Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Elogio de los médicos en la guerra

Se suponía que Ezo estaba bien protegida. Tropas sudanesas del SPLA apoyadas por comandos del ejército de Uganda se habían desplegado en esta ciudad en la que confluyen las fronteras de Sudán, Congo y República Centroafricana.

Sin embargo, el pasado 12 de julio los guerrilleros del LRA lograron colarse en la urbe, a la que sumieron en el caos durante tres horas. Asaltaron la casa del alcalde y secuestraron a quince niños y niñas a los que se llevaron a sus cuarteles en la selva para convertirlos en soldados y esclavos sexuales, como llevan haciendo desde hace 22 años.

Este ataque inesperado, que dejó en mal sitio a los militares del SPLA y del UPDF, provocó un éxodo masivo. Miles de personas abandonaron sus casas y partieron en busca de zonas más seguras (algunas de ellas habían llegado ya como refugiadas desde Congo a Sudán). Tal es el miedo que provocan los hombres de Joseph Kony con la estrategia de mutilar a sus víctimas, de cortarles los labios, las orejas, los brazos.

Ante la perpetuación de la violencia en Ezo, los miembros de organizaciones humanitarias fueron evacuados el día 13 de agosto en helicópteros de la ONU, dejando a la población civil sin ayuda.

Elogio de MSF

Mi arribo a la zona coincidió con la partida de una expedición de Médicos Sin Fronteras España hacia la ciudad de Ezo. Llevaban cajas de vacunas y dinero para pagar el salario de los trabajadores locales. A pesar de que continuaba la amenaza del LRA, los integrantes de la misión española en Yambio decidieron que debían acercarse a las víctimas. Tardaron dos días en llegar. Una vez que comprobaron la situación, un helicóptero de la ONU se atrevió a hacer el viaje.

En estos años de Viaje a la guerra no es la primera vez que escribo sobre los médicos en conflictos armados. Ya me he referido con no poca admiración a Alberto Cairo en Kabul, Ibrahim Faraj en Líbano o los profesionales del hospital Al Shifa en Gaza. A pesar de la escasez de insumos, del cansancio, de la proximidad de la violencia, seguían adelante con su labor.

Tampoco es la primera vez que escribo sobre los miembros de Médicos Sin Fronteras pues he conocido de primera mano sus proyectos en Uganda, Congo y Kenia. Los he visto jugarse el tipo una y otra vez para estar junto a las víctimas de los conflictos armados, para ser los primeros en llegar. Una labor tediosa, compleja, que requiere no pocas renuncias.

Aunque lo que más respeto me ha merecido siempre es el aislamiento en el que viven como consecuencia de las medidas de seguridad. Pasan meses en medio de la nada, con poco contacto más allá de los pacientes y de las autoridades locales, por sueldos que no comprarían ni media hora del reloj de lujo del caso Gurtel.

Saber ahora que algunos de sus integrantes, como Mary Vonckx en Bolivia y Óscar Sánchez-Rey desde Darfur, han comenzado a colaborar en este periódico es una muy buena noticia.