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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Israelíes y palestinos: dos versiones de un anuncio de telefonía móvil

A muchos palestinos no les gustó el último anunció de Cellcom, la principal compañía de telefonía móvil de Israel. Afirman que es una forma de trivializar la brutalidad de la ocupación, el drama que sufren cada día los que malviven detrás del muro.

Algunos israelíes, como Eyal Niv, sostienen la misma opinión: “Para los palestinos, que se encuentran con los soldados armados no tiene nada gracioso ni de moderno ni de cool sufrir un régimen opresor y cruel”.

El diputado árabe-israelí Ahmed Tibi exigió su retirada de la televisión. «El muro separa familias e impide que niños lleguen al colegio y al hospital, pero el anuncio lo presenta como si estuviera en un jardín en Tel Aviv», denunció.

Para sus defensores, lo que busca el anuncio es mostrar las similitudes, los lugares de encuentro entre israelíes y palestinos. Algo que parece enfatizar el locutor en su frase final en hebreo: «En definitiva, ¿qué queremos todos? Pasarlo bien. Cellcom nos ayuda a hacerlo».

Más allá de lo que represente o intente el anuncio, de sus defensores y detractores, lo cierto es que la ocupación, como hemos podido comprobar en este blog desde Cisjordania y Jerusalén Oriental, resulta abyecta e inmoral. Una realidad que se perpetúa desde hace 42 años y que varios jóvenes palestinos salieron a capturar, en la siempre convulsa aldea de Bilín, con una pelota de fútbol y una cámara de vídeo para parodiar al anuncio de Cellcom.

Una demostración de que en el mundo de la política, los intereses económicos y la segregación racial, ajeno a la ficción publicitaria, el balón no vuelve.

La ocupación israelí de Palestina en todo su esplendor

Ehud Barak, Ministro de Defensa de Israel, intentó que no llegara al público el informe realizado por el brigadier general Baruch Spiegel durante los últimos dos años sobre la situación actual de los asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén Oriental. Argumentó que “dañaría la relaciones internacionales” de su país.

Un informe demoledor, que muestra la realidad en ese magro 22% de territorio que a los palestinos les quedó del antiguo protectorado británico, y que el periódico Haaretz desveló el pasado domingo:

“En la vasta mayoría de los asentamientos – cerca del 75% – la construcción, a veces a gran escala, fue llevada a cabo sin los permisos apropiados o en contravención de los permisos que se habían dado. La base de datos muestra también que, en más de 30 asentamientos, la construcción de edificios e infraestructuras – rutas, escuelas, sinagogas y hasta estaciones de policía – fueron realizadas en tierras que pertenecen a los palestinos”.

Un informe que documenta el andamiaje de corrupción que ha permitido la creación de estos asentamientos, así como la sistemática y violenta expulsión de los palestinos por parte de las fuerzas militares de ocupación y de los colonos.

Un informe que demuestra lo que ya ocurrió en los años noventa: mientras los líderes israelíes hablaban de paz con sus pares palestinos y de cara a la comunidad internacional, la ocupación crecía.

Sólo en el año 2008, al tiempo en que Ehud Olmert estrechaba la mano a Mahmud Abas, las colonias en territorio palestino aumentaban un 60% en relación a 2007. Se calcula que en estos momentos suman 300 mil los israelíes que viven en zonas que, según el Derecho Internacional, no les pertenecen.

Más territorios, menos seguridad

Mientras mayor sea el número de colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental, más difícil será la botadura de un Estado palestino viable, que brinde cierta estabilidad a la región y que termine con 41 años de ocupación.

Más colonos equivalen a una mayor política represiva por parte de Israel como la que ha estado aplicando hasta el momento a través de encarcelamientos masivos, torturas, vejaciones, ataques contra civiles, puestos de control, muros y vallas, y que la ONU ha equiparado al régimen del apartheid.

Y por más que los defensores de la actual política de Israel se rasguen las vestiduras para justificar lo injustificable, presionen a gobiernos y medios de comunicación para que se adhieran sin críticas al actual estado de cosas, y hagan todo lo posible por presentar a los palestinos bajo la peor luz posible, para tratar de quitar legitimidad a sus ansias de libertad, la verdad es la que señala el informe: nada se ha avanzado en el desmantelamiento de los asentamientos.

Otra vez parece quedar claro que los anhelos expansionistas de Israel pueden más que sus deseos de seguridad.

El analista judío Daniel Levy, lo explica de la siguiente manera en su último artículo: «En el papel, el gobierno siempre habla de paz. Pero en el terreno, sin embargo, las acciones del gobierno sólo expanden la infraestructura de la ocupación y los asentamientos. Cuando se trata de paz y territorios, los líderes israelíes sólo son expertos en una cosa: posponer decisiones».

