En este blog hemos dedicado varias entradas a reflexionar sobre los numerosos muros que durante los últimos años han ido surgiendo en el planeta y también hemos conocido de primera mano la vida detrás de la barrera racial y de ocupación en Cisjordania y en algunas de las favelas más violentas de Río de Janeiro. Es en estas últimas es donde ahora se ha anunciado que se levantarán nuevas paredes de ladrillo y cemento para la división y la exclusión.
Tras la desaparición del Muro de Berlín, muchos de los obstáculos comerciales y políticos que dividían al mundo fueron cayendo rápidamente. La llamada “aldea global” comenzaba a percibirse más unida e integrada que nunca, también gracias a la revolución en los medios de comunicación de masas. Paradójicamente, al tiempo en que la globalización extendía sus efectos, sobre todo financieros y comerciales, un rosario de muros fue surgiendo a modo de respuesta.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano describe así esta realidad:
El Muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la Infamia, la Cortina de Hierro… Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada.
En la historia no faltan antecedentes de barreras artificiales. La Gran Muralla China, construida sobre todo a partir del siglo XIV para mantener apartadas a las tribus del norte hasta la conquista de los manchúes en el siglo XVII. El muro de Adriano, de 4,50 metros de alto y 117 kms. de longitud, evitó que las tribus escocesas sembraran el caos en la Britania romana desde el año 122 hasta el 367. El infame muro que rodeaba a los 400 mil judíos hacinados en el gueto de Varsovia. El muro de Leda Street, que apartaba a grecochipriotas de turcochipriotas en el corazón de Nicosia.
Pero lo que llama la atención y debería mover a una honda reflexión son las barreras que han surgido en las fronteras de este mundo que se dice «globalizado»: entre EEUU y México, Marruecos y Argelia, Zimbabue, Sudáfrica y Botsuana, Arabia Saudí y Yemen, Arabia Saudí e Irak, Turquía y Siria, India y Paquistán, Brasil y Paraguay, España y Marruecos. Y dentro de territorios no limítrofes en Cisjordania, Brasil, Irak…
Muros, vallas y barreras de toda índole que nos dividen, que hablan tanto de las hirientes diferencias sociales de este mundo en el que mil millones de personas viven con menos de un euro al día y 2.800 millones lo hacen con menos de 2 euros, como de la falta de solidaridad, de tolerancia, de empatía, de ver con los ojos abiertos los desafíos de nuestro tiempo, y del racismo y la intolerancia. El muro como negación del otro y sus circunstancias, como postergación de problemas políticos.
Como escribe Charles Bowden en National Geographic:
“En cualquier lugar del mundo las fronteras generan violencia, la violencia fomenta la aparición de vallas y, ocasionalmente, las vallas se convierten en muros. Es entonces cuando la gente reacciona, porque un muro transforma una distinción social en un puñetazo en plena cara… porque dicen cosas negativas sobre nuestros vecinos, y sobre nosotros mismos. Se construyen por dos motivos: el miedo y el afán de control” .
En la próxima entrada del blog conoceremos más en profundidad los detalles del muro destinado a las favelas, y reflexionaremos sobre sus posibles repercusiones…