Todo debate bienintencionado puede llegar a resultar enriquecedor. En especial si no se hace con trazo grueso, ausente de matices y justas discriminaciones.
Hace poco hablábamos de la durísima crítica lanzada por la periodista holandesa Linda Polman a las organizaciones humanitarias. En su libro recién publicado, War Games: the Story of Aid and War in Modern Times, sostiene que la ayuda a las víctimas de los conflictos armados forma parte del problema y no de la solución de los mismos.
Polman tiene el innegable mérito de escribir desde el terreno, lo que hace que su tesis merezca la mayor de las consideraciones. Otra razón para prestarle atención es We Did Nothing, libro dedicado a mostrar los errores de la ONU en las primeras misiones de paz de los años noventa. En especial la pasividad de la administración Clinton, tras el sonoro fracaso en Somalia, frente al genocidio cometido contra tusis y hutus moderados en 1994. Y que concluye con la narración de la matanza en el campo de desplazados de Kibeho, aquella venganza de los tutsis, que como ya sostuvimos aquí en alguna ocasión constituye uno de los relatos de no ficción más contundente de la pasada década.
Una pregunta clave
Se ha criticado que Polman no ofrezca soluciones a los problemas que plantea en su nueva obra. Esta observación la descartamos, pues no forma de la labor del reportero encontrar las fórmulas que pongan fin a determinados conflictos. Lo nuestro es llamar la atención, narrar, describir, y con un poco de fortuna lograr cierto vislumbre de un hipotético diagnóstico. Pero sí se puede decir que War Games: the Story of Aid and War in Modern Times, desde su título mismo, es un libro al que le sobra generalización y falta precisión. Un libro que en su reduccionismo se lleva por delante el esmerado trabajo de muchísima gente.
Pero ante todo, que desdeña con excesiva liviandad lo que es todo un logro moral de la humanidad, erigido con no poco esfuerzo desde tiempos de Henry Dunant: la empatía hacia el sufrimiento de las víctimas de la guerra. En este sentido, una sola pregunta clave: ¿Seríamos capaces de mirar hacia otro lado mientras cientos de miles de refugiados agonizan en las fronteras de Sudán o Somalia por miedo a que parte de esa ayuda pueda beneficiar a señores de la guerra o milicias irregulares?
Ataque islamista
En este blog hemos tenido la oportunidad a lo largo de cuatro años de contemplar de cerca la labor de la organización Médicos Sin Fronteras. Hemos conocido a sus integrantes y proyectos en Congo, Kenia, Uganda y Sudán. Personal sanitario y logistas que realizan un trabajo tedioso por el aislamiento en el mejor escenario, y desesperante y peligroso en el más adverso. Si hay una organización que, en nuestro humilde entender, merece todas las salvedades, toda la prudencia y respeto al analizar su desempeño, esa es justamente MSF.
Quizás uno de los ejemplos más evidente del compromiso de MSF sea su misión en Somalia. Misión que a pesar de los envites de los grupos armados, de la rampante corrupción y de que se trata sin dudas del lugar más peligroso del mundo, al que hoy ni siquiera la prensa extranjera tiene acceso, sigue en pie. Misión que tiene 19 años de antigüedad, que cuenta con más de 1.300 empleados locales en el terreno y un centenar más en Nairobi, y que brinda asistencia primaria y alimentos a los desplazados internos por la guerra, que hoy alcanzan el millón y medio.
Recordemos el secuestro en diciembre de 2007 de una médico española y una enfermera argentina en la ciudad de Bosasso, en la región de Puntlandia, epicentro de la piratería en el golfo de Adén. Recordemos también el asesinato de tres miembros de MSF al sur del país, en Kismayo, bastión de la milicia islamista Al Shabab, en enero de 2008. Tres meses antes MSF había abierto allí un hospital de emergencias que ofrecía entre otros servicios cirugía de emergencia. Una decisión tan arriesgada como necesaria, debido a que Kismayo fue en aquel período uno de los principales campos de batalla entre las tropas etíopes y los integristas, con el consecuente impacto en la población local.
Desplazados sin asistencia
La misión somalí de MSF recibió su último golpe hace apenas unos días, el 5 de mayo, en un hecho que casi no ha tenido repercusión en la prensa nacional y poca o nada en la prensa internacional. Según VOA, milicianos de Hizbul Islam atacaron la clínica Hawa Abdi, situada a 20 kilómetros al sur de Mogadiscio, en la ruta que lleva a la ciudad de Afgoye. Una ruta que desde hace tres años sirve de refugio a 250 mil desplazados que huyeron de la violencia en la capital.
La escasa información disponible resulta confusa. Se habla de un guardia muerto y al menos 20 integrantes del proyecto secuestrados a manos de los islamistas, que siguen parapetados en esta clínica que abrió sus puertas en 2007 y que sólo el año pasado brindó atención médica a 162 mil personas, entre las que se contaron unos 14 mil niños malnutridos.
Foto: Campo desplazados Uganda (HZ)
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