Sí, así es, debe terminar la ocupación israelí de Palestina

Regreso de pasar el día rodando en uno de los barrios de chabolas más conflictivos de Buenos Aires. En la radio, las últimas informaciones:

El punto de partida para unas negociaciones permanentes parece claro: se debe terminar la ocupación que comenzó en 1967, aseveró el presidente norteamericano George Bush.

Oír para creer. Quizás el locutor se equivocó. Quizás estoy tan cansado que no he escuchado bien. Cambio de emisora. La noticia se repite .

Aunque resulte imposible de creer, George Bush, el presidente de EEUU, que tanto daño ha causado a la región, y que siempre aparece tan ajeno a la realidad, ha dado en el centro de la diana. ¡Ha dicho que la OCUPACIÓN debe terminar!

El cartel

Sigo adelante en el coche, y encuentro un cartel en una esquina porteña que me llama la atención, que me hace frenar. Resplandece ilusorio en la penumbra del atardecer porteño.

Me bajo, le saco una foto. ¿Una señal? ¿Una señal de que el mundo quizás empiece a comprender la verdad? De que no se trata de la «paz», como siempre se dice, de que palestinos e israelíes no puedan vivir codo a codo, sino de una ocupación que lleva ya 40 años y que no termina.

Una ocupación que tiene lugar desde 1967 del territorio en el que los palestinos deberían haber construido su Estado según lo estipulado por Naciones Unidas en su Resolución 181 de 1947, que daba el 55% del territorio del Antiguo Protectorado Británico a los judíos y el 45% a los árabes(A partir de 1967, el 22% le quedó de hecho a los palestinos mientras que el 78% fue otorgado a Israel. ¡Un magro 22% que le ha sido negado durante las últimas cuatro décadas! Y del que si algún día recibe algo será un 18 o 19% como mucho. ¿Por qué tanta ambición desmedida?).

Una ocupación que contraviene la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU. Una ocupación «colonial» en toda regla: con sus intereses económicos y militares, con ese componente mesiánico que hace que Dios “legitime” su permanencia en un territorio que no le pertenece, y con la constante demonización de los habitantes autóctonos – a los que se presenta como «salvajes» -, cuyas tierras fueron ocupadas aunque poseen títulos de propiedad legales sobre las mismas.

Una ocupación que al finalizar permitiría crear un Estado palestino viable, y no la serie de bantustantes escindidos en base a consideraciones raciales, por puestos de control y por una férrea vigilancia militar, que hacen imposible cualquier atisbo de un país palestino próspero, y que es lo que hoy existe, como quería Ariel Sharon.

Una ocupación que la prensa mundial ha ocultado sistemáticamente con toneladas de mentiras, de tergiversaciones, hablando de «paz», dando noticias de bandas de música mixtas entre palestinos e israelíes, como si la región estuviera biblícamente condenada a la violencia, cuando el mayor problema son los colonos israelíes que viven en territorio palestino, cuando ellos deberían ser el centro de la noticia.

Los colonos

Los 8 mil colonos de Gaza ya se han ido. Los 446 mil colonos que están en Cisjordania – muchos de ellos llegados desde EEUU, Argentina o Rusia – no se marchan por razones que ya han explicado en este blog israelíes tan lúcidos como Amira Hass, Gideon Levy y Meir Margalit.

Los colonos tienen que irse de Cisjordania para cerrar la afrenta histórica, la más profunda de la heridas, y para comenzar a construir un camino justo y transitable. Claro que para tomar una decisión de semejante dimensión política sería necesario un líder israelí fuerte y valiente, no como Ehud Olmert, que es despreciado por sus conciudadanos debido a la corrupción y al fracaso en la guerra del Líbano.

Porque aunque buena parte de la sociedad israelí esté a favor de terminar con la ocupación, lo cierto es que el poder de los colonos, de los extremistas religiosos, es tal, que juega en su contra.

Y es allí, en los intereses que colisionan dentro de la propia sociedad hebrea, donde sí se encuentra la complejidad de la cuestión, a la que hay que sumar la presión de una parte de la diáspora que se opone al final de la ocupación.

Así, el cartel que descubrí en Buenos Aires sería un símbolo del pasado, del momento en que el destino de dos pueblos se encontró, de forma violenta, plagada de mentiras, de bajos intereses que no los representan a uno y a otro, para luego separarse, para luego vivir, esperemos que sí, en PAZ.

Por cierto: ¿quién habrá sido el ingenioso miembro de la municipalidad que, entre las miles de arterias que surcan la ciudad de Buenos Aires, decidió que estas dos se debían cruzar?