Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La última moda para ir a la guerra

Ayer hablábamos de la feroz competencia de empresas privadas, laboratorios universitarios y departamentos gubernamentales por perfeccionar y crear nuevas tecnologías puestas al servicio de la guerra.

Una lucha encarnizada por adaptarse a los escenarios cambiantes de los enfrentamientos bélicos y por hacerse con parte de los multimillonarios presupuestos nacionales dedicados al llamado sector de la defensa.

Para comprender en profundidad la dimensión de este negocio, más que cifras globales, quizás resulte interesante tomar un elemento en particular, como lo es el camuflaje, cuyo objetivo consiste en ocultar a las propias tropas, vehículos, armamentos y cuarteles de los ojos del enemigo.

Adiós a los diseños atigrados

Al llegar este año a la base de Bagram, en Afganistán, me llamó la atención el diseño de los uniformes de los soldados de EEUU. En lugar del tradicional camuflaje de manchas difuminadas, llamado Dualtex, sus chaquetas y pantalones estaban cubiertos por pequeños cuadrados, similares a los que aparecen en los píxeles de una fotografía de baja resolución ampliada.

Este diseño se conoce como Universal Camouflage Pattern (UCP), es empleado por el Ejército, y difiere del que usan los Marines, llamado MARPAT, en la ausencia del color negro. Las investigaciones realizadas en esta área entre 2003 y 2004, son las que han desbancado al tradicional camuflaje creado por Timothy R. O’Neill.

Según explica The Economist en un reportaje del mes de septiembre, a través del uso de dispositivos que permiten seguir el iris de un individuo y analizar de qué manera responde a distintos estímulos, los científicos llegaron a la conclusión que los diseños de tipo pixel son los más difíciles de ver.

Esto ha hecho que los Ejércitos de EEUU, Alemania, Gran Bretaña, Canadá y Francia cambiasen de uniformes. En el caso de los canadienses, cuyo diseño se conoce como CADPAT, la mejoría ha sido tal que los observadores deben estar un 40% más cerca que en el año 2000 para identificar a los soldados. Aunque existen discrepancias, se cree que el CADPAT fue el pionero de esta nueva tendencia.

Hola a nuevos colores

También la elección de los colores empleados ha sido fruto de años de investigación. El software de diseño textil militar de última generación analiza un vasto número de fotografías del teatro de operaciones, a los que se suman mediciones de la luz y datos de los patrones meteorológicos predominantes, para dar con el mejor resultado posible.

El US Army Research Laboratory ha ido un paso más allá al estudiar cómo reflejan la luz los objetos más comunes en la zona, desde el cemento hasta las plantas, y crean tintas con características ópticas similares.

El último grito en la moda militar pasa ya no por los camuflajes de tigre, o ni siquiera de píxeles, sino que se adaptan constantemente a los cambios del escenario en que se encuentran. La empresa holandesa TNO ha creado delgadas mantas plásticas que, gracias a la información que reciben de pequeñas cámaras, cambian de patrón de diseño y color en consonancia con el lugar que las rodea.

Estas mantas ya están siendo probadas en Afganistán por la empresa sueca Saab Barracuda. Su desarrollo ha estado financiado por los gobiernos de Alemania, Holanda y Canadá. Según sus promotores, si un vehículo blindado es colocado junto a una montaña, y se lo cubre con uno de estos dispositivos, tomará el color de la montaña.

Frío en las pasarelas

Otra de las líneas de investigación en las que se invierten cientos de millones de euros, y en las que diversas empresas y organismos compiten, es la de “enfriar” a los combatientes y a sus armas, ya que las tecnologías que permiten descubrir la huella de calor que estos desprenden están al alcance de cualquiera. Es más, los talibán cuentan con estos equipos en Afganistán.

Se han creado ponchos que hacen desaparecer en medio de la noche a los soldados de los equipos de visión nocturna de sus enemigos. Y empresas como Ceno Technologies, de Nueva York, han diseñado maquillaje para las tropas con el mismo fin que, además, no impide la transpiración.

La necesidad de ocultar a vehículos y cañones ha llevado a una empresa griega a fabricar una cera que disminuye la huella de calor, y que permite al menos cambiarles parte de la forma, para confundir a los adversarios. Se pueden cubrir partes de un tanque para que parezca una motocicleta.

El negocio de la innovación bélica

Los ciudadanos de a pie apenas vemos una ínfima parte del vasto y complejo negocio del llamado sector de la defensa. Cientos de empresas, miles de científicos, ingenieros e investigadores, se afanan en crear productos innovadores que se adapten a los nuevos escenarios bélicos y las necesidades de los ejércitos.

La competencia por el pastel de dinero público de los gobiernos resulta feroz y encarnizada. Presupuestos nacionales de miles de millones de euros a los que estas empresas intentan acceder con productos que promocionan a través de ferias, revistas especializadas y en cuyo nombre no pocas veces abogan grupos de presión (Lockheed Martin, principal contratista en EEUU, invirtió 9,2 millones de dólares en grupos de lobby en 2002, y en 2005 recibió contratos del Pentágono por 19 mil millones de dólares).

Algunas son empresas de prestigio, que dedican ciertos departamentos al desarrollo de armamento, vehículos y toda clase de artilugios de combate, y cuyas cuentas, inversiones financieras y acciones se confunden con el resto de la economía.

En otros casos, son los mismos Estados los que desarrollan sus productos, o compañías como Blackwater, que además de sus soldados privados ofrece ahora sus propios rifles y carros de combate.

Además de esta parte del negocio, centrada en la creación y perfeccionamiento de tecnología, hay otra igual de espectacular en la que cientos de empresas brindan servicios que van desde el aprovisionamiento de las tropas, como Kellogg, Brown and Root (KBR), antigua subsidiaria de Halliburton, hasta labores de inteligencia.

Avalancha de innovaciones

Basta seguir algunos blogs como Danger Room, de la revista Wired, para tomar conciencia de la avalancha de innovaciones – algunas efectivas, otras delirantes o meros proyectos especulativos – con la que se mueve esta parte de la economía mundial.

Como anticipamos en este blog hace dos años, tras cubrir el conflicto en Gaza y la posguerra en Líbano, los aviones no tripulados, tanto de combate como de reconocimiento, se han transformado en los estrellas de las guerras contemporáneas. El inconfundible sonido de los «drones» era la banda sonora de fondo de aquellos episodios brutales y sangrientos.

Hoy, difícilmente pasa una semana sin que se estrene un nuevo modelo o salga publicada la noticia de una nueva adquisición por parte de algún país.

Desaparecer en combate

En mi reciente viaje a Afganistán, me sorprendió poderosamente el diseño del uniforme de los soldados EEUU con los que estuve empotrado. En lugar del tradicional camuflado de rayas, llevaban pequeños píxeles en pantalones, camisetas y chaquetas.

Parecía algo casi infantil, hasta torpe, o bien sacado de un video juego. Pero detrás de ese diseño hay cientos de horas de investigación, de empresas en pugna, de nuevas propuestas que solapan a nuevas propuestas.

Un ejemplo de la verdadera dimensión y lógica del negocio de la guerra sobre el que hablaré con más detenimiento, y con datos más concretos y menos generalidades, en la próxima entrada de este blog.