Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Los niños que juegan en la guerra

Nunca me ha deja de asombrar la capacidad que tienen los niños para jugar a pesar de encontrarse en situaciones terriblemente adversas. En campos de refugiados, en ciudades y pueblos devastados por la guerra, en miserables barrios de chabolas, los ves que corren detrás de unos alambres que simulan un coche, que dan puntapiés a un balón hecho con trapos o que acarician una muñeca harapienta.

Recuerdo como si fuera hoy al grupo de niños palestinos, pícaros hasta la médula, que tras la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza se pusieron a jugar entre los escombros de las bombas y los edificios derruidos.

Una capacidad para jugar que no quiere decir que sean inmunes a la brutal realidad que los rodea. Al contrario, son sus principales víctimas. Ya hemos visto en este blog los terribles padecimientos que la ocupación israelí provoca a los niños palestinos. O el altísimo porcentaje de estrés post traumático que sufren los menores iraquíes.

A nivel mundial, veintiséis mil menores de cinco años fallecen cada día por enfermedades que se evitarían con medidas sencillas y asequibles. Dos millones han perdido la vida a lo largo de la última década como consecuencia de conflictos armados. Y al menos seis millones han quedado incapacitados a perpetuidad.

Mañana se presenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la sexta edición de una campaña destinada a sensibilizar sobre los problemas de la infancia en la que participan diversas entidades.

Así como en otras ocasiones estuvo dedicada a dar voz a los niños que malviven en las calles de las ciudades, los que trabajan o los que padecen las consecuencias de la guerra, en esta oportunidad intenta reflejar la realidad de estos pequeños a través de sus juegos.

Como Ahmed, que se entretiene haciendo volar una bolsa de plástico, ya que no tiene dinero para una cometa, en lo alto de Kabul, ciudad en la que más de cuatro mil niños se ven obligados a trabajar según UNICEF.

O como Selemani, que en medio de ese conflicto del Congo que acaba de precipitarse otra vez en el abismo de la violencia, en la región perdida de Chanbuda, bastión de los hutus del FDRL, corre con su coche entre los integrantes paquistaníes de la MONUC.

No hago lecturas de este comportamiento. ¿Una muestra de lo mejor de la condición humana? ¿Del empeño en no claudicar, en no rendirse, a pesar de la barbarie? Sólo sé que es algo que siempre me asombra.