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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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La violación como arma de guerra: masacre japonesa en Nanking

La violación como arma de guerra es una triste realidad de nuestro tiempo. Aún tiene lugar en el Congo, Darfur, la República Centroafricana, Uganda y Somalia, más allá del compromiso esgrimido por la comunidad internacional para ponerle fin tras las agresiones sufridas por cientos de miles de mujeres en el genocidio de Ruanda y en el conflicto de Bosnia.

Publicados en este blog los testimonios de víctimas en el Congo y Uganda que padecen estos actos barbáricos – que van desde las violaciones en grupo y la mutilación, hasta la esclavitud – intentamos ahora ponerlas en su contexto histórico, como una forma de comprender la dimensión del sufrimiento que los enfrentamientos armados han causado en particular a las mujeres.

Atrocidades de Japón

Hay un hecho del siglo XX que surge constantemente en los textos dedicados a estudiar esta cuestión: la masacre de Nanking, uno de los más atroces crímenes contra la humanidad jamás registrados.

Tuvo lugar en 1937, durante la segunda guerra entre China y Japón. Frustrado por la resistencia de las fuerzas chinas, el Ejército del emperador Hiroito se dirigió a la ciudad de Nanking, en ese momento capital del país y refugio para miles de desplazados.

Lo que sucedió a partir del día 13 de diciembre, y durante las siguientes seis semanas, fue el asesinato sistemático de la población, empleando métodos terriblemente crueles. Más de 300 mil personas perdieron la vida. Y se estima que unas 80 mil mujeres fueron violadas.

Ninguna joven o mujer que se pudiera considerar atractiva dejaba de estar en riesgo. Ninguna mujer estaba a salvo de una violenta violación o la explotación sexual – algunos de estos fueron filmados como «souvenirs» – y el probable asesinato posterior.

Grupos de tres o cuatro soldados merodeadores comenzaban viajando alrededor de la ciudad y robando todo lo que consideraban de valor.

Continuaban violando a las mujeres y niñas y matando a cualquiera que intentara resistirse, huir, o simplemente a los que se encontraban en el lugar y momento equivocado. Había niñas menores de ocho años y ancianas mayores de 70 que fueron violadas en la forma más brutal posible, golpeándolas bestialmente.

Es el testimonio de John Rabe, un alemán adscrito al partido nazi que creó una zona de seguridad en la ciudad, como aparece en el libro The Rape of Nanking.

Esclavas sexuales

Según se registró en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio (1947), las violaciones tenían lugar en público. Varios soldados abusaban de las víctimas, muchas veces para matarlas a continuación o para mutilarlas (clavándoles bayonetas, varas de bambú y cuchillos en la vagina, o cortándoles los senos). Asimismo, como sucede aún hoy en el Congo, obligaban a los familiares masculinos también a violarlas. Padres y hermanos a madres e hijas.

No sé por dónde empezar ni dónde terminar. Nunca tuve que escuchar algo de tamaña brutalidad. Violada, violada, violada. Estimábamos al menos mil casos por noche y muchos en el día. La gente estaba histérica… Las mujeres eran traídas mañana tarde y noche. Parece que todo el ejército japonés era libre de ir donde quisiera y de hacer lo que quisiera».

Palabras del reverendo James Mc Allun, en su declaración frente al tribunal de Tokio, en el que se juzgó a 28 militares japoneses. Aunque fueron condenados a morir en la horca, en 1956 se los dejó en libertad. Japón nunca pidió perdón por estos crímenes.

Sí lo hizo – aunque en 2007 el primer ministro Shinzo Abe se retractaría – por otra conducta de opresión en base al género que comenzó en 1932 y que se extendió hasta el final de la segunda guerra mundial: el reclutamiento forzoso de unas 400 mil mujeres como esclavas sexuales para los soldados, la mayoría de las cuales eran chinas o coreanas.

Decenas de supervivientes de aquella barbarie aún luchan por conseguir indemnizaciones del gobierno de Tokio.