organización tiene en el país, así como para los proyectos de desarrollo rural. Cuando sale, anuncia a sus seguidores por megáfono lo que ha conseguido. Bocadillos, un pequeño descanso, y nos dirigimos al próximo destino.

Como tantos movimientos piqueteros, el MIJD tomó protagonismo a raíz de la crisis del año 2001, que dejó sin sus ahorros a cientos de miles de Argentinos, y de la que este mes se cumplen cinco años. Mientras que otras organizaciones han desaparecido, la de Castells continúa porque supo ser creativo, y sus protestas van más allá de cortar calles. Es un hombre mediático, que se mueve muy bien frente a las cámaras (su esposa, Nina Peloso, participará el año próximo en un programa al estilo del de Carmen Martínez Bordiú: «Mira quién baila»).

En todo el mundo se acaba de estrenar un documental sobre su vida: «Raúl el Terrible«, del director David Bradbury, y que Australia presentará a los Oscar. En la película se presenta a Castells, que ha hecho huelgas de hambre, que ha sido llevado a juicio por Mc Donalds, como una suerte de Che Guevara, aprovechando que ambos han nacido en la misma ciudad: Rosario.

En la Argentina es denostado por una parte de la sociedad debido a sus métodos. Pero al caminar a su lado por las calles de Villa Fiorito, el barrio de chabolas en que nació Maradona, y escuchar sus palabras, no puedo más que reconocer sus buenas intenciones, su empatía con los que sufren. Después de todo, está allí, vive con ellos y es testigo cada día de sus miserias. “Mirá esos pibes que duermen en la vereda, tenemos que luchar por ellos. Tenemos que hacer una Argentina más justa”, me dice.

Nunca lo he negado: yo tuve la suerte de haber nacido en la otra Argentina, la próspera, que mira más al resto del mundo más que a su propia realidad. Antes estaban más unidas. Ahora, después del plan de ajuste estructural aplicado en los años 90 siguiendo las recetas del FMI, las separa un abismo (la mitad del país, 20 millones de personas, se encuentra atrapada en la miseria).

Cuando veo las diferencias en las que viven los de un lado y otro, la poca generosidad de los que están de la parte rica, me pregunto si no tienen un legítimo derecho de venir a buscar lo que les corresponde, lo que les ha sido negado como consecuencia de años de corrupción, egoísmo, frivolidad y desmedidas ambiciones de poder.

Si poco o nada hacemos por equilibrar la balanza, ¿nos podemos quejar después si toman por su propia mano lo que necesitan para llevar una vida digna? En Europa, tras bloquear las exportaciones agrícolas africanas a través de aranceles injustos, como se hizo en la última reunión de la OMC en Hong Kong, tras dar la espalda a las paupérrimas condiciones en que viven sus habitantes, sin haber pagado nunca las deudas de la colonización (cuyas materias primas fueron el motor de la Revolución Industrial), ¿podemos quejarnos del avance de los inmigrantes subsaharianos que desean sacar adelante a sus hijos en lugar de morir en una paupérrima choza?

¿No resultaría inteligente por nuestra parte ser un poco más generosos, aunque fuera por puro egoísmo, por tener la satisfacción de saber que estamos en un mundo en el que nadie pasa hambre? ¿No tenemos más de lo que necesitamos para estar bien? ¿No podemos organizarnos para hacer una distribución más equitativa de los recursos del planeta? Hago estas reflexiones, lanzo estas preguntas retóricas, pensando en el debate que se originó ayer en el blog.

Abandono el piquete y os escucho.